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AV. INDEPENDENCIA. LITERATURA, MÚSICA E IDEAS DE CHILE DISIDENTE
Santiago, Cuarto Propio, 2013. 242 págs.

Por Natalia Díaz y Daniela Gutierrez
Nataliadiaz801@hotmail.como.. dpgutierre@gmail.com
Universidad Andrés Bello

En Revista de Humanidades, Universidad Andrés Bello. N°28 Julio-Diciembre de 2013


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La reciente publicación de Rubí Carreño, Av. Independencia. Literatura, música e ideas de Chile disidente, reflexiona en torno a los modos en que literatura y música dan cuenta de la voz de una generación acallada durante la dictadura militar en Chile. El ensayo aborda diversas producciones culturales desde el año ´73 hasta la actualidad, desde una perspectiva que, sin dejar de lado el rigor académico, expone el lugar de enunciación de su autora, validando su subjetividad y mirada crítica. El libro de Carreño se nos muestra como un lienzo en donde la música y la literatura son utilizados como medio para reflexionar sobre nuestro pasado histórico y sobre cómo ese pasado se hace presente, pues el silencio de la dictadura ha demorado años en romperse, lo que actualmente se demuestra en los movimientos sociales y distintas expresiones culturales.

Desde el ámbito de la producción literaria, Rubí Carreño desarrolla sus ideas mediante el análisis de cuatro autores quienes, a pesar de ser solo un puñado de la gama de escritores mencionados en Av. Independencia, se exponen —según la autora— como los de mayor incidencia en la escena cultura actual. Diamela Eltit, Hernán Rivera Letelier, Pedro Lemebel y Alejandro Zambra escriben acerca de la dictadura, cada uno apuntando a un sector silenciado y sobre vidas distintas. La obra de Diamela Eltit, Mano de obra (2002), es destacada en el libro de Carreño en cuanto a un proyecto literario que ensaya la escritura de una novela social en un contexto postutópico, que se conforma una vez perdida la utopía de los discursos de izquierda, los que postulaban que la literatura debía dejar de ser un asunto de salón para relacionarse con la dimensión creativa e inalienable del trabajo asalariado: “Este vínculo entre trabajo asalariado y artístico se reescribe en Mano de obra en una versión de pesadilla capitalista” (41). Como explica Carreño, con Diamela Eltit se genera la historia del otro Chile, aquel que en su momento no servía para el proyecto de patria que estaba construyendo la dictadura. Es la “contramemoria” de los últimos cuarenta años, la necesidad de mostrar al indio, al mestizo, al pobre, al obrero y al homosexual en un intento por gritar que no son “los otros”, sino “los iguales” (44).

Otro autor que construye esta contramemoria es Hernán Rivera Letelier, quien elabora en sus novelas la perspectiva de los obreros. El autor elige la imagen del obrero pampino como personaje central de sus obras, aunque también incluye otro tipo de personajes. Carreño analiza la obra Santa María de las flores negras (2002) como una alegoría de “los otros”, individuos que son narrados en la “Cantata de Santa María”, rescatando la imagen de miseria y pobreza a través de la escritura, pues, como menciona la autora, la literatura y la música siguen siendo la única justicia y la memoria más justa (104). Como se explica en Av. Independencia, Rivera Letelier “origina una identidad y una estética” (92), puesto que él mismo se define como obrero y se inscribe, por lo tanto, en los mismos espacios culturales que él representa en su obra. Esto es, asumir una identificación con el indígena, la ideología de izquierda y una masculinidad particular, además de una “estética del basurero”. Para Carreño es este uno de los aspectos fundamentales, dado que esta estética recoge y resignifica experiencias, emociones y textos de estos grupos populares, conformando nuevos discursos e imaginarios sociales.

En el caso de Pedro Lemebel, el escritor como figura intelectual y sus personajes representantes de la subordinación se funden en una sola figura en torno a reflexiones sobre la homosexualidad, tildada como “el mariconeo” por grupos fascistas. De esta manera se hace presente la voz de un igual, integrando a sujetos que han sido, quizás, los más discriminados. La figura del obrero, de la prostituta, del homosexual y del pobre izquierdista renace y vuelve a ocupar un lugar en la memoria colectiva. Aquellos que resistían al proyecto dictatorial se organizan y se identifican con el vocativo “compañero” que implica, para Carreño, una forma de expresar unidad y emparejamiento. El “compañero” recitado en protestas y cantos une al pueblo y sirve, incluso hoy, para reunir grupos heterogéneos que luchan por una misma causa social.

El grupo de los exiliados está representado en la obra de Alejandro Zambra, cuya popularidad radica también en su capacidad para hablar por los que aún se sienten olvidados. Zambra utiliza reiteradamente el recurso de narrar a través de la voz de un infante. Rubí Carreño refuta tajantemente la idea de que quienes no vivieron el golpe y la dictadura carecen de derecho a opinión, pues los efectos de la violencia han sido asimilados por los hijos. De esta manera, la novela Formas de volver a casa (2011) encarna la experiencia del exilio familiar desde la voz de un menor, el cual se ve afectado por el temor y el dolor de los adultos que lo rodean.

