Cada día los sentimientos son como los peces de un acuario
Volátiles como colores centrifugados en sí mismos.
Otros días son brillosos como chispitas mariposa y explotan como pequeños planetas.
Algunos peces de mi acuario mental mueren respirando su mismo aire corrompido
por la ansiedad de respirarlo todo a la vez.
También los peces luchan por apropiarse del aire del otro y empiezan a formar colonias
hasta que los caracoles llegan a poner barricadas.
Los caracoles son como los ejércitos de ocupación o como nosotras
que luchamos para sobrevivir.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .Helsinki, día 14 de la cuarentena.
La falta de contacto con mis amigos me ha tornado un poco arisca y torpe.
Cuando salgo a comprar comida me distancio exageradamente de los que se alejan de mí
con temor, al darse cuenta de mis rasgos orientales.
Para ellos la distancia es parte de su cultura del espacio propio
seguramente no es tan difícil como para mí, que me gusta abrazar a mis amigos
y jalarles los brazos para que me miren cuando hablo.
Ahora demuestro mi afecto traduciendo noticias que considero importantes.
No es solo el hambre de relatar los hechos tal y como sucedieron
sino traducirlos en su manera de decir las cosas.
Intento penetrar en el rostro inexpresivo de la Primera Ministra,
la mirada fija en algo que está mucho más allá.
Buscamos alguna expresión que nos dé una pista sobre ese lugar lejano.
Algo llamado “buenas noticias”, más allá del lenguaje,
como si el tiempo se hubiera hecho pedazos en su frente.
Difícil no echar andar la imaginación cuando el silencio
empieza a ser un ruido pesado.
El sonido del silencio es como el de las llaves que cierran una puerta tras otra.
Atrás quedo yo y todo lo que cargo conmigo para bien para mal.
Hace unos días soñé que el aeropuerto de Ámsterdam
había sido invadido por animales escapados de un zoológico.
Los vi colgados de los estantes de vidrio, saltando sobre los mostradores,
apropiándose del lugar de las cajeras que huían aterrorizadas.
Nunca nadie más me obligará a comprar estúpidos regalos, me dije.
Los animales hambrientos se tragaban el dinero de las cajas fuertes de metal.
Atravieso un aeropuerto recuperado por la especie y ahora solo queda
una montaña de aluminio como chatarra,
carteles descolgados, papel platina y un collarín de luz.
Ya no me importa contagiarme de ningún virus. Exhalo una crónica falta de aire.
Toqué todos los pasamanos. Me recosté en las palmeras como si fuera la primera vez
que algo cobra realidad en un espacio con cielo de vidrio.
Sé que en algún lugar un avión me está dejando o me llevaría de regreso.
Pero eso solo fue un sueño y el privilegio que me permite lanzarle piedras
a las ventanas que los animales de mi sueño no terminaron de romper.
Mi camino a Helsinki es claro. No el de los que están varados en una frontera sin papeles
obligados a la proximidad.
Simplemente borrados de la lista de víctimas potenciales.
También el tiempo se hace pedazos en su frente.
Traduzco: Colonia invasiva especie colonizadora destructora
Traduzco: Partido de extrema derecha finlandés compara a los inmigrantes con parásitos.
Pedirán el cierre definitivo de las fronteras.
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Roxana Crisólogo