La memoria del horror en el neopolicial de dos novelas de Díaz Eterovic Carlos Dámaso Martínez.
Universidad Nacional de las Artes (UNA).
Instituto de Literatura Hispanoamericana-UBA
Desde su primera novela, La ciudad está triste (1987), Ramón Díaz Eterovic se reconoce por sus numerosos libros de ficciones policiales dentro del llamado “neopolicial” latinoamericano, particularmente, por su modalidad genérica y por su visión del ámbito marginal y del mundo del delito social y político en Chile, Con más de veinte novelas publicadas, con premios importantes recibidos y diversas traducciones a varios idiomas es uno de los escritores chilenos reconocidos y destacados internacionalmente de la literatura chilena. Su postulación, por un grupo de notables académicos, críticos y es escritores, al Premio Nacional de Literatura es un importante y merecido reconocimiento a su original y sobresaliente producción literaria y a su visión certera y conmovedora de la historia más reciente de su país.
En 1987, la dictadura cívico militar gobernaba en este país y la novela de Díaz Eterovic se desarrolla en el contexto violento y dramático de ese momento. El llamado neopolicial se inicia hacia los años setenta y se difunde en la narrativa latinoamericana. Paco Taibo II, desde esa década y, el escritor cubano Leonardo Padura, desde 1987, fueron los primeros en caracterizar a esta tendencia de la narrativa detectivesca que se apropia del modelo de la novela negra norteamericana (Hammett, Chandler y otros) –con cambios y nuevas estrategias discursivas– en la producción de la variante del género hasta que tuvo mayor difusión hacia los últimos años del siglo XX y con cierta continuidad en las primeras de este siglo en Latinoamérica. (Taibo II, 1987: 36-41).
Si bien los géneros cambian en el desarrollo histórico y social, algunos núcleos de su memoria interna, como señala Bajtin (1982: 248-293), perduran y en cada contexto se les añaden nuevas perspectivas y convenciones que permiten su innovación y un cambio. Es por eso que hoy podemos reconocer como principio constructivo predominante en la producción más reciente del género una indeleble visión ética y crítica. Y esta visión se advierte en la percepción sobre la exclusión social, el delito criminal, los entramados políticos y las heridas sociales aún abiertas de esa dictadura en la vida social chilena. Perspectiva que el narrador, el detective Heredia, tiene en la mayoría de las novelas publicadas de Díaz Eterovic.
En su otra novela, La oscura memoria de las armas [2008] (2017) novelas, que he elegido también para esta exposición, por ser tal vez la más representativa del aspecto postraumático de esa terrible vivencia dictatorial que que ha gravitado en el país trasandino.
Los sucesos de protesta social y la severa represión policial y violación de los derechos humanos desde los últimos dos meses del año 2019 y su continuidad en el 2020, que gran parte de la sociedad de ese país ha llamado “Chile despierta”, fue el síntoma más evidente de la búsqueda de una transformación. Sin duda, una clara señal de la resistencia popular ante la situación de desigualdad social y de una política de muchos años de ocultamiento de la verdad y de un imponente manto de olvido impulsado por una democracia formal que el propio gobierno y el Estado no llegaron a cambiar.
Diaz Eterovic a lo largo de su saga narrativa ha ido configurando una galería sutil de distintas huellas de la estructura de una perturbación social e histórica profunda, acompañada por la manipulación de los medios de prensa, que han construido en la sociedad chilena un efecto falso de bienestar económico y un miedo soterrado, pero profundamente poderoso, impuesto por un orden neoliberal autoritario en la vida civil y política del país andino.
Hemos visto que, en su primera novela, Heredia investiga el caso de una joven estudiante universitaria que ha desaparecido misteriosamente durante la dictadura militar y es asesinada por los esbirros de esa estructura de poder. En El leve aliento de la verdad (2012), la desaparición y asesinato de cinco mujeres, el detective Heredia se encarga de investigar los femicidios de esas jóvenes mujeres. Un asesinato de estigmatización de género, un suceso criminal que comienza con un secuestro y desaparición de la víctima, que es violada y asesinada cruelmente. En El color de la piel (2003), la investigación de Heredia se centra también en el misterio de un desaparecido. En esta ocasión es un peruano, quien forma parte de la comunidad de inmigrantes de un país limítrofe de Chile, Son personas que sufren la xenofobia de parte de esa sociedad chilena, con el apañamiento e indiferencia de una política de estado. En este sentido, quizás como alguna vez dijo Juan José Saer (1999: 159), las huellas de la tradición del policial negro se manifiestan en el neopolicial latinoamericano como un nuevo “realismo crítico.”
