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BOLAÑO BAJO SOSPECHA: UN PERRO FIEL A LA
POESÍA
Por C. Valeria Bril
cvbrilvaleria@yahoo.com.ar
Publicado en Narrativas. Revista de narrativa contemporánea en castellano. N°. 38 – Julio-Septiembre 2015
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El escritor Roberto Bolaño recuerda como una anécdota que robaba libros de la librería del Sótano y de la librería Cristal en México. Y los libros que podía llevar eran de autores franceses (poetas) de finales del siglo diecinueve y de principios del siglo veinte, por lo que tenía muchas obras de ese período. Esto quizá se debe a la disposición espacial en la ubicación de los libros en esas librerías.
Esta anécdota al igual que otras narradas por Bolaño que el autor suele recrear también en su ficción (por ejemplo en el relato «El gusano» de Llamadas telefónicas (1997)), demuestran las desventuras y las limitaciones económicas básicas que tenía el autor para comprar libros. Bolaño solía decir que uno empieza comprando o robando libros y termina leyéndolos. Esta suerte de maldición con la literatura lo acerca a su verdadera esencia como escritor que estaría en la poesía; Bolaño se siente un poeta.
De hecho, Bolaño admiraba profundamente a Nicanor Parra y su obsesión por el poeta lo lleva a leer (en uno de los libros que le regaló su compatriota Jaime Quezada con quien convivió en dos oportunidades: en México y en Chile)[1] unos versos de Poemas y Antipoemas (1954): «Cuando pasen los años/ y yo sólo sea un pobre hombre cansado de andar por los jardines,/ ¿dónde estarás tú?» (Parra, n.p.), cuando se despide de Quezada y tiene que dejar su pequeña biblioteca itinerante en México, para regresar a Chile en 1973[2]. Y tal vez Bolaño fue por aquel entonces ese «pobre hombre cansado de andar por los jardines», ya que por su bohemio estilo de vida parecía habitar su propio paraíso poético construido con otros jóvenes poetas latinoamericanos, quienes se reunían en bares para hablar de poesía y soñar con la posibilidad de llegar a ser grandes poetas. Esta etapa tan apreciada en la vida del autor quedaría relegada por su etapa literaria posterior como narrador.
EL ESCRITOR: UN POETA SIEMPRE
La importancia que tiene la poesía para la interpretación de la cultura en la sociedad, es algo que destaca el escritor mexicano Octavio Paz cuando afirma que «[u]na poesía sin sociedad sería un poema sin autor, sin lector y, en rigor, sin palabras» ([1967] 1992: 95). Si se suprime la poesía en una «sociedad de discurso» ([1970] 1987: 35) —como diría Foucault, para definir la existencia discursiva y la posición del autor—, lo que estaríamos haciendo es despojar a esa sociedad de una parte importante de ella o de todo.
Bolaño sostiene que la poesía siempre tuvo una cara joven y en cambio la mejor prosa tenía «cara de viejo o de tipo madurito» (Donoso, 2003: n.p.). El autor estima que esto es culpa de la cantidad de páginas que el narrador debe llenar con su escritura, y porque sobre él pesa una responsabilidad, incluso y más específicamente, una responsabilidad mercantil. Y además el poeta aparece en el imaginario de la gente como un adolescente eterno, porque se subraya su carácter irresponsable tanto por su sentido errático en la vida como por la informalidad con la que asume —en algunos casos— su oficio literario.
El autor chileno se considera primero poeta y luego narrador, por lo tanto sus dos figuras favoritas son: Homero y Borges, que fueron dos grandes poetas representantes paradójicamente de la edad adulta o de la ancianidad. Sobre el último, Bolaño afirmó que escribió los mejores poemas a una edad avanzada en el umbral de su propia muerte, aunque se consideran que ésos fueron «sus peores poemas de senectud» (Neuman, 2008: n.p.).
