EL EXILIO DE LA CRÍTICA CHILENA: APORTES PARA UNA NUEVA
AGENDA LITERARIA [1]
Por Rubí Carreño
Pontificia Universidad Católica de Chile
rcarrenb@uc.cl
ANALES DE LITERATURA CHILENA
Año 10, Diciembre 2009, Número 12, 129-144
Este trabajo explora el proyecto intelectual de los críticos chilenos en el exilio considerando sus aportes
para una agenda crítica actual. Sintetizamos su relevancia en tres ámbitos: haber logrado construir un
proyecto estético y político capaz de permitir el desarrollo del pensamiento crítico disidente dentro y
fuera de Chile; inaugurar líneas de investigación que aun hoy día tienen relevancia, como por ejemplo,
la literatura chilena reciente como campo de estudio y finalmente, la creación de redes internacionales
que muestran la posibilidad de repensar las relaciones de la academia en el contexto global.
PALABRAS CLAVE: Crítica literaria, revistas de crítica, crítica chilena en el exilio.
-¿Y qué pasó con los profesores del 73? - Eran todos miristas y
desaparecieron después del once. Nadie sabe dónde están.
Se arrancaron, salieron fuera, qué sé yo…
Heinrich Rochma Viola, Rector Militar Universidad
de Concepción, en Revista Hoy N° 59 (1977)
citado por Araucaria de Chile
Jaime Concha acaba de llegar de Francia donde ha terminado una estadía
de investigación. Parece ser un logro relevante porque el diario local, El Sur, de
Concepción lo señala con énfasis especial. Celebra su libro sobre Pablo Neruda a
quien apenas conoce, pero que le hace bromas en torno a su juventud: “tú debes ser
el hijo de Jaime Concha”, le dice. Todas las semanas toma un bus a Santiago, donde
junto con otros planifica un canon de lecturas para la clase trabajadora chilena en la
editorial Quimantú. Escribe, publica, enseña, su carrera asciende, trabaja en Chile
para Chile, codirige la Revista Atenea, y es director de uno de los departamentos de
literatura más importantes de su país. Incluso, Alone, el crítico de El Mercurio, el
diario oficial, destaca entusiasmado su “erudición religiosa”. Jaime Concha es muy
joven; La ciudad de Gonzalo Millán todavía no se escribe, tampoco Tejas Verdes de
Hernán Valdés, y menos aún, la iletrada letra L de su pasaporte que va a inaugurar el
año uno de la era augusta en su vida y en la de muchos de nosotros.
En otro pasaje de Concepción, un poco antes, Rodrigo Cánovas juega a la
pelota frente a la casa de Ana Pizarro. El niño es chico y verdaderamente tiene
motivos futboleros para estar ahí, pero no puede dejar de notar que hace tiempo que
las hermanas no aparecen cuando toca el timbre para que le devuelvan la pelota. La
mayor partió a Francia a perfeccionar el idioma y terminó llegando con un doctorado
en literatura. Dicen que ya volvió, aunque la niña duerme poco en su casa. Aparece,
sin embargo, en las ocupaciones de terreno de los mapuches, y luce su título al hablar
en francés para la prensa europea. Les dice que recuperar la tierra, con palos, con
piedras, es lo justo, que el hambre y la miseria no lo son. Tiene a un niño en brazos
y todavía no habla del sustrato colonial en la historia chilena y latinoamericana,
tampoco sobre las relaciones entre las vanguardias políticas y las literarias. Es joven
y sabe más de lo que sabe, pero todavía ni siquiera imagina que la van a desalojar de
ese y de la totalidad del estrecho fundo chileno [2]
El niño Rodrigo Cánovas guarda la pelota bajo el brazo, arruga la frente y
los ojos porque el sol le está pegando. Piensa en que se tiene que ir rápido si quiere
seguir jugando. Todavía no sabe que él también se va a ir lejos, apenas pueda, de
ese lugar donde los universitarios cantan que en la ciudad “murió un día el sol
de primavera”, tampoco sabe, entonces, que cuando esté en el Norte va a seguir
pensando en Concepción (ciudad de nombre tan adecuado para esta ficción-crítica)
y que escribirá sobre los vínculos entre escritura y dictadura en un país que recién se
está revelando, ahí donde anda, precisamente, Ana Pizarro.
