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        LA CRÍTICA COMO EXPERIENCIA POÉTICA
          Presentación de Av.  Independencia de Rubí Carreño. Cuarto Propio 2013 
        Diamela Eltit
 
          New York University
          En Anales de Literatura Chilena, Año 14, Diciembre de 2013. Número 20          
        
        
        
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         Quisiera evocar aquí un día definitivo para mí, a medio camino entre  la pesadilla y ese espacio neutro donde el acontecimiento que se vive aún no  puede ser internalizado, cuando Rubí Carreño, en las horas en que se realizaba  la misa fúnebre por la muerte de mi madre, llevó un coro que le otorgó a esa  ceremonia el protocolo de una despedida solemne. No recuerdo prácticamente nada  de ese día ni de esa ceremonia, todo es difuso, salvo el ingreso masivo de esas  voces armónicas. Me di cuenta, un tiempo después, cuando pude pensar, que Rubí  Carreño convirtió la música funeraria en memoria y en reconocimiento de una  vida, la de mi madre, y me otorgó el don de la música como su pésame más fino y  elocuente.
         Escogí recordar este escenario personal para iniciar la presentación  del libro Av.  Independencia porque  mientras lo leía y, no sé bien por qué, volvía una y otra vez a mí la memoria  de esa fecha, la mía, y pensé que la relación música-literatura o quizás cierta  música y cierta literatura forman parte de manera muy intensa del recorrido  solidario, cultural y político y acaso materno de la autora.
         Rubí Carreño realiza con Av. Independencia un trabajo inédito en el campo literario que es darle música a la  historia. Me refiero tanto a la historia -es un decir- histórica como a la  historia literaria y posiblemente busca producir una historización múltiple y  móvil de su propia memoria personal para potenciar su creación crítica en la  que parecen confluir con la misma intensidad relatos musicales junto a relatos  literarios.
         No se trata de pensar en una música de fondo en el sentido más  convencional del término sino más bien su fondo es la formulación de una música  plural que comparte espacios con las prácticas literarias, movimientos,  testimonios que se intersectan mas allá de los tiempos sincrónicos.
         La experiencia crítica que estructura  esta obra busca -y así lo menciona el texto- suturar en el sentido más  quirúrgico del término, tiempos y espacios separados por cortes históricos.  Cortes que por su violencia son pensados en el sentido de una herida. Porque el  texto no intenta negar esos cortes sino más bien reconocer un cuerpo sin  renunciar a la cicatriz que produce la sutura.
         Más aún, se releva la cicatriz o las cicatrices en un cuerpo social  chileno para mostrar las fronteras en las que se enmarca su herida. Así se  diluye el peligro latente que porta la expresión popular que afirma: "el  tiempo borra todas las heridas", porque este texto no las borra sino que  las reconoce como parte de una historia que es necesario comprender. O como  diria Freud, parece necesario volver a recorrer el trauma no para disolverlo  sino para entenderlo y debido a la retraumatización lúcida del nuevo recorrido  se puede ubicar en un espacio menos doloroso.
         De  manera simultánea, la autora no se margina de su música, de sus lecturas y del  proceso de producir un libro de crítica. Se arriesga y toma partido musical y  literario, no escamotea la filiación de su propio transcurso que ocurre desde  la ciudadanía a la letra. Desde esa perspectiva, la mención al trabajo con la  costura que realiza la artista visual Catalina Parra, heredera de Violeta en su  práctica, es un signo reconocible para ingresar a este texto. Costuras  múltiples, pespuntes precisos cruzan este texto para unir (lo local) y lo  latinoamericano: Argentina y México.
         Pero, sin duda, lo local es lo medular, lo más tenso e intenso de este  libro porque quiere llegar a componer casi en un sentido musical la tonada  chilena de los últimos años, acudir hacia la configuración de un lugar otro,  música y literatura, coser en un espacio donde todavía no han podido resolver  las sensibilidades sociales que atraviesan los tiempos comprendidos entre la  predictadura, la dictadura y la transición a la democracia.
         La propuesta de este libro es modular los tonos de los tiempos, marcar  las pausas de sus entretiempos, pensar las emociones y las sensaciones o, como  diría Michel Foucault, producir ciertos acercamientos microfísicos para  descubrir un campo siempre hostil donde el hacer artístico tiene que lidiar con  los sentidos de su tiempo, quiero decir coexistir y disentir, a la vez, con  todos los tiempos.