Bolaño dijo además que el primer libro que compró en Europa (en España —Madrid—) en 1977, y que mantenía en su biblioteca, se trataba de la Obra poética (1964) de Jorge Luis Borges. Ésta era la única lectura que lo podía distanciar de la vida desmesurada que llevaba por aquel entonces, para lograr reflexionar sobre la naturaleza de la poesía desde una mirada borgeana que es —para el autor— inteligente y valiente, pero desesperanzadora. No sólo es la lectura de Borges la que incita a Bolaño a la reflexión, sino que es lo que mantiene «viva» en definitiva a la poesía (Bolaño, 2004: 185).
Si bien la verdadera esencia en la obra de un escritor suele ser ignorada por éste, tiene la particularidad de llegar como una confesión al final de la vida del autor. En este sentido y resumiendo de algún modo la idea sobre la esencia literaria, lo que parece ocurrir es, como dijo Borges citando a Platón, que: «[...] los poetas son amanuenses de un dios, que los anima contra su voluntad, contra sus propósitos, como el imán anima a una serie de anillos de hierro» (1953: 525).
En el caso de Bolaño, éste fue un poeta con una voluntad propia inquebrantable y una vocación poética indiscutible. Como podemos ver por su activa participación en proyectos antológicos que fueron gestado por él o por su grupo de poetas infrarrealistas[3]. De las colaboraciones fuera del emprendimiento editorial de su grupo poético —en varias antologías publicadas por editoriales[4] chilenas, españolas[5] y otras— registramos la importancia de aquella inclusión como poeta chileno en la antología: Entre la lluvia y el arcoiris (1983), en la cual Bolaño participa de manera individual con el texto presentación «Acerca de mi (sagrada) familia» y los poemas «NIÑA RUBIA» (1975), «NENUFARES» (1977), «LA FRONDA» (1976), «GENERACIÓN DE LOS PÁRPADOS ELÉCTRICOS/IRLANDESA N° 2 CONSTELACIÓN SANJINÉS» (1976), «UN RESPLANDOR EN LA MEJILLA paisajes de cisnes instantáneos» (1977) —texto publicado en la revista de literatura Operador, en 1978— y «APUNTES PARA UNA ANTI-ELEGÍA DE SOPHIE PODOLSKI» (1977), y también junto a Bruno Montané con el texto presentación «Rasgar el tambor, la placenta» (1977) (en donde se adhieren «a la ofensiva por una nueva poesía» (Bianchi, 1983: 262)) —texto que ya había sido publicado en la revista Rimbaud, vuelve a casa (1977)— y el poema «LA CANTERA DE LAS MANOS» (1977); puesto que allí se hace notoria la preocupación —de casi todos los autores que participan en la antología— por el trabajo del poeta, su labor literaria, y su vinculación con el lenguaje y con la necesidad de comunicación y de expresión.
Y quizás por eso en el texto introductorio «Acerca de mi (sagrada) familia», fechado en Barcelona en noviembre de 1979, Bolaño escribe sobre todo lo que ama y hace explícita su admiración a su madre María Victoria Ávalos:
He aprendido de los caminos donde me he extraviado. He aprendido miles, millones de cosas de Victoria Avalos, que nombrarlas seria vano. Sólo sé que es libre contra viento y marea. Y que si todos mis poemas contuvieran una briznita de su alegría y de su fortaleza para andar a través de países y amigos y contrarrevoluciones y trabajos, ya me sentiría yo completamente satisfecho. Amo la poesía de Jorge Teillier. Sobre todo cuando dice: treinta años antes/Treinta años después/‘Esto no puede ser sino el fin del mundo. Adelante!’/Que el viento y la esperanza siempre estén con nosotros. Amo, igualmente, las canciones y los poemas y todo lo que Violeta Parra hizo como uno de los desafíos más tremendos y dulces del arte chileno (Bianchi, 1983: 166-7, la cursiva es del autor).
En dicha antología de poesía chilena se incluye una síntesis biográfica de Roberto Bolaño: una descripción del autor no sólo como co-fundador del movimiento infrarrealista, co-director de la revista Correspondencia infrarrealista y co-editor (junto a Bruno Montané) de la revista Rimbaud, vuelve a casa, sino también se dice que perteneció al movimiento «Hora Zero». Esto último no ha sido corroborado por el autor. Si bien hubo una amistad entre los poetas infras y los horazerianos, quienes compartieron algunas ideas estéticas y teóricas sobre la poesía, nunca se supo sobre la supuesta incorporación de Bolaño al grupo peruano.
