Imperio
Rocío Cerón et al. Fonca-conaculta, México, 2009.
Por Ana Franco Ortuño
La segunda edición de Imperio, de Rocío Cerón, modifica su estructura para conformar un proyecto interdisciplinario que Motín Poeta ha presentado en varias ciudades. La nueva publicación suma la traducción de Tanya Huntington y un dvd con el video y la música que constituyen el performance.
El proyecto (libro y video) inicia con la sentencia virgiliana “Somos arrastrados por los presagios”. Presagios que nos arrastrarán en el recorrido por la violencia que imponen no uno, sino varios imperios: el del poder dominante y la guerra, el de la infancia en la casa familiar, y el del lenguaje que utiliza la destrucción como propuesta poética. La estructura es compleja y rebasa estas tres intenciones discursivas ya que suma lo mediático y la presencia del inglés (no gratuita), a la complejidad de la obra poética en sí. Cabe decir que entre lo visual y el texto hay diferencias notables, por ejemplo, el yo poético es un soldado adulto mientras que el protagonista del video es un niño que juega con la guerra; la madre del libro es amorosa (“pecho, amor y leche tierna”) y la del video forma parte de la opresión y el discurso violento.
El poema se propone como un sistema que no responde únicamente al orden de la página sino a una serie de coordenadas (referentes en a, b, c…; I, II, III…; fugas, horarios) que implican una intención de búsqueda. Podemos leer de manera fragmentaria para localizar lo correspondiente a cada organización. Tal vez el quiebre sea una de las maneras de dialogar con la rapidez de la música y la imagen, aunque éstas se siguen subordinando al texto; digamos que no tienen sentido sin el libro de poemas.
El yo iniciático en Detonaciones toma forma a lo largo del libro; es el soldado y el hijo de familia: “Aquí/ (…) él (…)/ Desde la ruina/ (…) Sobre el blanco, acribillado”. La metáfora del blanco se posicionará de inmediato como la hoja de papel, en el intercambio discursivo entre la vida del soldado (la guerra, la destrucción, el recuerdo) y la necesidad del lenguaje poético de reconstruirse o alcanzar nuevos significados. La historia del personaje se narra en el poema IV de Signos: un joven que ha perdido al hermano en la guerra. Encontramos también la presencia de un dios diluido (“es él, el que da, retribuye los afectos”) y brevísimos signos de esperanza o de cosas espléndidas, todo ello más como recuerdos de la casa familiar y la infancia (jirones, trozos, escombros de una vida) que como promesas.
El Imperio del poder político es la innegable destrucción que propicia el caos; para llegar a un orden habría que “replegar la furia” y sin embargo nos encontramos en un mundo en el que la perfección de la guerra es la muerte y los “cuerpos escritos bajo tierra” son parte de un discurso que urge ser renombrado. La palabra es un acto pasajero (de ahí la posibilidad de lo performático) y en su caída (“Caen el sustantivo y su forma”) se podría reconstruir el lenguaje que nombre de nuevo el rostro (acaso del hermano simbólico) y de la “casa construida de palabras”que es también el cuerpo.
El lenguaje parece ser el detonante de la destrucción que cuestiona: “¿quién se deleita en este abismo de sílabas rojas?”; que denuncia la “modernidad donde todo se figura y nada toma forma”; y que busca “letras (…) (que) suplican una estancia cierta –sin yugo—en la patria que alberga a la mirada.” Así pues, la reconstrucción poética, si bien no nos ofrece un final feliz (otro acierto del libro), al menos se refiere al “que trabaja el rostro para darse nombre”. La misma palabra que pesa “para designar el muro”, la destrucción y la muerte, presagia una patria en el nombramiento del cuerpo, la casa y el rostro.
En este sentido, no comparto la idea de que sea la muerte el tema central de la obra. Dice Zurita en su Trazo sobre Imperio: “Imperio es un vasto poema mexicano (…) que nos enseña una forma de morir, que nos pone a nosotros, los lectores, en el centro de esa muerte, y por eso mismo nos muestra también los trazos siempre ambiguos, dolorosos y heroicos a la vez, de nuestras vidas alzadas por un instante frente al mar final de lo irremediable, de lo insalvable, de lo que ya no tendrá palabras.” Pienso que la obra trata de la vida, aunque sea una vida en medio del desastre. La búsqueda ontológica se referiría más a una hermenéutica que a la finitud. El personaje se tropieza constantemente con la destrucción de su mundo, pero añora la casa y la palabra nueva. El poema va hacia ellas.
Cerón y sus compañeros toman una serie de elementos acertados para articular una guerra inteligente y válida: el primero es el discurso político abierto, sin miedo a la condena de la crítica mexicana, que muchos años hace nos repite que la poesía debe mantenerse lejos de compromisos ideológicos. Vale decir que como proyecto eventualmente cae en lugares comunes como las palomas de la paz y el corazón sangrante.
Como segundo elemento encuentro la reorganización sintáctica de Coral Bracho, en una nueva y feliz herencia que comienza a manifestarse en los autores jóvenes, y que específicamente en el caso de Imperio llega a buen puerto (aunque a veces se acerque demasiado como en Detonaciones).
Y en tercer lugar, celebro la intención de destrucción-reconstrucción lingüística ¿Huidobro?, que son inherentes a una poética que propone nuevas políticas de lenguaje. Cerón sitúa la palabra en el punto paradójico del nombre que destruye y que promete. Sin duda, el medio más logrado fue la palabra misma que, en este caso, dominó sobre la imagen y el sonido. Si el ser humano sigue siendo político (cosa que no vemos mucho últimamente en este país), el Imperio de Rocío Cerón es una propuesta inteligente y ambiciosa, un libro cuidado y una poética actual que denuncia el miedo pero que no lo ejerce.