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“ESCRIBIR ES UNA BATALLA PERDIDA CONTRA LA DESESPERANZA”
Entrevista recuperada a Pablo Azócar por Roberto Contreras
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— Te formaste como periodista en la Universidad de Chile y egresaste en 1981; trabajaste siendo muy joven en revistas como “Hoy” y “Apsi”, ¿qué recuerdos tienes de esos años, quiénes eran tus compañeros de trinchera? Entrevistaste a Enrique Lihn, fuiste amigo del querido Armando Rubio, y me imagino te enteraste de la muerte de Lira en esas mismas circunstancias.
— Estudié periodismo por razones vagas. Quería escribir. Aprendí fuera de las aulas bastante más que adentro. No olvidemos que la gran mayoría de quienes hubiesen podido ser los profesores no estaban en el país. Pero me tocó la atmósfera vibrante y rebelde del Pedagógico, y se me abrió el mundo completo. Todo allí era intensidad. Yo no había tenido lecturas púberes ni adolescentes, era casi un perfecto iletrado cuando salí del liceo, y en el Pedagógico, entre otras cosas, empecé a leer como un loco. En este sentido, me considero un autodidacta, como tantos otros por estos pagos. Creo que nunca volví a leer tanto y con tanto fervor como en esos tiempos. De Armando Rubio me hice amigo el último año de universidad, aunque él estaba bastante más adelante que todos en lecturas y conocimientos literarios. En algún sentido, él fue un guía. Me hizo leer a Pavese, a Miguel Hernández, a Vallejo. La muerte de Armando fue otro tipo de iniciación. Fue el momento en que yo y muchos otros comprendimos que ya no éramos niños. “¿Por qué se mueren nuestros poetas?”, se preguntó Sánchez Latorre en una columna, interpretando las muertes al hilo de Lira y de Rubio como un síntoma epocal. La revista “Hoy” era entonces la única de oposición. Mirado en perspectiva, el equipo de esa revista era impresionante. Yo tenía 18 o 19 años, era sumamente tartamudo y hacía entrevistas. Me fui luego a recorrer el mundo con el exagerado título de corresponsal en viaje y cuando volví, a causa de la muerte de mi padre, ya estaban apareciendo las revistas propiamente de izquierda: “Análisis”, “Cauce”, “Apsi”, etc. Mi incorporé al “Apsi” que es, hasta hoy, mi experiencia más plena como periodista. Entre muchas cosas, destaco de allí dos hechos asombrosos: (1) aunque cada tanto nos clausuraban, nunca pude comprender por qué la dictadura permitió la simple existencia de esas revistas; y (2) es paradójico, pero dentro del periodismo nunca más volví a escribir con tanta libertad como entonces, en plena dictadura. Cuando llegó la transición, la Concertación hizo el trabajo sucio y logró aplastar a todas las revistas críticas y todos los espacios de disidencia. En estos últimos años la gran mayoría de los periodistas que escribieron en las revistas de oposición a Pinochet no tuvieron trabajo como periodistas, y debieron sobrevivir con trabajillos de comunicaciones o vendiendo paltas. Todos a callar.
— El periplo de tu novela Natalia (1990) lo describió muy bien Rafael Otano en la reedición del libro, ¿es cierto que tuvo una extensión de seiscientas páginas y que cargaste con ella por varios años y países? Una afirmación de Valéry me parece muy gráfica para esa situación, él dice que una obra no termina de escribirse, sino que sólo se abandona…, ¿se aplicaría, crees tú, a tu novela esa afirmación?
— Creo que sí. Me la pasé escribiendo y reescribiendo esa novela durante años, de país en país, y es verdad que llegó a tener como 600 o 700 páginas, y entre medio se me perdieron varios capítulos, recuperé algunos, volví a perder otros, etc. Si no hubiese vuelto a Chile en 1989, tal vez nunca la habría publicado. Ese año, entre otros muchos estímulos y azares, apareció una oferta buenísima de la editorial Planeta (cosa que me dejó estupefacto y hasta hoy me sorprende, considerando que yo era un escritor completamente desconocido) y terminé publicando, aunque bastante a regañadientes, sin estar muy convencido, y tan poco convencido estaba que salí huyendo hacia Portugal antes del lanzamiento, como un adolescente caprichoso y pelotudo, aunque ya no era adolescente. El parto fue de poda y recorte, poda y recorte, y si no me hubieran detenido a lo mejor no hubiera quedado nada de la novela. El exceso de ingenio del narrador es producto de ese apretón final. Sin darme cuenta en ese momento, en la edición final me engolosiné con las perlitas y los hallazgos humorísticos, en desmedro de partes más densas y más grises. Mirada a dos décadas de distancia, creo que esa novela habría ganado si la hubiese dejado en 300 o 400 páginas, por decir algo.
— Tu libro de cuentos, Vivir no es nada nuevo, según escritores de tu generación, como Ramón Díaz Eterovic, es un libro importante dentro de los publicado por esa camada de escritores, donde logran concretarse los esbozos de tu primer libro, el para ti “prescindible” Aunque tal vez haya cuchillos, y consigue desarrollar una línea de trabajo de ficciones, muy cosmopolita y vinculado, implícitamente, a muchos de los relatos de metaficción y homenajes a escritores que se escriben en la actualidad.
