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Av. Independencia: crítica y renovación[*]
Av. Independencia: Criticism and Renewal

Por Rubí Carreño Bolívar
Pontificia Universidad Católica de Chile
rcarrenb@uc.cl

Taller de Letras, N°49, 2011



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El artículo analiza aspectos relevantes en la agenda crítica de los estudios culturales, de género y de la memoria enfatizando sus aciertos y tensiones respecto a sus polí- ticas de representación. Explora la paradoja entre el consenso existente respecto a la secularización de la crítica y el escepticismo respecto a los poderes emancipadores de la misma. Finalmente, propone una posible vía, entre muchas, por donde caminar hacia una revitalización y renovación de la crítica, proceso que es necesario realizar de manera colectiva y plural.

Palabras claves: Crítica, renovación, historia cultural.

This paper analyzes relevant aspects in cultural studies, gender and memory critical agenda, emphasizing its wise moves and its tensions in relation to its representational politics. It explores the paradox between the present consensus about secularization of criticism and the scepticism about this same criticism emancipating powers. Finally, it proposes a possible way –among many others– to advance towards a critical re-invigoration and renewal, a process necessarily accomplished in a collective and plural way.

Keywords: Criticism, renewal, cultural history.

 

Un lugar

“Leer es cubrirse la cara. Y escribir es mostrarla” (Zambra 2011, 66). Quizás los momentos más convocantes e influyentes en la historia de la crítica literaria han ocurrido cuando como críticos nos hemos atrevido a mostrar la cara. Es decir, privilegiar la propia subjetividad y el lugar desde el cual escribimos por sobre aspectos disciplinarios. El gesto de poner entre paréntesis o en una nota al pie las máscaras cientificistas, seudouniversales o meramente reproductivas respecto a la teoría y relevar una crítica comprometida, arraigada en una tradición cultural vasta y, por ende, capaz de movimiento, y que se concibe a sí misma como un proyecto creativo de escritura, ha sido, sin duda, la acción que ha renovado no solo el campo literario sino que también el que ha permitido tener una influencia en el campo social.

La agenda crítica que ha prevalecido y se ha impuesto en los últimos años, es decir, los estudios de género, los estudios culturales, estudios de la memoria, estudios postcoloniales y su variante latinoamericanista de estudios de la subalternidad, han puesto su énfasis en la defensa de los derechos humanos de subjetividades consideradas marginales o subalternas. En relación a esta propuesta básica, han logrado valorar como literarias las autorrepresentaciones de sujetos históricamente excluidos y con ellos, géneros que no eran considerados literarios como cartas, diarios y testimonios. Asimismo, también lograron valorar las ficciones escritas por mujeres evaluadas por lo general por los estudios literarios convencionales como fragmentarias, escasas, y, en el mejor de los casos, vanguardistas, pero siempre ajenas a la universalidad y el canon.

De la mano de esta agenda también lograron constituirse como comunidades críticas reconocibles y relevantes, consiguiendo posicionar a la literatura latinoamericana al mismo nivel o incluso por sobre la reinante literatura española. Desde su lugar de académicos y críticos denunciaron las dictaduras latinoamericanas a través de congresos, revistas, manifiestos y cartas, convocando una comunidad dispersa y vigilada. También establecieron vínculos entre el holocausto y las experiencias dictatoriales latinoamericanas concibiendo, entonces, a la literatura como una instancia reparadora en situaciones postraumáticas. Recientemente, han mostrado las erosiones del neoliberalismo en el terreno de la cultura, al exponer el adelgazamiento de la división entre campo cultural y mercado.

Finalmente, tanto los críticos latinoamericanos exiliados que hicieron carrera en Estados Unidos durante los setenta así como las feministas latinoamericanas y norteamericanas de los setenta en adelante, lograron construir redes de supervivencia concreta en campos culturales hostiles. La palabra crítica no solo aludía a la estética o a la ideología, sino que también a la obtención de sustento para quienes habían sido despojados de sus redes familiares y contextos, como sucedió tanto con los críticos y críticas exiliados, y también, con las primeras generaciones de mujeres académicas, consideradas recién llegadas desde la cocina al olimpo de las ideas.

Estos escritores de generaciones pasadas pero con un trabajo absolutamente vigente han tenido el mérito de haber hermanado el compromiso político con el académico y el literario. Siguiendo la expresión de Jean Franco, cruzaron fronteras para constituir un escenario crítico en el que la vida y sus condiciones eran consideradas de manera sustancial, y nunca fueron excluidas en pro de normas de publicación.

