Proyecto Patrimonio - 2006 | index | Ramón 
          Díaz Eterovic | Alexis Candia | Autores |
          
              
            
            
             
            El 
              hombre que pregunta: 
              
              de los crímenes de estado a los sospechosos 
                de siempre
            por 
              Alexis Candia
              Espéculo N°33. Revista 
              de estudios literarios. 
              Universidad Complutense de Madrid 
              
              
            
          
          Resumen: En el artículo 
            se realiza una lectura de El hombre que pregunta de Ramón 
            Díaz Eterovic, figura cumbre del género policial en 
            Chile, que tiene por objeto determinar que esta novela no representa 
            un quiebre con las directrices centrales de la saga de Heredia, sino 
            más bien la apertura del abanico de posibilidades temáticas 
            de la producción policial del escritor chileno. Para esto, 
            establezco un diálogo entre El hombre que pregunta y 
            el neopolicial latinoamericano, corriente que influye decisivamente 
            en la obra de Díaz Eterovic. Concluyo consignando que El 
            hombre que pregunta tiene como pilar fundamental el eje poder 
            crimen que determina, en gran medida, las diez novelas de Heredia.
            Palabras Claves: Ramón Díaz Eterovic - El 
            hombre que pregunta - Novela neopolicial
          
          El hombre que pregunta: Of 
            the crimes of state to the same old suspects
            Abstract: A reading of El hombre que pregunta written 
            by Ramón Díaz Eterovic, summit figure of the police 
            kind in Chile, is made in this article whith the aim of determining 
            that this novel does not represent a break with the central guidelines 
            of the saga of Heredia, but more well the opening of the thematic 
            range of possibilities of the police production of the chilean writer. 
            For this, I establish a dialogue El hombre que pregunta and 
            the Latin-American neopolicial, current that influences decisively 
            in the work of Díaz Eterovic. I end up by stating that El 
            hombre que pregunta has as fundamental pillar the axis power crime 
            that determines, in great measure, the ten novels of Heredia.
            Key words: Ramón Díaz Eterovic - El hombre 
            que pregunta - Neopolicial Novel
            
          
          
          El hombre que pregunta de Ramón Díaz Eterovic, 
            obra que narra la investigación de Heredia sobre las extrañas 
            circunstancias de la muerte del crítico literario Francisco 
            Ritter, publicada en 2002, prosigue en la misma línea inaugurada 
            con la aparición de La ciudad está triste, en 
            1986, esto es, con una corriente que adapta los rasgos del género 
            negro a la realidad latinoamericana. Tal apreciación se ve 
            refrendada por el propio Díaz Eterovic, quien se considera: 
            “un autor que ha  asumido 
            el género policial - específicamente los códigos 
            de la novela negra y del neopoliciaco latinoamericano - con absoluta 
            conciencia respecto a sus características y recursos” (García-Corales 
            y Pino, Poder y Crimen 11).
asumido 
            el género policial - específicamente los códigos 
            de la novela negra y del neopoliciaco latinoamericano - con absoluta 
            conciencia respecto a sus características y recursos” (García-Corales 
            y Pino, Poder y Crimen 11).
          Pese a que ésta entrega de la saga protagonizada por Heredia 
            podría suponer un distanciamiento de los motivos centrales 
            de sus novelas, orientados al esclarecimiento de crímenes con 
            sentido político y social, es necesario establecer que esa 
            apreciación resulta errada y que, por el contrario, no se trata 
            sino de un cambio de perspectiva sobre el eje de poder y crimen que 
            rige sus obras.
          Cabe precisar, además, que con el objeto de comprender la 
            convergencia de la novela negra y del neopolicial latinoamericano 
            en el trabajo de Ramón Díaz Eterovic, es necesario considerar 
            los aspectos claves del contexto social e histórico en que 
            irrumpe la figura del detective Heredia - a mediados de la década 
            del 80 - y las principales características de la Generación 
            del 80, de la que Díaz Eterovic emerge como una de sus figuras 
            más destacadas.
            
