Belascoarán 
y Heredia: detectives postcoloniales
 
 
 
Patricia 
Varas
Willamette University
 
 
El escritor mexicano Paco Ignacio Taibo II acuñó 
el término neopolicial para referirse a un género policiaco nuevo 
que se distancia de la novela negra tradicional. Esta se caracteriza por reforzar 
la legalidad de un sistema sostenido por aparatos represores, por estar centrada 
en la solución de un enigma y por ser escrita para divertir. El neopoliciaco, 
según Paco Ignacio Taibo II, en cambio se caracteriza por “la obsesión 
por las ciudades; una incidencia recurrente temática de los problemas del 
Estado como generador del crimen, la corrupción, la arbitrariedad política” 
(Argüelles 14). De esta manera el nuevo policiaco al mismo tiempo que se 
mantiene firmemente enraizado en la literatura popular que llega a un vasto público, 
rompe con esquemas tradicionales del género al mismo tiempo que hace una 
denuncia social. 
Este elemento de crítica social es central en las 
novelas del detective Heredia del chileno Ramón Díaz Eterovic 
y del detective Héctor Belascoarán Shayne del mexicano 
Paco Ignacio Taibo II. Su esfuerzo por denunciar la corrupción del 
gobierno y del Estado va acompañado de un fuerte deseo por rescatar episodios históricos 
específicos de sus respectivos países para oponerse al silencio 
y al olvido del pasado. En No habrá final feliz (1989)  
 (1) de Taibo II y El ojo del alma (2001) 
(2) de Díaz Eterovic los casos llevan 
a los detectives a tratar con eventos recluidos en la memoria amnésica 
de sus países. Belascoarán Shayne debe encarar a un grupo paramilitar 
creado para reprimir el movimiento estudiantil, los Halcones, responsable de la 
Masacre de Corpus Cristi de 1971. Mientras que Heredia se ve obligado a enfrentar 
recuerdos de su vida universitaria durante la dictadura de Pinochet cuando un 
excompañero de la universidad y político de renombre de la izquierda 
desaparece misteriosamente.
 
va acompañado de un fuerte deseo por rescatar episodios históricos 
específicos de sus respectivos países para oponerse al silencio 
y al olvido del pasado. En No habrá final feliz (1989)  
 (1) de Taibo II y El ojo del alma (2001) 
(2) de Díaz Eterovic los casos llevan 
a los detectives a tratar con eventos recluidos en la memoria amnésica 
de sus países. Belascoarán Shayne debe encarar a un grupo paramilitar 
creado para reprimir el movimiento estudiantil, los Halcones, responsable de la 
Masacre de Corpus Cristi de 1971. Mientras que Heredia se ve obligado a enfrentar 
recuerdos de su vida universitaria durante la dictadura de Pinochet cuando un 
excompañero de la universidad y político de renombre de la izquierda 
desaparece misteriosamente.
Como resultado de este afán denunciatorio 
y de meditar sobre el pasado para desentrañar el crimen, en ambas novelas 
los detectives concluyen que el enemigo es el sistema y que la búsqueda 
del orden y de la justicia es un acto fallido. Taibo II y Díaz Eterovic 
se sirven del formato policial para rescatar el pasado y hacer literatura realista 
(Franken Kurzen 14), al mismo tiempo que sus detectives sostienen una posición 
antiheroica. Sin embargo, esta posición antiheroica no consiste en darse 
por vencido, sino más bien en tomar conciencia del monstruoso tamaño 
de “las fuerzas del mal”—como las llama Belascoarán Shayne—y de la necesidad 
de buscar refuerzos en la colectividad, ya que “el detective nunca conseguirá 
atrapar y castigar [al culpable]. Tal convicción bloquea cualquier posibilidad 
de salvación a través del individuo” (Balibrea-Enríquez 50). 
Por esto, para comprender el mensaje social de las novelas ya mencionadas debemos 
analizar las posturas culturales e ideológicas de los detectives. Sólo 
de esta manera el discurso denunciatorio del neopolicial podrá ser interpretado 
cabalmente.
Tanto Belascoarán como Heredia comparten las características 
de lo que Ed Christian llama el detective postcolonial:
 
post-colonial 
detectives are always indigenous to or settlers in the countries where they work; 
they are usually marginalized in some way, which affects their ability to work 
at their full potential; they are always central and sympathetic characters; and 
their creators’ interest usually lies in an exploration of how these detectives’ 
approaches to criminal investigation are influenced by their cultural attitudes. 
(2)
 