Bolaño fue reconocido como novelista más que como poeta, y así trascendió a nivel mundial en el ámbito de las letras. Pero, en la actualidad, las nuevas perspectivas sobre su obra nos llevan a estudiar y a conocer más profundamente su poesía, sobre todo con la publicación (a cargo de los herederos de Bolaño) de su último libro de poesía La Universidad Desconocida (2007). Esta obra nos impulsa a pensar que el empeño de Bolaño por publicar poesía —que no le resultó tan accesible en sus inicios literarios— terminó convirtiendo al escritor en el narrador que conocemos. Bolaño es un poeta que escribe novelas.
Bolaño fue un gran lector y admirador —como mencionamos— de Nicanor Parra, de la persona y del poeta. El autor lo demuestra cada vez que puede en el contexto ficcional de sus libros, cuando pone en boca de uno de sus personajes en la novela Los sinsabores del verdadero policía (2011):
[Amalfitano dijo:] la poesía moderna latinoamericana nace con dos poemas. El primero es el ―Soliloquio del Individuo‖, de Nicanor Parra [...] El segundo es el ―Viaje a Nueva York‖, de Ernesto Cardenal [...] Ambos textos, el ―Soliloquio‖ y el ―Viaje‖, son las dos caras de la poe - sía moderna, el demonio y el ángel, respectivamente (y no olvidemos, como dato curioso, pero tal vez un poco más que eso, que en el ―Viaje‖ Ernesto Cardenal menciona a Nicanor Parra), acaso el momento más lúcido y terrible a partir del cual el cielo se oscurece y comienza la tormenta (Bolaño, 2011: 130).
El autor chileno se refería a Parra como el maestro, o mejor dicho como su maestro, aunque él se considera que no tiene los méritos suficientes como para ser su discípulo. Por su parte, Parra dijo sobre Bolaño tras su muerte: «Yo soy el Horacio de Hamlet, que era Roberto; Hamlet no era nada sin Horacio y viceversa. ¿Qué se dice en este caso? Nada. El resto es silencio. No se puede verbalizar el pensamiento y el estado de ánimo. Roberto fue un lector muy atento de la antipoesía, un amigo total y un escritor del porte de un buque» (Morales, 2003: n.p.).
Toda la obra de Parra es apreciada por Bolaño, sus Poemas y antipoemas y sus libros de los años sesenta, pero es el poema el «Soliloquio del Individuo» que marcaría, según Bolaño: un antes y un después en la poesía. Puesto que a partir del mismo se dice que el poeta ya no canta («El poeta era un ruiseñor»), sino que piensa —es un ser pensante—.
Y continuando con las palabras de Bolaño, éste considera que Parra posee la oscuridad del movimiento poético cuando escribe sobre el dolor y la soledad, y sobre los desafíos inútiles y necesarios, dado que «[s]us atributos, sus ropajes, los símbolos que lo acompañan como tumores son corrientes: [porque] es el poeta que duerme sentado en una silla» (Bolaño, 2004: 91). Y esto último pone en evidencia que Bolaño trata de referirse a una de las posibles definiciones sobre «(Qué es un antipoeta: [el cual es] Un poeta que duerme sentado en una silla? [...]» (Parra, 1954: n.p.), que corresponde con los versos de «Test» de Poemas y antipoemas de su amigo Nicanor Parra.
La antipoesía parriana intenta desacralizar la realidad quitándole seriedad a las ideas y a las acciones: los modos de vida de una sociedad, en la cual (y por la cual) la poesía es un asunto que interesa poco. Un ejemplo de esto se puede observar en una entrevista a Roberto Bolaño, cuando le preguntaron al autor cómo le afecta su enfermedad (se hace referencia a su enfermedad hepática crónica que lo llevaría finalmente a la muerte) en su vida cotidiana, y éste respondió, recordando a Parra y ejerciendo su típico humor bolañiano: «[...] me suelo desmayar en las plazas públicas, lo que resulta muy poético y que, además, me recuerda un poema de Parra. Eso es magnífico: vivir como un turista en el interior de un poema de Parra. [...] Por lo demás, no me afecta en nada» (Braithwaite, 2006: 84).