BIO-CRÍTICA
El Golpe de Estado (1973) interrumpió violentamente la marcha chilena de
los obreros y estudiantes condenando a los participantes de esta alianza a destinos
de cementerio, cárcel o exilio. Miles de chilenos fueron expatriados durante la
dictadura. Las causas, entre otras, tenían que ver con la desaparición o ejecución de
un familiar cercano, haber sobrevivido a los campos de concentración, ser víctima
de hostigamiento y persecución, la exoneración y la imposibilidad de trabajar en
Chile por estar en “listas negras” que condenaban, entonces, a la marginación social
y a perder las fuentes de ingreso (Oñate et al, 43). En el caso del exilio de la crítica
se sumaban aspectos de la represión dictatorial más intangibles, pero igualmente
relevantes, como la prescripción a las ideologías de izquierda y a todo pensamiento
crítico, la restricción a la libertad de expresión, la censura a los medios, la intervención
a la universidad a través de rectores delegados y del soplonaje y finalmente, lo que en
la época se llamó “apagón cultural” que redujo aun más un vigilado campo cultural.
Críticos que en la actualidad poseen una alta posición académica vivieron
la experiencia del exilio en la década del setenta y ochenta. Para mencionar solo a
algunos convocamos los nombres de Naím Nómez, Ana Pizarro, Soledad Bianchi,
Raquel Olea, Federico Schopf, Jaime Concha, Jaime Giordano, Nelson Osorio, Juan
Armando Epple, Marcelo Coddou, Pedro Bravo Elizondo, Ariel Dorfman, Carlos
Orellana, Bernardo Subercaseaux, Leonidas Morales, Hernán Vidal, Fernando
Alegría, Fernando Moreno, Luis Íñigo Madrigal, Manuel Alcides Jofré, entre otros.
Los países de llegada privilegiados fueron los de tantos exiliados; Venezuela, Suecia
México, Canadá, Francia, Holanda, Alemania, la ex Unión Soviética y se agrega,
en el caso de los críticos chilenos, la especificidad de los departamentos de español
de las universidades norteamericanas. Esta inserción masiva en Estados Unidos se
debió en parte a las redes de intelectuales chilenos que ya se encontraban trabajando
en ese país; a que muchos de los críticos poseían el grado de doctor otorgado
por universidades de primer nivel y a la solidaridad de los académicos y jefes de
departamento norteamericanos.
Era tal la cantidad de críticos chilenos en Norteamérica que incluso
constituyeron la “Asociación de académicos chilenos en Nueva York” a la que
pertenecieron Humberto Díaz Casanueva, Claudio Giaconi, Luis Domínguez, Pedro
Lastra, los hermanos Jaime y Enrique Giordano. Es necesario señalar que muchos de
los críticos que vivían en Estados Unidos por motivos no necesariamente vinculados
al exilio, como Pedro Lastra, Grínor Rojo y Lucía Guerra Cunningham, prestaron
colaboración a través de artículos y cartas de apoyo a sus compañeros exiliados, notas
de lealtad que llegan hasta el presente a través del testimonio de las revistas del
exilio de la crítica.
Del millón de chilenos exiliados según cifras de la Iglesia Católica, decenas
de ellos pertenecían al peregrino oficio de la crítica. De modo que: “El universo
de los estudios hispanísticos en Estados Unidos fue virtualmente invadido, al
parecer por investigadores chilenos, y en las universidades francesas había todavía a
comienzos de los 90 más de una cincuentena de académicos en funciones docentes o
de investigación” (“Bitácora personal”, Orellana, 12).
Es imposible no concordar con Edward Said en que el siglo XX ha sido la
era de la migración y del refugiado. Esta situación se extrema en el incipiente y
global siglo XXI en que hombres, mujeres y niños ven puestos en jaque, día a día, su
permanencia, su lugar, y por ende, sus modos de trabajar, imaginar y hacer vínculos [3].