Ambos son de 
las ciudades en donde viven y por donde deambulan como buenos flâneurs, 
México D.F. y Santiago; se mueven por elección propia en ámbitos 
marginados; son personajes atractivos por su ingenio, honestidad y búsqueda 
de la justicia; y comparten una actitud cultural que se puede llamar desencanto.
El 
neopoliciaco se caracteriza por ser un género urbano por excelencia. Tanto 
Belascoarán como Heredia son habitantes de grandes ciudades latinoamericanas, 
las cuales no tienen secretos para ellos. La relación entre Belascoarán 
y el D.F. es una de amor-odio: “[el D.F.] es ese puercoespín lleno de púas 
y suaves pliegues. Carajo, estaba enamorado del DF. Otro amor imposible a la lista. 
Una ciudad para querer, para querer locamente. En arrebatos” (142). Es una ciudad 
dominada por el caos que conoce al dedillo, por la que se mueve sin titubeos. 
Su entusiasmo nunca decae; al contrario, cada salida del detective “callejero,” 
como lo llama su vecino el Gallo, es descrita con una mirada llena de pasión 
y jovialidad:
 
la violencia del metro 
acabó por despejar la borrachera del detective y transformarla en un sordo 
dolor de cabeza. [...]. Héctor quedó con los pies en el aire, prensado 
entre dos oficinistas y un jugador de fútbol americano que perdió 
su casco y su bolsa en el caos. (161)
 
El narrador 
termina el episodio de desorden urbano remarcando, “otra vez el encanto de la 
ciudad lo perseguía en medio del dolor de cabeza y el mal sabor de boca” 
(161).
Esta violencia y exceso caótico hacen que el D.F. se carnavalice 
en más de una descripción donde el vernáculo soez y chilango 
se convierte en el lenguaje apropiado para comunicar la experiencia: “como en 
la ciudad de México todo espectáculo gratuito adquiere instantáneamente 
espectadores, no bien hubo trepado la rama totalmente, cuando dos estudiantes 
de secundaria [...], se colocaron  bajo 
el detective” para apostar “a que se parte la madre” (218). Héctor “escupió 
hacia el siniestro pronosticador” que respondió: “Orale güey, era 
broma” (218). El caos que genera lo grotesco es el estado normal de la gran ciudad 
y Belascoarán Shayne —haciendo eco de una postura bakhtiniana-lo asume 
como la única manera popular contestataria que le queda al pueblo de defenderse 
y cuestionar el poder: “[the grotesque] discloses the potentiality of an entirely 
different world, of another order, another way of life. It leads man out of the 
confines of the apparent (false) unity, of the indisputable and stable” (Bakhtin 
48). Esta respuesta tiene una función apelativa que resulta en el humor 
y la solidaridad del lector, quien inevitablemente se identifica con la lucha 
popular y la de Belascoarán que son una, pues como asevera el detective: 
“en tres años no había perdido el sentido del humor, la actitud 
burlona ante sí mismo. Había aceptado que lo honesto era el caos, 
el desconcierto, el miedo, la sorpresa” (189).
bajo 
el detective” para apostar “a que se parte la madre” (218). Héctor “escupió 
hacia el siniestro pronosticador” que respondió: “Orale güey, era 
broma” (218). El caos que genera lo grotesco es el estado normal de la gran ciudad 
y Belascoarán Shayne —haciendo eco de una postura bakhtiniana-lo asume 
como la única manera popular contestataria que le queda al pueblo de defenderse 
y cuestionar el poder: “[the grotesque] discloses the potentiality of an entirely 
different world, of another order, another way of life. It leads man out of the 
confines of the apparent (false) unity, of the indisputable and stable” (Bakhtin 
48). Esta respuesta tiene una función apelativa que resulta en el humor 
y la solidaridad del lector, quien inevitablemente se identifica con la lucha 
popular y la de Belascoarán que son una, pues como asevera el detective: 
“en tres años no había perdido el sentido del humor, la actitud 
burlona ante sí mismo. Había aceptado que lo honesto era el caos, 
el desconcierto, el miedo, la sorpresa” (189).
Para Heredia su relación 
con Santiago es quizá menos ambigua que la de Belascoarán. Sus paseos 
por la ciudad son de un ritmo más lento que los de Héctor, quien 
a veces parece estar motivado por la pura acción. Heredia colecciona libros, 
postales antiguas, le gusta visitar mercados de pulgas y detenerse, huronear, 
regatear: “a menudo me gusta ir a esa feria persa [del mercado del Barrio Franklin] 
y dejar que las horas transcurran [...]” (99). Heredia conoce bien los “boliches, 
picadas, comederos, boites y restaurantes que puede encontrar en la calle San 
Diego, de la Alameda hasta Matta” (67) y asegura a un entrevistado que “yo colecciono 
bares” (67). El detective chileno escoge deambular por las zonas desgastadas y 
olvidadas de la ciudad: “los rincones de la noche santiaguina ya no tenían 
la placidez de antaño y en los rostros que se cruzaban en mi camino, veía 
más amenazas que posibilidades de compartir una hora de amistad” (91). 
El paso reflexivo de Heredia le permite meditar y pasear por la realidad de Chile, 
comentar y mezclar pensamientos que como un fluir de conciencia son reflejados 
por la estructura misma de la novela de brevísimos capítulos que 
exigen la argucia del lector para no perder el hilo narrativo: 
 
