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Bosque quemado de Roberto Brodsky: Las memorias de un exilio paterno desde la cotidianeidad
del envejecimiento y el ejercicio metaliterario
Por Benjamin Toms Escobar Cataldo
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La circunstancia histórica de abandonar la patria por condiciones políticas es sometida por el presente a un determinado procedimiento de narración, el cual articula el acontecimiento en base a una estructura atravesada por relaciones de poder. En el caso específico de las experiencias que tratan la memoria dictatorial (periodo que abarca desde el 2000 al 2016) han sido articuladas desde el giro subjetivo y las historias cotidianas[1]. Asimismo, esta forma de “recordar” marca una tendencia tanto en la academia como en el mercado de los bienes simbólicos: “Los nuevos sujetos del nuevo pasado son esos “cazadores furtivos”, que pueden hacer de la necesidad una virtud, que modifican sin espectacularidad y con astucia sus condiciones de vida, cuyas prácticas son más independientes que lo que creyeron las teorías de la ideología” (Sarlo 19). En efecto, el modo de narración de una única matriz histórica es complementado por estos dispositivos testimoniales, que trazan nuevas exigencias de método a través de la rememoración de sucesos desde el punto de vista de la primera persona.
En lo que respecta a la experiencia del exilio, un primer grupo de narradores se hace cargo de articular el destierro que sufrieron de manera directa. Uno de ellos es Antonio Skármeta, quien plantea en No pasó nada (1980)la historia de un niño (narrador en primera persona) que en conjunto con su familia es exiliado por razones políticas, el relato produce una mezcla entre la cotidianeidad de la familia en Berlín Occidental y las noticias de torturas o desapariciones provenientes de Chile. Un segundo escritor que retrata la época es José Donoso con El Jardín de al lado (1981), quien expone en un ámbito cotidiano el proceso de reflexión de un novelista chileno (ex militante de un partido de la Unidad Popular) sobre temas como el exilio o la esfera mercantil del boom latinoamericano. Por último, aparece Germán Marín con su novela Ídola (2000) que plantea a través del pacto autobiográfico el retorno del exiliado a una ciudad apocalíptica, cargada de miedos y trabajos excéntricos como guionista de cine porno. Ahora bien, frente a esta tradición de escritores que sufrieron el desarraigo de manera directa aparece una nueva subjetividad, que discute y rearticula los lugares simbólicos del discurso tratado por la generación que los antecedió. En base a esta afirmación, la tesis que expone este ensayo es que la narración propuesta por Bosque quemado articula desde la memoria de los hijos un exilio marcado por la cotidianeidad, el ejercicio metaliterario y la problematización de la retórica que los precedió.
Una primera característica que se observa es la esfera reflexiva que produce la novela con respecto a las posibilidades de articulación que entrega la literatura, por lo cual se deja abierta la pregunta si es un escrito que pertenece al género autobiográfico o no. Esta posee algunos rasgos de esta forma de escritura por medio de una narración íntima en primera persona, que observa desde el punto de vista del “yo” el deterioro físico e intelectual del padre en el exilio: “Consideraba injusto que me negara una explicación cuando yo era su cómplice y guardián, el cronista fiel que atesoraba sus dolores y luego le contaba cuentos infantiles antes de irse a dormir: apuesto a que la Junta Militar no pasa del próximo mes” (Brodsky 50). Sin embargo, Bosque quemado no presenta uno de los rasgos principales de este tipo de narración (el pacto autobiográfico), ya que la identidad mediante el nombre propio del narrador no es develada durante el escrito, a diferencia de lo que pasa con el resto de los personajes como Moisés, Félix, Victoria, etc.
Dentro del ejercicio metaliterario el narrador problematiza que los horrores producidos por el terrorismo de estado puedan ser articulados bajo el lenguaje o la metaforización: “Es poesía concreta; nada de grandes cimas ni profundos acantilados románticos, ni atrevimientos formales ni juegos entre realidad y ficción. La muerte es un ascensor y viene bajando, aquí está: la flecha del testigo se enciende en dirección al sótano y nos apretamos cuerpo contra cuerpo para recibirla” (Brodsky 55). En este sentido, se exponen ciertos aspectos particulares (cotidianos) que permiten conservar el recuerdo o reparar la identidad dañada, pero también es consciente que en el centro mismo de su narración se generan aspectos intestimoniables, que tensionan una autoridad totalitaria sobre los recuerdos por parte del sobreviviente.
