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CENIZAS, RESACAS Y DOLORES
Presentación al libro Umo, de Leandro Hernández Gómez
Por Roberto Contreras
Sábado 13 de noviembre /
Restoart UVA, Plaza Ñuñoa, Santiago de Chile.
Muy buenas tardes a todos, antes que nada felicitar a los editores de Das Kapital, a Tania, a Guillermo y mi amigo Camilo porque han continuado publicando buena literatura. Por supuesto también al autor de esta opera prima, a Leandro Hernández Gómez. Hace algunos meses, me invitaron a que escribiera la contratapa, que hiciera una reseña a los poemas que publicarían. Lo primero, decir que ante el título, Umo, pensé en dos cosas. Una porque se hablaba de fumar, podía ser también fumo. Después de todo en latín la letra F antecedía a la letra H, recordemos la fermosura a la que aludía el Quijote sobre Dulcinea. Así que serían sinónimos tanto fumo como humo.
Lo segundo, detenido en esta última idea, el libro podría leerse como Humo, gracias a que la hache es muda, y de paso homenajear al gran William Faulkner y su relato de igual nombre. Lo que solo si se fijan bien, ocurre a modo de intertextos, en cursiva donde dice en algunas páginas Mississippi, W.F. Rescata la imagen de los fumadores, de los esclavos, de los negros bluseros norteamericanos, de la novela negra. El tabaco es de América, los mayas, hablaban del cigarro, y le decían: ziyar o zigar a un rollo de hojas que fumaban. Después los españoles tomaron cigarro y dijeron cigarrillo. Después retomaré esta idea.
Porque todo esto es un preámbulo que empezó con el título. Aunque el poemario de Leandro Hernández Gómez, prescinde de esas obviedades y se arroja a una escritura desprejuiciada, limpia, derivativa, que logra exhibirse y consumirse a sí misma, como un artículo de primera necesidad. Es el pulso de su escritura.
Y consigue dar cuenta, más que como el diario de un fumador, de la sana justificación de un placer, calificado como un vicio. En este país de la diversidad por supuesto fumar es un delito. Pero ¿quién fuma a quién?, se preguntarán los más puristas. Es él quien se fuma un cigarro o el cigarro se lo fuma a él: Hernández diría que él solo intenta escribir con lo que fuma. Algo es algo. Mientras Roberto Bolaño repite como un mantra, “fuma, fuma y olvídate de todo”. De algo hay que morir.
Se cuenta que Italo Stevo, escritor secreto hasta que James Joyce lo descubriera, escribió Del piacere e del vizio di fumare, y sostuvo por siempre una batalla con su adicción al tabaco. Fumó toda su vida, (siempre fue un tipo sano) murió a los sesenta y siete años víctima de un accidente automovilístico. Digamos entonces con Stevo y estas páginas de Umo que las estadísticas del Ministerio de Salud siempre serán alarmantes, tanto como las fotografías con revisten las cajetillas.
Yo no fumo. Pero escribo. Otros fuman y escriben. No sé dónde estriba la diferencia. Gonzalo Millán, murió de cáncer al pulmón, pero en los meses previos, entre quimioterapias, visitas, encierros, lecturas, escribió uno de los libros de poesía terminal más bellos –si sirve el término– fumando a escondidas y comiendo galletitas de cannabis. Fumar es un placer, qué duda cabe. A todo esto, nadie ha dicho que este sea un libro sobre el tabaco.
El poema “Humo” (con hache) es muy claro:
fumo y hago argollas
vocales y palabras
como estas mismas
que ahora exhalo
cuando llego al filtro las letras
están en todas partes
abro la ventana y se produce
la corriente:
lo escrito lo expulsado
lo denigrado se va
a confundirse con las
señales de otras tribus
toma un micro bus.
Este último verso, que quiebra la secuencia, es notable. Porque es la vuelta a la calle. Estamos ante una escritura fragmentaria, registros de un pulso de la rutina, capaz de hacer una fractura y rescatar en esa grieta, que se produce entre el duro trabajo formas de ocio en estado de pureza: “...para los trabajadores japoneses/ ciertamente escribo fumo y bebo/ trinidad de vicios que nada engrendran/ salvo cenizas resacas dolores” (“Nichos”).
Retomo lo del cigarro y el cigarrillo, para decir que Umo es un libro chileno, aquí no se habla de cigarrillos –término utilizado por las traducciones hispanas– sino que simplemente de fumar cigarros. Escrito en la jerga más sincera de nuestra poesía, es contemporáneo del citado Gonzalo Millán, de Oscar Hahn y sobre todo de Claudio Bertoni, los versos de Hernández Gómez, se cuelgan de las bolsas del pan, los pasamanos, las manillas de las puertas, las toallas, los monedores, las sábanas, los marcalibros, los CDs; pueden viajar en micros, andar a pie, ir en bicicletas o tomar el Metro, sin pensar qué ocurrirá mañana o a qué hora les llega su hora. Porque son poemas escritos en contrasentido de los manecillas del rejoj.
Y Leandro Hernández lo declara: “Cuando lo que nos duele realmente nos duele fumamos mucho más”. Fumando esperamos esta tarde. Nos acompaña el humo.