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Clásico de la narrativa chilena
“Subterra” de Baldomero Lillo
Por Ramón Díaz Eterovic
Revista Punto Final Nº553 Sept. Oct. de 2003
Cuando se menciona a Baldomero Lillo surge de inmediato el recuerdo de algunos de sus cuentos de ambiente minero, como “El chiflón del diablo”, “La compuerta número doce”, “El grisú” o “La paga”, que se vienen leyendo de generación en generación desde su edición en 1904, con el título de Subterra. La publicación de este libro causó revuelo en el apocado ambiente literario chileno de comienzos del siglo XX. Un medio que hasta entonces seguía las aguas de los clásicos españoles y recibía la influencia de la literatura francesa sin alcanzar una estatura propia y, desde luego, alejado de la realidad social de un país que se aprontaba a celebrar el primer centenario de su independencia.
La primera edición se agotó en pocas semanas. El nombre de Lillo pasó a ser un nombre valorado en los ateneos literarios, y prácticamente todos los escritores relevantes de la época alzaron sus voces para elogiar a un autor que comenzaba a ser una referencia ineludible para lo que se escribiría de ahí en adelante. El éxito se debió a que Baldomero Lillo presentaba un mundo hasta entonces omitido, y dentro de éste, a personajes que tenían la inconfundible marca de lo auténtico: el mundo de los minerales carboníferos de Lota, ciudad que cobijaba a una infinidad de mineros que laboraban en condiciones de extrema miseria. Los cuentos de Baldomero Lillo aportaron un lenguaje simple, acertados retratos humanos y un acentuado sentimiento solidario. Como señalara Ernesto Montenegro -escritor chileno contemporáneo de Lillo-: “Por primera vez, la alpargata y la blusa hicieron la caminata hasta las librerías del centro para volver al suburbio cargando debajo del brazo una obra de un autor nacional. Es el primer autor chileno con un público lector que abarca del taller y la planta industrial a los cenáculos literarios”.
Baldomero Lillo nació en Lota el 6 de enero de 1867. Fue un niño enfermizo al que sus largas convalecencias hicieron un lector voraz de Verne, Dickens, Tolstoi, Balzac. A la muerte de su padre, trabajó como empleado en una pulpería. Ese trabajo y las experiencias de la niñez lo hacen relacionarse estrechamente con la vida y sufrimientos de los mineros que a diario ve pasar por las calles de Lota. La realidad con la que convive durante casi veinte años impacta su ánimo y conciencia. De ella emergen sus personajes estremecedores. Los viejos mineros que se identifican con el agónico fin del caballo que ha sido su compañero de faenas; el padre que lleva a su hijo de ocho años a trabajar al fondo de la mina, los obreros amenazados de despido, la dura faena que convierte en viejos decrépitos a los más jóvenes y vigorosos; los oscuros túneles a más de cuarenta metros bajo el mar, las filtraciones de agua que acompañan las faenas como una música tétrica que les advierte de la presencia de la muerte, la brutalidad de los administradores y capataces, y toda la amplia galería de personajes y anécdotas que pueblan sus cuentos.
La obra de Baldomero Lillo se concentra en tres docenas de cuentos y relatos que comienza a escribir cerca de los cuarenta años, y que se publicaron con los títulos de Subterra, Subsole, Relatos populares y Páginas del salitre. El año 1900, Lillo se traslada a Santiago, y en la capital, junto con ganar un espacio en el medio literario de la época, debe ganarse la vida como agente de seguros y escribiente en una notaría, hasta que finalmente obtiene un cargo administrativo relacionado con la educación, que le da tranquilidad para sobrellevar una vida sencilla, de pocas pretensiones. En esa época ya padecía la tuberculosis que le llevaría a la muerte en 1923, cuando vivía en San Bernardo. Sus contemporáneos lo describen como un hombre quitado de bulla, parco, introvertido, humilde, que en las tertulias literarias prefería mantenerse en silencio, sin llamar la atención.
Subterra de Baldomero Lillo aparece cuando en Chile recién se comienza a hablar de la llamada “cuestión social”, bajo la influencia de pensadores provenientes del positivismo y el anarquismo. Aporta un paisaje humano inédito en la literatura chilena, el de un puñado de obreros que, como dice en uno de sus cuentos, sólo tienen por delante el destino de “trabajar, padecer y morir”. La obra de Lillo entra como un ventarrón en la literatura chilena y genera una impronta que deja huella en escritores posteriores y que tiene su mayor expresión en la llamada Generación del 38. Con justicia entonces, Baldomero Lillo es considerado el padre del realismo chileno, y desde luego, el primer gran exponente del cuento.
Lillo es un poderoso observador de la realidad, y relata con sencillez, certeza, honestidad. Tal vez se pueda criticar su fatalismo, el destino trágico que impone a la mayoría de sus personajes, pero al fin de cuentas eso no hace más que remarcar el mundo desesperado y sórdido que recrea, su protesta contra lo que considera una muestra palpable de explotación humana. Los lectores de Subterra se enfrentan a historias y personajes que cautivan y conmueven. Por eso, no se puede más que coincidir con Ernesto Montenegro cuando dice que lo que da resonancia y permanencia a la obra de Baldomero Lillo es que “nos hace sentir la tragedia de esas vidas como algo que está muy cerca de nosotros y habla a nuestra conciencia”. A casi cien años de la publicación de Subterra, Lillo es un narrador que conserva su vitalidad y obliga a tomar partido, con palabras que apelan a profundos sentimientos humanitarios