La publicación de la primera novela despierta una mirada de ansiedad en su autor y otra de conjetura avant la lettre en el lector: no por tal, este lugar común deja de ser verdadero. Los lectores, y especialmente aquellos que además de leer se dedican a la crítica literaria, suelen enfrentarse a estos relatos inaugurales con una especie de curiosidad que de ninguna manera se podría calificar de hostil, pero sí, hasta cierto punto, de prejuicio. Es una mirada un tanto desconfiada. No son frecuentes las primeras novelas que ganan el apoyo incondicional de la crítica. Son más bien textos que a veces caminan hacia su autoinmolación porque se ofrecen generosamente para que el crítico, sobre todo si desempeña su tarea con excesivo puntillismo o con la pluma flamígera de la severidad, se solace exhibiendo todos los defectos y debilidades de una obra "primeriza".
De este riesgo se salva con merecido éxito la primera novela de Roberto Castillo Sandoval, quien antes de debutar como narrador había obtenido un doctorado en Lenguas y Literaturas Románticas en la Universidad de Harvard y actualmente se desempeña como Profesor Asistente en Haverford College (Pennsylvania). No cabe duda que sus estudios de teoría literaria han sido un elemento fundamental en la construcción de su relato.
Cualquier lector familiarizado con las estrategias discursivas de la llamada postmodernidad lo ubicará de inmediato como un excelente ejemplo del entramamiento (término popularizado por J. Hayden White) de dos formas textuales tradicionalmente consideradas antagónicas: el discurso "verdadero" de la historia y el discurso "imaginario" de la ficción. Y los lectores que no estén familiarizados con tales categorías, es decir, las personas que leen motivadas por el regocijo que produce tal actividad, detendrán con frecuencia la lectura para preguntarse dónde se sitúan los límites entre la realidad y la ficción en el texto que tienen entre manos.
La novela de Castillo exhibe muchos méritos literarios que sería largo enumerar aquí. Mencionemos sólo que está excelentemente construida, utilizando una disposición en abismo donde discursos provenientes de distintas fuentes de información se alternan y superponen para aumentar con ritmo sostenido la riqueza semántica de la historia. Todos sus personajes, desde los que ocupan la periferia del relato hasta la figura que domina el discurso, el legendario boxeador Arturo Godoy, destilan humanidad, son figuras trabajadas con profundidad sicológica y reflejan, además, el cariño que les ha profesado su autor. Las peripecias recorren medio siglo, en una suerte de vertiginoso torbellino de sorpresas narrativas, y se desarrollan en espacios que abrazan desde los ignorados caseríos pesqueros de Iquique hasta la megápolis de Nueva York, pasando, entre, otros lugares, por el Santiago del Frente Popular y el Buenos Aires de Gardel y Le Pera. Pero el lector nunca se desorienta. Por el contrario, este caleidoscopio de brillantes colores ejerce sobre él un intenso magnetismo que no le permite suspender la lectura sino hasta llegar a la última página del libro.
El relato exhibe una cuidadosa preparación previa. Muchos de sus participantes y de sus testimoniantes son figuras familiares al lector y la historia pugilística de Arturo Godoy está documentada con minuciosa acuciosidad. Y aquí radica el mayor mérito del texto de Roberto Castillo: hacernos creer que leemos una historia verdadera y no el producto de la imaginación de un narrador que puede llegar a ser una figura sobresaliente de nuestra literatura contemporánea.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Puñetazos de nostalgia
"Muriendo por la dulce patria mía". Roberto Castillo Sandoval.
Planeta, 1998 (316 páginas)
Por José Promis
Publicado en REVISTA HOY, agosto de 1998