En los años 90 escribí un reportaje en la revista Hoy titulado “Ahora todos somos de derecha”. Era una ironía a la transición a la democracia, cuando aún existía la revista Hoy y también existía la ironía. Casi treinta años más tarde, la buena noticia es que ahora todos somos de izquierda. Hoy todos votamos por terminar con la constitución de Pinochet y poner el último clavo en el ataúd de ese muerto en vida llamado transición a la democracia. La mala noticia es que ya nadie sabe qué es ser de izquierda. Algunos consideran que ser de izquierda es ir donde están los votos, otros ir a quemar la plaza o despotricar contra los partidos políticos, y algunos más escribir con la letra ‘e’ un oxímoron igualitario. Para no mencionar a quienes gobiernan con la incoherencia y levantan candidaturas populares desde las alcaldías. Todos somos de izquierda porque entendemos que la cultura política giró desde el neoliberalismo salvaje a la salvajada anti-política para hacer política: todos hablan, nadie escucha, ninguno sabe para quién trabaja. Quizá el motivo sea precisamente que ahora todos somos de izquierda: queremos justicia social, igualdad de oportunidades, regulación del mercado, políticas de género, multiculturalidad, reconocimiento a los pueblos originarios, cuidado del medio ambiente, fin al plástico, descentralización, y tantas otras cosas más que los candidatos están proponiendo en este año prodigioso en ofertas electorales mientras el país desbarranca en la peor pandemia sanitaria de la que se tenga memoria.
Un futuro, incluso un futuro de izquierda, que es el único futuro posible al tenor del desastroso presente (con un gobierno de derecha arrodillado sobre su pierna izquierda solo por llegar al final del período), no se ve por dónde. Al menos desde el punto de vista de la gobernabilidad, que es a lo que aspiran todos los que se involucran en la política. Aun cuando sea un futuro oscuro, es difícil imaginarlo. Una lectura aristocrática de la realidad invita entonces a la negatividad: esto no tiene salida, vamos de mal en peor, si antes el presente era de lucha hoy ese presente sencillamente se fue a la chucha. Es lo que nos propone la inercia partidista, la historia oficial, el pensamiento conservador disfrazado en todas las tiendas de fariseísmo; en suma, un anclaje en la estructura clasista de la sociedad chilena.
Una lectura imaginativa de la realidad nos pide, en cambio, ser realistas. No pedir lo imposible, sino crearlo. Aprovechar que ahora todos somos de izquierda para no desperdiciarnos en magias narrativas ni saltos románticos sobre la nada. La izquierda, al menos en Chile, fue históricamente imaginación política y mayoría social. Nunca fue Pol Pot ni pudo ser Cuba, no quisiera ser Maduro y creo que nunca será Ortega y su familia. La izquierda chilena es ilustre, democrática, abierta a la invención, integradora de la diferencia y por eso su máximo exponente fue la figura trágica de Allende.
Imaginar el futuro es abrirlo, y hay demasiado talento objetivo en Chile para hacer de la decadencia una profecía nacional. Está visto que, si un terremoto echa abajo las casas, la invención nacional trabaja con las tablas caídas. Desplegar el futuro es crearlo, cultivarlo, someter el tribalismo ideológico a la imaginación sin arredrarse por las exigencias de la corrección política, hoy convertida en la Gran Celadora de lo que se debe decir contra lo que cada uno de esos talentos tiene para decir y para hacer en libertad: en sus nuevas relaciones con la tecnología y las máquinas, en el trato con el entorno, con el clima y los animales, con lo que comemos o dejamos de lado, con quienes elegimos para que se pongan de acuerdo con quienes no están de acuerdo (en vez de llevarnos a la guerra o devolvernos a la dictadura), y aun en el desacuerdo se alimenten de lo que la imaginación les propone y trabaja como futuro.
Sé de lo que hablo porque me dedico a eso. Todos los días me siento y escribo. Nadie me espera del otro lado de la página y mi única compañía es la incertidumbre. Trabajo con ella y le doy forma. A veces no sale nada y a veces encuentro lo que no sabía que buscaba. Escribir es imaginar el futuro que todavía no ha sido escrito, incluso cuando viene del pasado o sobre todo cuando lo trae el pasado. Solo se requiere coraje para estar solo y que no pase nada si llega una muchedumbre y no pase nada si te abandona al día siguiente. Si eres viejo o si eres niño, mujer o transexual, chusma literaria o blasón letrado. Lo que vale es conservar la imaginación moral para abrir el mundo en una página y traer el futuro de vuelta a casa. Lo dicho: no pedir lo imposible sino crearlo, y si falla volver a fallar mejor la próxima vez. La vía chilena, en el fondo, y sin apellido ahora que todos somos de izquierda.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez
Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com
La vía chilena
Por Roberto Brodsky
Publicado en The Clinic, 5 de mayo de 2021