En el caso de los profesionales de la letra, los viajes al extranjero para estudiar la
propia literatura y lengua, pero en lugares con más prestigio u oportunidades que
incluirían desde la apertura intelectual a la sexual, se han extremado en los últimos
años. Es quizás por eso que el exilio de los intelectuales chilenos ha sido descrito
por distintos sectores como uno “dorado”, al que irónicamente se llamó también “la
beca de estudios Pinochet” en cuanto si bien muchos de ellos tenían carreras exitosas
en Chile, los más jóvenes ampliaron o terminaron sus estudios en los países que los
acogieron.
No pretendemos inquirir en torno a lo dorado o lo plomizo del exilio, discusión
completamente irrelevante toda vez que sabemos que una cosa es reflexionar sobre
éste desde la seguridad de un lenguaje, tradición y redes familiares y profesionales
establecidas, y otra muy diferente es vivirlo. Dicho de otra forma, una cosa es
empatizar con la situación de permanente extranjería del crítico y otra muy diferente,
es considerar al propio sujeto y su adversa experiencia vital como expatriado. Por lo
demás, los mismos intelectuales en el exilio desestimaron la verdadera competencia
de dolores que se produjo en otras áreas del campo literario entre los que se fueron
y los que se quedaron. Por el contrario, buscaron de manera permanente establecer
vínculos entre los que estaban dentro y fuera de Chile [4]. Es así como la revista de
crítica Literatura Chilena en el Exilio, una de las más importantes al momento de
estudiar el exilio literario chileno, cambió de nombre a partir del n° 15 (1980) y
pasó a llamarse Literatura Chilena Creación y Crítica atendiendo a la necesidad
de incorporar a críticos y escritores que vivían en Chile y a los que llamaban del “interior”.
Es obvio que una historia de la literatura chilena pasa por la historia de
sus críticos. Sin embargo, el exilio de la crítica chilena es una historia que recién
comenzamos a contar. Los motivos para esto son diversos. En primer lugar, y pese a
que sabemos que la crítica no es neutral (v. Barthes, “Crítica y verdad”) y depende, en
gran parte de las condiciones de producción del crítico (v. Said, “Crítica secular”), por
lo general, la academia tiende a considerar la crítica como una instancia mediadora
entre el texto y el resto de la comunidad de lectores, y al crítico y su escritura, como
instancias invisibilizadas en virtud de un discurso que se autoexcluye del análisis (v.
Monder, “Teoría de la teoría”).
En segundo lugar, a pesar de que la mayoría de los académicos que se quedaron
en Chile hicieron una resistencia constante en las salas de clases –incluso los de
derecha que en muchas ocasiones tomaron riesgos para defender a los estudiantes y
las personas de mi generación bien lo saben– fue casi imposible penetrar las instancias
represivas de la universidad militar, por lo que todavía persiste cierto malestar frente
al tema. Sobre esta historia no contada a las nuevas generaciones se ha desplegado
un tupido velo que pocos han querido descorrer y que aparece de manera no-velada
en algunas narrativas escritas recientemente[5]. Por último, debemos conceder mérito
a las estrategias de la dictadura para destrozar las comunidades que constituían el
pensamiento de izquierda; una de ellas, fue el exilio, y es así como, actualmente,
tenemos un conocimiento parcial sobre la obra de los críticos chilenos exiliados.
Este conocimiento resulta un tanto aséptico en cuanto no se vinculan sus textos con
la historia e instancias de producción de su pensamiento y mucho menos, con las
utopías y cambios sociales que estos críticos imaginaban y que influyeron en que
los exiliaran.