me 
dije que amaba Santiago; cada uno de sus rincones desde Plaza Italia al poniente, 
sus calles semidesiertas a las dos de la madrugada y la promesa de una navaja 
en el vientre de los solitarios; los bares que prolongan la Alameda con sus luces, 
murmullos y promesas de encuentros inesperados. (36)
 
La relación entre los detectives y la ciudad está basada 
en un acercamiento realista, donde las relaciones humanas están dictadas 
por variables de clase, sexo e ideología, entre otras.  La 
ciudad en el neopolicial no es un ambiente más que sirve de trasfondo para 
las aventuras detectivescas, sino que es un personaje clave con el cual interactúa 
el detective para resolver el crimen.
La 
ciudad en el neopolicial no es un ambiente más que sirve de trasfondo para 
las aventuras detectivescas, sino que es un personaje clave con el cual interactúa 
el detective para resolver el crimen. 
Ambos detectives están marcados 
por una marginalización que han elegido ellos mismos, la cual se ve directamente 
reflejada por el barrio en que viven y donde tienen sus oficinas. Stavans nos 
recuerda que Belascoarán Shayne “tuvo una educación universitaria, 
una hermosa casa, esposa y un salario de $22,000 pesos al mes como ingeniero. 
Pero lo sacrificó todo” (134). Heredia, por su parte, sabe que para sus 
excompañeros de la universidad que se han dedicado a participar en la competición 
capitalista por un bienestar marcado por el consumerismo, el dinero o el poder, 
es un perdedor, un hombre sin iniciativa ni grandes aspiraciones. Pero Heredia 
ha seguido una vida consecuente con sus ideas, no se ha vendido a ningún 
postor y no ha perdido su libertad.
Ambos detectives han dejado sus comodidades 
materiales y prometedores futuros para ser libres, investigadores independientes 
que no deben nada a nadie. Esto les da un aire de soledad y autenticidad que a 
veces se puede confundir con gazmoñería, como le recuerda Osorio 
a Heredia: “no pierdes la capacidad de decir a la gente las cosas que no quiere 
oír. En la universidad lo hacías como un juego, pero ahora te has 
vuelto amargo” (158-159). Esta posición marginal es una convención 
de la novela negra que “often provides the basis for an exploration of social 
and moral problems” (Thompson 45).
Sin embargo, en el neopoliciaco esta 
postura individualista determinada por la soledad es parte de una denuncia social 
más amplia. En el caso de Belascoarán sus opciones lo han llevado 
a una soledad existencial que dicta sus relaciones humanas. En el plano amoroso 
el detective sabe “que ya no voy a poder sostener relaciones estables con nadie” 
(144); en cuanto a sus hermanos hay un amor incondicional que los ata, pero la 
relación está marcada por habituales silencios parte del “reducto 
mafioso de solidaridad familiar” (149); finalmente, sus amistades son sólidas 
y todas parten de sus aventuras de los últimos tres años, con quienes 
le une “una forma de tomar distancia sobre el país y separarse de la parte 
más jodida de la patria” (149).
Heredia también vive la soledad 
a fondo. Sus amistades son aún menos que las de Héctor y no tiene 
familia ya que es huérfano. El ha amado con pasión a Griseta, quien 
es un personaje constante en las novelas del chileno; pero Heredia tampoco puede 
mantener relaciones amorosas duraderas: “la soledad es un negocio que siempre 
da utilidades: Horas tristes, camas frías, un espejo para mí solo, 
silencio en abundancia [...]” (199). Heredia cuenta, sin embargo, con un amigo 
especial con quien conversa y al que retorna a su apartamento, su gato, Simenon. 
Simenon actúa como la conciencia del detective, es su “expresión 
estética y surrealista” (García-Corales 86). Simenon se atreve a 
confrontar a Heredia, a decirle las cosas como son, sin dorarle la píldora, 