          
          El neopolicial 
            en Chile
          El gobierno militar encabezado por el general Augusto Pinochet tuvo 
            una incidencia capital en el surgimiento la generación del 
            80 y, asimismo, en la reinstalación de la novela policiaca 
            en Chile. La violencia institucionalizada impulsada por el régimen 
            dictatorial en conjunto a la supresión de parte importante 
            de las garantías ciudadanas conformaron, en buena medida, los 
            rasgos identitarios de la nueva horneada de literatos nacionales, 
            tanto en lo referente a sus concepciones estéticas como a sus 
            motivos argumentales.
          Bajo esa perspectiva, resulta clave analizar las principales características 
            de la dictadura militar señaladas por el sociólogo José 
            Joaquín Brunner en su libro La cultura en una sociedad autoritaria. 
            Más aun cuando es evidente que “su impacto en el cuerpo social 
            y el imaginario colectivo, y por tanto, en la literatura que estudiamos, 
            se puede percibir hasta el presente” (García-Corales y Pino, 
            Poder y Crimen 11). 
          La primera singularidad del régimen autoritario, según 
            Brunner, es el disciplinamiento de la sociedad, que tiene que ver 
            con la coerción y la coacción física ejercida 
            a través de la distribución específica de premios 
            y castigos, empleada para resguardar la hegemonía y la obediencia 
            del cuerpo social hacia el sistema político.
          Por otra parte, se encuentra la relación entre lo público 
            y lo privado. Mientras la dinámica interna del poder normativo 
            tiende hacia lo público, fortaleciendo un conjunto de normas 
            compartidas por la sociedad, la lógica interna del poder coercitivo 
            apunta hacia lo privado, convenciendo a los miembros de la sociedad 
            que es imposible resistir la coacción ejercida por el gobierno. 
            Lo anterior, provoca que el sujeto público se vea constreñido 
            aun en su propia intimidad.
          Por último, se ubica la comunicación despolitizada 
            que, por cierto, se refiere a la necesidad del régimen autoritario 
            en orden a desarrollar formas de comunicación públicas 
            que penetren en el mundo privado. Los estímulos comunicativos 
            diseminados por los órganos del régimen - liderados 
            por El Mercurio - debían condicionar la obediencia de la población. 
            Evidentemente, ello provocaba formas de comunicación distorsionadas.
          De esta forma, el contexto político, social y económico 
            ejerce su influjo en la nueva camada de escritores que había 
            iniciado su proceso de formación en la década de los 
            70. Al respecto, es interesante la siguiente reflexión de Ramón 
            Díaz Eterovic: 
          Pertenezco a una generación de escritores 
              que nació y entregó sus primeras obras en ese momento 
              particularmente oscuro de la historia de Chile que se inició 
              el 11 de septiembre de 1973. Una generación que ha sido llamada 
              del ‘Golpe’ o ‘Marginal’. Del ‘Golpe’ en relación con la 
              época con que emerge y con los temas que habitan sus cuentos 
              y novelas. Y ‘Marginal’, porque durante muchos años sus obras 
              circularon con escasas posibilidades de acceder a editoriales o 
              a su difusión a través de los medios de comunicación. 
              (García-Corales y Pino, Poder y Crimen 23)
          
