Proyecto Patrimonio - 2006 | index | Ramón
Díaz Eterovic | Alexis Candia | Autores |
El
hombre que pregunta:
de los crímenes de estado a los sospechosos
de siempre
por
Alexis Candia
Espéculo N°33. Revista
de estudios literarios.
Universidad Complutense de Madrid
Resumen: En el artículo
se realiza una lectura de El hombre que pregunta de Ramón
Díaz Eterovic, figura cumbre del género policial en
Chile, que tiene por objeto determinar que esta novela no representa
un quiebre con las directrices centrales de la saga de Heredia, sino
más bien la apertura del abanico de posibilidades temáticas
de la producción policial del escritor chileno. Para esto,
establezco un diálogo entre El hombre que pregunta y
el neopolicial latinoamericano, corriente que influye decisivamente
en la obra de Díaz Eterovic. Concluyo consignando que El
hombre que pregunta tiene como pilar fundamental el eje poder
crimen que determina, en gran medida, las diez novelas de Heredia.
Palabras Claves: Ramón Díaz Eterovic - El
hombre que pregunta - Novela neopolicial
El hombre que pregunta: Of
the crimes of state to the same old suspects
Abstract: A reading of El hombre que pregunta written
by Ramón Díaz Eterovic, summit figure of the police
kind in Chile, is made in this article whith the aim of determining
that this novel does not represent a break with the central guidelines
of the saga of Heredia, but more well the opening of the thematic
range of possibilities of the police production of the chilean writer.
For this, I establish a dialogue El hombre que pregunta and
the Latin-American neopolicial, current that influences decisively
in the work of Díaz Eterovic. I end up by stating that El
hombre que pregunta has as fundamental pillar the axis power crime
that determines, in great measure, the ten novels of Heredia.
Key words: Ramón Díaz Eterovic - El hombre
que pregunta - Neopolicial Novel
El hombre que pregunta de Ramón Díaz Eterovic,
obra que narra la investigación de Heredia sobre las extrañas
circunstancias de la muerte del crítico literario Francisco
Ritter, publicada en 2002, prosigue en la misma línea inaugurada
con la aparición de La ciudad está triste, en
1986, esto es, con una corriente que adapta los rasgos del género
negro a la realidad latinoamericana. Tal apreciación se ve
refrendada por el propio Díaz Eterovic, quien se considera:
“un autor que ha asumido
el género policial - específicamente los códigos
de la novela negra y del neopoliciaco latinoamericano - con absoluta
conciencia respecto a sus características y recursos” (García-Corales
y Pino, Poder y Crimen 11).
Pese a que ésta entrega de la saga protagonizada por Heredia
podría suponer un distanciamiento de los motivos centrales
de sus novelas, orientados al esclarecimiento de crímenes con
sentido político y social, es necesario establecer que esa
apreciación resulta errada y que, por el contrario, no se trata
sino de un cambio de perspectiva sobre el eje de poder y crimen que
rige sus obras.
Cabe precisar, además, que con el objeto de comprender la
convergencia de la novela negra y del neopolicial latinoamericano
en el trabajo de Ramón Díaz Eterovic, es necesario considerar
los aspectos claves del contexto social e histórico en que
irrumpe la figura del detective Heredia - a mediados de la década
del 80 - y las principales características de la Generación
del 80, de la que Díaz Eterovic emerge como una de sus figuras
más destacadas.
El neopolicial
en Chile
El gobierno militar encabezado por el general Augusto Pinochet tuvo
una incidencia capital en el surgimiento la generación del
80 y, asimismo, en la reinstalación de la novela policiaca
en Chile. La violencia institucionalizada impulsada por el régimen
dictatorial en conjunto a la supresión de parte importante
de las garantías ciudadanas conformaron, en buena medida, los
rasgos identitarios de la nueva horneada de literatos nacionales,
tanto en lo referente a sus concepciones estéticas como a sus
motivos argumentales.
Bajo esa perspectiva, resulta clave analizar las principales características
de la dictadura militar señaladas por el sociólogo José
Joaquín Brunner en su libro La cultura en una sociedad autoritaria.
Más aun cuando es evidente que “su impacto en el cuerpo social
y el imaginario colectivo, y por tanto, en la literatura que estudiamos,
se puede percibir hasta el presente” (García-Corales y Pino,
Poder y Crimen 11).
La primera singularidad del régimen autoritario, según
Brunner, es el disciplinamiento de la sociedad, que tiene que ver
con la coerción y la coacción física ejercida
a través de la distribución específica de premios
y castigos, empleada para resguardar la hegemonía y la obediencia
del cuerpo social hacia el sistema político.