Nuestro objetivo en este artículo es elaborar una respuesta desde la crítica a
la pregunta hecha por la prensa al Rector Militar Rochma Viola y que éste contesta
con total displicencia y desprecio por la vida de los aludidos. Es decir, inquirir sobre
qué fue de los profesores y críticos que dominaban la escena académica y cultural
de los incipientes años setenta, cuál fue el aporte que hicieron desde esta situación
al estudio de la literatura chilena reciente, y finalmente, cómo su trabajo ilumina la
agenda crítica actual. Para dar cuenta de lo anterior consideraremos como fuente
algunas entrevistas a los críticos realizadas en la prensa, pero fundamentalmente,
en dos de las revistas chilenas más importantes realizadas en el exilio, Araucaria
de Chile (1978-1989), dirigida por Volodia Teiltelboim, pero creada y editada por
Carlos Orellana y que tuvo su sede en París y luego Madrid, y Revista Literatura
Chilena en el Exilio/ Literatura Chilena Creación y Crítica (1977-1989), dirigida
por Fernando Alegría y el poeta David Valjalo, con sede en Los Angeles California,
y posteriormente en Madrid [6].
ENTRE ARAUCARIAS Y REDWOODS: APORTES DE LOS CRÍTICOS CHILENOS
EN EL EXILIO
En relación a la crítica chilena realizada desde el exilio consideramos tres
grandes aportes que dialogan y se alimentan mutuamente. El primero de ellos consiste
en haber logrado construir un proyecto crítico tanto político como estético que
respondiera a la dictadura y a la situación de exilio otorgando medios de expresión
y congregación a las colectividades disidentes dentro y fuera de Chile, así como
con los intelectuales progresistas del mundo. El segundo aporte tiene que ver con
que inauguraron temas de investigación que fueron muy relevantes para las décadas
posteriores: el más importante es que lograron instalar como línea de investigación
válida a nivel internacional la narrativa chilena, sobre todo la reciente. El tercero es
que establecieron redes profesionales de apoyo para los que estaban viviendo en el exilio. Una red colaborativa en torno a la ideología de esta magnitud solo se ha visto,
me parece, en la crítica feminista. Estos tres aspectos impidieron que la dictadura los
despojara de su sustento y de poder ejercer profesionalmente. El proyecto global,
estético y político, planeado para la crisis; la apertura de líneas de investigación
exitosas y la creación de redes amistosas, profesionales, políticas, les permitieron, a
mi juicio, funcionar como un colectivo y permanecer vinculados a Chile a pesar de
la enorme disgregación. En síntesis, pudieron constituir comunidades amplias que
involucraban a exiliados, artistas del país de origen e intelectuales de todo el mundo
en épocas en que se contaba con precarias máquinas de escribir y correos postales.
Quizás lo más relevante para entender el proyecto intelectual de los críticos en
el exilio sea atender a que era un proyecto tanto literario como político. La dictadura
había cercenado los espacios locales de producción intelectual y las revistas Literatura
Chilena en el Exilio y Araucaria de Chile responderían a esa situación. Así lo vemos
en el editorial del primer número de Literatura Chilena en el Exilio:
La Revista de Literatura Chilena en el Exilio, se funda por las siguientes razones.
Bajo el gobierno de las Fuerzas Armadas en Chile no existe libertad de
pensamiento ni de expresión; las universidades han dejado de ser organismos
de cultura para transformarse en centros de coerción y adiestramiento político
pretendiendo, según declaración explícita de personeros de la Junta, formar
una generación que responda a los intereses del gobierno de facto bajo la
disciplina férrea de rectores militares. Creemos de toda necesidad vincular
estrechamente a los intelectuales chilenos en el exilio, promover sus trabajos
de investigación y creación y darles la amplia difusión que se merecen. Nuestra
revista aspira a cumplir esta misión en el campo de la investigación y creación
literarias. Asimismo, promoverá lazos de sólida cooperación y unidad con los
escritores progresistas de todo el mundo. Declaramos nuestra firme voluntad
de continuar esta publicación en el exilio hasta que se restablezcan en nuestra
patria las condiciones de libertad y respeto a los derechos del hombre que han
sido tradicionales del pueblo de Chile. (Año 1, Vol, 1,3)
Así mismo, Araucaria de Chile pretendía ser un espacio de creación y
pensamiento crítico para el alma disidente tanto del Chile peregrino como el del
interior:
Si en la superficie impera la atonía de espíritu, la omnipotencia de la mediocridad
ofi cial, por debajo, en el cuerpo central del país, la llama de la creación
se mantiene viva. A veces, consigue proyectar lejos, al exterior, destellos de su
fulgor. Estos son percibidos con ansia por el Chile Peregrino, aquel que anda
repartido por toda la tierra […] Araucaria anhela convertirse en una expresión
exigente y unificadora de la intelectualidad chilena avanzada que vive dentro y
fuera de las fronteras… (Editorial, Araucaria Nº 1,2)
La perspectiva de ser un puente entre la intelectualidad chilena repartida por
el mundo y la que permanecía más o menos aislada dentro de Chile se concretó
exitosamente en ambas revistas. Tanto Araucaria como Literatura Chilena en el
Exilio / Creación y Crítica se constituyeron en un soporte importante para mostrar
en Estados Unidos y Europa la producción de escritores chilenos que en ese tiempo
comenzaban sus carreras. A la vez permitía que en Chile se pudiera leer a los que son
y fueron maestros de la crítica, Juan Armando Epple, Jaime Concha, a Lucía Guerra-
Cunningham, Marcelo Coddou, Soledad Bianchi y Ana Pizarro, entre otros.