— La mayoría de esos cuentos fueron escritos en esos años ir de un país a otro, volver a Chile, partir otra vez. Me hice especialista en dramones de aeropuerto. Algo de todo eso recogen o expresan esos cuentos. Si mal no recuerdo, dos de ellos son propiamente autobiográficos. Uno de ellos aborda, con las licencias literarias que son del caso, el año en que viví arriba de los trenes europeos. Es terrible, es suicida que un país larguirucho y flaco como Chile ya casi no tenga trenes. Ahora bien, el problema con los relatos sobre vidas de escritores es que Bolaño se tomó el fundo completo y después de él es ya bastante más difícil hacerlo sin que tenga olor a zapatos.
— Te propongo algunas citas de autores que me gustaría replicaras, según estimes conveniente:
Pessoa: “La literatura, como todo arte, es la demostración de que la vida no basta”.
— Es una vieja verdad. Si alguien es feliz en la vida real, ¿para qué se va a quemar las pestañas tecleando y tecleando y tecleando? Escribir cansa, como diría el otro, y es siempre expresión de algún tipo de vacío, precariedad o insuficiencia. Lo cual no quiere decir, como piensan muchos poetas, que sólo se pueden escribir textos trágicos o tristes.
— Wilde: “Es curioso lo interesante que se vuelve la vida cuando uno ha dejado de ser parte de ella”.
— Si uno revisa las biografías de los escritores, se da cuenta de que la gran mayoría de las principales obras fueron escritas en estado de retiro o semi-retiro. Hasta los escritores más mundanos, como Proust o Capote, debieron alejarse del carrete y asumir algún tipo de reclusión cuando se pusieron a escribir de verdad. Para escribir se requiere, en algún sentido, clausurar el cuerpo. O sea, clausurar el deseo. Esto explica en parte, por ejemplo, que la obra de la generación Beat sea tan escueta: cuando los tipos andaban drogados o en celo o en el frenesí de la vida real, no podían escribir una sola palabra. Cuando se vive todo es aire. Mi último libro, el de poesía, fue escrito en la más profunda reclusión interior de la que tengo memoria: ya no andaba como antes arriba de los aviones ni buscando países nuevos, sino que estaba burguesamente instalado en el corazón del barrio Providencia, pero nunca me sentí más lejos de todo. Hablaba con mis amigos por teléfono y apenas salía a la calle. Creo que nunca como entonces conviví tan nítidamente con la emoción de haber dejado de ser parte de la vida, aunque eso no la hacía necesariamente más interesante. El placer era de los demás.
— Pavese: “En el fondo tú escribes para estar como muerto, para hablar desde fuera del tiempo, para convertirte para todos en un recuerdo”.
— Se ha escrito bastante sobre las razones que impulsan a escribir. La lista de motivaciones, de hecho, es infinita. Cada escritor tiene las suyas, y probablemente las razones van cambiando o se van complejizando con el paso del tiempo. Pero todavía más grande es la lista de razones para no escribir. Todo se opone a que escribas. Los seres que más te quieren son quienes más dificultades pondrán para que escribas, en directa proporción al cariño que te tienen.
— Mutis: “La soledad nacida por una parte de la incomunicación y, por otra, de la imposibilidad por parte de los demás de seguir a quien vive, ama, crea y goza, sin esperanza. Sólo algunas mujeres aprenden a proteger y a amar a los desesperanzados. Esta soledad sirve de nuevo para ampliar el campo de la desesperanza, para permitir que en la lenta reflexión del solitario, la lucidez haga su trabajo, penetre cada vez más escondidas zonas, se instale y presida en los más recónditos aposentos”.
— Escribir es una batalla perdida contra la desesperanza. Vivir también lo es, en algún sentido. Lo digo sin ánimo de dramatizar. No va por ahí la cosa. Ni siquiera un hombre de acción y de tomar decisiones como Maqroll el Gaviero encontró la respuesta. Los boxeadores y los rugbystas tampoco la tienen. El Buda tampoco. Los hijos, tal vez. Cómo saberlo.
— Arlt: “Lo que hacen los libros es desgraciarlo al hombre, créalo. No conozco un solo hombre feliz que lea. Y tengo amigos de todas las edades. Todos los individuos de existencia más o menos complicada que he conocido habían leído. Leído, desgraciadamente, mucho”.
— Esto suena a juegos de la inteligencia de parte del gran Roberto Arlt. No le creo.
— Carver: “Tanto en la poesía como en la narración breve, es posible hablar de lugares comunes y de cosas usadas comúnmente con un lenguaje claro, y dotar a esos objetos —una silla, la cortina de una ventana, un tenedor, una piedra, un pendiente de mujer— con los atributos de lo inmenso, con un poder renovado. Es posible escribir un diálogo aparentemente inocuo que, sin embargo, provoque un escalofrío en la espina dorsal del lector, como bien lo demuestran las delicias debidas a Nabokov”.
