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Las nuevas chicas del barrio

Por Roberto Careaga C.
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 2 de Agosto de 2015



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Personajes secundarios. Así se llaman las memorias de Joyce Johnson, una de las parejas de Jack Kerouac, y en su relato ella aparece en el fondo del estallido de la generación Beat. Como una observadora en segundo plano de un grupo de hombres notables. Y justamente es el título de ese libro al que alude Paulina Flores (1989): "Las mujeres fueron personajes secundarios durante mucho tiempo en la historia de la literatura", dice la escritora, que en dos semanas más publica su primer libro, ¡Qué vergüenza! Rubia oxigenada de look aún confundible con el de una adolescente, está lejos de creer que ha llegado el momento de los papeles protagónicos. Pero quizás sí.

El volumen de cuentos de Flores se lanza casi simultáneamente con otras tres novelas de narradoras debutantes: El cielo que pintamos, de Carmen Galdames; La resta, de Alia Trabucco Zerán, y La regla de los nueve, de la poeta Paula Ilabaca. A ello, se suma la segunda novela de María Paz Rodríguez, Mala madre, y también una estela de libros de otras nuevas autoras, como Romina Reyes, Constanza Gutiérrez, Ileana Elordi y Natalia Berbelagua -quien publica su tercera novela, Domingo-, que vienen abriendo nuevas rutas para la narrativa local.

Aunque quizás la publicación de estos nuevos libros sea una coincidencia editorial despojada de conexiones estéticas, hay rasgos que los unen: acá abundan los hombres dañados y débiles, muchas veces decididamente secundarios, y casi siempre las historias suceden con la década de los 90 como telón de fondo. "Cuando todo parecía fluir o flotar", anota Flores. El rumor de MTV Latino, por ejemplo, sigue a todas partes a los protagonistas de la novela de Carmen Galda

mes (1982): "Fue una década poco definida, llena de cambios, de apatía y valentía, también. Son personajes tan confundidos como esa época", dice la autora.

Formada en los talleres de Pablo Torche, Pablo Simonetti y Diamela Eltit, Galdames escribe en El cielo que pintamos (Libros Patagonia) la historia de un trío de niños de clase alta que en el camino a la adolescencia rompen todos los patrones: escoltados por Iggy, un chico herido para siempre por el suicidio de su hermano mayor, Ana y Matías se dejan llevar por el incesto. Todos los llaman enfermos. "Ana y Matías son valientes y son libres, no enfermos. Se atreven a experimentar y a disfrutar del amor, la amistad y el sexo sin hacer caso a las presiones morales que los rodean. Buscan y encuentran la mejor forma para ser felices, o intentarlo al menos. Que al final es la búsqueda de todos nosotros", dice Galdames.

Interesada en explorar zonas incómodas, Galdames les da también a sus personajes una obsesión por cortarse y dejar correr la sangre. "Prometía un dolor real: un dolor visible y mío", recuerda Iquela, una de las protagonistas de La resta, de Alia Trabucco (1983), que cuando chica se rascaba la mano hasta hacerse una herida. Ganadora del premio del Consejo del Libro a mejor novela inédita 2014, el libro de Trabucco ya fue publicado en España por la editorial Demipage y ahora Tajamar lo lanza acá. También son los 90, pero estos están cargados: el cadáver de una chilena exiliada queda atrapado en Mendoza cuando intentan regresarla a Chile.

Hija del cineasta Sergio Trabucco y de la periodista Faride Zerán, Alia es abogada pero lo suyo es la literatura. Vive en Inglaterra, donde estudia un doctorado en la University College London. La resta es sobre los hijos de quienes vivieron la represión de la dictadura y, más sutilmente, del lenguaje que alguna vez usaron. En el inicio, esos hijos son niños probando cigarrillos y vino la noche en que sus padres celebran el triunfo del No. Años después son Iquela, Felipe y Paloma, que cruzan la cordillera de los Andes en una carroza fúnebre para buscar el cuerpo de la mamá de esta última, atorado no saben dónde. Ecos de luchas políticas de otros, desarraigo y perplejidad se cruzan en un relato que Trabucco prefiere no tildar de generacional.

"La idea de escribir La resta me acompañó durante varios años, pero tardé en encontrar las dos voces que pudieran instalarse en los bordes desde donde me interesaba narrar esa historia. Buscaba una incomodidad y no es fácil escribir desde esa incomodidad. La resta no pretende dar cuenta de un gran relato generacional; sospecho de esos grandes relatos y de sus pretensiones un tanto autoritarias. Los personajes de esta novela son sujetos fracturados, ellos mismos son fragmentos de una historia que atraviesa a muchas personas de maneras muy distintas", dice Trabucco.