La agenda de los críticos chilenos en el exilio determinaba la labor del
intelectual chileno a través de su compromiso con restablecer la democracia en
Chile y en dialogar con los materiales literarios para este propósito. Es así como por
ejemplo, la Revista Literatura Chilena en el Exilio finalizaba con citas de textos de
autores pertenecientes a la gran tradición literaria chilena que podían leerse bajo el
prisma de esos incipientes años dictatoriales. De este modo, encontramos a Gabriela
Mistral anunciando: “no creo en mano militar para cosa alguna. Ni el escritor ni el
artista, ni el sabio ni el estudiante puede cumplir la misión de ensanchar las fronteras
del espíritu si sobre ellos pesan las fuerzas armadas de un Estado Gendarme que
pretende dirigirlos” (2) o a Pablo Neruda afi rmando que el “momento de Chile es
desgarrador y pasa a las puertas de mi casa” (2). Así, Pablo Neruda y Gabriela Mistral
aparecían en la producción de los críticos en el exilio como artistas capaces de alertar,
predecir, y acompañar en las situaciones históricas dolorosas a Chile y sus reveses.
Ambas revistas recogieron a los dos Premios Nobel chilenos de literatura
-expresiones de la alta cultura a la vez que por su origen también vinculados a la cultura
popular- y los propusieron como ideologemas del Chile sancionado, el de izquierda.
En el caso de Pablo Neruda, su filiación era mucho más obvia en cuanto pertenecía
al Partido Comunista; en el caso de Mistral, más bien aparecía representando a la
democrática nación literaria. [7] Mientras el régimen militar prohibía Confieso que he
vivido los críticos chilenos en el exilio, así como también músicos cultos y populares,
poetas y otros artistas inquirían en diversos aspectos de la obra de Pablo Neruda que
tendían a reforzar la herencia de un arte comprometido. Por otro lado, su cara en
afiches serigráficos vendidos en ferias artesanales dentro de Chile lo convertían en
una especie de doble del cuerpo de Salvador Allende. Las dos caras de la moneda en
llamas, el cuasi presidente literario (Neruda dimitió como candidato a la presidencia en favor de Allende) prestaba su cara al presidente muerto y proscrito. Las palabras
de ambos servían a los que se fueron para hacer vivir la yerba de la esperanza, y a los
que nos quedamos para escuchar algo más que bandos. Allende y Neruda aparecían
en los cancioneros y las radios clandestinas afirmando desde la derrota vital, política
y literaria la posibilidad de un sueño.
Comparecían en las páginas tanto de Araucaria como de Literatura Chilena
en el Exilio la vida y la obra de Víctor Jara, de Violeta Parra y del mismo Neruda
como síntesis perfectas de la cultura de izquierda que había que traer al presente
para mantenerla viva, más allá, de las muertes violentas. Me parece que parte de las
interpretaciones posteriores de la literatura chilena o tercermundista como documento
o alegoría presentes en la agenda crítica actual tienen que ver con este proyecto
diseñado para una época determinada y que sus mismos cultores renunciaron a
proseguir pasado 1989, es decir, la llegada de la democracia a Chile.