Por otra parte, se encuentra la relación entre lo público
y lo privado. Mientras la dinámica interna del poder normativo
tiende hacia lo público, fortaleciendo un conjunto de normas
compartidas por la sociedad, la lógica interna del poder coercitivo
apunta hacia lo privado, convenciendo a los miembros de la sociedad
que es imposible resistir la coacción ejercida por el gobierno.
Lo anterior, provoca que el sujeto público se vea constreñido
aun en su propia intimidad.
Por último, se ubica la comunicación despolitizada
que, por cierto, se refiere a la necesidad del régimen autoritario
en orden a desarrollar formas de comunicación públicas
que penetren en el mundo privado. Los estímulos comunicativos
diseminados por los órganos del régimen - liderados
por El Mercurio - debían condicionar la obediencia de la población.
Evidentemente, ello provocaba formas de comunicación distorsionadas.
De esta forma, el contexto político, social y económico
ejerce su influjo en la nueva camada de escritores que había
iniciado su proceso de formación en la década de los
70. Al respecto, es interesante la siguiente reflexión de Ramón
Díaz Eterovic:
Pertenezco a una generación de escritores
que nació y entregó sus primeras obras en ese momento
particularmente oscuro de la historia de Chile que se inició
el 11 de septiembre de 1973. Una generación que ha sido llamada
del ‘Golpe’ o ‘Marginal’. Del ‘Golpe’ en relación con la
época con que emerge y con los temas que habitan sus cuentos
y novelas. Y ‘Marginal’, porque durante muchos años sus obras
circularon con escasas posibilidades de acceder a editoriales o
a su difusión a través de los medios de comunicación.
(García-Corales y Pino, Poder y Crimen 23)
La generación del 80, que acoge a escritores nacidos desde
1948 hasta mediados de los 60, desarrolla una producción poética
y narrativa compleja y de líneas estéticas disímiles
entre sí. Bajo esa perspectiva, el nuevo grupo literario chileno,
compuesto por Ramón Díaz Eterovic, Jaime Collyer, Marco
Antonio de la Parra y Pía Barros, entre otros, abrió:
“espacios de los ‘posibles múltiples’, y así implementó
una variedad de orientaciones estéticas con características
interdiscursivas, intertextuales y contestatarias que tomaron la forma
de contracultura” (García-Corales y Pino, Poder y Crimen 27).
Asimismo, es dable afirmar que la Generación del 80 fue profundamente
innovadora respecto de sus estrategias narrativas, sintetizando los
aportes de los grupos anteriores y reelaborándolos para con
sus propias contribuciones llevar su narrativa a un elevado nivel
estético. Evidentemente, se emplearon una serie de estrategias
discursivas con el fin de burlar la dura censura impuesta por el régimen
militar. En esa línea, alcanzó relevancia la utilización
de un discurso experimental, fragmentario y metafórico.
La descomposición social generada por el régimen autoritario
contribuyó, además, a que no se siguieran ficcionalizando
gestas colectivas, como lo habían hecho las anteriores generaciones
y, por el contrario, se prefirió el retrato del mundo de los
seres marginados.
Uno de los aspectos más relevantes para este grupo fue la
problemática de la memoria, respecto de la cual formularán
una estética del resto sedimentado en la dictadura, que establecerá
“nuevas coordenadas de sentido para la noción de patria, familia
y nación, en la búsqueda de una literatura contestataria
frente a la discursiva monológica y dominante” (García-Corales
y Pino, Poder y Crimen 39).
Pese a las variadas corrientes estéticas que se encuentran
presentes en la Generación del 80, es dable sostener la preeminencia
de la novela negra sobre el resto los estilos escriturales. Lo anterior,
es ratificado por Rodrigo Cánovas quien sostiene que “el modo
privilegiado por esta generación para rescatar el pasado es
el relato de la serie negra: un detective privado lleva una investigación
en una sociedad en crisis” (Cánovas 41).
Bajo la sombría influencia de la dictadura militar y la contracultura
simbolizada por la Generación del 80, emerge el género
neopolicial en Chile, especialmente porque es un formato que permite
reflejar los problemas sociales, vinculados a la criminalidad y a
la corrupción de los actores políticos y económicos.