          La generación del 80, que acoge a escritores nacidos desde 
            1948 hasta mediados de los 60, desarrolla una producción poética 
            y narrativa compleja y de líneas estéticas disímiles 
            entre sí. Bajo esa perspectiva, el nuevo grupo literario chileno, 
            compuesto por Ramón Díaz Eterovic, Jaime Collyer, Marco 
            Antonio de la Parra y Pía Barros, entre otros, abrió: 
            “espacios de los ‘posibles múltiples’, y así implementó 
            una variedad de orientaciones estéticas con características 
            interdiscursivas, intertextuales y contestatarias que tomaron la forma 
            de contracultura” (García-Corales y Pino, Poder y Crimen 27).
          Asimismo, es dable afirmar que la Generación del 80 fue profundamente 
            innovadora respecto de sus estrategias narrativas, sintetizando los 
            aportes de los grupos anteriores y reelaborándolos para con 
            sus propias contribuciones llevar su narrativa a un elevado nivel 
            estético. Evidentemente, se emplearon una serie de estrategias 
            discursivas con el fin de burlar la dura censura impuesta por el régimen 
            militar. En esa línea, alcanzó relevancia la utilización 
            de un discurso experimental, fragmentario y metafórico.
          La descomposición social generada por el régimen autoritario 
            contribuyó, además, a que no se siguieran ficcionalizando 
            gestas colectivas, como lo habían hecho las anteriores generaciones 
            y, por el contrario, se prefirió el retrato del mundo de los 
            seres marginados. 
          Uno de los aspectos más relevantes para este grupo fue la 
            problemática de la memoria, respecto de la cual formularán 
            una estética del resto sedimentado en la dictadura, que establecerá 
            “nuevas coordenadas de sentido para la noción de patria, familia 
            y nación, en la búsqueda de una literatura contestataria 
            frente a la discursiva monológica y dominante” (García-Corales 
            y Pino, Poder y Crimen 39).
          Pese a las variadas corrientes estéticas que se encuentran 
            presentes en la Generación del 80, es dable sostener la preeminencia 
            de la novela negra sobre el resto los estilos escriturales. Lo anterior, 
            es ratificado por Rodrigo Cánovas quien sostiene que “el modo 
            privilegiado por esta generación para rescatar el pasado es 
            el relato de la serie negra: un detective privado lleva una investigación 
            en una sociedad en crisis” (Cánovas 41). 
          Bajo la sombría influencia de la dictadura militar y la contracultura 
            simbolizada por la Generación del 80, emerge el género 
            neopolicial en Chile, especialmente porque es un formato que permite 
            reflejar los problemas sociales, vinculados a la criminalidad y a 
            la corrupción de los actores políticos y económicos. 
            Según Ramón Díaz Eterovic la reinstalación 
            del género policial en Latinoamérica obedece a la respuesta 
            que algunos autores dan a la situación de violencia política 
            que existe en sus países, y para cuyo reflejo la forma de la 
            novela policial entrega elementos apropiados, “como pueden ser la 
            criminalidad como centro narrativo, las atmósferas opresivas 
            y asfixiantes, la figura del investigador [...] como un antihéroe 
            capaz de defender los valores éticos que son avasallados. (Díaz 
            Eterovic, “Novela policial” 114).
          La preeminencia del escenario político, económico y 
            social resulta decisiva, entonces, en la reaparición del género 
            policial en Chile. En ese sentido, es clarificadora la analogía 
            de Díaz Eterovic en orden a que los códigos de la novela 
            negra que surgiera en los Estados Unidos a comienzos del siglo XX 
            estaban presentes y vigentes en la realidad de un país como 
            Chile, “Una atmósfera asfixiante, miedo, violencia, falta de 
            justicia, la corrupción del poder, inseguridad: elementos que 
            en Chile vivimos en años recientes y que aún ahora prevalecen 
            con sus sombras y sus ‘boinazos” (Franken, “La novela negra” 81).
          Ramón Díaz Eterovic será el encargado de introducir 
            el relato neopoliciaco con la publicación de La ciudad está 
            triste, novela que no sólo marca el inicio de la saga de Heredia 
            - que ya se extiende por diez entregas -, sino que abre el sendero 
            de una tendencia estética de gran desarrollo a finales de los 
            noventa y a principios del nuevo siglo.
          
            La sangre negra de Heredia
          El hombre que pregunta adopta los códigos de la novela 
            negra en la medida que su disposición interna, sus estrategias 
            discursivas y sus motivos argumentales concuerdan con la corriente 
            abierta por Dashiell Hammett en la primera parte del siglo XX. Hammett 
            es el escritor que abre y define las bases del género, tal 
            como lo reconoce Raymond Chandler - otro de los grandes maestros de 
            esta vertiente literaria - en El simple arte de matar donde 
            sostiene que con Hammett “se modificaron las reglas de la investigación 
            policial clásica, ya que a partir de él la narrativa 
            policial dejó de ser un juego para encontrar en su cultivo 
            una motivación social” (Pino, “El relato policial” 34).
          A diferencia de la novela policial creada por Edgard Allan Poe, que 
            estableció el tratamiento del enigma y su develación 
            a través del método deductivo empleado por un detective 
            situado en un cuarto cerrado; la novela negra se trata de la inmersión 
            en un universo de maldad, culpa, corrupción, traición, 
            desamparo y miserias humanas: “sus rasgos principales han sido destacados 
            a menudo: psicología criminal, dinamismo de la muerte violenta, 
            ambigüedad moral, relativización de los valores dominantes, 
            desconfianza hacia el poder, pesimismo y lucidez desencantada” (Roman 
            119).
          En esa línea, resulta pertinente la caracterización 
            de la novela negra formulada por Leonardo Padura Fuentes, quien sostiene 
            que, en primer término, se produce: 
           
            Una disminución de la importancia 
              del enigma como elemento dramático fundamental. Segundo, 
              una preferencia por ambientes marginales. Tercero, acudir a determinadas 
              formas de la cultura popular, incorporándolas a la creación 
              literaria […] Cuarto, el empleo de un lenguaje fundamentalmente 
              literario pero a la vez desembozado e irreverente; un lenguaje que 
              trata de expresar las vivencias de la vida cotidiana. Quinto […] 
              la renuncia a crear grandes héroes. (Pino, “El relato 
              policial” 37-38)
          
