La oscura memoria de las armas
          Novela, 289 págs. Autor: Ramón Díaz  Eterovic. Lom Ediciones. 2008
        Por Juan Mihovilovich 
          - escritor- 
        
        “La valentía  consiste en decir o hacer algo en el momento oportuno.
 
          Lo demás  es remordimiento o acomodo.”  
          (Heredia,  pag. 187)
        
        De nuevo Heredia, el personaje  desmitificador de la sociedad chilena, arremete con una historia que  nos obliga a escudriñar ácidamente en el pasado  reciente de nuestra vida nacional.
         Ahora, el centro de su investigación  lo constituye el crimen de un individuo que sobrevivió a los  horrores de la dictadura militar y que, recuperada la democracia, se  vincula a organismos de derechos humanos para no olvidar la tragedia  personal ni colectiva y respecto de la que asume un rol activo en las “funas,” que surgen como paliativo de la débil  justicia institucional, incapaz  de desentrañar el hilo de una  madeja demasiado enmarañada, ya sea por simple abstracción  u olvido de su misión verdadera.
         Heredia, el detective solitario, culto   y desengañado de la realidad cotidiana asume que tiene entre  sus manos un extremo de esa madeja y que deberá inmiscuirse,  nuevamente,  en los propósitos oscuros de una trastienda  manipulada por resabios de un militarismo autoprotegido,  crípticamente ramificado, donde se  mueven, efectivamente,  las  piezas de un tablero ignorado: allí cada jugada tiene un sello  distintivo,  una causa y un  destino turbio que expande la codicia  ciega  amparada en la supuesta necesidad de sobrevivencia.
mueven, efectivamente,  las  piezas de un tablero ignorado: allí cada jugada tiene un sello  distintivo,  una causa y un  destino turbio que expande la codicia  ciega  amparada en la supuesta necesidad de sobrevivencia.
         Estamos en presencia de una incursión  necesaria por los vericuetos de una sociedad con doble fondo.   Heredia nos retrata con crudeza el torvo mundo que habitamos: agentes  de inteligencia u oficiales en retiro que buscan acomodarse  a una  realidad que ahora les parece hostil y donde la conciencia aguijonea  fugazmente, remordiendo una existencia desolada y miserable, marcada  a fuego por hechos de los que fueron actores y autores, cómplices  o encubridores por acción u omisión o, por último,  testigos obligados  de aberraciones sin límite. Y aquello, con  la mirada retrospectiva del hoy: todos insertos en un país que  ha sido transformado, desde el simple paisaje arquitectónico  hasta los más profundos cimientos de nuestras interioridades.
         La tortura, como  forma de control y dominación de opositores,  se nos revela  con dimensiones ignominiosas, no por lo que el relato expresa, sino  por lo que insinúa, por las pausas o silencios que los  personajes evidencian, por el cálculo con que adecuan sus  respuestas como si permanentemente  avanzaran por un terreno minado,  sobre el que se erigieron antiguas persecuciones, obstinados apegos a  doctrinas férreas e impositivas donde el don de mando era el leit motiv de un  poder omnímodo, virtual y secreto.
         Sin embargo, he ahí el tejido  subterráneo de la historia pública: bajo los  deleznables estropicios físicos ejercidos, se fueron  encadenando, inevitablemente, los eslabones de una verdad siniestra  que dibujó el mapa  político y social del Chile  próximo.  Indudablemente,  el develamiento de ese entramado es  uno de los mayores méritos del universo herediano. Intentar resolver un asesinato conlleva siempre una mirada en  perspectiva: detrás de la víctima está el  entramado.  Tras la huella criminal surge la atmósfera  opresiva de quienes hicieron de la muerte una forma de vida, como  cruel contrasentido.
         Y es en medio de ese caos sobre el que  funcionan las, aparentemente, derrotadas estructuras del pasado.  Luego, resolver la ecuación criminal es para Heredia –y por  ende, para el propio lector- apenas un pretexto que intenta dilucidar  la vida actual, que consolida una  visión de mundo  desencantada al punto de exigir una suerte de exorcismo sensorial,  una incitación a  “abrir los sentidos,”  porque siendo  sujeto de la historia, no es posible mirar el futuro sin asumir el  juego de la trastienda.  Y al tomar la opción de  esa  trastienda, la complicidad por acción u omisión sobre  los horrores cometidos suele estar en quien, desprovisto de su  etiqueta militar, habita el departamento vecino o se  esmera en “negociar” su alma con las nuevas empresas del mercado,  mientras el pasado y sus efectos son únicamente  alimañas  molestas que deben pisotearse o eliminarse en aras del status  adquirido.
         Por eso también, esta novela  nos redimensiona la superposición de esas realidades  paralelas. Y la opción también es imperativa: ignorar  lo ocurrido o  empatizar decididamente con este detective romántico,  intuitivo e  insobornable,  que nos advierte a cada momento sobre los  riesgos del olvido y, por consiguiente,  regresar a ese “oscuro  reino de las armas.”
         Relato construido sobre  claves  conocidas, pero no por ello, menos sorprendentes, punzantes y  reveladoras.