— Carver lo cuenta como la cosa más natural del mundo porque es algo que él logró realizar con una maestría asombrosa. Así cualquiera. Pero esa es precisamente una de las dificultades mayores que tiene el cuento: en un espacio reducido debe exudar algo (una sugerencia, una incertidumbre, una vibración) que no está dicho o contado explícitamente en el texto. Con frecuencia es en esa corriente subterránea donde radica el secreto mejor guardado de un relato. Supongo que para lograr el ramalazo de ese mentado escalofrío en la espina dorsal hay que ser Carver, o Hemingway.
— Houellebecq: “Algo pasa para que los occidentales ya no consigan acostarse juntos; quizás tenga algo que ver con el narcisismo, con el individualismo, con el culto al rendimiento, poco importa. El caso es que a partir de los veinticinco o treinta años a la gente no le resultan nada fáciles los encuentros sexuales nuevos; y sin embargo siguen buscándolos, es una necesidad que se desvanece muy despacio. Pasan casi toda su vida adulta en un estado de carencia permanente”.
— El problema de esta cita es que parte de una premisa errada: cuando Houellebecq habla de “los occidentales” en realidad está pensando en los franceses, o como mucho en un puñado de no más de cuatro o cinco países europeos que seguramente conoce bien. Luego, hay que decir que en materias vinculadas al sexo es un escritor juega bastante a un cierto tipo de provocación, y a veces acierta, y muchas veces no. Pero no me parece un escritor muy significativo. Houellebecq es un astuto invento francés, con Goncourt y todo, pero no creo que sus partículas elementales sigan provocando el mismo interés cuando pase la moda y se detenga la máquina editorial.
— Estuviste con Roberto Bolaño en el fragor de la polémica con Diamela Eltit, y te describió entonces como alguien que siempre se estaba yendo de Chile. En otro momento te escuché decir que tuvieron tiempo de comentar la forma en que él abordaba su narrativa y, por extensión, dar con eso una visión de la literatura actual. ¿Crees que Bolaño se nos haya convertido, como acotó acertadamente un crítico luego de su muerte, en “nuestro Borges”?
— Concuerdo: la irrupción de Bolaño fue un verdadero terremoto, nos dejó pasmados a todos erigiendo una auténtica catedral literaria, y sus réplicas se van a seguir sintiendo durante mucho tiempo, aunque no todos sus libros tengan el mismo nivel. En todo caso, no sería preciso decir que fuimos propiamente amigos, aunque nuestra relación fue siempre de una gran cordialidad. En una oportunidad me llamó porque quería publicar su poesía en la editorial Cuarto Propio y sabía que yo soy amigo de Marisol Vera, la creadora de esa editorial, a quien admiraba y quería conocer. Pero no lo debo haber visto más de cuatro o cinco veces. Tenía una mente poderosa y rapidísima, y una cultura libresca que tal vez no fuera tan amplia como él lo sugería, pero era notablemente singular. Es terrible pensar que se muriera con apenas 50 años, una edad en que muchos narradores recién se asoman a eso que llaman la madurez literaria. Y es todavía más terrible pensar que si hubiese mantenido la bestial producción de sus diez últimos años de vida, se podría decir que nos perdimos no menos de diez o quince títulos de Bolaño. No: Bolaño no fue Borges. Pero Borges jamás tuvo en sus brazos a Matilde Urbach.
— Ahora, sobre tu libro El placer de los demás, tengo la sensación de que contrario a lo que piensan muchos poetas, es un excelente libro de poesía narrativa. O un libro de cuentos con mucho punto aparte. Y diría que confirma en plenitud cómo se puede sostener un libro sin abandonar la intención de contar, como premisa básica, para cautivar a un lector. Ciertos en la inutilidad de discutir sobre géneros literarios cuando son los propios lectores, justamente, los que definen las perspectivas de una lectura. Sin embargo, pese a todo, esta obra fue merecedora del reconocimiento como Mejor libro inédito de poesía por el Consejo del Libro el año 2008 y el Premio Altazor el 2009. ¿Te sientes escribiendo poesía?
— Yo también con cierta sorpresa he oído a más de un poeta joven afirmar que El placer de los demás no es un libro de poesía, sino algo así como un libro de prosa camuflada. Y me parece que cada uno tiene derecho a tener su opinión. ¿Quién puede decir, finalmente, qué es la poesía? Sospecho que hay por lo menos tantas opiniones como poetas en Valparaíso, por decir algo. Y eso créeme que no es poco.
— Guillermo Tejeda, en su novela personal, Allende, la señora Lucía y yo, decía soy de una generación que bien podría pedir le devolvieran la plata, ¿qué te parece esa afirmación?
— Tejeda es uno de los tipos más brillantemente renacentistas que conozco. Además de todo lo que ha hecho como artista y diseñador y creador de mundos e imaginarios, es un espléndido escritor y columnista. Suscribo plenamente su afirmación, aunque no sé si estamos hablando de lo mismo.
Febrero de 2012