          Aunque en la novela negra la razón continúa siendo 
            una herramienta válida para la resolución del enigma, 
            ésta queda relegada a un segundo plano por las indagaciones 
            del detective en los sectores sombríos de la ciudad, para lo 
            que empleará, en muchas ocasiones, métodos tan implacables 
            como los empleados por los criminales. La utilización de la 
            violencia y la intimidación serán, en esa línea, 
            piezas claves del trabajo detectivesco negro.
          Lo anterior, se pone de manifiesto en El hombre que pregunta 
            - al igual que en el resto de la saga de Heredia - debido a que el 
            otrora estudiante de leyes penetra en los recovecos de la urbe para 
            resolver distintas encrucijadas. La lectura del informe de uno de 
            los casos resueltos por Heredia al comienzo de esta novela es ilustrativa 
            al respecto: “contenía el informe dirigido a la clienta que 
            buscaba a su hermano mayor [...] encontrarlo me tomó quince 
            días de caminatas y preguntas por distintos barrios de Santiago, 
            hasta averiguar que el hombre vivía en un cité de la 
            calle Santa Isabel” (12). Asimismo, se encuentran la reflexión 
            de Heredia acerca del quehacer policiaco realizado mientras investiga 
            la muerte de Francisco Ritter: 
          Indagar en lo ajeno era la inevitable exigencia 
              de un oficio al que seguía fiel, pese a la incertidumbre 
              de lo desconocido y a los golpes que a veces recibía por 
              meter mis narices donde nadie me llamaba [...] echo de menos una 
              pista clara, el testimonio de un testigo, o a un matón que 
              se cruce en mi camino, y a quien, luego de unas trompadas, se le 
              pueda extraer una fugaz verdad. (67)
          
          Heredia se introduce en los espacios del mundo literario y en los 
            bajos fondos para confrontar una serie de señuelos claves para 
            hallar la verdad tras la caída de Ritter desde la terraza de 
            su departamento. Bajo esta perspectiva, Mirian Pino sostiene que es 
            dable comprender la novela negra como “el encuentro de dos semióticas, 
            la de la detección y la urbana; ciudad y detective conforman 
            un signo indisoluble” (Pino, “El relato policial” 34).
          Lejos de cualquier clase de discurso negativo hacia Santiago, Heredia 
            siente un gran afecto por los personajes, los lugares y la vida tumultuosa 
            de la capital. Principalmente, porque su vida en las proximidades 
            del río Mapocho, es decir, en una de las zonas oscuras de la 
            ciudad, contribuye a que desarrolle una profunda sensibilidad hacia 
            la dramática lucha que los marginados emprenden para sobrevivir. 
            Sin embargo, ello también genera - junto a su peligroso oficio 
            - una actitud recelosa hacia la urbe, que lo motiva a mantener la 
            guardia en alto ante una eventual agresión.
          Los recorridos de Heredia a través de los variopintos retratos 
            de la metrópoli permitirán codificar los signos de la 
            ciudad y, en consecuencia, dar forma a los diversos rostros de la 
            misma. En ese contexto, resulta oportuna la reflexión de Patricia 
            Espinosa, “según Walter Benjamín ya Baudelaire había 
            propiciado la unión entre la figura del detective con la del 
            flaneur; aquel que recorre la ciudad en un vagabundeo, en un paseo 
            ocioso, pero cuya indolencia es solo aparente.  Así 
            se ven unidas según Benjamín, sagacidad criminalística 
            y la amable negligencia del flaneur” (Espinosa 107-108). Santiago 
            es diseccionado, entonces, por las andanzas del detective: “Berta 
            Zamundio vivía frente al Parque Forestal, a media cuadra de 
            la Plaza Italia, donde por las noches la ciudad se divide en dos mundos 
            y la Alameda adopta un tono gris de abandono y soledad” (23). Asimismo, 
            son develados los rostros de los habitantes envueltos en las sombras:
Así 
            se ven unidas según Benjamín, sagacidad criminalística 
            y la amable negligencia del flaneur” (Espinosa 107-108). Santiago 
            es diseccionado, entonces, por las andanzas del detective: “Berta 
            Zamundio vivía frente al Parque Forestal, a media cuadra de 
            la Plaza Italia, donde por las noches la ciudad se divide en dos mundos 
            y la Alameda adopta un tono gris de abandono y soledad” (23). Asimismo, 
            son develados los rostros de los habitantes envueltos en las sombras:
           