siendo caústico en sus consejos: “tu caparazón recubre un corazón 
de flan. Tú y esa muchacha no tenían futuro” (198). Esta soledad 
existencial pone a Heredia (y extrapolaríamos a Belascoarán) en 
una posición de espectador, “de agente moral” como señala Díaz 
Eterovic en una entrevista con García-Corales (192).
En el nuevo 
género policial el crimen no es una abstracción, una fantasía 
de la imaginación del autor; es un problema social, no analítico. 
Jon Thompson en su lectura de Poe señala que la valorización del 
intelecto en Dupin indica el poder del individuo sobre la colectividad y crea 
la figura del detective que preside sobre “an urban agglomeration that ceases 
to have any affective force whatsoever” (57). Stavans asegura que los detectives 
neopoliciacos “no están interesados en ponerle orden al caos, una obligación 
que queda para Lord Wimsey, Hercules Poirot o Armando Zosaya” (140). Esta actitud 
introduce un rompimiento enorme con el detectivesco clásico, el cual se 
fundamenta en el raciocinio, en el poder del conocimiento. Los detectives clásicos 
son superiores a la policía o a los otros personajes porque tienen las 
llaves del enigma, y todos dependen de él para descifrarlo. En Héctor 
y Heredia su soledad existencial, la cual es típica del detective duro 
del hard boiled que enfrenta los peligros sin temor a ser emocionalmente 
chantajeado por estar libre de ataduras sentimentales, y sus limitaciones para 
encontrar y castigar al culpable son una postura antiheroica y antiintelectual.
Nuestros 
detectives se caracterizan en ambas novelas por encontrarse confundidos ante el 
crimen. Belascoarán Shayne transcurre casi toda la novela tratando de comprender 
los asesinatos y su papel en ellos: “ahí estaba el problema, en que no 
lograba hilvanar la aparente claridad con nada” (151), para concluir reflexivamente, 
“en las buenas novelas policiacas, los pasos eran claros; hasta cuando el detective 
se desconcertaba, su desconcierto era claro” (204). Finalmente, como resultado 
de su inhabilidad de descrifrar el enigma a tiempo, que concluye siendo un malentendido 
trágico y fatal, termina acribillado a balazos.
En el caso de Heredia, 
sigue una serie de pistas falsas que confirman que la desaparición de Traverso, 
un político del Partido, “continuaba siendo un enigma” (115) y sólo 
al final de la novela logra desenredar el problema. Este caso al principio no 
le interesa porque lo puede llevar a recorrer “los viejos dolores” (57) y porque 
está dominado por la política y Heredia afirma “no quiero entrar 
en el juego” (19). Heredia funciona con la intuición más que con 
la razón y por eso piensa, “tuve una intuición que de inmediato 
consideré errática: en la desaparición de Traverso no existían 
huellas porque no había crimen que resolver” (116). Como Héctor, 
Heredia se encuentra perplejo, un estado nada satisfactorio para un detective: 
“nada a que asirse, como si cada uno de mis pasos estuviera destinado al fracaso, 
[...]” (115) e incluso en un momento de frustración está listo a 
“arrojar la toalla” y a abandonar la investigación (171). 
La soledad 
existencial de nuestros detectives como postura antiheroica se complementa con 
su contrario: la solidaridad.(3)
Belascoarán 
y Heredia necesitan el apoyo de los otros, de sus amigos, socios, familiares y 
amantes, de la comunidad entera para entender lo que pasa y encontrar una solución. 
Como indican García-Corales y Pino del neopoliciaco:
 
el 
detective solitario ahora se convierte en buscador de una verdad, sale del cuarto 
cerrado y se reconoce en cierto modo como parte solidaria de los grupos subordinados 
de la sociedad. Trabaja en los lindes de la justicia que no es tal. La verdad 
y el crimen revelados en la investigación se transforman en una verdad 
histórica y política. (48)
 