Según Ramón Díaz Eterovic la reinstalación
del género policial en Latinoamérica obedece a la respuesta
que algunos autores dan a la situación de violencia política
que existe en sus países, y para cuyo reflejo la forma de la
novela policial entrega elementos apropiados, “como pueden ser la
criminalidad como centro narrativo, las atmósferas opresivas
y asfixiantes, la figura del investigador [...] como un antihéroe
capaz de defender los valores éticos que son avasallados. (Díaz
Eterovic, “Novela policial” 114).
La preeminencia del escenario político, económico y
social resulta decisiva, entonces, en la reaparición del género
policial en Chile. En ese sentido, es clarificadora la analogía
de Díaz Eterovic en orden a que los códigos de la novela
negra que surgiera en los Estados Unidos a comienzos del siglo XX
estaban presentes y vigentes en la realidad de un país como
Chile, “Una atmósfera asfixiante, miedo, violencia, falta de
justicia, la corrupción del poder, inseguridad: elementos que
en Chile vivimos en años recientes y que aún ahora prevalecen
con sus sombras y sus ‘boinazos” (Franken, “La novela negra” 81).
Ramón Díaz Eterovic será el encargado de introducir
el relato neopoliciaco con la publicación de La ciudad está
triste, novela que no sólo marca el inicio de la saga de Heredia
- que ya se extiende por diez entregas -, sino que abre el sendero
de una tendencia estética de gran desarrollo a finales de los
noventa y a principios del nuevo siglo.
La sangre negra de Heredia
El hombre que pregunta adopta los códigos de la novela
negra en la medida que su disposición interna, sus estrategias
discursivas y sus motivos argumentales concuerdan con la corriente
abierta por Dashiell Hammett en la primera parte del siglo XX. Hammett
es el escritor que abre y define las bases del género, tal
como lo reconoce Raymond Chandler - otro de los grandes maestros de
esta vertiente literaria - en El simple arte de matar donde
sostiene que con Hammett “se modificaron las reglas de la investigación
policial clásica, ya que a partir de él la narrativa
policial dejó de ser un juego para encontrar en su cultivo
una motivación social” (Pino, “El relato policial” 34).
A diferencia de la novela policial creada por Edgard Allan Poe, que
estableció el tratamiento del enigma y su develación
a través del método deductivo empleado por un detective
situado en un cuarto cerrado; la novela negra se trata de la inmersión
en un universo de maldad, culpa, corrupción, traición,
desamparo y miserias humanas: “sus rasgos principales han sido destacados
a menudo: psicología criminal, dinamismo de la muerte violenta,
ambigüedad moral, relativización de los valores dominantes,
desconfianza hacia el poder, pesimismo y lucidez desencantada” (Roman
119).
En esa línea, resulta pertinente la caracterización
de la novela negra formulada por Leonardo Padura Fuentes, quien sostiene
que, en primer término, se produce:
Una disminución de la importancia
del enigma como elemento dramático fundamental. Segundo,
una preferencia por ambientes marginales. Tercero, acudir a determinadas
formas de la cultura popular, incorporándolas a la creación
literaria […] Cuarto, el empleo de un lenguaje fundamentalmente
literario pero a la vez desembozado e irreverente; un lenguaje que
trata de expresar las vivencias de la vida cotidiana. Quinto […]
la renuncia a crear grandes héroes. (Pino, “El relato
policial” 37-38)
Aunque en la novela negra la razón continúa siendo
una herramienta válida para la resolución del enigma,
ésta queda relegada a un segundo plano por las indagaciones
del detective en los sectores sombríos de la ciudad, para lo
que empleará, en muchas ocasiones, métodos tan implacables
como los empleados por los criminales. La utilización de la
violencia y la intimidación serán, en esa línea,
piezas claves del trabajo detectivesco negro.
Lo anterior, se pone de manifiesto en El hombre que pregunta
- al igual que en el resto de la saga de Heredia - debido a que el
otrora estudiante de leyes penetra en los recovecos de la urbe para
resolver distintas encrucijadas. La lectura del informe de uno de
los casos resueltos por Heredia al comienzo de esta novela es ilustrativa
al respecto: “contenía el informe dirigido a la clienta que
buscaba a su hermano mayor [...] encontrarlo me tomó quince
días de caminatas y preguntas por distintos barrios de Santiago,
hasta averiguar que el hombre vivía en un cité de la
calle Santa Isabel” (12). Asimismo, se encuentran la reflexión
de Heredia acerca del quehacer policiaco realizado mientras investiga
la muerte de Francisco Ritter:
Indagar en lo ajeno era la inevitable exigencia
de un oficio al que seguía fiel, pese a la incertidumbre
de lo desconocido y a los golpes que a veces recibía por
meter mis narices donde nadie me llamaba [...] echo de menos una
pista clara, el testimonio de un testigo, o a un matón que
se cruce en mi camino, y a quien, luego de unas trompadas, se le
pueda extraer una fugaz verdad. (67)
Heredia se introduce en los espacios del mundo literario y en los
bajos fondos para confrontar una serie de señuelos claves para
hallar la verdad tras la caída de Ritter desde la terraza de
su departamento. Bajo esta perspectiva, Mirian Pino sostiene que es
dable comprender la novela negra como “el encuentro de dos semióticas,
la de la detección y la urbana; ciudad y detective conforman
un signo indisoluble” (Pino, “El relato policial” 34).
