Heredia, otro día para morir
Por Andrés Gómez Bravo
La Tercera Cultura. Sábado 20 de septiembre de 2008
A 20 años de su primera aventura, el detective de Ramón Díaz Eterovic protagoniza la 12a novela de la serie, La oscura memoria de las armas. En ella el investigador se enfrenta a un caso político como los de sus inicios: debe resolver el asesinato de un sobreviviente de Villa Grimaldi. Con oficio, el autor mantiene la tensión, entrega postales de Santiago y logra darle vida nueva a su personaje, que ya no tiene la agilidad de antes.
El detective Heredia cruza la puerta giratoria del bar City y sobre la barra divisa a su amigo el Escriba. Con una copa a mano y un cigarrillo encendido, toma notas para lo que puede ser el inicio de su nuevo libro. "¿No te aburre escribir? ¿No has pensado cambiar de ambientes y personajes?", le pregunta Heredia. "Llevo una punta de años escribiendo sobre tu maltrecha existencia y todavía me resulta entretenido. No olvido que los capítulos iniciales de la primera novela los escribí en una pensión de la calle San Lorenzo, en Buenos Aires, a donde fui a dar después de ganar un concurso literario".
La frase del Escriba, alter ego de Ramón Díaz Eterovic, es casi una declaración de principios y está contenida en La oscura memoria de las armas, la 12a novela protagonizada por Heredia. A través del detective, el escritor puntarenense ha construido una saga que cruza los últimos 20 años y que se puede leer como una crónica negra de la historia chilena reciente.
La primera novela de la serie, La ciudad está triste, apareció en 1987 y en ella el detective debía resolver el asesinato de una universitaria opositora a Pinochet. Desde entonces, se ha embarcado en todo tipo de investigaciones, que involucran siempre conflictos sociales y que lo han puesto en la mira del poder: los detenidos desaparecidos, el tráfico de armas, el narcotráfico, los atentados ecológicos, la corrupción estatal.
Siempre en esa línea, el protagonista vuelve ahora a temas políticos que abordó al inicio de la saga: debe aclarar la extraña muerte de un ex dirigente sindical, detenido y torturado en Villa Grimaldi. La novela, dice el escritor, "trata de preguntarse qué ha pasado luego de tantos años con los crímenes que Heredia investigaba en otra época".
Así, la novela encierra un reto para su autor: demostrar que después de dos décadas Heredia es un personaje entero, vigoroso, capaz de mantener el interés del lector, y construir una historia novedosa con materiales, en apariencia al menos, no tan novedosos.
Cabos sueltos
Germán Reyes era un tipo reservado y quitado de bulla; repartía su tiempo entre la barraca donde trabajaba como cajero y su novia enfermera, con la que planeaba irse a vivir. Salía del trabajo recién pagado cuando dos tipos mayores, vestidos con chaquetas de cuero, se le acercaron y le dispararon. Dos tiros cada uno. Subieron a una camioneta y huyeron sin robarle un peso.
Según la policía, fue un robo frustrado: ladrones inexpertos que escaparon asustados. Para su hermana, en cambio, fue un asesinato: semanas atrás, Germán Reyes le había dicho que lo seguían. Y tenía miedo.
Heredia toma el caso y a poco andar descubre los hilos de una oscura madeja: Germán Reyes, dirigente sindical durante la UP, era un sobreviviente de Villa Grimaldi y participaba en una organización dedicada a "fuñar" a ex agentes de la dictadura.
El detective contacta al grupo y se entera de que poco antes otro miembro también había muerto de manera violenta. A su vez, logra la colaboración del único testigo del asesinato de Reyes, el ex carabinero Darío Carvilio, guardia de la barraca, pero a los días cae de la azotea de su edificio. Carvilio, en todo caso, alcanza a enviarle un mensaje de texto cifrado a Heredia.
Los cabos sueltos apuntan
en varias direcciones, pero tras
husmear por aquí y por allá,
recibir una colaboración inesperada y una golpiza nada recomendable para su edad, Heredia encuentra o cree encontrar rumbo: el detective se enfrenta con una red clandestina que busca proteger a sus miembros.
El horror
Con oficio y un evidente manejo del género, Díaz Eterovic supera la prueba: construye una intriga convincente, mantiene la tensión del relato y logra darle vida nueva a su detective. Heredia ya supera los 50 años, no tiene la misma energía de antes, le cuesta mover los huesos; continúa solitario, desconfiado e incorruptible, pero se le ve algo más sentimental. Los años de soledad no han pasado en vano para el investigador que conversa con su gato Simenon, amante de los tangos, el jazz, Mahler y fanático del Magallanes, manojito de claveles.
Aquí, además, el escritor aborda un tema que los escritores chilenos han tratado poco y mal: la tortura. Sin sentimentalismos, épicas ni revanchas, Díaz Eterovic se enfrenta al horror, rastrea sus cicatrices y logra revestirlo de humanidad.
Junto a ello, el novelista entrega nuevas postales de una ciudad mutante. Así como Roberto Ampuero busca escenarios cosmopolitas para sus novelas, Díaz Eterovic retrata los bajos fondos y los arrabales de Santiago: el barrio Mapocho, cafés y topless del centro, San Diego, Franklin. Y sus cambios en estos 20 años.
Como toda saga, la de Heredia tiene altibajos. En dos décadas el personaje ha tenido aventuras débiles, pero La oscura memoria de las armas recupera al detective y deja a la serie en la altura. Como para esperar una nueva entrega.