En julio del 2002 le envié un e-mail a Roberto Bolaño consultándole si estaría dispuesto a contestar algunas preguntas mías. Me escribió el mismo día y me dijo que sí. Pensé que no tendría tiempo para contestarme porque estaba terminando una novela de mil páginas y, por otro lado, porque siempre respeto la tranquilidad y privacidad de los artistas. Le envié las preguntas. Respondió muy rápido, no pasaron cuatro horas cuando me las devolvió desde su correo privado allá en Blanes, España. Esta entrevista fue publicada el 3 de agosto de 2002 en el diario chileno www.elmostrador.cl . En ese entonces el editor de El Mostrador cortó algunas frases y omitió otras. Esta es la entrevista completa.
—Los detectives salvajes puede ser leída como una novela del fracaso total de un aprendizaje político y poético de toda una generación (los ‘60, los ‘70) que al fin se estrellaría (irónicamente) con el Muro de Berlín y la caída del campo socialista. ¿Sería aquello una de las importantes temáticas de tu producción narrativa a partir de los noventa? —Yo no creo que Los detectives salvajes sea la novela del fracaso de una generación. La educación sentimental, de Flaubert, no es la novela del fracaso de una generación. Al menos, su lectura no puede, en modo alguno, agotarse allí. Tampoco creo que La guerra y la paz sea la novela del fracaso de una generación. O Conversación en la Catedral. Sabemos, es una lección del siglo XIX que sólo ha quedado clara en el siglo XX, que toda generación, por el simple hecho de existir, está abocada al fracaso.
Pero eso, bien pensado, carece de importancia, como hubiera dicho Empédocles y como sabe, en su fuero interno, toda persona. Lo importante es otra cosa. William Carlos Williams tiene un poema magnífico sobre esto. Es un poema largo, algo poco usual en Williams, en donde habla de una mujer, una trabajadora, y cuenta las vicisitudes de su vida, una vida más llena de desgracias que de alegrías, pero que esta mujer afronta con valor. Al final del poema, dice Williams: si no puedes traer a esta tierra algo más que no sea tu propia mierda, lárgate de aquí. Por supuesto, lo dice con otras palabras, creo. Pero la idea es esa.
—Me parece que en tu narrativa no se cuenta una historia principal sino que “intercalas” otras alrededor de ella (a manera de la historias intercaladas de “El Quijote”). Eso se nota, entre otras, en Los detectives salvajes o Nocturno de Chile. ¿Crees que con esa “diversidad” narrativa has querido romper un modelo lineal, fundacional, de la narrativa de los 60, 70, o la testimonial pura de los 80? —A mí nunca me ha interesado eso que llamas literatura lineal. Toda novela, digamos, desde Stendhal, es “un espejo que se pasea a lo largo de un camino”, y todo camino, evidentemente, ofrece una diversidad de historias considerable. Toda historia, por otra parte, es siempre una historia en el tiempo, no fuera del tiempo, por lo tanto susceptible de cambios y metamorfosis. Y susceptible también de varias lecturas. “El Quijote”, sin duda, sigue siendo, al menos para los escritores de nuestra lengua, el centro del canon. Y sobre la “diversidad”, pues no sé qué decirte sino que a veces no es tal.
—Esas historias creo le dan otra dimensión a tu narrativa (poética, surreal, alucinante, algo así). Por ejemplo, en Nocturno de Chile, hay allí varias, “intercaladas” a la historia de Sebastián Lacroix. Una es la historia del pintor guatemalteco y el pintor Jünger; otra es la del zapatero, súbdito del emperador austro-húngaro que parecen nada tiene que ver con Lacroix; o la historia de las iglesias y los halcones; la de María Canales, por ejemplo. ¿Qué podrías decir sobre eso? —Bueno, esas historias están allí principalmente en función del personaje principal, del cura Ibacache. Digamos que esas historias funcionan como los abismos del cura. Ahora bien, una vez allí, esas historias también tienen que funcionar por sí mismas. Digamos que son ejemplos filosóficos, en el sentido volteriano, de una trayectoria moral. Y también son una cortesía del escritor al lector, claro.
