Poesía y guerra: Imperio de Rocío Cerón
Por Rodolfo Mata
Las imágenes de la destrucción que nos llegan principalmente a través de los medios electrónicos nos han familiarizado con varios tipos de catástrofes, naturales o artificiales, en las que el sufrimiento humano está presente. Terremotos, huracanes y epidemias se presentan ante nuestros ojos al lado de bombardeos, devastaciones y masacres, bajo las diferentes formas que producen las industrias de la información y el entretenimiento. Este alud interminable tiene efectos anestésicos porque diluye la percepción profunda del individuo que padece desgracias y atrocidades. Es justamente ahí, en esa fractura de la conciencia, donde se sitúa el libro Imperio de Rocío Cerón. En él, la poesía recorre los territorios de la guerra para transmitir no sólo la fragilidad y el dolor humanos, que parcialmente nos entregan las imágenes mediatizadas, sino también la angustia, el desgarramiento, el estado de desorientación y pánico que arrasan a la persona en su intimidad, trastornando cualquier equilibrio al que pueda aspirar. Las palabras no describen sino que reproducen un estado de fragmentación ominoso que es anunciado desde la apertura del libro mediante el epígrafe virgiliano “Somos arrastrados por los presagios”. El poema sin título que sirve de frontispicio confirma esta situación pues realiza el acto poético fundamental del nombrar utilizando el verbo “pesar” en su sentido comparativo de medición pero aludiendo oblicuamente al sentimiento de carga moral: “No pesa el óxido habitual del silencio / ni el cautiverio asignado del levente / ni siquiera la imposibilidad de residir en la ausencia de un designio. // [...] Pesa el rumor de los pájaros: hablan del relámpago puro que toca la tierra. [...] Pesa la palabra dicha para designar el muro / ”. El lugar del lenguaje queda establecido en este gesto inaugural. Rocío tensará las palabras para tratar de asir el horror de la guerra, su imperio, entre ausencias y presencias, pérdidas y constataciones de la destrucción.
Imperio está dividido en cinco partes. Raúl Zurita, en el ensayo “Un trazo sobre el Imperio” que acompaña al libro, descifra los lugares que les dan título. “Buan”, una isla de Corea del Sur cuyos habitantes triunfaron contra la construcción de un vertedero nuclear; “Mirador (latitud norte 31º, longitud este 34º)”, que corresponde a la región de acantilados y grutas Rosh Hanikrá, Israel, en la frontera con Líbano, sitio de belleza singular y de conflictos históricos; “Jabalya mon amour”, que mezcla el nombre de una ciudad en la Franja de Gaza con la película Hiroshima mon amour de Alan Resnais (guión de Marguerite Duras); “Signos (tiempos del habitante)”, que sin una ubicación específica permite delinear un personaje; y finalmente “Vistas de un paisaje”, una especie de recuento contemplativo, en seis anotaciones breves, que finaliza dramáticamente junto a un cadáver: “Su mirada son todas las palabras / pabellón del grito / que escriben, día a día, la historia de un Nombre”.
Y ese Nombre es multitud: la propia voz poética que recorre el paisaje, el individuo que es contemplado y descrito como personaje en escena (¿una proyección de la voz anterior?), el padre muerto, la madre silenciosa, el hermano asesinado, el niño que rememora, el francotirador, Dios, etc. “Un cuerpo son cien cuerpos / cien cuerpos son un cuerpo”, dice Rocío, y todos los lugares específicos que menciona son el mismo lugar: el del imperio de la violencia y la destrucción cuya presencia se manifiesta también en los títulos de varios poemas: “Detonaciones”, “/Fuga/”, “Enfrentamiento”, “Fugitivo”.
Otros recursos complementan el clima de fragmentación de Imperio: el uso de cursivas en forma sostenida en poemas completos y su inserción abrupta en otros a manera de apartes; la utilización de espacios, escalonamientos y diagonales, bien situados, en equilibrio. Imperio apuesta en el lector que reconstruye, que va y viene sobre la escritura decantando poco a poco una impresión. A ella contribuyen un trabajo editorial envidiable y la apertura al diálogo con otros lenguajes artísticos.
