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Muriendo por la dulce patria mía, de Roberto Castillo Sandoval.
Planeta, Santiago, 1998. 316 páginas.
Por Rodrigo Pinto
Caras N°269. 24 de julio de 1998
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Hay estrenos literarios que merecen el reconocimiento inmediato de la crítica y el público. Cuando comenzaba a parecer que la narrativa chilena estaba aquejada de hiperinflación, con muchos títulos y una calidad promedio bastante deficiente, surgen voces como la de Roberto Castillo -nacido en 1957, profesor de literatura en Estados Unidos, autor de poemas y cuentos hasta ahora dispersos- para rescatar el conjunto con obras poderosas y bien escritas. Muriendo por la dulce patria mía -título equívoco y demasiado largo cuya devastadora ironía, según se hace evidente en la medida en que el lector avanza en la lectura, no es suficiente para justificarlo- es algo así como la recreación novelada de la historia de Arturo Godoy, el iquiqueño que desafió por dos veces consecutivas a uno de los boxeadores más notables de todos los tiempos, Joe Louis, El Bombardero de Detroit. Sin perjuicio del evidente cariño del autor por su personaje y del notable trabajo de investigación histórica que revela la obra, es, obviamente, algo más que una biografía novelada. Sólo uno de los hilos del relato es suficiente para demostrarlo, el referido a los “triunfos morales” del deporte nacional. Que, a todo esto, parecen haber sido inaugurados -o elevados a su máxima categoría- precisamente por el nativo de la tierra de campeones en aquellas memorables peleas en el Madison Square Garden de Nueva York, de las que salió irreconocible de tanto castigo, pero con la convicción interna -y moral de haber triunfado. Castillo logra reconstituir esa historia desde dentro, movilizando emociones generalmente contenidas, la pasión por el deporte y esa ya crónica sed de triunfos que caracteriza al hincha de todo tipo y pelaje.
Con una dosis enorme de humor y de simpatía, con un narrador que va dando cuenta también de su propio recorrido, con sólidas herramientas narrativas para hilar un relato que salta en el tiempo y multiplica las voces de la manera más natural, Castillo da una fecunda mirada a la sociedad chilena a lo largo de este siglo. Mirada reveladora, punzante y cercana, marcada tanto por la pertenencia como por la lejanía, que se resuelve en una novela que destaca muy nítidamente en el panorama narrativo de este semestre. Nada más conmovedor que la multitud agolpada en la Plaza de Armas escuchando por altoparlantes el galimatías eléctrico que supuestamente equivalía al relato directo del primer enfrentamiento de Godoy con Louis. Nada más revelador, tampoco, de una vasta zona del alma nacional, zona que Castillo explora y saca a la luz con paciencia, con cariño y con humanidad.