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Roberto Bolaño, su gloria y su condena

Por María Teresa Cárdenas
Publicado en El Mercurio, 16 de julio 2023


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Veinte años y un día se cumplen desde la prematura muerte de este escritor que nació en Chile, se descubrió
poeta en México y llegó a la prosa en España.


"La unanimidad me jode muchísimo", dijo Roberto Bolaño (1953-2003) en una de las tantas entrevistas que dio en sus últimos cinco años de vida, ya convertido en una celebridad literaria gracias a Los detectives salvajes y a los dos importantes premios que logró con esta novela: el Herralde y el Rómulo Gallegos. Pero no se refería aquí a la literatura, sino a la política, para explicar su llegada al trotskismo: "No me gustaba esa unanimidad sacerdotal, clerical de los comunistas. Siempre he sido de izquierda y no me iba a hacer de derecha (...), entonces me hice trotskista", decía. Aunque se encontró con lo mismo: "Tampoco me gustaba la unanimidad clerical de los trotskistas, y terminé siendo anarquista". Y como no conocía más anarquistas que él, decidió seguir siéndolo. Sus palabras forman parte de Bolaño por sí mismo, una selección a cargo de Andrés Braithwaite publicada por Ediciones UDP en 2006 y 2011 y que ahora aparece por Ediciones Bastante, con epílogo de Alejandro Zambra y conservando el prólogo de Juan Villoro (pdf) .

La unanimidad, el estar de acuerdo, no iba con la personalidad de Bolaño. Incluso, como lo prueban estas once entrevistas escogidas más los extractos de otras tantas, podía discrepar de sus propias opiniones. O contradecirse. Así como Juan Villoro cuenta que su amigo "no aceptaba la menor crítica sobre México (...) ni toleraba elogios a Chile", después se lee en una respuesta: "A mí me encanta estar en Chile, me gusta comer empanadas, hablar con mis amigos, salir a pasear por cualquier calle de Santiago". O también: "No me enorgullezco de ser chileno ni me avergüenzo: es algo que acepto con naturalidad", para más adelante definirse como "latinoamericano", ni chileno, ni mexicano, ni español.

No hay que pasar por alto, por supuesto, la ironía del personaje, su costumbre de no tomarse en serio sus propias declaraciones o desarmar con ellas cualquier asomo de lugar común o de sentencia ampulosa. Quizás por lo mismo hay en este conjunto tantas frases subrayables. Por ejemplo, cuando explica para qué le ha servido la literatura. "Podría dar una respuesta aparentemente poética: 'para no morirme', pero es falso. Yo seguiría vivo y probablemente con mejor salud si no hubiera optado por la literatura". Hoy la frase cobra otro sentido. Y lo que agrega es conmovedor: "A mí, la literatura me ha servido básicamente para leer. En el momento en que decido que voy a ser escritor, me pongo a leer. En mi vida, que ha sido más bien nómade y de una pobreza extrema en ocasiones, el leer ha contrapesado esa pobreza y ha sido mi soberanía y ha sido mi elegancia (...) La literatura a mí me ha producido riqueza, es riqueza".

Roberto Bolaño decidió ser escritor a los 16 años, en México, donde había llegado con su familia después de sucesivos traslados dentro de Chile. Tan radical fue su apuesta que abandonó la enseñanza secundaria para dedicarse a ello. Sus profesores se quejaban, además, de que los dejaba en ridículo con sus conocimientos enciclopédicos. Se inició en la poesía y fundó, con su amigo Mario Santiago Papasquiaro, el grupo infrarrealista. "Mi descubrimiento de la poesía fue algo gozoso. (...) Escribir poesía no era solo escribir poesía, era leer poesía, era vivir la bohemia mexicana", contaba. Un quiebre amoroso lo llevó a Barcelona, donde antes habían partido su madre y su hermana. Sobrevivía con trabajos diversos y mandaba sus escritos a todos los concursos de los diversos ayuntamientos. "Los premios que recuerdo con mayor cariño e incluso con mayor fervor son los premios de provincia (...) cuando llegaba el cheque, era como agua bendita, era maná caído del cielo".

Todos sus esfuerzos y penurias empezaron a ser recompensados con la publicación de sus novelas La pista de hielo, La literatura nazi en América y Estrella distante. Su nombre ya había entrado en el radar de las editoriales y de los lectores, aunque estos todavía eran escasos. Vino entonces el impacto de Los detectives salvajes y dos premios que por primera vez distinguían a un autor chileno, aunque "cuando yo gané el Herralde no me hacía falta el dinero, y cuando gané el Rómulo Gallegos, tampoco". Como en una novela con final feliz, Bolaño conquistaba finalmente el éxito. Pero la enfermedad lo acosaba desde 1992; sabía que escribía contra el tiempo y a ello dedicó sus mayores esfuerzos, dejando inédita su monumental novela 2666 y su volumen de cuentos El gaucho insufrible, más una serie de títulos que también han ido apareciendo de manera póstuma y que han desatado lamentables y enconadas querellas.

A la cabeza de las decisiones sobre su legado, su viuda, Carolina López, cambió de editorial —Anagrama por Alfaguara— y de agente literario, cortando relaciones, además, con los amigos de su marido que confirmaron y propagaron una relación sentimental con otra mujer en sus últimos años. Peleas y rencores que, a pesar de su humor negro y sus expresiones ácidas, Roberto Bolaño difícilmente podría haber imaginado. Como tampoco el impacto que ha tenido su obra en todo el mundo, con traducciones y publicaciones en numerosos países, seleccionada en listas de los mejores libros en lengua castellana, estudiada en universidades. Una aceptación unánime que quizás le habría resultado incómoda. O de la que al menos habría descreído. "Hay escritores que se lo juegan todo, todo, por el reconocimiento, por la inmortalidad (...): no existe el reconocimiento, no existe la inmortalidad", dijo en otra entrevista. "Todos estamos condenados al olvido". A 20 años y un día de su muerte, Bolaño está lejos aún de esa condena.


 

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Roberto Bolaño, su gloria y su condena
Por María Teresa Cárdenas
Publicado en El Mercurio, 16 de julio 2023