         La autora habla de disidencias y de biopoéticas para nombrar  producciones, cuerpos, memorias, jolgorio, bailes, gestos, violencia. Esta  estrategia le permite transformar la escritura crítica en un espacio liberado a  flujos que trenzan no sólo prácticas sino que producciones y nombres que  pueblan los diversos tiempos. Desde estos espacios quiero relevar el nombre  artístico del abuelo de la autora, Raúl Gardy, que aparece como portada del  libro-uso el término portada en un sentido amplio-. Ese Raúl Gardy que viajó  del tango al folklore, recorriendo la cueca y la tonada chilenas. Su figura se  hace sede genealógica para posibilitar lecturas rizomáticas, fragmentarias,  discontinuas que no buscan totalizaciones sino más bien garantizan y promueven  los retazos. Una fragmentariedad que muestra materialmente lo que se denomina  disidencia, entendida como intervalos en relación al discurso monolítico  oficial, ya de la crítica literaria, ya de las políticas hegemónicas que buscan  mediante metodologías rígidas establecer normativas y modelos.
         Esos intervalos son los que permiten y muestran la perdurabilidad de  la disidencia. El libro de Rubí Carreño cruza tiempos y en ese sentido resulta  interesante repensar el concepto de contemporaneidad y examinar lo que plantea  el filósofo italiano Giorgio Agamben cuando aseguró que ser contemporáneo es  "mantener la vista fija en la sombra de una época" o: "llegar  puntuales a una cita a la cual solo es posible fallar". Giorgio Agamben  insiste en que la posibilidad de ser contemporáneo radica en una arqueología  que excava lo arcaico en el presente. Por otra parte Agamben sigue el trazado  de Niestzche y su postura frente a lo que denominó como lo intempestivo.
         Siguiendo  esa línea de pensamiento, este texto busca la contemporaneidad en la dirección  planteada por Agamben pues mantiene contornos arqueológicos múltiples en su  formulación. Pienso en el libro y sus propios materiales, pienso en cómo la  autora recorre la matanza de trabajadores y de sus familiares en la escuela  Santa María en Iquique, más adelante convertida en una música emblemática bajo  la forma de Cantata creada por Luis Advis e interpretada por el grupo  Quilapayún, re-citadas ambas en la novela Santa María de las Flores Negras de Hernán Rivera Letelier, producciones  artísticas que, a partir de esa terrible, larga marcha nortina de 1906, puede  relacionarse de una manera oblicua con las marchas estudiantiles del 2011  citadas por la autora. La noción de Escuela, la urgencia del petitorio y la  marcha, resurgen en otro registro y desde otro lugar en la actualidad del  reclamo de la marcha estudiantil para volver extraordinariamente contemporáneo  un tramo extenso de historia disidente como un lugar caótico de confluencia  política y artística o mejor dicho como un lugar de confluencia poética.
         Desde esa perspectiva, resulta pertinente volver a citar a Aristóteles  cuando aseguró que el hombre es un animal político y también citar a Jacques  Ranciere que afirma que el hombre es un animal poético. Por la exclusión que  puede estar contenida en la palabra hombre y que pudiera exiliar a la mujer,  prefiero renunciar a la ambigüedad genérica para producir una fusión y quizás  una confusión y pensar siguiendo a Aristóteles y Ranciere que las personas  somos animales políticos porque somos poéticos.
         Pienso  que el libro Av.  Independencia circula  en esa dirección, en la de habitar una contemporaneidad que requiere de la  arqueología no sólo para recuperar lo arcaico -el origen disidente- sino una  forma de disidencia en el ahora al invitar a compartir la misma pista a la  música que también requiere de una arqueología para convertirse en un texto más.  Pero organizando una estética del movimiento, este libro  "bicicletea", siguiendo el modelo que se plantea la autora, hasta  rozar los lugares críticos del exilio y excava en esa comunidad literaria para  leer los nudos entre su adentro y su afuera. Y más aún se viaja de sur a norte  para encontrar voces a su suma, en lo local Zambra, más allá Cucurto o Yuri  Herrera. Y se suman nombres literarios y nombres críticos que entran y salen  del relato o se empalman con la música pertinente a sus nombres y desde luego  aparece la cueca brava renaciendo de las cenizas agrícolas para ser retrazada  en los espacios urbanos.
         Y  no quisiera terminar esta presentación sin detenerme en el espacio más  disidente de nuestra historia y que recoge el libro Av. Independencia, como es la referencia al mapudungun y al  pueblo mapuche, la herida, el trauma, las vidas resistentes que se cursan en  un pueblo sometido a leyes y por leyes que no le pertenecen.
        El tiempo territorial más extenso de todos, que pasa y pasa por los  cuerpos y que hoy el libro de Rubí Carreño reconoce en la   Comunidad Autónoma de Temucuicui una de las más asediadas por la policía. Y con  Temucuicui como emblema quiero cerrar esta presentación de este libro creativo  e indispensable citando a Agamben cuando dice: "la distancia y a la vez la  cercanía que definen a la contemporaneidad tienen su fundamento en una  proximidad con el origen, que en ningún caso late tan fuerte como en el  presente".