            Santiago es una ciudad donde cada día 
              hay más gente abandonada, como si de pronto se hubieran cansado 
              de luchar y se resignaran a la humillación de implorar limosna 
              [...] viejos, hombres de extremidades mutiladas, manchadas de rostros 
              sucios, ciegos, jóvenes de miradas extraviadas. Una colección 
              de personajes a los que nadie pregunta ni sus nombres. (41)
          
          Ramón Díaz Eterovic consigue recrear, entonces, la 
            esencia de la capital, la libra de una condición de mero objeto 
            de cambio o de una escenografía transitoria en la cadena de 
            producción.
          Pese a que en El hombre que pregunta Heredia no transita de 
            manera frecuente por los ambientes marginales - como si ocurre en 
            otras de sus novelas -, se sumerge, de todas formas, en los recovecos 
            santiaguinos para seguir uno de los hilos conductores de su investigación: 
            la pista del poeta Román, “vivía a tres cuadras de la 
            Gran Avenida [...] El barrio lucía deslavado por la lluvia 
            de los últimos días. Me detuve frente a una casa de 
            adobe, descendí del auto y pulsé el timbre instalado 
            en el portón metálico de la vivienda. Luego de tres 
            minutos apareció una mujer de aspecto desgreñado” (63).
          Cabe subrayar, al respecto, que esta decisión de Díaz 
            Eterovic se ajusta a la temática que aborda su detective en 
            esta oportunidad, lo que, por cierto, dota de verosimilitud al texto. 
            Lo anterior, responde a que la obra no aborda los asesinatos ejecutados 
            por miembros de la dictadura militar o por traficantes de armas, sino 
            de un crimen cometido en el mundo literario. En consecuencia, es lógico 
            que la investigación transcurra, en buena medida, por espacios 
            relativos a ese contexto.
          La novela negra tiene como una de sus piezas fundamentales la figura 
            del investigador, personaje que experimenta un cambio radical respecto 
            del detective clásico caracterizado, habitualmente, como un 
            sujeto aficionado y ocioso que se dedica especialmente a la protección 
            de los intereses burgueses, por el contrario, el nuevo detective emerge 
            como una figura solitaria que tiene por objeto encontrar la verdad, 
            que cuenta con un sólido código ético y que se 
            reconoce como parte de los grupos subordinados de la ciudadanía. 
            Desarrolla, además, sus investigaciones en los lindes del estado 
            de derecho, empleando, en muchas ocasiones, procedimientos implacables:          
          Se lanza ciegamente en busca del misterio 
              que rodea al crimen y se deja llevar por los acontecimientos, produciendo, 
              con su accionar un tanto ingenuo y desprevenido, un rosario de nuevos 
              crímenes, peleas y un paseo melancólico por lugares 
              no recomendables de la gran ciudad. (López 51) 
          
          El detective de serie negra constituye, además, un ser depresivo 
            y pesimista, que, generalmente, es: “bebedor, ocioso y pendenciero, 
            acomete contra la ley que sostiene al sistema capitalista, la ley 
            del dinero, que regula una moral perversa y sostiene la primacía 
            del más fuerte” (López 51).
          Heredia presenta las características referidas con anterioridad. 
            Lo anterior, se evidencia con la siguiente descripción de Clemens 
            Franken: 
          Siendo Heredia un auténtico anti-héroe, 
              un hombre solitario, lacónico y de un realismo pesimista, 
              muestra, sin embargo, en la tradición de los detectives duros 
              Philip Marlowe (cfr. R. Chandler) y Lew Archer (cfr. R. MacDonald), 
              una gran fidelidad a su principio ético de la verdad, la 
              cual el poder suele avasallar. Sus novelas son, en definitiva, una 
              especie de ajuste de cuentas ético. (Franken, “La 
              novela negra” 82)
          
          Ramón Díaz Eterovic ratifica todas las características 
            señaladas anteriormente debido a que sostiene que Heredia es:          
          Un detective marginal y solitario, que lo 
              único que tiene a su lado es un gato llamado Simenon, algunos 
              libros, botellas siempre en camino de la nada, su memoria que se 
              niega al olvido que decreta el sistema político, y uno que 
              otro amigo que lo acompaña en sus andanzas. Duro y sentimental, 
              posee un código ético que lo impulsa a meterse en 
              cuanto problema se le presenta con el afán de establecer 
              un mínimo de justicia. (Díaz Eterovic, “Novela 
              policial” 114)
          