Sin embargo, sin dejar de reconocer sus grandes aciertos y celebrar el modo en que nuestro campo ha sido reconfigurado, consideramos que hay aspectos de esta agenda crítica que deben ser problematizados. Feministas y postcolonialistas han hecho notar el efecto de la representación literaria en subjetividades históricas, concretas, mostrando de qué modo determinadas narrativas naturalizan o subvierten, según sea el caso, construcciones políticas que tienden a fijar identidades en términos esencialistas. Ahora bien, en consonancia con sus postulados deconstructivos, Gayatri Spivak lleva esta problemática a la relación entre intelectuales y los llamados “subalternos” a los que se pretende dar voz. A partir de este punto, la crítica de las políticas de la representación se volverían contra sí mismas. La asociación histórica entre obreros e intelectuales queda atrapada en lo que Spivak, tomando el concepto de Foucault, denomina “violencia epistémica” y que implica desde declarar lo que el otro sabe o no sabe, hasta tomarlo como espejo de la propia identidad, como por ejemplo ocurre con la expresión “obrero de la literatura”. Hablar por el otro, “representarlo”, le pondría una cadena más a un cuerpo que, por lo general, se representa despojado de su capacidad de disidencia, reflexión y placer, transformándolo en el plano de la representación en un “cuerpo doliente” (Franco, 2003), abusado, sufriente[1].

A partir de estas observaciones, podemos señalar que al pensar la literatura del Cono Sur desde las categorías de “transición”, “trauma” o “postdictadura” se ha operado dentro de marcos conceptuales que no son ajenos a los problemas generales de las teorías de la representación. Cuando una novela es leída enfatizando el duelo, el trauma y otras formas de lo irrepresentable, deja la voz del crítico como la única voz autorizada para dotar de sentido a los fragmentos (Monder, 2010). En este sentido, la violencia epistémica no solo se aplica al “cuerpo doliente” del pobre, sino que a toda la producción literaria latinoamericana, convertida de Macondo a McOndo, en una Villa Miseria en la que las obras terminan siendo reducidas a clisés del tipo “literatura marginal”, “de vanguardia” o “fragmentaria”, como ocurría antaño con los textos escritos por mujeres. Mientras tanto, el énfasis en la representación de subjetividades deja a la estética convertida en una especie de “reina en el exilio” en los jardines del conservadurismo. Valdría la pena, entonces, reapropiarse de estos conceptos desde la tradición de una estética comprometida con total transparencia con la política.

Sin embargo, a pesar de las tensiones, la alianza entre “obreros y estudiantes” sigue siendo productiva, por lo que una mirada a las comunidades políticas que fueron perseguidas o exterminadas no es un deber, sino que un privilegio en cuanto a su memoria viva. Por otro lado, aunque no exista la letra capaz de devolver la vida a los que fueron asesinados, la “inventada” es en muchos ámbitos la única reparación y justicia que se ha realizado.

Por donde caminar

Me siento parte y heredera de esta tradición crítica de los años setenta y de los ochenta, una crítica comprometida fuertemente con el retorno a la democracia en Chile y en los países de América del Sur y también con la posibilidad de que las llamadas minorías étnicas y sexuales pudiéramos tener una voz y escritura legítima. Por otro lado, me he desarrollado como académica en un contexto en el que existe un consenso casi indiscutible en torno a la relación entre crítica y sociedad, pero que en la práctica no tiene casi vínculo con ella. Mi generación es una generación bisagra que alcanzó a formar parte de una crítica que salía a la calle, sobre todo de la mano del feminismo, y por otro lado, constituye también el inicio de los especialistas, de los técnicos, ojalá globalizados, de la literatura. En este devenir del intelectual comprometido de los setenta-ochenta al funcionario comprometido hasta los huesos con los índices de productividad, muchas de las ideas centrales de la renovación de la crítica se han convertido en meras “palabras claves”. En esta transformación, los artículos o ensayos son “productos” y el único género abordado es el “paper”.

No es extraño, para mí, que hoy seamos parte de la siguiente paradoja: si bien existe un consenso amplio respecto a la secularización de la crítica, la confianza respecto al impacto que este discurso pueda tener fuera de los ámbitos académicos es casi nula. Se habla de la declinación y caída de la ciudad letrada (Franco, 2003), de la desauratización de la literatura (Beverly), de la derrota literaria y política (Avelar), pero realmente, más allá de los asentimientos y disensos, no se observa, todavía, por lo menos, una fuerza colectiva que proponga un cambio posible.

Me parece que hay que volver a leer a estas generaciones fuera del hábito de la cita que habilita o de la nota al pie. Pero creo que, sobre todo, hay que volver a escribir. Una transformación de la crítica pasa por la transformación de la escritura. Quienes han tenido una influencia consistente en nuestro campo no han sido, precisamente, los adictos a la corrección o a la rebeldía, sino quienes han logrado encontrar una imagen o inventar una expresión que diera cuenta de un mundo, de una experiencia, es decir, aquellos que han sumado una intuición poética de la realidad a sus saberes literarios[2].