Una 
vez que Héctor y Heredia se dedican a sus casos se encuentran completamente 
comprometidos porque les llevan a lidiar con su pasado personal y el de su país. 
Aunque el resultado de sus pesquisas no resulta en que el criminal sea castigado 
porque es parte de un sistema complejo y corrupto, la búsqueda detectivesca 
lleva a los detectives a conocerse mejor a sí mismos, a revisar el pasado, 
a hacerse preguntas y a obtener respuestas sobre una justicia que tarda en llegar. 
Sostiene Cánovas que la novela detectivesca chilena es “el modo 
privilegiado de la Generación del 80 para rescatar el pasado” (41). Efectivamente, 
Heredia en El ojo del alma se embarca a revivir su vida estudiantil durante 
1974 justo después del golpe. Su conciencia de cómo el pasado lo 
determina  queda 
clara desde el comienzo de la novela: “el pasado, mi pasado y todo lo que me rodeaba, 
estaba impreso en mí, como una segunda huella digital, y nada de lo que 
hiciera en el futuro podía estar desligado de ese tiempo” (35). El detective 
se ve con antiguos compañeros, recuerda los errores y horrores de vivir 
una juventud determinada por la carencia de democracia y el temor: “miedo, mucho 
miedo, y la inocencia cortada de raíz” (27). De su viaje por el pasado 
Heredia concluirá que ha sido honesto consigo mismo, que no lamenta su 
activismo político y su decisión de cortar su carrera de derecho 
y abandonar la universidad. Si bien al final resuelve la desaparición de 
Traverso hay una respuesta más profunda que alcanza sin habérselo 
propuesto: descubrir la verdad de quién traicionó a Pablito Durán. 
Heredia resume conmovedoramente el legado de la dictadura a su generación:
queda 
clara desde el comienzo de la novela: “el pasado, mi pasado y todo lo que me rodeaba, 
estaba impreso en mí, como una segunda huella digital, y nada de lo que 
hiciera en el futuro podía estar desligado de ese tiempo” (35). El detective 
se ve con antiguos compañeros, recuerda los errores y horrores de vivir 
una juventud determinada por la carencia de democracia y el temor: “miedo, mucho 
miedo, y la inocencia cortada de raíz” (27). De su viaje por el pasado 
Heredia concluirá que ha sido honesto consigo mismo, que no lamenta su 
activismo político y su decisión de cortar su carrera de derecho 
y abandonar la universidad. Si bien al final resuelve la desaparición de 
Traverso hay una respuesta más profunda que alcanza sin habérselo 
propuesto: descubrir la verdad de quién traicionó a Pablito Durán. 
Heredia resume conmovedoramente el legado de la dictadura a su generación:
estábamos 
condenados a mirar hacia el pasado, inconclusos y temerosos; a preguntarnos una 
y otra vez, si el fracaso correspondía al curso normal de la vida o era 
el resultado de sobrevivir a ese tiempo doloroso que nos había obligado 
a mantener una doble identidad, a sobrellevar las máscaras impuestas por 
el clandestinaje o por el temor a reconocer el horror invocado [...] (182)
 