Lejos de cualquier clase de discurso negativo hacia Santiago, Heredia
siente un gran afecto por los personajes, los lugares y la vida tumultuosa
de la capital. Principalmente, porque su vida en las proximidades
del río Mapocho, es decir, en una de las zonas oscuras de la
ciudad, contribuye a que desarrolle una profunda sensibilidad hacia
la dramática lucha que los marginados emprenden para sobrevivir.
Sin embargo, ello también genera - junto a su peligroso oficio
- una actitud recelosa hacia la urbe, que lo motiva a mantener la
guardia en alto ante una eventual agresión.
Los recorridos de Heredia a través de los variopintos retratos
de la metrópoli permitirán codificar los signos de la
ciudad y, en consecuencia, dar forma a los diversos rostros de la
misma. En ese contexto, resulta oportuna la reflexión de Patricia
Espinosa, “según Walter Benjamín ya Baudelaire había
propiciado la unión entre la figura del detective con la del
flaneur; aquel que recorre la ciudad en un vagabundeo, en un paseo
ocioso, pero cuya indolencia es solo aparente. Así
se ven unidas según Benjamín, sagacidad criminalística
y la amable negligencia del flaneur” (Espinosa 107-108). Santiago
es diseccionado, entonces, por las andanzas del detective: “Berta
Zamundio vivía frente al Parque Forestal, a media cuadra de
la Plaza Italia, donde por las noches la ciudad se divide en dos mundos
y la Alameda adopta un tono gris de abandono y soledad” (23). Asimismo,
son develados los rostros de los habitantes envueltos en las sombras:
Santiago es una ciudad donde cada día
hay más gente abandonada, como si de pronto se hubieran cansado
de luchar y se resignaran a la humillación de implorar limosna
[...] viejos, hombres de extremidades mutiladas, manchadas de rostros
sucios, ciegos, jóvenes de miradas extraviadas. Una colección
de personajes a los que nadie pregunta ni sus nombres. (41)
Ramón Díaz Eterovic consigue recrear, entonces, la
esencia de la capital, la libra de una condición de mero objeto
de cambio o de una escenografía transitoria en la cadena de
producción.
Pese a que en El hombre que pregunta Heredia no transita de
manera frecuente por los ambientes marginales - como si ocurre en
otras de sus novelas -, se sumerge, de todas formas, en los recovecos
santiaguinos para seguir uno de los hilos conductores de su investigación:
la pista del poeta Román, “vivía a tres cuadras de la
Gran Avenida [...] El barrio lucía deslavado por la lluvia
de los últimos días. Me detuve frente a una casa de
adobe, descendí del auto y pulsé el timbre instalado
en el portón metálico de la vivienda. Luego de tres
minutos apareció una mujer de aspecto desgreñado” (63).
Cabe subrayar, al respecto, que esta decisión de Díaz
Eterovic se ajusta a la temática que aborda su detective en
esta oportunidad, lo que, por cierto, dota de verosimilitud al texto.
Lo anterior, responde a que la obra no aborda los asesinatos ejecutados
por miembros de la dictadura militar o por traficantes de armas, sino
de un crimen cometido en el mundo literario. En consecuencia, es lógico
que la investigación transcurra, en buena medida, por espacios
relativos a ese contexto.
La novela negra tiene como una de sus piezas fundamentales la figura
del investigador, personaje que experimenta un cambio radical respecto
del detective clásico caracterizado, habitualmente, como un
sujeto aficionado y ocioso que se dedica especialmente a la protección
de los intereses burgueses, por el contrario, el nuevo detective emerge
como una figura solitaria que tiene por objeto encontrar la verdad,
que cuenta con un sólido código ético y que se
reconoce como parte de los grupos subordinados de la ciudadanía.