          Aunque en El hombre que pregunta el esclarecimiento del caso 
            policial adquiere mayor relevancia que en las anteriores entregas 
            de la saga, lo que, por ende, resta importancia a la exploración 
            de la interioridad del personaje - en la línea de La ciudad 
            está triste -, persisten, en todo caso, momentos que se 
            refieren a las experiencias y a las concepciones valóricas 
            del detective: 
          Quince o más años de oficio, 
              siguiendo huellas ajenas y apostando el pellejo por causas que me 
              parecían justas, sin esperar más recompensas que imponer 
              mi frágil verdad de justiciero al borde de la ley [...] También 
              le hable de las cicatrices de navajas y proyectiles que adornaban 
              mi cuerpo, o peor aún de las que marcaron mis sentimientos 
              por la lejanía de dos o tres mujeres a las que ame y perdí, 
              o por la ausencia de mi amigo el comisario Dagoberto Solís 
              que yacía bajo una lápida después de salvarme 
              la vida. (91)
          
          Uno de los rasgos más llamativos de Heredia, común, 
            desde luego, con la mayoría de los investigadores de serie 
            negra, es su afición por las aventuras eróticas. Pese 
            a que los graves riegos que conlleva su oficio se han convertido en 
            un óbice insalvable para la conservación de sus relaciones 
            íntimas, Heredia se permite disfrutar de uno o dos bocados 
            en su lucha contra el crimen: “la tibieza de sus pechos impactó 
            en mi cuerpo como dos balas fulminantes. Volví a buscar su 
            boca y no pensé en ninguna otra cosa que no fuera recorrer 
            las historias escritas en el cuerpo de Carmen Trigo” (86).
          Si bien Heredia constituye una figura solitaria por antonomasia, 
            lo que lo lleva desconfiar de la mayor parte de la gente, mantiene 
            un par de buenos amigos que son un bastión de apoyo emocional 
            y profesional. En El hombre que pregunta ese rol lo cumplen 
            su amigo escritor - no se revela su nombre, pero es dable suponer 
            que se trata del propio Díaz Eterovic - que lo introduce al 
            grupo de literatos que asistió a la última cena de Ritter 
            y el periodista Marcos Campbell, cuyos conocimientos en informática 
            juegan un papel clave a la hora de dilucidar el entramado del caso.
          
            El esqueleto de Heredia
          El hombre que pregunta tiene una estructura discursiva propia 
            del género negro en tanto que, considerando los principios 
            establecidos por Hamett, podemos afirmar que una vez referidas in 
            media res las circunstancias de la muerte de Francisco Ritter y, posteriormente, 
            elaboradas algunas teorías respecto a los posibles móviles 
            que rodean a su muerte, Heredia se sumerge en la indagación 
            del grupo de escritores que asistieron a la última cena del 
            crítico literario. Asimismo, en las zonas grises de la ciudad 
            donde tiene cabida la pista del escritor fantasma. De esta forma, 
            Heredia debe recorrer un camino bifurcado para encontrar los indicios 
            que le permitirán resolver el crimen.
          Cabe consignar, en esa línea, que Ramón Díaz 
            Eterovic conforma una novela cerrada que está compuesta por 
            cuatro partes divididas, a su vez, en 10 capítulos cada una 
            - salvo la última que tan sólo tiene nueve episodios 
            -. El hombre que pregunta constituye una novela trabada que 
            funciona con armonía y precisión, develando de manera 
            progresiva la red de poder y corrupción que se encuentra tras 
            la muerte de Ritter.
          En el plano de la enunciación nos encontramos con una voz 
            narrativa en primera persona y en tiempo presente, Heredia, que tiene 
            la virtud de acrecentar la incertidumbre y el interés del relato 
            en la medida que el lector conoce lo mismo que el propio investigador.
          Al respecto, resulta clave el papel que desempeña el gato 
            Simenon, con quien Heredia mantiene imaginarias conversaciones, debido 
            a que constituye un ‘tú’ que permite conocer las distintas 
            sospechas que Heredia baraja respecto del caso: 
          
            - Has decidido condenar a esa mujer sobre 
              la base de algunos chismes y un par de enigmas sin explicación. 
              - ¿Desde cuándo defiendes a las ancianas perversas? 
              - Desde que anoche te vi llegar con la cabeza llena de dudas […] 
              Si vas a golpear la puerta de Berta Zamundio, lo único que 
              vas a conseguir es quedarte sin trabajo. (145)
          