La antropóloga Rita Laura Segato, en su libro La escritura en el cuerpo (2013), dedicado al análisis de las numerosas mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, México, plantea con mucha lucidez que no podemos pensar en el actual mundo globalizado las nuevas formas de la violencia “sin suponer una estructura de relaciones, un circuito subterráneo de personas, situaciones e intereses.” Y sin tener en cuenta que “hay un fondo secreto, una estructura oculta detrás de estos fenómenos de extraña violencia.” (Segato, 2013: 53-54).
Esta conciencia de la oscura complejidad de estos crímenes es el punto de partida de la lógica investigativa de Heredia ante cada enigma de un delito que se le presenta en sus novelas y, obviamente, será el dispositivo narrativo central en La oscura memoria de las armas.
Lo oscuro y ocultado sucede paralelamente a la sociedad visible en las ciudades de la contemporaneidad globalizada y, como el internet dark (el canal clandestino online donde circulan servicios de inteligencias y todo un universo delictuoso) se mueve en un territorio con sus códigos y leyes propias, donde el narcotráfico y el mundo del delito criminal con la complicidad de actores policiales e instituciones del estado transitan como el pez en el agua. Segato recuerda en su ensayo el concepto de Agamben de “Estado dual”, propio de fascismo y el nazismo (2013: 41-42) de su libro Estado de excepción (2007), para caracterizar este segundo Estado, paralelo al primero, y con el que establece asociaciones delictuosas. Por lo general esta dimensión es invisible y tiene formas y modos de funcionamiento similar a las sociedades secretas y mafiosas.
En varias novelas de Diaz Eterovic suele suceder que en la investigación de Heredia los delitos no parecen tener culpables y la institución policial termina archivando sus expedientes investigativos. “El olvido siempre va de la mano de los peores crímenes,” afirma Heredia en El leve aliento de la verdad (Díaz Eterovic, 2012: 65).
Y en esta difícil situación, es donde las convenciones del género del neopolicial le insuflan un tremendo desafío a la figura del personaje detective. Heredia sabe que su misión es ardua, como ya lo manifiesta en La ciudad está triste: “El poder avasallaba la verdad y yo tendría que enfrentarme con ese poder,” dice (Díaz Eterovic, 1987: 37) y trata de explicar sus causas en la novela que estamos analizando cuando afirma: “El pasado era una herida que no había sido limpiada a fondo y que hacía aflorar su pestilencia al menor descuido” (p.139). Como en todas las narraciones de Díaz Eterovic, vemos que Heredia inicia una búsqueda de las verdaderas causas de los hechos delictuosos, pero, paradójicamente, casi siempre estos resultan mostrados en las formas de su ocultamiento. No olvidemos que Gramsci señalaba que detrás de todo crimen hay alguna responsabilidad del Estado (1961: 47).
Es sabido que la indagación testimonial ha sido un gran aporte en la recuperación de la memoria de los crímenes de lesa humanidad en la historia política de algunos países latinoamericanos, pero la novela neopolicial también lo ha realizado desde la ficción literaria. Efectivamente, las novelas de Díaz Eterovic son una de las formas de la narrativa actual que permite ahondar en la compleja relación ficción – realidad, núcleo conceptual de históricos debates estéticos.
Podría señalarse que este escritor chileno en su fecundo ciclo de novelas policiales ha trazado un recorrido histórico desde la dictadura hasta el presente sobre los principales conflictos y traumas sociales que está viviendo el pueblo chileno, aun cuando con sus luchas y el empeño efectuado durante muchos años no pudo con “verdad y justicia” esclarecer de un modo institucional las violaciones a los derechos humanos realizadas sistemáticamente por esa dictadura.
En La oscura memoria de las armas, la figura habitual del detective Heredia sobresale como en casi todos los libros de Díaz Eterovic, y su voz narrativa, tanto en su enunciación como en el relato de sus peripecias y acciones investigativas, reafirma la configuración de un personaje muy original y verosímil. Heredia no solo investiga y busca esclarecer los delitos que se le presentan, sino que, mientras lo hace, puede observarse que es un lector frecuente y algo errático, pero claramente su objetivo es disfrutar las novelas de los clásicos, de la poesía y la narrativa contemporánea, latinoamericana y universal. Su método o rumbo preferido es la asociación contingente, tal es así que recuerda a menudo y, en algunas ocasiones, frases significativas que provienen de sus lecturas. Además, Anselmo, el kiosquero de diarios de la esquina de su casa, sigue como en casi toda su obra siendo su mejor amigo, y también el gato Simenon que habita en el departamento de Heredia. Ambos son una especie de Watson en sus investigaciones.