Este proyecto estético y político para la crisis surgida a partir del exilio
y la dictadura militar también se plasmó –aparte de las revistas de crítica– en la
organización de congresos internacionales y en la práctica académica como profesores,
críticos y directores de tesis, incluso en la recopilación del material bibliográfico
sobre la literatura chilena. Los congresos contribuían a congregar a las colectividades
internacionales en torno a la literatura, a Chile, y a la dictadura. Por otro lado, desde
su papel como críticos insertos en la academia, a modificar, lentamente, el canon de
lecturas posicionando, entonces, la literatura chilena como una línea de investigación
válida [8].
De alguna forma, y como lo hace notar Soledad Bianchi en una entrevista
realizada por Manuel Alcides Jofré, la reflexión constante sobre Chile se convirtió en
la actividad central de los intelectuales exiliados:
Durante los últimos nueve años yo he vivido en Chile sin estar en Chile… El
exilio ha sido una experiencia muy dolorosa y también lo habría sido haber
vivido en el país... Armando Uribe en un libro que no ha sido traducido del
francés y que se titula Caballeros de Chile, dijo que el exilio no es estar aquí
ni allá, es no estar en ninguna parte. Yo he trabajado todos estos años en Chile
y sobre Chile. Me he dedicado casi exclusivamente a la literatura chilena y al
movimiento artístico y cultural chileno, pretendiendo casi intervenir en Chile,
lo que obviamente no puede ser. Esa es la esquizofrenia del exilio, creo yo
(Bianchi-Jofré, s.p.).
Esta paradoja que implica estar tan lejos y tan cerca de Chile, analizando la
dictadura y sus efectos, sin la censura propia de la producción local, configuró el
trabajo de los críticos chilenos en el exilio en una memoria activa y reflexiva sobre
Chile, una memoria que iluminó, como veremos, tanto la agenda crítica sobre la
literatura chilena como el trazado histórico desde el horror al tedio [9]. Dicho de otra
forma, sus posturas van desde el delirio en el que anuncian que desde las letras están
derrotando a la dictadura, hasta una especie de decepción organizada capaz de ver las
huellas del neoliberalismo en casi todos los aspectos de la sociedad chilena.
El segundo aporte tiene que ver con que los críticos en el exilio inauguraron
temas de investigación que fueron muy relevantes para las décadas posteriores. Es
así como prestan sus páginas no solo para publicar textos propiamente literarios sino
que también publican testimonios y crónicas de la represión dictatorial, siendo el
más valorado Tejas Verdes de Hernán Valdés. También analizan el valor ideológico
y estético del testimonio antes de que se convirtiera en discusión obligada en
la academia. [10] Finalmente, con anterioridad a que se popularizaran los estudios
culturales, incluyen la música popular como objeto de estudio e incluso como una
fuente relevante de la poesía chilena[11].
La obra de Violeta Parra será estudiada acuciosamente (v. trabajos de Epple
y de Bernardo Subercaseaux), las canciones de Víctor Jara y de Patricio Manns
aparecerán junto a los poemas de Pablo Neruda y de Vicente Huidobro, y la joven
Soledad Bianchi ofrecerá algunos de los más finos y certeros análisis de la música
popular chilena. Soledad Bianchi es una de las primeras críticas chilenas que valora
a través de sus artículos y reseñas la obra musical y poética de los Jaivas, Mauricio
Redolés, Isabel Parra, en ese entonces debutantes, ahora referentes incuestionables
de la cultura popular chilena.