Y fue precisamente Parra quien advirtió que a partir de un lenguaje apropiado como el de la antipoesía que parece materializarse con frases hechas colocadas en un tono de lección magistral: el poeta busca desplazar o «destruir» a la poesía tradicional, porque ya no le sirve para comunicar ni para alcanzar con esa comunicación la sensibilidad del hombre contemporáneo. Y Parra agregó que hay que acomodarse —«nivelarse»— al hombre común: «Este es nuestro mensaje,/ Los resplandores de la poesía/ Deben llegar a todos por igual/ La poesía alcanza para todos./ Nada más, compañeros» (Parra, 1954: n.p.).
De cualquier manera, el poeta es un hombre como todos que dejó de ser «el poeta demiurgo, el poeta Barata y el poeta Ratón de Biblioteca», para convertirse en un constructor de puertas y ventanas, en un albañil que construye su muro (Parra, 1969: n.p.). Este rechazo a otras maneras de ser poeta es una denuncia formal de Parra, quien está en contra de la poesía de «pequeño dios» de Vicente Huidobro, la poesía de «vaca sagrada» de Pablo Neruda y la poesía de «toro furioso» de Pablo de Rokha, porque viene a demostrar desde su antipoesía que la poesía debe alcanzar a todos.
La antipoesía surge en una época de ruptura en la que se hablaba en narrativa de «antinovela» y en las artes de «antipintura», y se manifiesta como un movimiento o corriente de poesía «antinerudiana» que tiene un lenguaje irónico, burlesco y anclado en lo cotidiano. Porque como dice Parra cuando se dirige a los poetas que bajaron del Olimpo: «TODO ES POESÍA/ menos la poesía» y «LA POESÍA MORIRÁ SINO SE LA OFENDE hay que poseerla y humillarla en público después se verá lo que se hace» (1972: n.p.).
Así la figura de poeta de Parra como su poesía —«antipoesía»— se convierten en referentes habituales en la literatura de Bolaño, y se constituyen en espacios fundamentales para contextualizar las proposiciones teóricas de reflexión poética —constante— en la obra bolañiana. Parra y Bolaño compartían un cariño mutuo como hombres de letras, y también por la poesía. El primero llegó a reconocer que el trabajo literario que hacía Bolaño, sería capaz de brindar a sus lectores y a sus seguidores el sentido verdadero de la poesía. Porque ser escritor para Bolaño implica convertir su estilo de escritura en algo único, al igual que su perfil de autor, que se asemeja a la manera de Parra: a un poeta que es «un huérfano nato». El sentido poético de Bolaño —según nuestra opinión— estaría encerrado en esa visceralidad que logra transmitir en cada uno de sus textos, en su poesía y en su narrativa.
Los poemas de Bolaño —así como su narrativa— evocan relatos de personajes que transitaron en su vida, pero sin caer en «[…] desmanes líricos o metafóricos [que] suelen ser aburridos y no soportan las relecturas» (Donoso, 2003: n.p.). Puesto que la poesía debería ser, al decir de Bolaño, siempre clara, de naturaleza legible y sobre todo con sentido del humor. Bolaño aprendió no sólo el significado de la poesía sino el sentido del humor de Parra, quien le enseñó a reírse y a tomar con humor la literatura en general.
Pero lo importante es señalar que lo que vale para Bolaño, es que tanto:
Mi poesía [...] [como] mi narrativa forman un solo proyecto literario. Y los compartimentos estancos, los géneros, son la mejor plaza para que un artesano pruebe sus propias virtudes y sus propias excelencias. Para un escritor que pretende dominar algunos mecanismos del oficio, los géneros literarios son un regalo de los dioses. Por otro lado, hay textos que yo, al menos, sólo los puedo ver cortados en versos, cortados con una estructura poética. No sé a qué se debe (Gras Miravet, 2000: 55-56).