          Asimismo, funciona como un elemento que destaca la soledad de Heredia 
            y que facilita la comprensión de su interioridad: “Si se trata 
            de una mujer no te hagas grandes ilusiones [...] Que no te engañe 
            la soledad, Heredia. Tómalo como lo que es: una noche cálida 
            [...] Una luz que te ilusiona con el fin del túnel y que luego 
            adviertes que sólo vive en tu imaginación, y el túnel 
            sigue ahí, profundo e inhóspito como siempre” (92).
          Por último, conviene destacar el ‘efecto de real’ que provoca 
            El hombre que pregunta a través de la intertextualidad 
            que establece con las anteriores entregas de la saga como con otros 
            textos. Ciertamente, el empleo de tal técnica propende a que 
            el lector crea en la existencia de Heredia. Bajo esa perspectiva, 
            es fundamental la percepción de Mirian Pino y Guillermo García-Corales, 
            “este ‘efecto de real’ será paulatinamente enriquecido en las 
            novelas posteriores a través de una constante citación 
            intertextual con respecto a obras anteriores del mismo Díaz 
            Eterovic y otros autores de distintas latitudes y tiempos” (García-Corales 
            y Pino, Poder y crimen 69). El hombre que pregunta mantiene 
            un diálogo con Ángeles y solitarios en la medida 
            que Heredia rememora la muerte de su amigo Dagoberto Solis. Más 
            relevante aun, sin embargo, es la conexión con El vizconde 
            de Bragelonne de Alejandro Dumas, pues en distintos episodios 
            de la novela se citan una a una las muertes de los mosqueteros. Directriz 
            que, además, parece aspirar a confirmar la fidelidad de Díaz 
            Eterovic con su más celebre creación, “No hay perdón 
            para quien deja morir a sus héroes” (11) pronuncian los labios 
            de Heredia movidos por los hilos de Díaz Eterovic.
            
          
          Las venas abiertas 
            de América Latina
          La novela negra experimenta un gran desarrollo en América 
            Latina durante las décadas de 1970 y 1980, debido al contexto 
            social y político por el que atravesaba la región, sobre 
            todo, porque las numerosas dictaduras militares que se extendieron 
            en el continente, crearon las condiciones propicias para el cultivo 
            de un género que tiene como una de sus mayores cualidades la 
            denuncia de los vicios y de los crímenes de la sociedad.
          No se trata, sin embargo, de la mera adaptación de los modelos 
            policiales norteamericanos y europeos - tal como había acontecido 
            durante buena parte del siglo XX - sino más bien de una reformulación 
            de los códigos del género negro bajo el matiz de la 
            realidad latinoamericana. Lo anterior, obedece a que frente al modelo 
            europeo y americano, “en nuestro continente la motivación criminal 
            del dinero no encuentra el mismo sustento ya que ese elemento está 
            ligado aquí a una cuestión de división de clase 
            y reparto del poder” (García-Corales y Pino, Poder y crimen 
            48).
          Bajo este prisma, podemos afirmar que esta corriente exhibe una profunda 
            motivación política e ideológica en tanto intenta 
            desnudar, en primer lugar, los delitos y las injusticias de las dictaduras 
            militares latinoamericanas. Fernando López sostiene, en ese 
            sentido, que el relato policial moderno en América Latina ha 
            formulado otro discurso y le ha dado una identidad muy propia, introduciendo 
            el crimen político como uno de sus temas, “Cometido por asesinos 
            seriales, que se ocultan entre los organismos del Estado. Aunque los 
            grandes delincuentes sigan siendo los económicamente poderosos, 
            los que delinquen produciendo leyes y diseñando atajos para 
            escapar de la Justicia” (López 53).
          La novela negra regional intenta retratar, en definitiva, la identidad 
            latinoamericana, explorando, según Díaz Eterovic, “los 
            temas y personajes vinculados a la realidad social y política 
            latinoamericana donde crimen y política han sido una ecuación 
            trágicamente perfecta” (Díaz Eterovic, “Una Mirada” 
            66). Crimen y poder constituyen, entonces, las directrices centrales 
            de una narrativa de corte realista que, a través de hechos 
            criminales que provocan una investigación, denuncia los pecados 
            sociales y políticos que, en gran medida, han determinado el 
            devenir de la historia latinoamericana. De ahí que Ricardo 
            Piglia piense que el género policial ha sido un diagnóstico 
            extraordinario del funcionamiento de la lógica social en la 
            relación entre inmoralidad y dinero, entre poder político 
            y poder criminal, “Todos estos elementos que están presentes 
            en el género se han convertido casi en el horizonte de la cultura 
            contemporánea” (Díaz Eterovic, “Novela policial” 113).
          Ramón Díaz Eterovic adscribe, con toda seguridad, a 
            la reconfiguración del género negro en la región. 
            La saga de Heredia constituye una prueba contundente respecto del 
            oscuro retrato de la realidad latinoamericana. Más aún 
            cuando consideramos que sus textos evidencian las redes de poder y 
            corrupción que controlan al país. Si en La ciudad 
            está triste Heredia aborda el drama de los detenidos desaparecidos 
            y en Solo en la oscuridad el tráfico de drogas, en la 
            novela Ángeles y solitarios Heredia se enfrenta a una 
            urbe atravesada por el narcotráfico, las componendas político-militares 
            y las maquinaciones de poder que incluyen hasta la fabricación 
            de armas químicas. Clemens Franken comparte esa apreciación 
            en la medida que afirma que Díaz Eterovic encaja perfectamente 
            en la tradición de la novela negra en general y de la hispanoamericana 
            en especial, “destacándose en su caso primero la denuncia del 
            abuso del poder estatal, ante todo, del régimen militar, luego 
            la dimensión ética de la verdad y justicia en la convivencia 
            humana y, en tercer lugar, su rescate de valores humanos como la solidaridad 
            y amistad” (Franken, “La novela negra” 82).
          Aunque El hombre que pregunta parece no tratarse mas que de 
            una simple intriga policial relativa a la muerte de un crítico 
            literario, una vez dilucidado los motivos y los autores de los asesinatos 
            de Francisco Ritter y del poeta Román, se pone en evidencia 
            la red de poder y corrupción que se encuentra tras ambos asesinatos. 
            El eje de poder y crimen latinoamericano, reflejado en este caso en 
            las ambiciones de los grandes grupos editoriales, es, nuevamente, 
            el responsable de los homicidios.
          Los intereses económicos que mueven a la industria editorial 
            determinan la contratación de un escritor fantasma, el poeta 
            Román, para continuar la labor de Leandro Verón - autor 
            acabado que genera una importante cantidad de divisas a la editorial 
            -, engendrando una delgada línea de corrupción que acabará 
            rompiéndose una vez que la petición de Román 
            en orden a obtener mayores recursos sea rechazada. A raíz de 
            ello, el escritor fantasma revelará el engaño a Francisco 
            Ritter. Si la muerte del poeta Román fue ordenada por el director 
            de la editorial, Casimiro Poblete, para proteger los intereses de 
            sus inversionistas, Ritter caerá a manos de un escritor que 
            desea resguardar su status quo. 
          En suma, nos encontramos ante las directrices de crimen y poder propias 
            del neopolicial latinoamericano.
            
