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EL MAYORDOMO YA NO ES EL ASESINO

Por Ramón Díaz Eterovic
Escritor
Letras Quemadas Nº1, 2007


El mayordomo ya no es el asesino; no al menos en las novelas que se identifican con lo que algunos autores llamamos el neopolicial latinoamericano, para referirnos a una de las expresiones relevantes en la narrativa lati-noamericana de los últimos años, relacionada con la reinstalación del género policiaco como una forma literaria que es revisitada o transgredida, pero que, de una u otra manera, apunta a reflexionar sobre situaciones donde la criminalidad que más conmueve a las personas no nace de arrebatos o ambiciones individuales, sino que proviene de las ocultas redes del poder político y eco-nómico, y se desarrolla en el marco de una realidad condicionada por el fomento de antivalores, por la vivencia y sobrevivencia a regímenes dictatoriales, por la caída de las certezas ideológicas y la instalación de un modo de vida que se traduce en inseguridad y miedo para la mayoría de las personas. Una atmósfera violenta que ha orientado a la narrativa policíaca latinoamericana, casi imperativamente, a ser contestataria, iluminada por la influencia de la novela negra norteamericana, pero con la fuerza y determinación necesaria para reelaborar el modelo y darle características propias, de acuerdo al medio en el que se expresa.

Los hechos criminales y los enigmas no son de cuarto cerrado, al estilo clásico, ni la aclaración del enigma lleva a encontrarse en las últimas páginas con mayordomos criminales o venenos rebuscados. El crimen y el enigma que lo rodea están en las calles y en los centros de poder, visibles u ocultos, que rigen la sociedad. Por ello, y aún reconociendo que el enigma y su resolución sigue siendo el elemento que dinamiza la trama policial, aprecio que el interés de los autores policíacos latinoamericanos no se centra en crear enigmas que funcionen como perfectos mecanismos de relojería, ni someter a sus lectores a pruebas de intuición o de inteligencia. Les importa más el entorno en que se desarrollan los crímenes y las reflexiones que la descripción de ese entorno provoca en los personajes, de modo tal que la investigación del delito asume la condición de pretexto para explorar en las carencias de la sociedad, en la incertidumbre del ciudadano y en la fragilidad de sus sueños más básicos.

La novela policial refleja la perplejidad del hombre enfrentado a una realidad que cada día le es más agresiva y ajena, que le enrostra a diario que es parte, y muchas veces víctima, de un mundo violento. En la novela policial hay una respuesta a esa realidad, y para su reflejo o cuestionamiento, posee elementos apropiados, como son la criminalidad como eje narrativo, las at-mósferas opresivas y el discurso desafiante de sus protagonistas. Además, la novela policial privilegia, y tiene en ello algunos de sus mejores atractivos, el desarrollo de historias cotidianas, próximas a la sensibilidad de los lectores; el juego intertextual con otros géneros, la necesaria seducción del lector a través de una historia que atrape sus cinco sentidos, la búsqueda de una acabada expresión literaria. Al respecto de esto último, creo que la narrativa policíaca con la que me siento afín refleja también la intención de sus autores de darle una calidad literaria que trascienda y la proyecten más allá del simple y tradicional juego deductivo, cosa que por lo demás, es una de las herencias de maestros del género como Chandler y Hammett, y de autores latinoamericanos como Osvaldo Soriano, que supieron reconocer la potencialidad del género.

La narrativa policial latinoamericana se despliega a través de relatos donde esta presente la verosimilitud, el rescate de la poesía marginal de las grandes urbes, la parodia, el humor y la ironía. Algunos elementos provienen del cine, el comic, la música popular; todo lo cual permite construir una poética particular y recrear situaciones que generan una alta identificación de parte de los lectores. Junto a esto, otro elemento que reconozco dice relación con el cuestionamiento de los hechos que se narran y de la forma como se hace. Y en esa búsqueda, entre otras cosas, se ha subvertido la estructura tradicional de la novela policíaca –limitada a la resolución de un problema– incluyendo incidencias y reflexiones tangenciales, caracterizaciones psicológicas y sociales que, en definitiva, contribuyen a que este género se acerque a ese viaje literario total que ofrece toda novela, sin adjetivos. Al respecto, comparto lo dicho por Leonardo Padura, en el prólogo de su antología Variaciones en Negro, cuando señala que “el elemento que más ha coadyuvado a establecer un espíritu de cuerpo entre los neopoliciacos iberoamericanos ha sido una común postura estética que de algún modo los define y caracteriza a todos: la de saberse contadores de historias, creadores de fábulas sobre la sociedad contemporánea... empeñados en sostener que la aventura es la sustancia de la mejor novelística de todos los tiempos –desde El Quijote hasta nuestros días”.

El mayordomo ya no es el asesino ni los detectives o protagonistas de las novelas son los caballeros distinguidos, ingeniosos, sabihondos y muchas veces arrogantes del policial clásico. El investigador –detective privado, policía, periodista, abogado, o cualquiera sea el oficio que ejerza– que encontramos en la mayoría de las novelas policíacas latinoamericanas son seres de carne y hueso que arrastran dudas, culpas y pesares, pero que aún conservan su honor y las energías suficientes como para convertirse en antihéroes provistos de una reserva ética para sacar la basura que se esconde en los callejones. Cada andanza que asumen nuestros antihéroes es un gesto ético que apunta a develar las injusticias. Sus investigaciones no siempre responden a una lógica, a un pensamiento racional, sino que de preferencia están orientadas por elementos más precarios como la intuición, los sentimientos o una racha de fortuna.

Investigaciones que, por otra parte, suelen no terminar con el castigo de los culpables, por cuanto el funcionamiento de los aparatos de justicia tienden a favorecer a los victimarios, y por lo tanto la justicia buscada por el investigador termina siendo parcial, limitada a un sentimiento de deber cumplido. Al mismo tiempo, y pese a desenvolverse en una época caracterizada por una sensibilidad postmoderna, el discurso de estos antihéroes es contrario a todos aquellos aspectos más vulgares que caracterizan al ser postmoderno. Sus dardos suelen dar con certeza en contra de la banalidad, el exitismo como fin de todos los esfuerzos, lo desechable, el consumismo, la frivolidad y la corrupción de los actores políticos. Este discurso dice relación con la realidad en que nacen y se desenvuelven estos antihéroes, y que no es otra que la de países donde convive el subdesarrollo más feroz con las manifestaciones más perversas del neoliberalismo.

El mayordomo ya no es el asesino y las novelas policíacas de los escritores latinoamericanos están protagonizadas por sobrevivientes de la historia de las últimas décadas y por resistentes al nuevo orden que se impone. No es una literatura complaciente y los autores que la desarrollan son unos eternos sospechosos, porque en sus relatos hablan de dos temas que siempre van a ser incómodos para los que detentan el poder: la verdad y la justicia. Por eso también tienen lectores que se identifican con los personajes y situaciones que crean.

Finalmente quiero decir que estas consideraciones expresadas sobre la narrativa policial están presentes en mis novelas. Mi condición de novelista policiaco nació de la afición por un género donde siempre encontré historias atractivas y vitales que leer, por mi apego a sus protagonistas que tantas veces alimentaron mis deseos de aventuras y de justicia; y de la búsqueda de una forma de expresión que me permitiera entregar una radiografía crítica de la sociedad chilena. Mi pretensión no ha sido otra que escribir desde los códigos de una forma literaria que me apasiona y tratar que mis palabras, junto con entretener a sus lectores, provoquen en ellos una mirada más atenta, menos complaciente con el pasado y con la época en que vivimos.

 

 

 

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