Para los fines de la propuesta literaria de Bolaño, «Leer a Parra» es leer al mejor poeta en español vivo y a un compatriota que le recuerda cosas de su infancia. Y para la mayoría de los escritores, parece que creer en estos maestros (como Nicanor Parra) les da la ilusión de ser mejores de lo que son, y esto logra realmente un avance notable en el arte creativo de sus literaturas. Más allá de que Bolaño tuviera un conocimiento profundo sobre la poesía y sobre los movimientos poéticos, y que había leído desde niño a muchos poetas, solía decir que un poeta para ser considerado poeta debía «vivir como poeta las veinticuatro horas del día». Y sólo así con esa exigencia y a pesar de que a Bolaño le resultaba muy fácil escribir (poesía y narrativa) —aunque luego revisaba muchísimo—, dejaría de tener aquella sensación que confesara el autor con respecto a su escritura: de que lo que había hecho estaba mal.
COMENTARIOS FINALES
A Bolaño se lo podría considerar un escritor «artesano», porque demostró tener la voluntad y la paciencia suficientes para producir —con mucho esfuerzo y pocos medios económicos— una gran obra literaria. Bolaño es un escritor con las competencias suficientes para probar su oficio a partir de la dominación absoluta de las herramientas propias de la profesión. Este autor fue capaz de lidiar con los compartimentos estancos vinculados a los géneros y con tres castellanos diferentes que le resultaban a veces —como dijera Bolaño— «un lío bestial», porque ponía mexicanismos donde debía haber chilenismos. Su estadía en tres países (Chile, México y España) lo obliga a tener cierta rigurosidad a la hora de utilizar algunos términos en sus textos, particularmente en sus novelas. Aunque fue un escritor autodidacta cuyos conocimientos literarios se basan en aquellos autores que le gustaban y a quienes había leído incansablemente, esa peculiar condición de autor no le impidió conseguir la más alta calidad literaria en su obra.
Este empeño literario lo llevó a tomar la decisión de quemar la obra perteneciente a su primera etapa de escritura como dramaturgo. Quemó sus obras de teatro ya pasadas a máquina y preparadas para ser escenificadas, porque las consideraba muy malas e irrepresentables. El poeta Bruno Montané Krebs asistió con estupor a tal acto y confiesa que le causó cierta impresión la quema de unas quinientas páginas en pocos minutos. La determinación de Bolaño de deshacerse de sus primeros textos le provocó admiración a Montané Krebs, quien creyó entender que aquel acto consistía en un ritual que se podía traducir en la siguiente reflexión, que valdría para los dos poetas —tanto para Bolaño como para él—: «[...] así hay que escribir, escribir para quemar y seguir escribiendo» (González Férriz, 2005: 100).
Pese a aquel comportamiento determinante en la vida literaria de Bolaño, el autor siguió escribiendo y sus libros eran leídos por su esposa Carolina, por su editor Jorge Herralde, y luego según reconociera Bolaño procuraba olvidarlos para siempre. Lo que parece no haber olvidado Roberto Bolaño fue su fidelidad a la poesía; era un fanático de este género, incluso antes de tener la posibilidad de ser poeta. Y según la consideración de Bolaño, las imágenes que tenía de la poesía (chilena) se asemejaban al recuerdo de «[...] mi primer perro, el Duque, una mezcla de San Bernardo, pastor alemán, perro lobo y quiltro, que vivió en nuestra casa durante muchos años y que en algunos momentos de desamparo fue como mi padre, mi madre, mi profesor y mi hermano, todo junto» (Bolaño, 2004: 88). Este modo de reconocimiento mediante el cual «el Duque» representa a la poesía chilena, alude también desde la figura del perro al poeta como un «espacio tópico»[6] en donde encuentra contención, amparo y un modelo a seguir.