El nombre de Pablo Durán aparece y reaparece a través de 
la novela, convirtiéndose en un fantasma que acompaña obsesivamente 
a Heredia y que representa el trauma de la dictadura. Pablito el compañero 
desaparecido, cuyo error fue ser honesto y no tener miedo, cae debido a la traición 
de un soplón. Por años Heredia ha llevado este vacío consigo 
y reconoce que fue el motivo por el que decidió abandonar la Facultad. 
El detective al darle un nombre y una conclusión a su búsqueda individualiza 
el dolor de los chilenos, resultado de los años de la dictadura. Díaz 
Eterovic simbólicamente le da una cara a los desaparecidos, quienes en 
Pablito Durán dejan de ser una abstracción o un número aberrante. 
Comprendemos de esta manera concreta la magnitud del dolor de perder a un amigo 
y las consecuencias enormes que tuvo en un grupo de jóvenes idealistas 
la desaparición de un compañero, quien en la novela es Pablito Durán. 
Al encontrar a Traverso Heredia descubre que él fue el soplón y 
haciendo ecos del cuento de Borges “Tema del traidor y del héroe” averiguamos 
que Traverso era un “cuadro” del partido “un solitario químicamente puro, 
al que muchos de sus compañeros respetan” (30) al mismo tiempo que fue 
un agente de la CIA, un infiltrado. 
Belascoarán también se 
remonta a los tiempos de su juventud universitaria durante la investigación 
del grupo paramilitar, los Halcones. Como señala Nichols “en todas sus 
investigaciones, el detective mexicano encuentra restos del pasado que no solamente 
revelan la interpenetración del pasado y el presente, sino que también 
ilustran su deseo de reivindicar la historia” (96). Héctor recuerda los 
días de su activismo estudiantil, del “(movimiento con mayúsculas, 
el punto de partida, el no va más de nuestras vidas y nuestros nacimientos, 
nuestra referencia como humanos frente al país y la vida toda)” (197). 
Su lenguaje chilango, sus posturas culturales, su humor negro, lo marcan como 
un habitante del D.F. pero “además de ser un personaje cultural representativo... 
es un participante activo en la historiografía mexicana” (Bertin 3). Su 
obstinación por comprender el por qué de los asesinatos lo lleva 
a vislumbrar la posibilidad de una conspiración mayor: los Halcones “están 
vivos y los van a volver a usar” (226). Como con Heredia, el crimen es una excusa 
para indagar el pasado y establecer sus trágicas conexiones con el presente 
del cual se concluye que “no habrá final feliz.” 
Después 
de todo, el orden no se equipara necesariamente con lo justo ni la verdad en una 
sociedad dominada por la corrupción. Belascoarán “percibía 
al Estado como el gran castillo de la bruja de Blancanieves, del que salían 
no sólo los Halcones, sino también los diplomas de ingeniero y la 
programación de Televisa” (222). El neopoliciaco no convalida los aparatos 
represores del Estado, al contrario de lo que sostiene el detectivesco clásico: 
“crime in these stories is perceived as an outside evil which threatens to penetrate 
the otherwise peaceful an orderly society” (Craig-Odders 29). 
Hay una diferencia 
importante entre las actitudes de nuestros detectives y su búsqueda. Belascoarán 
acepta el caos y la violencia del D.F. y los asume como parte de su vivir cotidiano. 
El sistema, el PRI y el Estado postrevolucionario son enemigos demasiado poderosos. 
El detective mexicano resume su sentir sobre el orden en el gran D.F., “la única 
posibilidad de sobrevivir era aceptar el caos y hacerse uno con él en silencio” 
(142). Mientras que Heredia cree en la posibilidad de unir las piezas del rompecabezas—ayudado 
por un milagro o su intuición—y encontrar una solución al problema, 
“una investigación policiaca no es diferente al armado de un rompecabezas” 
(59). Héctor es más pesimista, comprende la inmensidad del monstruo 
con que debe combatir y esto lo hace más irónico y con un sentido 
de humor negro; mientras que en Heredia prevalece el sentimiento de una inocencia 
perdida y una fuerte nostalgia por ella.(4) 
Aunque bien puede ser que la sang froid de Héctor no sea más 
que una postura, sirve para enfatizar el absurdo de su situación: buscar 
justicia en un antro de corrupción, el D.F. Es más, Belascoarán 
usa la violencia sin temor a la muerte, corriendo el riesgo de su deshumanización: 
“eso había aprendido en dos días, que la vida de los pistoleros 