En esta novela se le une fortuitamente otro detective privado como él, llamado Montegón, que lo admira y quiere ser su socio. Heredia no acepta esa propuesta, pero sí permite que lo ayude en el esclarecimiento del enigma criminal de esta historia. Díaz Eterovic con estos trazos narrativos, y con un matiz algo anacrónico, ya que Heredia no usa computadora ni celular, configura una vez más, dentro de las convenciones del género neopolicial, la figura emblemática de este detective privado, una variante algo escéptica de un Philip Marlowe chileno y santiaguino. El estilo de su escritura se perfila casi siempre y especialmente en el comienzo de esta novela con pasajes metafóricos un tanto hiperbólicos con marcas de la oralidad, al estilo de Raymond Chandler. Es la acostumbrada enunciación del detective Heredia quien dice: “Nada que me preocupara en demasía, salvo cuando me ponía a pensar que la vida era un puñado de arena” o “y me entretuve escuchando la conversación entre dos parroquianos que habían pasado mucho tiempo en la compañía de Baco” o “por culpa de los reclamos de una decena de vecinas aficionadas a las prédicas y escapularios”.
Por cierto, aquí también el acostumbrado suspenso en la trama y las pistas de sus novelas van generando nuevas pistas que permiten a Heredia, este detective hiperliterario, descubrir y volver visible las redes escondidas de esa fratria criminal oculta, pero activa y propia de ese segundo Estado, hasta despejar en su desenlace narrativo las intrincadas relaciones y complicidades con el estado institucional visible.
Esto parece repetirse en cada una de sus novelas como un loop o bucle temporal. La constante reiteración de novela a novela hace pensar en un fenómeno macroestructural llamado por Agamben Stasis. El pensador italiano señala que en el mundo globalizado y neoliberal existe en la actualidad una guerra civil global que funciona “como un paradigma político” que se repite, cambia de modalidades, de escenarios y pareciera no tener fin ((Agamben, 2017: 36). Para ejemplificar este suceso, basta pensar en lo que ha sucedido en Irak, Libia, Bolivia y, más actualmente, en Ecuador y en la guerra en Ucrania.
En La oscura memoria de las armas el enigma central que deberá desentrañar Heredia es el asesinato de Germán Reyes, un cajero de un comercio de Santiago llamado Barranca León. El crimen ha sido catalogado, como le informa su hermana Virginia Reyes a Heredia, por la policía como el desenlace de un simple robo a la salida de su trabajo y el delito apunta a archivarse prontamente, como muchos casos policiales, sin ninguna resolución ni descubrimiento. Heredia, pese a estos inconvenientes, acepta el caso que su hermana, turbada y triste, le propone. Esta investigación le permite a Díaz Eterovic abordar un tema candente en el contexto post dictatorial de Chile. Ante una transición de la dictadura (1987) a la democracia, sin juicio sobre las desapariciones, crímenes y torturas perpetuados por Pinochet, algunos actores sociales generaron nuevas formas activas de encontrar justicia y verdad sobre lo sucedido en ese período siniestro de estado de excepción genocida que, como un agujero negro, aspiraba a tragarse todo vestigio de esa realidad. Será Heredia quien al comienzo de su investigación descubrirá que Germán Reyes, quien había estado preso durante la dictadura, concurría a una institución conocida como Centro Cultural América, donde se juntaba con otros y otras víctimas de la violencia pinochetista. Allí un concurrente, Terán, le informa a Heredia que en ese centro se reúnen participantes de la funa. Una denominación plena de significación para los chilenos. No obstante, Terán le pregunta a Heredia: “¿Ha oído hablar de la funa?” y sin permitir que le responda, de inmediato le explica: “Funa significa dejar en evidencia, y lo que nosotros hacemos es desenmascarar a los torturadores que viven en la impunidad. Si no hay justicia, hay funa” (pp.56-57). Y agrega que realizan manifestaciones y marchas ante las casas donde han descubierto que viven “criminales para generar conciencia en la gente.” La llamada “funa” se asemeja a los escraches, como se le llama en Argentina y Uruguay. Estas acciones populares comenzaron en Chile en 1999. Por cierto, son el antecedente de las grandes y continuas movilizaciones de la sociedad chilena en 2018 y 2019.