Desarrolla, además, sus investigaciones en los lindes del estado
de derecho, empleando, en muchas ocasiones, procedimientos implacables:
Se lanza ciegamente en busca del misterio
que rodea al crimen y se deja llevar por los acontecimientos, produciendo,
con su accionar un tanto ingenuo y desprevenido, un rosario de nuevos
crímenes, peleas y un paseo melancólico por lugares
no recomendables de la gran ciudad. (López 51)
El detective de serie negra constituye, además, un ser depresivo
y pesimista, que, generalmente, es: “bebedor, ocioso y pendenciero,
acomete contra la ley que sostiene al sistema capitalista, la ley
del dinero, que regula una moral perversa y sostiene la primacía
del más fuerte” (López 51).
Heredia presenta las características referidas con anterioridad.
Lo anterior, se evidencia con la siguiente descripción de Clemens
Franken:
Siendo Heredia un auténtico anti-héroe,
un hombre solitario, lacónico y de un realismo pesimista,
muestra, sin embargo, en la tradición de los detectives duros
Philip Marlowe (cfr. R. Chandler) y Lew Archer (cfr. R. MacDonald),
una gran fidelidad a su principio ético de la verdad, la
cual el poder suele avasallar. Sus novelas son, en definitiva, una
especie de ajuste de cuentas ético. (Franken, “La
novela negra” 82)
Ramón Díaz Eterovic ratifica todas las características
señaladas anteriormente debido a que sostiene que Heredia es:
Un detective marginal y solitario, que lo
único que tiene a su lado es un gato llamado Simenon, algunos
libros, botellas siempre en camino de la nada, su memoria que se
niega al olvido que decreta el sistema político, y uno que
otro amigo que lo acompaña en sus andanzas. Duro y sentimental,
posee un código ético que lo impulsa a meterse en
cuanto problema se le presenta con el afán de establecer
un mínimo de justicia. (Díaz Eterovic, “Novela
policial” 114)
Aunque en El hombre que pregunta el esclarecimiento del caso
policial adquiere mayor relevancia que en las anteriores entregas
de la saga, lo que, por ende, resta importancia a la exploración
de la interioridad del personaje - en la línea de La ciudad
está triste -, persisten, en todo caso, momentos que se
refieren a las experiencias y a las concepciones valóricas
del detective:
Quince o más años de oficio,
siguiendo huellas ajenas y apostando el pellejo por causas que me
parecían justas, sin esperar más recompensas que imponer
mi frágil verdad de justiciero al borde de la ley [...] También
le hable de las cicatrices de navajas y proyectiles que adornaban
mi cuerpo, o peor aún de las que marcaron mis sentimientos
por la lejanía de dos o tres mujeres a las que ame y perdí,
o por la ausencia de mi amigo el comisario Dagoberto Solís
que yacía bajo una lápida después de salvarme
la vida. (91)
Uno de los rasgos más llamativos de Heredia, común,
desde luego, con la mayoría de los investigadores de serie
negra, es su afición por las aventuras eróticas. Pese
a que los graves riegos que conlleva su oficio se han convertido en
un óbice insalvable para la conservación de sus relaciones
íntimas, Heredia se permite disfrutar de uno o dos bocados
en su lucha contra el crimen: “la tibieza de sus pechos impactó
en mi cuerpo como dos balas fulminantes. Volví a buscar su
boca y no pensé en ninguna otra cosa que no fuera recorrer
las historias escritas en el cuerpo de Carmen Trigo” (86).
Si bien Heredia constituye una figura solitaria por antonomasia,
lo que lo lleva desconfiar de la mayor parte de la gente, mantiene
un par de buenos amigos que son un bastión de apoyo emocional
y profesional. En El hombre que pregunta ese rol lo cumplen
su amigo escritor - no se revela su nombre, pero es dable suponer
que se trata del propio Díaz Eterovic - que lo introduce al
grupo de literatos que asistió a la última cena de Ritter
y el periodista Marcos Campbell, cuyos conocimientos en informática
juegan un papel clave a la hora de dilucidar el entramado del caso.
El esqueleto de Heredia
El hombre que pregunta tiene una estructura discursiva propia
del género negro en tanto que, considerando los principios
establecidos por Hamett, podemos afirmar que una vez referidas in
media res las circunstancias de la muerte de Francisco Ritter y, posteriormente,
elaboradas algunas teorías respecto a los posibles móviles
que rodean a su muerte, Heredia se sumerge en la indagación
del grupo de escritores que asistieron a la última cena del
crítico literario. Asimismo, en las zonas grises de la ciudad
donde tiene cabida la pista del escritor fantasma. De esta forma,
Heredia debe recorrer un camino bifurcado para encontrar los indicios
que le permitirán resolver el crimen.