Las numerosas referencias a grupos musicales que realiza la autora son parte de su propuesta innovadora, esto es, trabajar con diversas manifestaciones de la cultura popular para hacerlas dialogar con producciones literarias, eludiendo una concepción purista del trabajo académico. De esta manera, dichas referencias se encuentran agrupadas en músicos que crearon durante y después de la dictadura. Se retoman intérpretes como Víctor Jara, Violeta Parra, Inti-Illimani, Los Jaivas, Quilapayún, Illapu, entre otros. Estos representan una postura que comúnmente se asociaba a la izquierda política radical. Aunque las letras de las canciones de estos músicos poco a poco se estaban legitimando como parte de una nueva canción nacional, eran contestatarias e intentaban mostrar un sector de Chile que no estaba siendo escuchado y que nunca lo había sido. Tanto música como letra representaban al pueblo, es decir, trabajadores de la tierra, constructores, campesinos, panaderos, incluyendo al chileno de “clase media baja”.

Carreño profundiza principalmente en letras de Violeta Parra y Víctor Jara. Con respecto a la primera, menciona que “junto con el programa político y estético propio de los artistas comunistas, Violeta Parra también incorpora en sus poéticas los saberes y prácticas de los pobres y una genealogía familiar de mujeres que cruza con procedimientos artísticos que se transmiten actualmente entre las diferentes generaciones” (27). También para el caso de Víctor Jara se hacen ciertos alcances relacionados con obreros o trabajadores de la tierra, los cuales se encuentran dirigidos a la mano de obra del país, más específicamente en las canciones del disco Pongo en tus manos abiertas, en cuya portada se retratan manos obreras que, a su vez, Diamela Eltit utiliza como referencia para su libro Mano de Obra, mencionado con anterioridad: “Quien me iba a decir a mí / que yo me iba a enamorar / si yo no tengo un lugar / en la Tierra / y mis manos son lo único que tengo / son mi amor y mi sustento” (37). Ambos músicos —Violeta Parra y Víctor Jara— tienen una gran presencia en el libro, debido a que sus obras son la representación del Chile disidente, no solo el que se expresa a través de la música, sino que también el que lo hace a través de las letras, pues tanto Víctor Jara como Violeta Parra son considerados poetas por una sustancial parte de la población latinoamericana.

Otro grupo de músicos se compone de artistas de la generación posterior a la dictadura, la generación que vivió o nació en dictadura, pero que no fue testigo del golpe. Este tipo de música, al igual que la literatura, es una proyección de esa voz silenciada por el régimen, pero más que plantearse radicales, políticamente toman una postura rebelde e inconformista frente a la realidad del país en todo ámbito de cosas. Un aspecto que cabe destacar de artistas como Manuel García, Nano Stern, Chinoy, Camila Moreno y Evelyn Cornejo es que recrean a través de su música lo que le tocó vivir a la generación anterior. Estos artistas contemporáneos, por un lado, cumplen el objetivo de hablar por los que callaron por muchos años y que no tuvieron oportunidad de contar sus propias historias o que pasaron por alto episodios muy dolorosos para contarlos por sí mismos. Y, por otro lado, toman influencias de los artistas representativos de la música disidente durante la dictadura moldeándola con tendencias más nuevas: híbridos musicales en los que se destaca la trova, pero con instrumentos típicos del rock o incluso de la cumbia.

De modo análogo y haciendo énfasis en esto último, existe otra rama de artistas de la misma generación que, musicalmente más alejados de Violeta Parra, Víctor Jara o grupos como Inti-Illimani y Quilapayún, hacen presente a través de sus canciones “la fiesta, la jarana y la pachanga”. Bandas como Los Trukeros, La mano ajena, La Banda Conmoción, Juana Fe, Chico Trujillo y Guachupé, las cuales proponen:

Llevar la cumbia, el klezmer, la banda nortina de zampoñas o bronces, vinculada al carnaval a la escena de la memoria y la denuncia de los derechos humanos, entre otras temáticas. No se trata de ponerle azúcar a lo amargo..., sino más bien de relevar el impulso de la vida presente en nosotros aún en la desgracia. Es como si tuvieran el convencimiento de que es necesario incorporar los tonos mayores y los ritmos candentes en la musicalidad y, por ende, en la emocionalidad chilena, para que la sociedad pueda sanarse. (195)

En resumidas cuentas, tanto los escritores como los representantes más importantes de la disidencia musical chilena, revelan el silencio del pasado. En Av. Independencia se recalca el hecho de que música y literatura son inmanentes a la condición del ser humano. El arte ha sido siempre una manera de expresión y crítica del hombre, lo que hace forzoso la búsqueda de modos de expresión ante el silencio instalado por la dictadura. Música y literatura se funden con la sociedad y, a su vez, con las demandas de esta. El libro de Rubí Carreño es también una reflexión sobre el presente en la medida que plantea una articulación entre las manifestaciones culturales analizadas en el libro y las actuales marchas estudiantiles, huelgas y protestas a través de las que se manifiestan el horror, la discriminación y el miedo. El pasado que se tiñó de un dolor solemne, que involucra a varias generaciones, finalmente puede ser vociferado, expiando heridas lejanas que, para quienes vivieron el golpe y sus consecuencias, siguen latiendo.



 



 

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