de las fuerzas del mal le valía madres. Que se morían, sucios, botaban 
mucha sangre, pero no se lloraba por ellos” (207). Las novelas de Heredia, como 
indica Franken Curzen, son una estilización del género negro que 
“se caracteriza más por sus sentimientos, emociones y acciones que por 
sus raciocinios” (16). El detective chileno tiene una fe en su actividad detectivesca 
que lo aleja de la ironía preponderante en las aventuras de Belascoarán.
La 
búsqueda de la justicia y de la verdad remite a una creencia en la posibilidad 
de que éstas existan; ambos detectives reconocen que su móvil principal 
es la curiosidad y el deseo de justicia. Hay un maniqueísmo que dicta el 
actuar del detective, como dice Belascoarán: él es el bueno contra 
las fuerzas del mal (189). Este elemento quijotesco se remonta al código 
de honor de la novela negra, en la cual el detective se mueve entre el hampa pero 
mantiene una pureza de intenciones: resolver el crimen. La herencia de la novela 
negra norteamericana en el neopoliciaco latinoamericano vincula esta motivación 
con lo social (Giardinelli 1: 27). Esta característica vital permite que 
el género sirva para “recrear la realidad de los países latinoamericanos 
donde el crimen y la política han constituido una ecuación trágicamente 
perfecta” (García Corales y Pino 53).
Héctor y Heredia son 
hombres de acción, están lejos del armchair detective. No 
tienen interés en el dinero ni el poder y como otros detectives del género 
tienen “una moral propia, casi atípica para esa sociedad, y aunque no pretende 
erigirse como un modelo moral, su ética se convierte en un valor ideal” 
(Giardinelli 1: 33). La ideología particular que une a Héctor y 
Heredia es una actitud postcolonial –el desencanto- que se resume en esta frase 
de Heredia, “engañarse a sí mismo es la peor estafa que uno puede 
cometer” (82).
Según Weber el desencanto es el resultado del proceso 
de racionalización o secularización que reemplaza a las interpretaciones 
mágicas del mundo. La ciencia adquiere el valor supremo y el ser humano 
se encuentra más solo que nunca (428), desencantado/alienado. Esta racionalización, 
producto de un desarrollo capitalista, se transforma en una modernidad (o modernidades) 
que en América Latina no produjo igualdad social ni democratización 
política.(5) Como asevera Yúdice, 
“[...] en América Latina no se impuso la modernidad según el modelo 
weberiano” (118). Podríamos decir que como consecuencia de esto, nuestros 
detectives viven el desencanto doblemente, como promesa no cumplida y como aberración 
histórica importada. 
Tanto Héctor como Heredia son testigos 
de grandes cambios impulsados por la modernidad en sus barrios, ciudades y amistades. 
Heredia, por un lado, nos describe los cambios urbanos: “la ciudad se transfiguraba. 
A diario podía ver máquinas que destruían las casas antiguas, 
horadaban la tierra y comenzaban a levantar las construcciones [...]” (183). Por 
otro lado, a través de las vidas de los vecinos de Belascoarán se 
presentan los cambios humanos. Ninguno de ellos logró alcanzar lo prometido 
ya sea en el ámbito de la educación, del trabajo o de la reforma 
social y por eso los tres se abstuvieron de votar en las últimas elecciones 
como prueba de su inconformismo y desconfianza en el sistema. El Gallo sostiene 
que “conmigo el sistema se apendejó. [...] Y sin embargo, algo me dieron: 
miedo al país, al poder, al sistema” (181).
Heredia y Belascoarán 
viven el desencanto plenamente. Heredia hace más de una alusión 
a este estado, el cual en su caso está relacionado a su juventud universitaria 
bajo la dictadura. El fracaso de la democracia marcó a los jóvenes 
de su generación y por esto cada uno de sus compañeros vive su perdida 
de la inocencia traicionando sus sueños a su manera. Incluso Campbell, 
su amigo periodista, con tono cansado le confía a Heredia mientras comen 
y beben: “ya no quedan oportunidades para gente como nosotros, Heredia. Estamos 
viejos y escépticos, condenados a ver pasar la historia por nuestro lado” 
(89). 
Héctor con su apariencia dura de quien acepta “que bastaba 
de verdades claras, de consejos de cocina para la vida” (189) se deja llevar por 
la memoria y recuerda el Movimiento estudiantil, la euforia de sentir el poder 
de los estudiantes que en grandes números llenaban las calles gritando 