—Tu pasado, antes de narrador, fue la poesía y la sigue siendo. Tengo en mis manos la antología aquella que hizo Soledad Bianchi en 1984 (Entre la lluvia y el arcoiris: jóvenes poetas chilenos), título bien utópico, pero entendible en los momentos que se escribieron esos poemas. Tú mismo allí en tu poética (junto a Bruno Montané) proyectas la creencia en una poesía redentora en ese entonces: el poeta que hablará por los caídos, por los desaparecidos, por las masas. O sea, cuando escribes poesía ahora ¿cómo es ese nuevo hablante poético llamado Roberto Bolaño? —Yo siempre estuve contra la poesía dirigida, la poesía del pueblo, la poesía de consignas, la poesía del partido. No he llegado a esa conclusión al cabo del tiempo. Siempre estuve en contra. Ahora bien: también creo que de alguna manera la belleza, la belleza inútil, siempre está, y esa es precisamente su soberanía, su elegancia extrema, con los desposeídos, con los enfermos, con los perdedores, o que, al cabo de un periplo no siempre mensurable, vuelve a ellos, vuelve a esa zona misteriosa y cotidiana que, para entendernos (pero únicamente para entendernos), llamamos el pueblo, los ciudadanos, los trabajadores. Y también, cómo no, los vagos intrabajables.
—He leído en algunas entrevistas tuyas en que desconfías de los académicos (latinoamericanos) que enseñan literatura latinoamericana en los "campus" de universidades de EE.UU. ¿Por qué? —No, no creo que desconfíe. En realidad no tengo una idea formada de ese conglomerado que probablemente debe de ser muy variado. La verdad es que tampoco tienen una imagen muy buena. Aquí en Europa se les suele ver como ratas. O como parte de una picaresca muy latinoamericana. Pero recuerdo excelentes profesores, como Vázquez Amaral, por ejemplo, que tradujo los Cantos de Pound y que era una persona muy atenta, muy amable. Piglia, que también enseña en Estados Unidos, es un escritor que me interesa.
Y Carmen Boullosa, la escritora mexicana. Supongo que ocurre lo que en otros ámbitos del quehacer humano: por uno bueno hay cien nefastos. Harold Bloom tiene algunas opiniones formadas al respecto, porque es un terreno que le atañe, digamos, personalmente. A mí, francamente, me da lo mismo.
—Por otro lado, ¿viajarías y vivirías en EE.UU como escritor invitado a un “campus” norteamericano? Esas invitaciones pertenecen a una larga tradición (como sabes han pasado muchísimos escritores/as y siguen pasando, y la lista es larguísima). Incluso las postulaciones al famoso taller internacional de narrativa de la Universidad de Iowa (desde septiembre a diciembre de cada año) es siempre masiva con postulantes de toda América Latina. ¿Qué opinas de eso? —No, yo no tengo entre mis planes viajar a Estados Unidos. Menos aún a un “campus”. A una cierta edad puede ser aleccionador hacer un viaje o vivir una temporada allí. Pero yo ya tengo más de cuarenta años, de hecho el 2003 cumpliré cincuenta, y me es muy grato vivir en Europa. De joven, tal vez hubiera sido interesante vivir en Arizona o en California o en Nueva York, que supongo son lugares llenos de energía. Por supuesto, en ningún caso hubiera vivido en un “campus”, ni creo, por otra parte, que me hubieran invitado a pasar allí ni siquiera un fin de semana. De hecho, sinceramente, no creo que cuando yo era joven, me hubieran concedido visado para entrar a Estados Unidos. Allí sólo conceden visados a los ricos y a los terroristas. Claro, hubiera podido entrar como espalda mojada, pero es que yo en México ya vivía como espalda mojada, así que en Estados Unidos hubiera sido doblemente espalda mojada.O espalda y pecho mojado, lo que hubiera sido el colmo. En realidad, al contrario de muchos escritores chilenos, nunca sentí la llamada del tío Sam. En América me interesaba muchísimo más México y Argentina. De hecho, podría decir que me interesaba mucho más Perú, la riquísima poesía peruana de los años setenta, que Estados Unidos. Y ahora, pues no sé, no cambio el vivir junto al Mediterráneo por nada.