Imperio tuvo una primera edición (Monte Carmelo, 2008), en la que sólo aparecía texto. La nueva edición (Motín Poeta, 2009) ‑con traducción al inglés de Tanya Huntington‑ tiene diseño gráfico e ilustraciones, de Magui Pizarro y Tower, sumamente cuidados: cubierta verde metálico con letras en bajorrelieve, guardas con un ícono (una bomba que encierra un corazón sangrante, contrapeso decorativo del tema terrible) y dibujos que acompañan la apertura de cada sección: un niño que grita señalando desechos radioactivos (Buan); una granada de mano (Mirador); bombas con corazones sangrantes al lado de un hombre de brazos levantados (Jabalaya); una paloma de la paz bajo una mira (Signos); un niño cubriéndose el rostro de espaldas al hongo de una explosión. Todo esto contribuye al desarrollo armonioso del libro, pues los lenguajes se complementan.
Imperio también contiene un CD (diseño sonoro de Bishop, producción de video de Nómada, ilustraciones de Tower) realizado por Motín Poeta, colectivo fundado por Rocío Cerón y Carla Faesler. En 2003, Motín Poeta produjo el CD Urbe probeta, que fue la primera tentativa visible de realizar una mezcla de lectura en voz alta, traslado de poemas de varios poetas al fraseo de letras musicales y música electrónica de varios compositores. Esta faceta del trabajo de Rocío me pareció desde sus inicios una empresa loable, porque se ha atrevido a romper el cerco solemne y sacralizador que siempre ha rodeado a la poesía en México. El CD de Imperio continúa esa línea y conecta texto y discurso sonoro-visual. El video comienza con la pronunciación de la palabra “imperio” rodeada por ecos en un ambiente sonoro pulsante mientras surgen de una “nieve” gráfica líneas de los poemas de Imperio en cursivas estilizadas. Otras imágenes se van sucediendo a gran velocidad hasta que emergen del fondo unas manos bajo el chorro de agua en un lavabo. Aparece la persona, se lava el rostro y se mira en el espejo sobre el lavabo. Un ojo, en close up, se cierra y se abre, y da entrada a un personaje que permanecerá en escena: un niño con casco de bicicleta que blande un rifle de juguete. Juega a la guerra y lo veremos más adelante acomodar soldaditos de plástico en la hierba. Comienza ahí otra etapa del video: el epígrafe de Virgilio da entrada a percusiones obsesivas que semejan ametralladoras, lo cual creará un ambiente angustioso de persecución. Se intensifica el bombardeo de fotos de guerra, tan rápido que impide distinguirlas. La imagen del niño jugando y la de una mujer enojada que parece llamarle la atención tienden un hilo en el caos sonoro y visual, aluden a la historia esbozada en los poemas. Las palabras siguen apareciendo (semejan proyectiles lanzados), acompañadas por otros elementos del libro: las bombas con corazones, los dibujos y algunas palabras pintadas sobre las fotos de la guerra: “soledad”, “mentira”, etc. Finalmente, la imagen del niño es sepultada por la invasión de las palabras.
El diálogo entre texto, imagen y sonido en trabajos como Imperio es un asunto complicado. Depende de cómo se gestaron y articularon sus diversos elementos y su percepción se ve afectada por el orden en que los abordamos. Elegí leer primero el texto y me parece que el video gravita en torno a él. Me es difícil creer en la situación inversa. No veo en eso un defecto sino un camino: ésa es su relación. Sin embargo, creo que hubiera sido más rica si se hubiera suavizado el choque entre la velocidad angustiosa del video y la complejidad del texto y sus contenidos, que exigen una apreciación pausada, en que la reflexión y el sentimiento puedan anidar. El CD también contiene varias pistas sonoras en que Rocío lee poemas con diversos efectos sonoros e inserciones musicales.
Aproximar la poesía al tema de la guerra en tiempos como los nuestros, determinados también por otro imperio, el de la simulación y el espectáculo, es una iniciativa riesgosa. Se necesita equilibrio para sortear posturas panfletarias y realmente capturar y transmitir el drama. Rocío lo logra a través de un discurso fragmentado, que cumple su función: involucrar al lector para que perciba al individuo, percibiéndose a sí mismo en las palabras. Es a partir de ahí, de ese centro, que Imperio se ramifica y adquiere su carácter interdisciplinario, con el apoyo de Motín Poeta.