Cabe consignar, en esa línea, que Ramón Díaz
Eterovic conforma una novela cerrada que está compuesta por
cuatro partes divididas, a su vez, en 10 capítulos cada una
- salvo la última que tan sólo tiene nueve episodios
-. El hombre que pregunta constituye una novela trabada que
funciona con armonía y precisión, develando de manera
progresiva la red de poder y corrupción que se encuentra tras
la muerte de Ritter.
En el plano de la enunciación nos encontramos con una voz
narrativa en primera persona y en tiempo presente, Heredia, que tiene
la virtud de acrecentar la incertidumbre y el interés del relato
en la medida que el lector conoce lo mismo que el propio investigador.
Al respecto, resulta clave el papel que desempeña el gato
Simenon, con quien Heredia mantiene imaginarias conversaciones, debido
a que constituye un ‘tú’ que permite conocer las distintas
sospechas que Heredia baraja respecto del caso:
- Has decidido condenar a esa mujer sobre
la base de algunos chismes y un par de enigmas sin explicación.
- ¿Desde cuándo defiendes a las ancianas perversas?
- Desde que anoche te vi llegar con la cabeza llena de dudas […]
Si vas a golpear la puerta de Berta Zamundio, lo único que
vas a conseguir es quedarte sin trabajo. (145)
Asimismo, funciona como un elemento que destaca la soledad de Heredia
y que facilita la comprensión de su interioridad: “Si se trata
de una mujer no te hagas grandes ilusiones [...] Que no te engañe
la soledad, Heredia. Tómalo como lo que es: una noche cálida
[...] Una luz que te ilusiona con el fin del túnel y que luego
adviertes que sólo vive en tu imaginación, y el túnel
sigue ahí, profundo e inhóspito como siempre” (92).
Por último, conviene destacar el ‘efecto de real’ que provoca
El hombre que pregunta a través de la intertextualidad
que establece con las anteriores entregas de la saga como con otros
textos. Ciertamente, el empleo de tal técnica propende a que
el lector crea en la existencia de Heredia. Bajo esa perspectiva,
es fundamental la percepción de Mirian Pino y Guillermo García-Corales,
“este ‘efecto de real’ será paulatinamente enriquecido en las
novelas posteriores a través de una constante citación
intertextual con respecto a obras anteriores del mismo Díaz
Eterovic y otros autores de distintas latitudes y tiempos” (García-Corales
y Pino, Poder y crimen 69). El hombre que pregunta mantiene
un diálogo con Ángeles y solitarios en la medida
que Heredia rememora la muerte de su amigo Dagoberto Solis. Más
relevante aun, sin embargo, es la conexión con El vizconde
de Bragelonne de Alejandro Dumas, pues en distintos episodios
de la novela se citan una a una las muertes de los mosqueteros. Directriz
que, además, parece aspirar a confirmar la fidelidad de Díaz
Eterovic con su más celebre creación, “No hay perdón
para quien deja morir a sus héroes” (11) pronuncian los labios
de Heredia movidos por los hilos de Díaz Eterovic.
Las venas abiertas
de América Latina
La novela negra experimenta un gran desarrollo en América
Latina durante las décadas de 1970 y 1980, debido al contexto
social y político por el que atravesaba la región, sobre
todo, porque las numerosas dictaduras militares que se extendieron
en el continente, crearon las condiciones propicias para el cultivo
de un género que tiene como una de sus mayores cualidades la
denuncia de los vicios y de los crímenes de la sociedad.
No se trata, sin embargo, de la mera adaptación de los modelos
policiales norteamericanos y europeos - tal como había acontecido
durante buena parte del siglo XX - sino más bien de una reformulación
de los códigos del género negro bajo el matiz de la
realidad latinoamericana. Lo anterior, obedece a que frente al modelo
europeo y americano, “en nuestro continente la motivación criminal
del dinero no encuentra el mismo sustento ya que ese elemento está
ligado aquí a una cuestión de división de clase
y reparto del poder” (García-Corales y Pino, Poder y crimen
48).
Bajo este prisma, podemos afirmar que esta corriente exhibe una profunda
motivación política e ideológica en tanto intenta
desnudar, en primer lugar, los delitos y las injusticias de las dictaduras
militares latinoamericanas. Fernando López sostiene, en ese
sentido, que el relato policial moderno en América Latina ha
formulado otro discurso y le ha dado una identidad muy propia, introduciendo
el crimen político como uno de sus temas, “Cometido por asesinos
seriales, que se ocultan entre los organismos del Estado. Aunque los
grandes delincuentes sigan siendo los económicamente poderosos,
los que delinquen produciendo leyes y diseñando atajos para
escapar de la Justicia” (López 53).