Paula Ilabaca (1979) no teme a decir que en La regla de los nueve (Emecé) sí hay algo de su generación. Al menos una parte. Poeta destacada de los llamados Novísimos -donde también estaban Héctor Hernández y Diego Ramírez-, en su debut narrativo explora la intensidad de un grupo de jóvenes que en el cambio de siglo viven literariamente. Están enamorados, están solos, creen en la poesía. Su historia se despliega al modo de un policial para entender qué pasó con Gabriel, un veinteañero que muere calcinado en su pieza rodeado de papeles y libros.

"Una de las tareas del escritor es ser fiel a lo que escucha, a la voz interna que va diciendo lo que se tiene que escribir. Durante varios años esa voz fue rítmica, a veces en verso, otras en una prosa, una prosa densa y barrosa. De pronto esa voz quiso tener otra textura y la dejé que tomara su curso. Así fue como nació mi novela", dice Ilabaca, que matiza los manchones biográficos de La regla de los nueve : "Las biografías siempre son gestos mínimos y precisos dentro de una totalidad inabordable, por lo que me parece un tanto mezquino con el texto suscribirlo a la historia de mis inicios como poeta y lo que ahí ocurría. Ahora, sí creo que está presente una idea de representar esos años finales de los noventa".

La poesía para Gabriel, Edith y Adrián, los personajes de Ilabaca, es una manera de empezar a vivir. Para María Claro, la protagonista de Mala madre (Alfaguara), el arte es la forma de tener una nueva vida. Muy distante de su primer libro, el fragmentado El gran hotel, esta novela de María Paz Rodríguez (1981) cuenta la historia de una mujer de la clase alta chilena que abandona todo, país, familia, hijos y nombre, para liberarse. Convertida en una artista conceptual de renombre internacional, vive su vejez en calma en Iowa, Estados Unidos, hasta que una nieta la encuentra.

Hecha de una combinación de ficción y realidad -un personaje como María Claro existió en la familia de Rodríguez-, Mala madre es una historia de mujeres que deciden su destino a cualquier costo. "Me identifico con este tipo de personajes, pues creo que, en Mala Madre, la sociedad donde se mueven estas mujeres es una que les exige ser muchas cosas. Y el arte es la redención de ese 'deber ser'. Por eso lo entiendo. Mi vida ha estado cruzada por la literatura, me he dedicado por completo a escribir y editar libros, me sería muy difícil vivir sin lo literario", dice la también editora de Libros Patagonia.

Casi en el extremo opuesto, los personajes de Paulina Flores no pueden elegir nada. Los arrasan sus circunstancias. Los cuentos de ¡Qué vergüenza! son historias de derrotas cotidianas sobre una clase media siempre tambaleando económicamente, en la que un puñado de solitarios entrañables aprenden a no hacerse ilusiones. "En esa época me erguía ridículamente frente al mundo, creyendo que podría vencerlo y salir ilesa", se lee en un relato. Para Flores no es pesimismo. "Sé que los personajes intentan comprender lo que son: lo que fueron, lo que querían ser y lo que terminaron siendo. A veces responden esa pregunta con desaliento, otras con humor", dice.

Profesora en un colegio para sacar dos años en uno, Flores estudió Literatura en la Universidad de Chile y estuvo en los talleres de Luis López Aliaga y Alejandro Zambra. Este último cree que ¡Qué vergüenza! es "brillante". Fanática de Alice Munro, no sabe si alguna vez escribirá una novela. "Ser escritora fue una especie de decisión, no algo con lo que tropecé. No descubrí un talento escondido, ha sido puro trabajo, sobreponerse a frustraciones y fracasos, terquedad o perseverancia, mucha sangre, litros y litros", cuenta.

Para Flores, si eres mujer de eso se trata: de trabajar. "No he leído a las otras autoras (de este artículo), pero de seguro son muy mateas, como todas las mujeres que se hacen espacio en mundos que antes pertenecían solo a los hombres", dice. ¿Antes? Para Trabucco aún es un presente. "Creo que el medio literario chileno es sumamente machista y lo preocupante es que ese machismo esté normalizado y escondido. Hay muy poca conciencia y autocrítica, desde el mundo editorial hasta los propios escritores, sobre las formas en que ese machismo se manifiesta", dice.

En este tema las autoras difieren. Para Rodríguez, "cada vez se abren más espacios y hay un mayor interés por leer a mujeres", mientras que para Galdames la misoginia en la literatura se combate de una sola forma: "Escribiendo bien, con personajes femeninos y masculinos igualmente poderosos". Pero Ilabaca duda: "Creo que es un lugar común pensar que el sistema es machista y también creo que en términos públicos se utiliza mucho ese lugar común para establecer diferencias o generar ciertas rencillas entre los géneros. Muchos escritores chilenos son grandes aliados de escritoras mujeres. Ya estamos instalados en un espacio de diálogo entre hombres y mujeres".


 

 

 

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