Otro aspecto importante en relación a la agenda de los críticos en el exilio es el
cuestionamiento a la universidad como lugar vigilado e intervenido, es decir, ponen
el lugar de trabajo asalariado bajo la perspectiva crítica, aspecto que encontraremos
recientemente en los trabajos de William Thayer e Idelver Avelar y que también
desarrolla la revista de Crítica Cultural durante la transición a la democracia.[12]
El tercer aporte tiene que ver con que la crítica en el exilio chilena así como
los académicos que estaban trabajando o estudiando afuera lograron establecer redes
profesionales de apoyo para los que estaban viviendo en el exilio. Estas redes lograron
crear instancias de difusión del trabajo crítico, tender puentes entre los intelectuales que
seguían en Chile y los que estaban afuera, proteger del hurto intelectual la producción
de los que por motivos de seguridad personal debían escribir bajo seudónimo
asegurando que cada texto anónimo estaba registrado bajo el concepto de propiedad
intelectual. También reconstruían los contextos profesionales perdidos al reseñar y
señalar constantemente el curriculum vitae de los que se enfrentaban a países donde
se desconocía completamente su trayectoria. Tal vez no derrotaron a la dictadura
desde la épica que imaginaban, pero sin duda, la vencieron en cuanto impidieron que
los despojara del sustento, de una comunidad, y de su palabra. De hecho, ampliaron
su comunidad de origen al incorporar a los que llamaban escritores e intelectuales
de pensamiento progresista. Junto con otros exiliados lograron posicionar el tema de
la dictadura de Augusto Pinochet en la agenda política internacional lo que culminó
con su detención en Londres, logro, sin duda, de los exiliados de Chile, tanto de los
obreros como de los estudiantes.
Así mismo, el exilio de la crítica construyó una memoria cultural de los años
del horror y mantuvo viva la cultura de la izquierda, con la ganancia, no menor, de
construir como campo disciplinario internacional: la literatura chilena, la reciente, la
local, la del exilio.
¿Por qué descorrer el tupido velo en torno a esta historia? Es un acto de
justicia y de de reparación. Una acción de gracias a todos aquellos que en condiciones
adversas lograron, junto con otros, constituir la literatura chilena como campo válido
de estudio. El trabajo de estos y de otros críticos chilenos que realizaron sus carreras
en el extranjero es el verdadero “oro de California”, la verdadera nacionalización
de los recursos que nos falta por realizar, su inclusión en nuestra historia cultural
incluyendo su historia personal es parte de una globalización tan valiosa como
ignorada.
No parecen tiempos propicios para las revistas que cruzan ex profeso lo político
y lo literario. En Chile, en pocos años vimos desaparecer las últimas revistas culturales
vinculadas a la izquierda, Rocinante y Revista de Crítica Cultural. Pareciera ser que
no es momento para que crezcan Araucarias. Por supuesto, dice Carlos Orellana, a la
política partidística no le interesa tener revistas una vez que llega al poder, y por otro
lado, el crítico literario, el intelectual profesional, cada vez tiene menos espacio en el
mundo exterior: su voz no alcanzaría a traspasar las paredes del campus. En palabras
de Carlos Orellana, editor de Araucaria:
No se ve que pueda haber hoy en Chile cabida para revistas como fue la nuestra.
El país sufre, por una parte, una suerte de decadencia y de rechazo de la letra
impresa, y la altiva autocomplacencia que prevalece en el terreno de las ideas,
cuya secuela inevitable es el espíritu contrario a la crítica y al debate, tiende a
relevar en los productos culturales su carácter de símbolos del éxito, de simples
enseres suntuarios. …El presente lo domina y lo absolutiza todo, ejerciendo
una tiranía en lo ideológico que habla bien a las claras que en este terreno la
dictadura militar ganó una batalla que prolongará su huella, con Pinochet o sin él, hasta bien entrado el siglo XXI. (Orellana, 31 – 32, 1994)
Al momento de cerrar este texto es imposible no recoger dos posiciones
extremas entre las que se debaten los críticos chilenos en el exilio y también muchos
de los que no han salido nunca del “horroroso Chile”. Dos lugares que parecen
antagónicos y cuyo diálogo posibilita, a mi juicio, una crítica que incluye la luz de la
calle y del día.
Vivo en EU desde los años setenta, después de trabajar en Francia, adonde me
las envelé cuando tuve que salir de Chile. ¿Volver? ¿Para qué? Todos los de mi
generación moriremos en la era de Pinochet. Estamos en el Año Uno de la Era
Augusta, ¿no? (El Clarín, Jaime Concha)
La gente nos dice: “ustedes están triunfando, tienen todas las posibilidades allá,
cómo es posible que quieran venirse a un país difícil, con dictadura, con problemas
económicos’. La respuesta es obvia: esto es lo de uno; si estamos en el exilio
es porque uno quiso cambiar la sociedad chilena de una determinada manera,
y por cierto aún queremos cambiarla, con la madurez que da el exilio, con la
madurez que da el interior, y por eso creo que esa sociedad otra que buscamos
crear, va a ser algo mucho mejor ahora que la que queríamos antes.