Imagino una escritura académica que no solo aborde lo popular, sino que se atreva a ser gozosa, punzante, divertida, fácil y profunda. Imagino una escritura académica que no solo hable de la diferencia sino que se acepte diferente y plural, que pueda escribirse más allá de los formularios preestablecidos buscando un acercamiento cálido hacia sus destinatarios, ojalá nuevos lectores. Una escritura que al hablar de subalternidad no solo acoja el aparato teórico elaborado desde el primer mundo, sino que incluya lenguas y posiciones cuyo destino es la traducción sin cita o el reconocimiento tardío.

Una escritura que se pregunte por la diáspora y la inmigración, pero que también represente la inmigración que críticos y críticas han realizado desde hace décadas por motivos académicos, políticos, sexuales, económicos, de supervivencia concreta, pues estas migraciones condicionan, fuertemente, nuestros modos de relacionarnos desde los modos de hacer pareja y familia, las ideas y conceptos de nación en cuanto a los vínculos con los países que dejamos o que nos acogen, y el trabajo intelectual. Quisiera una escritura que no use al otro como espejo de sí misma, sino que dé la cara, esa que nos da el pan, pero que también alimenta.

Con independencia

El trabajo que he venido realizando en los últimos años y que ha dado origen a diversos artículos ya publicados y al libro “Av. Independencia: letra y música de la disidencia chilena” (en proceso), es para quienes escucharon, leyeron y escribieron las letras de la disidencia en Chile, aun no siendo chilenos o, incluso, habiendo vivido antes de la dictadura. Trata sobre la supervivencia en campos culturales violentos y la función de las canciones, la literatura y la crítica en ese proceso. Abandona las perspectivas críticas vigentes al momento de escribir esta propuesta que enfatizan la derrota política y literaria; la ruina y melancolía; la lectura exclusivamente circunscrita a lo postdictatorial, para apropiarse desde la ribera liberal de conceptos que han sido capitalizados por la derecha política y económica: la defensa de la vida, la estética, el amor, la universalidad, el cambio, el canon, la tradición, además de la anexión del placer y el erotismo como instancias de respuesta política y artística.

Nuestros objetivos han sido forjar una memoria cultural de la disidencia chilena y al mismo tiempo establecer un modelo de análisis capaz de dar cuenta de las maneras en que esta historia cultural ha pervivido. Con estos objetivos en mente hemos pretendido colaborar con la recomposición de saberes y prácticas de una inmensa mayoría disidente que fue acallada durante la dictadura y que en la actualidad es difícil de rastrear, en parte porque los estudios culturales y de la memoria han tendido a privilegiar los aspectos dolientes o luctuosos.

A la imagen globalizada del holocausto (Hyussen) que ha permeado los estudios de la memoria y que consiste en una ruma de cuerpos desnudos, apilados, sin nombre y sin historia, y su versión conosureña de la fosa común o el cementerio clandestino, proponemos sumar la historia, el legado artístico y político de estas comunidades y su importancia para el tiempo presente.

Si bien es cierto que la denuncia ha sido un factor importantísimo en los últimos años, también lo es la cultura hedonista de la izquierda, generalmente puesta en tela de juicio como si se tratara de algo incorrecto, casi pecaminoso. Hoy por hoy, concebir cuerpos gozosos es una acción política, toda vez que, como hemos visto en la narrativa reciente, somos mercancía en el gran supermercado del mundo, donantes de órganos, bureros, vida nuda.

Hemos estudiado poéticas y manifiestos en un corpus amplio de canciones, novelas, poemas y textos críticos que dialogan entre sí traspasando barreras temporales, disciplinarias y las que dicen relación con lo culto y lo popular, con el fin de relevar la manera en que estos textos han constituido una tradición de arte aurático. Esta ha alertado de los inminentes horrores a la vez que ha acompañado al alma liberal chilena en sus pequeñas y grandes épicas.

Desde nuestra perspectiva, la memoria es un asunto de la imaginación y del ahora, y por ende, se escribe y reescribe cotidianamente en diferentes soportes. Incluso incorpora una saludable disidencia respecto de sí misma que le permite sobrevivir en las nuevas generaciones. No radica tanto en los memoriales, los museos o las sepulturas, en ocasiones, realizados más para el olvido que para la memoria, ni tampoco en una literatura o crítica que se concibe a sí misma como derrotada. Nuestro trabajo se ubica en ese palpitar que se reescribe, se apropia y transita desde el arte conceptual a la propaganda política; de la revista académica al cancionero popular; que va del libro y los discos quemados en la pira fría de los militares a lo que fluye por lógicas de la memoria popular, oral y escrita, indeleble.