“Viva Che Guevara” (197). En sus recuerdos, tanto el chileno como el mexicano 
reviven momentos de gran alegría y entusiasmo junto al gran miedo de la 
represión. Belascoarán cuenta cómo terminó esa marcha 
en “una tarde de terror, más de 40 muertos” (198).
El desencanto 
del presente, sin embargo, da paso a la rabia, que sirve a los detectives como 
impulso motor para sus aventuras, sus hallazgos que pueden terminar en pérdidas. 
Y aunque a veces se sienten abandonados por las utopías no se dan por vencidos. 
Dice Heredia al respecto: “lo importante es reconocer que ha llegado la hora de 
arrojar por la borda el desencanto” (90). Hay que crear esperanza y ésta 
no se encontrará en un proyecto convencional político. El sueño 
en sí perdura, el anhelo de justicia y de una sociedad mejor para todos; 
lo que ha cambiado es la manera de lograrlo. Ese cambio indica el fin de certidumbres 
pasadas y una apertura a lo que Bartra llama “un periodo de incoherecia” (Ferman 
49).
En No habrá final feliz y El ojo del alma, los 
detectives resuelven sus casos, pero sin agarrar ni castigar a los culpables. 
En el caso de Belascoarán, muere venciendo “el miedo a no saber, el miedo 
a morir a lo pendejo” (232) para ser revivido más tarde en otra novela 
ha pedido de los lectores. Heredia conduce a los gringos de la CIA hacia el escondite 
de Traverso, quien no logra escapar. Pero no hay manera de esclarecer esta muerte 
lo que lleva al policía Zelada a decir, “me encabrona que se burlen de 
la ley, Heredia” para que el detective le responda, “no es la primera ni la última 
vez” (241). El orden no ha llegado a un sistema donde su legitimidad no está 
presupuesta.
Padura Fuentes, el escritor cubano y creador del detective 
Mario Conde, acota como “característica importante” del neopolicial “la 
renuncia a crear grandes héroes. Los policías, investigadores, detectives, 
como se les llame, son por lo general gente frustrada, jodida, y no tienen nada 
de triunfadores” (60). En la búsqueda de la verdad ambos detectives se 
caracterizan por su testarudez, por una sed de justicia que los lleva a preocuparse 
por los débiles, a buscar respuestas y, como dice Heredia, a “meterse en 
las patas de los caballos” (242). Paco Ignacio Taibo II sostiene en una entrevista 
con Nichols que: “yo escribo historias de derrotados pero de derrotados que no 
se rinden” (221).
Podemos concluir sobre nuestros detectives postcoloniales 
en el neopoliciaco latinoamericano que aman a su ciudad; que optan por una posición 
marginal desde la cual pueden observar con cierta objetividad y desapego el mundo 
que les rodea y llevar a cabo su crítica y lucha contra el sistema; que 
son personajes solitarios y solidarios, amados por sus contados amigos y múltiples 
lectores; y que adoptan el desencanto como postura postcolonial para problematizar 
el presente, recuperar la historia con la memoria y continuar con una dirección 
ética que llama a la lucha por la justicia. Lo que parece un código 
de honor caduco y quijotesco, no es más que una manera de ver y vivir la 
realidad latinoamericana. Como asevera Ramón Díaz Eterovic: “creemos 
que todavía se pueden rescatar valores que mantienen en pie a la persona 
tales como el amor, la solidaridad y el jugarse por el otro” (Reflexiones, 194). 
  (6)
 

 
 
Notas
(1). 
Todas las citas de No habrá final feliz provienen de la misma edición, 
México: Editorial Planeta Mexicana, 2003.
 
(2). 
Todas las citas de El ojo del alma provienen de la misma edición, 
Santiago: LOM, 2001.
 
(3). 
No debemos de olvidar que en Cosa fácil de Taibo II el interlocutor 
de radio y amigo de Héctor, el Cuervo Valdivia, tiene como consigna de 
su programa “solos pero solidarios” (86).
 
(4). 
Ver el artículo de Guillermo García-Corales donde aplica los conceptos 
de Julia Kristeva, “Nostalgia y melancolía en la novela detectivesca 
del Chile de los noventa,” Revista Iberoamericana 65.186 (1999): 81-87.
 
(5). 
Ver mi artículo “Modernidades ecuatorianas: ira, desencanto y esperanza,” 
Kipus 12 (2000-2001): 91-10.
 
(6). 
Quiero agradecer a mi colega Robert Dash, ávido lector de policiacos, que 
me presentó a Heredia y a los alumnos de mi clase de “Topics in Latin 
American Literature: Detective Fiction” cuyos comentarios y lecturas han sido 
inapreciables.
 

 
 
 
 
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