La novela negra regional intenta retratar, en definitiva, la identidad
latinoamericana, explorando, según Díaz Eterovic, “los
temas y personajes vinculados a la realidad social y política
latinoamericana donde crimen y política han sido una ecuación
trágicamente perfecta” (Díaz Eterovic, “Una Mirada”
66). Crimen y poder constituyen, entonces, las directrices centrales
de una narrativa de corte realista que, a través de hechos
criminales que provocan una investigación, denuncia los pecados
sociales y políticos que, en gran medida, han determinado el
devenir de la historia latinoamericana. De ahí que Ricardo
Piglia piense que el género policial ha sido un diagnóstico
extraordinario del funcionamiento de la lógica social en la
relación entre inmoralidad y dinero, entre poder político
y poder criminal, “Todos estos elementos que están presentes
en el género se han convertido casi en el horizonte de la cultura
contemporánea” (Díaz Eterovic, “Novela policial” 113).
Ramón Díaz Eterovic adscribe, con toda seguridad, a
la reconfiguración del género negro en la región.
La saga de Heredia constituye una prueba contundente respecto del
oscuro retrato de la realidad latinoamericana. Más aún
cuando consideramos que sus textos evidencian las redes de poder y
corrupción que controlan al país. Si en La ciudad
está triste Heredia aborda el drama de los detenidos desaparecidos
y en Solo en la oscuridad el tráfico de drogas, en la
novela Ángeles y solitarios Heredia se enfrenta a una
urbe atravesada por el narcotráfico, las componendas político-militares
y las maquinaciones de poder que incluyen hasta la fabricación
de armas químicas. Clemens Franken comparte esa apreciación
en la medida que afirma que Díaz Eterovic encaja perfectamente
en la tradición de la novela negra en general y de la hispanoamericana
en especial, “destacándose en su caso primero la denuncia del
abuso del poder estatal, ante todo, del régimen militar, luego
la dimensión ética de la verdad y justicia en la convivencia
humana y, en tercer lugar, su rescate de valores humanos como la solidaridad
y amistad” (Franken, “La novela negra” 82).
Aunque El hombre que pregunta parece no tratarse mas que de
una simple intriga policial relativa a la muerte de un crítico
literario, una vez dilucidado los motivos y los autores de los asesinatos
de Francisco Ritter y del poeta Román, se pone en evidencia
la red de poder y corrupción que se encuentra tras ambos asesinatos.
El eje de poder y crimen latinoamericano, reflejado en este caso en
las ambiciones de los grandes grupos editoriales, es, nuevamente,
el responsable de los homicidios.
Los intereses económicos que mueven a la industria editorial
determinan la contratación de un escritor fantasma, el poeta
Román, para continuar la labor de Leandro Verón - autor
acabado que genera una importante cantidad de divisas a la editorial
-, engendrando una delgada línea de corrupción que acabará
rompiéndose una vez que la petición de Román
en orden a obtener mayores recursos sea rechazada. A raíz de
ello, el escritor fantasma revelará el engaño a Francisco
Ritter. Si la muerte del poeta Román fue ordenada por el director
de la editorial, Casimiro Poblete, para proteger los intereses de
sus inversionistas, Ritter caerá a manos de un escritor que
desea resguardar su status quo.
En suma, nos encontramos ante las directrices de crimen y poder propias
del neopolicial latinoamericano.
Caso cerrado
El hombre que pregunta es, en definitiva, una obra que adapta
adecuadamente los códigos de la novela negra al contexto latinoamericano,
debido a que las estrategias y las técnicas discursivas de
este género son empleadas a fin de retratar la nociva presencia
de la corrupción en la región. Las ambiciones de los
conglomerados editoriales - verdaderos responsables del doble asesinato
en la obra - no representan un distanciamiento de las directrices
centrales de la saga de Heredia, sino más bien la apertura
de su abanico hacia una de las tantas áreas infestadas por
la conjunción de poder y crimen.
No se puede obviar, sin embargo, que la novela reduce la intensidad
respecto de dos aspectos claves de la serie negra: la presencia de
los ambientes marginales y de los niveles de violencia. Aunque tal
lógica se encuentra justificada en tanto los villanos de turno
se encuentran en el mundo literario y no en el crimen organizado,
resulta llamativo que Heredia saliera indemne de esta aventura - sin
siquiera recibir un ataque - aún cuando el asesinato del poeta
Román fue planificado por el jefe de la editorial. La escasa
oposición que establecen los responsables del crimen para que
Heredia dilucide el enigma constituye, entonces, el único punto
que resta fuerza al relato.