(Soledad Bianchi, Apsi del 31 al 13 de agosto de 1984)
Estas dos citas incluyen desde sus posiciones supuestamente antagónicas
la idea de un colectivo: la generación de la que habla Jaime Concha cruzada por
la violencia del año uno de la era augusta y la de los que se fueron y los que se
quedaron para construir “algo mucho mejor”. Imagino que ambas son herencias que
debemos incorporar; tanto la disidencia extrema como la esperanza de un futuro
posible. Miramos con respeto a los maestros y su trayectoria vital e intelectual, e
invitamos a crear otras lógicas, nuevas araucarias, pero también, “raíces que se tocan”
(Neruda), “yerbas de esperanza” (Parra), es decir, fortalecer las redes subterráneas y
minoritarias de intelectuales, escritores y críticos en torno a la pasión por la vida y
la letra, que en los grandes, como muestran los críticos chilenos en el exilio, siempre
están cruzadas.
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Notas
[1] Este artículo es parte del proyecto Fondecyt 1080482 “Luces brotaban: autorrepresentaciones
de la letra en la canción y literatura chilena (1960-2010) del que soy investigadora
responsable.
[2] Para ver el discurso de la joven Ana Pizarro a la prensa francesa ver Calle Santa
Fe (2007) de Carmen Castillo, para su trabajo sobre vanguardias políticas y vanguardias literarias, ver “Vanguardismo literario y vanguardias políticas en América Latina” en Araucaria Nº 13,81-97.
[3] En relación a globalización, trabajo y trabajo literario consultar: Arjun Appadurai,
Modernity at Large. 1996. Minneapolis: Minnesota, 2005; Zygmunt Bauman, Modernidad
líquida. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. 2003; Saskia Sassen, Los espectros de la
globalización. México D. F: Fondo de Cultura Económica, 2003.
[4] Acá la referencia ineludible es la carta enviada por Enrique Lihn al congreso de poetas
jóvenes en el exilio donde se refiere más o menos polémicamente a las condiciones políticas y
culturales extremas a los que estaban sometidos los artistas que se denominaban “del interior”.
Ver El circo en Llamas (Lihn, Marín).
[5] Una mirada a la universidad colaboracionista se encuentra en La burla del tiempo de
Mauricio Electorat y en La novela de otro de Cinthia Rimsky. También en mi libro Memorias
del nuevo siglo: jóvenes, artistas, trabajadores en la nueva narrativa chilena reciente.
[6] Para mayor información sobre las revistas chilenas en el exilio ver Revistas chilenas
en el exilio de Carlos Orellana.
[7] Gabriela Mistral fue posteriormente apropiada por el Régimen Militar constituyéndose
en una especie de madre y maestra espiritual de la dictadura, y serán las críticas feministas
quienes recientemente la van a recuperar para el Chile liberal. V. el trabajo de Fiol Matta y el
de Elizabeth Horan al respecto.
[8] Algunos de los congresos relevantes fueron: Coloquio Internacional Sobre Pablo
Neruda. La Obra Posterior al ‘Canto general’. Universidad de Poitiers. Francia, 1979 y Programa
de las Jornadas Culturales Chilenas, Los Angeles, California. Febrero de 1980.
[9] Para las relaciones entre literatura chilena y censura v. el excelente libro Literatura
chilena y experiencia autoritaria de Rodrigo Cánovas E.
[10] V. trabajos de Epple, Coddou y Concha.
[11] V. trabajos de Subercaseaux, Concha, Bianchi, Epple sobre la música popular.
[12] Para un análisis de la Revista de Crítica Cultural y los saberes universitarios v. Pasiones del desencanto, proyecto de tesis doctoral PUC de Macarena Silva.