Una segunda característica que evidencia el texto son las críticas que produce el narrador (segunda generación) sobre la herencia discursiva del pasado elaborada por sus padres. Por un lado, se produce una crítica frente al sentimiento de melancolía que produce el destierro de la patria: “Insistía en seguir pegado al suelo como buen chileno, algo que para mí ya no tenía ningún sentido. Dudo que lo haya tenido alguna vez” (Brodsky 22). Por otro lado, se cuestiona la opción que tomó su padre de luchar por las ideas socialistas, a las cuales considera caprichos de una burguesía: “¡Cuántos molinos de viento se habría podido evitar de no haber abrazado la dictadura del proletariado como destino científico!” (Brodsky 34). El desprendimiento del narrador-hijo de estas relaciones de poder (patria-socialismo) que atraviesan la construcción discursiva del pasado le permite ser el cronista de un proceso histórico bajo la lógica y el imaginario de una nueva generación.
Una tercera característica que se agrega es que la novela indaga la etapa posterior de los actores sociales[2] que fueron parte de la empresa política del socialismo republicano, sin embargo, se encarga de desmitificar la figura del revolucionario para entrar en los problemas que conciernen al espacio privado de estos sujetos. Uno de los ejes desarrollados para representar la figura del padre es en base a sus relaciones amorosas: en la etapa del desarraigo se presenta una histriónica novia caribeña que montada sobre la mesa de la cocina le cuenta entre lágrimas sus desdichas sentimentales; en lo que respecta a su etapa en la Unidad Popular se desarrolla la crisis matrimonial de Moisés con su esposa, quien se aleja de su marido para irse con un secretario del partido encargado del aprovisionamiento del gobierno popular; por último, en el retorno hacia la patria se muestra rehaciendo su vida a través de un matrimonio con una sofisticada actriz del teatro NOH.
Otro de los factores que conciernen al ámbito privado del padre son las constantes escenas cotidianas que permiten desarrollar el deterioro físico e intelectual de este personaje. Por un lado, se muestra la intimidad de un hombre de sesenta años que maniáticamente se levanta en la madrugada para tomar un baño: “primero echa a correr el agua de la ducha cinco o diez minutos antes de introducirse, luego cierra y abre repetidamente la puerta de su pieza, allí destapa un frasco, revisa una bolsa plástica, la cierra, abre, envuelve algo con ella, chasquea la lengua” (Brodsky 29). Por otro parte, se articula esta íntima figura en el deterioro físico que produce el exilio y el paso del tiempo: “Cuando volví a verlo en Buenos Aires, estaba irreconocible. Era una sombra del aplomado médico que en los días felices me llevaba tras la cúpula del quirófano de cardiología para presenciar operaciones complicadas” (Brodsky 44). En un gesto donosiano es el ámbito privado el que permite observar el deterioro que puede sufrir un personaje, el cual tuvo una fuerte presencia en la escena pública a raíz de su trabajo y su actividad política.
En conclusión, bosque quemado presenta una ficción que dialoga con la tradición escritural del destierro a la vez que presenta un narrador en primera persona atravesado por nuevas relaciones de poder, puesto que se observa la experiencia desde la óptica de una segunda generación que somete al ámbito cotidiano, al ejercicio metaliterario y a la problematización discursiva el proceso histórico del exilio. En este sentido, la narración no cierra del todo el pacto autobiográfico y problematiza las posibilidades que tiene la ficción para retratar la memoria del horror. Además, esta generación produce una crítica sobre la retórica de sus padres que enarbolan la bandera de la melancolía por la patria y el sueño socialista. Por último, el personaje exiliado es observado bajo la rendija del ámbito personal, por lo cual se ve el deterioro físico e intelectual producido por la edad y el golpe emocional del destierro.
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Notas
[1] Algunos ejemplos de esta clasificación son Space invaders de Nona Fernández, Formas de volver a casa de Alejandro Zambra, Había una vez un pájaro de Alejandra Costamagna, Colección particular de Gonzalo Eltesch, entre otros.
[2] El personaje principal que se encuentra observado por el narrador es un reputado cardiólogo comprometido con el partido comunista, quien sufre el exilio por la acusación de los militares de organizar clínicas clandestinas para la guerra civil.