Ramón Díaz Eterovic se consolida, por otra parte, como
la figura epónima del relato neopoliciaco en Chile. No sólo
por las altas cotas estéticas que ha alcanzado en el género,
sino porque su dilatada y amplia producción representa, sin
lugar a dudas, el intento más ambicioso por generar una prosa
capaz de tomar el pulso a la desconocida perversidad que existe en
el país. El hombre que pregunta se alza como un paso
importante para forjar una tradición policial que represente
la identidad pública y privada del Chile contemporáneo.
Bibliografía
- Arellano, Yolanda y Flores, Luis,
El relato policial en Chile: ¿Quién mató a
Kristián Kusterman? de Roberto Ampuero y Ángeles y solitarios
de Ramón Díaz Eterovic. Tesis para optar al grado
de licenciado en educación. Valparaíso: Universidad
de Playa Ancha, 1996.
- Bisama, Adolfo, “El crimen de escribir”.
5 Jun. 2004. http://guia.tercera.cl/2002/11/22/literatura1.htm
- Cánovas, Rodrigo, Novela
chilena, Nuevas generaciones. El abordaje de los huérfanos.
Santiago: Ediciones Pontificia Universidad Católica de Chile,
1997.
- Díaz Eterovic, Ramón, Ángeles y solitarios. Santiago: LOM Ediciones, 2002.
——— El hombre que pregunta.
Santiago: LOM Ediciones, 2002.
——— “Novela policial en Latinoamérica”.
Ed. Bisama, Adolfo F., El género policial latinoamericano:
de los sospechosos de siempre a los crímenes de Estado.
Valparaíso: Editorial Puntángeles, 2002. 105-118.
——— Sólo en la oscuridad.
Santiago: LOM Ediciones, 2003.
——— “Una mirada desde la narrativa
policial”. Revista "Cormorán" Nº2, 2000.
- Espinosa, Patricia, “Género
literario, sujeto y resistencia e la obra de Ramón Díaz
Eterovic”. Ed. Bisama, Adolfo F., El género policial latinoamericano:
de los sospechosos de siempre a los crímenes de Estado.
Valparaíso: Editorial Puntángeles, 2002. 105-108.
- Franken, Clemens, Crimen y verdad
en la novela policial chilena actual. Santiago: USACH, 2003.
——— “La novela negra chilena: entre
el crimen institucional y pasional”. Ed. Bisama, Adolfo F., El
género policial latinoamericano: de los sospechosos de siempre
a los crímenes de Estado. Valparaíso: Editorial
Puntángeles, 2002. 81-90.
- García-Corales, Guillermo
y Pino, Mirian, Poder y crimen en la narrativa chilena contemporánea
(Las novelas de Heredia). Santiago: Mosquito Editores, 2002.
- López, Fernando, “Algunas
reflexiones sobre el género policial”. Ed. Bisama, Adolfo F., El género policial latinoamericano: de los sospechosos de
siempre a los crímenes de Estado. Valparaíso: Editorial
Puntángeles, 2002. 51-55.
- Martínez, Luis, “Ramón
Díaz Eterovic, o el placer de las letras”. 23 Jul. 2003.
http://www.letrasdechile.cl/hpon.htm
- Morales, Eddie, “La novela policial
en el currículo de la literatura. Una experiencia personal”.
Ed. Bisama, Adolfo F., El género policial latinoamericano:
de los sospechosos de siempre a los crímenes de Estado.
Valparaíso: Editorial Puntángeles, 2002. 63-66.
- Pino, Mirian, “El relato policial
en América Latina”. Ed. Bisama, Adolfo F., El género
policial latinoamericano: de los sospechosos de siempre a los crímenes
de Estado. Valparaíso: Editorial Puntángeles, 2002.
33-42.
- Roman, José, “El estallido
de las apariencias”. Ed. Bisama. Adolfo F., El género policial
latinoamericano: de los sospechosos de siempre a los crímenes
de Estado. Valparaíso: Editorial Puntángeles, 2002.
119-121.
- Sepulveda, Luis, “Novela transgresora
y democrática”. Ed. Bisama, Adolfo F., El género
policial latinoamericano: de los sospechosos de siempre a los crímenes
de Estado. Valparaíso: Editorial Puntángeles, 2002.
127-133.