Por eso Bolaño se instaló en el rol de poeta como si éste fuera su investidura sacerdotal, para permitirse señalar el bien y el mal, y dar alivio o condenar al infierno a aquellos escritores —según su opinión— «mediocres» que no alcanzaban las exigencias literarias. Bolaño no quiso omitir sus opiniones, por lo que dio a conocer sus puntos de vista con respecto a la obra literaria de otros escritores, sin importarle que fueran consagrados o no, y así fue construyendo su propio canon literario.
La idea de la reformulación canónica estuvo muy presente en los discursos y en los textos críticos de Bolaño, permitiendo a este autor la construcción o la puesta en funcionamiento de un engranaje literario basado en una estructura poética que incluía nombres de escritores olvidados, sin límites generacionales ni de lenguas, ni de áreas literarias, para lograr la convivencia de nuevos cánones literarios occidentales. Nuevos cánones con los cuales fuera factible materializar esa coexistencia universal entre poetas y narradores de diferentes literaturas, para instalar con esa comunión una perspectiva o un punto de apoyo para determinar cuáles son los rasgos literarios más sobresalientes o que le interesa mostrar en la arquitectura de su escritura.
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NOTAS
[1] Jaime Quezada vivió en la casa de los padres de Roberto Bolaño por casi dos años de 1971 a 1972, en la ciudad de México. Y después —hacia finales de 1972— Quezada regresó a Chile, pero Bolaño siguió en aquella ciudad. En agosto de 1973, unas semanas antes del golpe militar a la presidencia de Salvador Allende, Bolaño volvió a Chile siguiendo la misma ruta que Quezada había hecho en sentido inverso (Santiago-México) un par de años antes. Allí, en Santiago, se quedó en la casa de Quezada —en la Comuna de La Cisterna— durante aquellos dramáticos días hasta que pudo regresar de nuevo a México.
[2] Bolaño regresa a su país para integrarse como voluntario a la resistencia junto a un grupo de jóvenes leales a Salvador Allende, y al poco tiempo de su llegada se produce el golpe militar al gobierno de Allende. Es detenido por la policía y es acusado de terrorista extranjero (por su aspecto físico y por llevar dinero extranjero), y permanece preso ocho días pero logra salir de la cárcel con la ayuda de unos jóvenes policías que habían sido compañeros de escuela de Bolaño. Y entonces Bolaño se dirige nuevamente a México.
[3] El Infrarrealismo fue un movimiento poético que surgió inicialmente con el chileno Roberto Matta (1911-2002), quien fuera arquitecto, pintor y poeta, cuando éste fue expulsado del surrealismo por André Breton. Luego el movimiento infrarrealista reaparece con un grupo de jóvenes poetas mexicanos y chilenos, en México, en 1975. Los co-fundadores de este último movimiento fueron Roberto Bolaño y Mario Santiago Papasquiaro.
[4] Roberto Bolaño participó en las antologías: Los poetas chilenos luchan contra el fascismo (1977), Poesía de la resistencia y el exilio (1978), Algunos poetas en Barcelona (1978), La Novísima Poesía Latinoamericana (1980), Poesía Chilena Contemporánea (1984), Viajes de Ida y Vuelta. Poetas chilenos en Europa (1992), etc.
[5] La editorial La Cloaca publicó la antología Algunos poetas en Barcelona (1978) que incluía poemas de los chilenos Roberto Bolaño y Bruno Montané, así como del español A. G. Porta quien firmaba por aquel entonces como Antoni García kithoue. Bolaño aportó cuatro poemas: uno de los cuales fue “Amanecer” que se publicó como el segundo poema en la obra póstuma La Universidad Desconocida, en 2007.
[6] En el “'modelo elemental´ de organización narrativa de la especialidad” de Anne Henault, el “espacio heterotópico” (exterior a la acción) es el lugar desde donde parte el héroe cuando comienza a actuar y al que regresa después de la acción, y el “espacio tópico” es donde el héroe desarrolla la acción —la prueba calificante (paratópico) y la prueba principal (utópico)— (1983: 134).
BIBLIOGRAFÍA
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C. Valeria Bril. Investigadora becaria de la SECyT-UNC. Universidad Nacional de Córdoba. República Argentina.