          
          Caso cerrado
          El hombre que pregunta es, en definitiva, una obra que adapta 
            adecuadamente los códigos de la novela negra al contexto latinoamericano, 
            debido a que las estrategias y las técnicas discursivas de 
            este género son empleadas a fin de retratar la nociva presencia 
            de la corrupción en la región. Las ambiciones de los 
            conglomerados editoriales - verdaderos responsables del doble asesinato 
            en la obra - no representan un distanciamiento de las directrices 
            centrales de la saga de Heredia, sino más bien la apertura 
            de su abanico hacia una de las tantas áreas infestadas por 
            la conjunción de poder y crimen.
          No se puede obviar, sin embargo, que la novela reduce la intensidad 
            respecto de dos aspectos claves de la serie negra: la presencia de 
            los ambientes marginales y de los niveles de violencia. Aunque tal 
            lógica se encuentra justificada en tanto los villanos de turno 
            se encuentran en el mundo literario y no en el crimen organizado, 
            resulta llamativo que Heredia saliera indemne de esta aventura - sin 
            siquiera recibir un ataque - aún cuando el asesinato del poeta 
            Román fue planificado por el jefe de la editorial. La escasa 
            oposición que establecen los responsables del crimen para que 
            Heredia dilucide el enigma constituye, entonces, el único punto 
            que resta fuerza al relato.
          Ramón Díaz Eterovic se consolida, por otra parte, como 
            la figura epónima del relato neopoliciaco en Chile. No sólo 
            por las altas cotas estéticas que ha alcanzado en el género, 
            sino porque su dilatada y amplia producción representa, sin 
            lugar a dudas, el intento más ambicioso por generar una prosa 
            capaz de tomar el pulso a la desconocida perversidad que existe en 
            el país. El hombre que pregunta se alza como un paso 
            importante para forjar una tradición policial que represente 
            la identidad pública y privada del Chile contemporáneo.
           
          
          
           
          
            Bibliografía
          - Arellano, Yolanda y Flores, Luis, 
              El relato policial en Chile: ¿Quién mató a 
            Kristián Kusterman? de Roberto Ampuero y Ángeles y solitarios 
            de Ramón Díaz Eterovic. Tesis para optar al grado 
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