La labor del crítico, más que la de un “exhumador de cadáveres” (Masiello) o de “cronista del horror” (Promis) es ahora la de quien puede rastrear la forma literaria que asume la pulsión de vida, aún en la catástrofe, quien con su arte y su parte se resiste al biopoder. Para rastrear esta pulsión ha sido necesario indagar en diversas tradiciones literarias, no solo en aquellas que se circunscriben a lo dictatorial o postdictatorial; mezclar e inventar géneros críticos (como cancioneros y ficciones críticas); atender lo mínimo más que lo monumental e incluir nuestra propia memoria y los de nuestra clase en lo que escribimos, es decir, autorrepresentarnos.

Proponemos una historia cultural de aquellos que escucharon, leyeron, cantaron o escribieron las letras del Chile disidente a partir de relevar lo que hemos llamado biopoéticas. En este concepto confluyen las dimensiones estéticas y políticas de la palabra literaria, es decir, las poéticas, con las prácticas surgidas en y alrededor del texto que permiten tanto la inserción como la supervivencia concreta en un campo cultural represivo. Las biopoé- ticas involucran una subjetividad y su relación con los poderes económicos, políticos, o de la representación, y definen nuestro concepto de disidencia. Un disidente sería aquel que cotidianamente enfrenta y resiste creativamente a los poderes fácticos que lo consideran mano de obra, residuo o, desde el plano de la representación, “el otro”. Dicho de otro modo, biopoética es la respuesta artística al biopoder.

La fiesta, el baile, el erotismo, las articulaciones entre la academia y los saberes populares, las resignificaciones del amor desde lo político, las redes de supervivencia formadas por críticos en el exilio en los setenta y las críticas feministas en los ochenta, la hibridez como forma de universalismo, la cita y apropiación de una tradición cultural, la capacidad para formular y reformular una agenda crítica con cierta independencia, son algunas de las biopolíticas que hemos estudiado en estos años.

Ni nostálgica ni matricida. Me gusta leer el pasado literario y crítico en sus tensiones y aciertos en beneficio del presente que es sobre lo único en lo que podemos intervenir. Es desde este lugar en el que propongo releer la tradición crítica y, en lo posible, escribir un párrafo más.

 

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Notas

[*] Este texto es parte de mi libro Av. Independencia: letra y música de la disidencia chilena (en proceso), resultado del proyecto Fondecyt: Luces brotaban: autorrepresentaciones de la letra en la canción popular y literatura chilena, cuyos coinvestigadores fueron Cristián Opazo y Samuel Monder, con quienes discutí algunos de los temas expuestos aquí, quede constancia de mi agradecimiento.

[1] En mis últimos libros he intentado paliar la violencia epistémica que implica recusar lo propio en el otro a través de la escritura de géneros que incorporan a los críticos en el discurso. En el caso de Memorias del nuevo siglo: jóvenes, trabajadores y artistas en la narrativa reciente (Cuarto Propio, 2009) incorporé fragmentos autobiográficos que dialogaban con la teoría y en Av. Independencia se trata de la incorporación de ficciones críticas en las que se representan diversas situaciones puertas adentro de la academia (parejas, migraciones, lecturas en la cama, etc.) a fin de representar desde nosotros mismos lo que generalmente se adjudica al sujeto popular, cuerpo, historia, dolor, pasiones, posibilidad de ser representado, etc.

[2] He tomado el concepto de intuición poética de la realidad de Hyden White.

 

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Obras citadas

Avelar, Idelver. Alegorías de la derrota: la ficción postdictatorial y el trabajo del duelo. Santiago: Cuarto Propio, 2000.
Foucault, Michel. “Los intelectuales y el poder. Entrevista a Michel Foucault por Gilles Deleuze”. Foucault, Michel. Microfísica del Poder. Madrid: Ediciones La Piqueta, 1992. 77-86.
Franco, Jean. Decadencia y caída de la ciudad letrada. Barcelona: Debate, 2003.
Said, Edward. “Secular Criticism”. Critical Theory Since. 1965. Ed. Hazard Adams and Leroy. Searle. Tallahassee: UP of Florida, 1986. 605-622
Spivak, Gayatri. “¿Puede hablar el sujeto subalterno?” Orbis Tertius 6 (2002): 174-232.
Thayer, Willy. La crisis no moderna de la universidad moderna. Santiago: Cuarto Propio, 1996.
Zambra, Alejandro. Formas de volver a casa. Barcelona: Anagrama, 2010.



 



 

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