—La novela que terminas – 2666 – , casi de mil páginas, ¿qué es? —2666 es una apuesta. Dado el número de sus páginas, la apuesta necesariamente ha de ser fuerte. Aunque en realidad toda obra literaria tendría que enfocarse así: un trabajo de artesanía, de humildad y de paciencia, pero también una apuesta salvaje, el instante en que el escritor se la juega a todo o nada. Ese es uno de los males, por otra parte, de la literatura actual. Son muy pocos los escritores que se la juegan a todo o nada. Casi todos prefieren situarse en un término medio, contentar a una entelequia a la que llaman público lector, y asegurar su sueldo. Que a final de cuentas no es más que un sueldito miserable.
—Pasando a otra pregunta quizás distante. Estoy haciendo esta pregunta a varios escritores, intelectuales, políticos, economistas, sobre Cuba. ¿Cuál es tu opinión de Cuba en estos momentos (desde tu perspectiva de escritor) cuando ya no existe un campo socialista y hay una real globalización a nivel mundial? —Cuando existía el así llamado, muy mal llamado, campo socialista, Cuba era una dictadura. Era la dictadura que tuvo preso a Reinaldo Arenas, por el único delito de ser homosexual, por ejemplo, o que procuró mantener en el ostracismo a Lezama, o que ninguneó a Virgilio Piñera. Hoy que ya no existe el mal llamado campo socialista. Cuba sigue siendo una dictadura, una dictadura cada vez más parecida a la larga, inacabable serie de dictaduras que hemos padecido en Latinoamérica. La utopía caribeña huele a mierda de hiena.
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Javier Campos es narrador, poeta, ensayista, columnista, profesor emérito por la Universidad jesuita de Fairfield, Connecticut, EE. UU. Nació en Santiago, Chile. Vive en Spring Hill, Florida. Recientes libros publicados, entre otros: El bailador de tango (novela, Casasola editor, Washington, 2018), El tango en el Río de La Plata (ensayo, Editorial Corregidor, Buenos Aires, 2019), La isla del fin del mundo (novela, Mago editores, Chile, 2020), Los gatos no viven en el tejado y otros poemas de amor (poesía, Mago editores, Chile, 2020). Fue traductor de la poesía del poeta ruso Yevgeny Yevtushenko (ediciones de Nicaragua, Colombia, Chile, Perú, Cuba, Rusia, España). La revista Review: Literature and Arts of the Americas, 104, julio de 2022, Manhattan, New York, dedicó una sección a la poesía de Javier Campos en traducción al inglés (Irene Hodgson, Nick Hill y Jessica Treat traductores). Último libro publicado Las sombras del amor, poesía, Editorial Valparaíso, España, Granada, 2022. Ha obtenido varios premios en narrativa y poesía. Ha participado en muchos festivales internacionales de poesía en diferentes partes del mundo. Ha escrito varios ensayos y artículos sobre poesía chilena, poesía y globalización, poesía y la revolución digital. Ha publicado en la Revista Altazor ensayos y propia poesía, Fue columnista del diario El Mostrador, Chile, desde 2002 a 2015 (escribió cerca de 300 columnas). Su libro El tango en el Río de La Plata ha sido traducido al italiano y sale en abril-mayo de 2025 en Italia. Un libro de cuentos inéditos saldrá en 2025 en Buenos Aires. Tiene una novela inédita. Muchas otras columnas están en el sitio www.letras.mysite.com
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Bolaño: “La utopía caribeña huele a mierda de hiena”.
Por Javier Campos.
Columna rescatada. Entrevista a Roberto Bolaño el 3 de agosto de 2002