Otro aspecto destacable en la composición de La oscura violencia de las armas es la inclusión de la voz de algunos jefes militares, altos funcionarios, integrantes de los servicios de información de las fuerzas armadas y carabineros responsables de esos crímenes de estado hacia la parte final de la novela. Son testimonios del horror generado por sus propios protagonistas, a veces confesiones de sus infamias, a veces declaraciones jactanciosas de sus crímenes y su impunidad, como la conversación que Heredia tiene cuando sorprende en una iglesia a un alto oficial, un brigadier, quien reza casi diario en esa iglesia como un devoto religioso, y lo llama en principio por su nombre falso. Luego le hace saber que conoce su verdadera identidad y esto provoca en el militar que asuma, con irritación y jactancia, su accionar represivo y criminal durante la dictadura. Lo hace confiado en su impunidad, ya que en ese momento es un director importante en los estamentos del Ministerio de Defensa del gobierno chileno.
Se hace visible entonces una de las aristas de ese “segundo estado” que señala Agamben. Incluso, se alcanza a revelar cómo estos militares genocidas y torturadores han sostenido su situación de ocultamiento y los medios económicos ilícitos y corruptos para mantener esa clandestinidad durante años. No contaré los detalles de ese desenlace, como se sabe no es de buen gusto hacerlo, digo spoilear el final de un relato. Sin embargo, es posible concluir este trabajo con una reflexión sobre algunos finales de las narraciones de Díaz Eterovic.
En dos novelas anteriores a la Oscura memoria de las armas, el escritor chileno concluye las investigaciones de Heredia con un enfrentamiento violento contra los responsables de los delitos investigados, por lo general relacionados también con violentos crímenes de lesa humanidad durante la dictadura y en el contexto de la democracia. La primera de ella es en La ciudad está triste (1987), aquí Heredia y su acompañante Solís eliminan a balazos a los secuestradores y asesinos de una joven estudiante universitaria. Luego en El color de la piel (2003), sucede del mismo modo, claro las circunstancias y el enfrentamiento son distintos, pero con iguales desenlaces. Se trata de una justicia parecida a lo que se ha denominado “por mano propia.” En la primera, todo sucede en la época de la dictadura, por lo tanto, era imposible que existiera una justicia legal para ese período de estado de excepción. En la segunda, que transcurre en los primeros años de este siglo, no se ha avanzado mucho en el esclarecimiento judicial, el estado democrático no ha propiciado un juicio institucional, solo han comenzado ya las acciones movilizadoras de la funa y algunos juicios iniciados por civiles en casos concretos de algunos responsables descubiertos. Encontramos después que La oscura memoria de las armas (2008) y El leve aliento de la verdad (2012) en sus finales muestran una situación diferente, Heredia concluye sus investigaciones y desvela para la sociedad esos crímenes soterrados, cuyos asesinos están casi siempre vinculados a la dictadura de Pinochet. En la novela primeramente mencionada, todo parece indicar que la justicia y las instituciones del estado van a detenerlos y juzgarlos legalmente. Después de la confesión con total impunidad del genocida ex brigadier Mendoza en la iglesia a la que concurría todos los días, ante la presencia de Heredia que lo ha descubierto allí. En esta circunstancia, Heredia y Montegón, quien lo acompaña en este momento, se platea qué hacer con él. Ya afuera de la iglesia, Montegón, dice: “¿Qué hacemos ahora? ¿Lo seguimos? ¿Le pegamos un tiro? ¿Llamamos a la policía?” Y sin duda, por los hechos narrados después de una pausa gráfica, el lector descubre que deciden hacer esta última opción (p.260).
Por otra parte, en El leve aliento de la verdad, el principal ex militar asesino y responsable de los femicidios al ser descubierto por Heredia, sorpresivamente se suicida con su arma de fuego en pleno centro de la ciudad de Santiago.
Estos matices narrativos indudablemente tienen que ver con el complejo proceso histórico vivido por la sociedad chilena y las consecuencias postraumáticas de la dictadura que ha tenido que atravesar. Desde la mirada crítica, ética y ficcional del neopolicial, Ramón Díaz Eterovic ha logrado configurar con su obra narrativa una reveladora visión de esta situación. En el plano de lo real, en el contexto de este momento, podemos agregar que las movilizaciones y marchas populares casi diarias en el país trasandino entre 2018 y 2019, pese a la violenta represión del gobierno neoliberal, las detenciones y las muertes provocadas por esa represión militar y policial, pudieron conseguir una transformación superadora de esta crisis social y política que se embanderó bajo el lema “Chile despertó”. Se consiguió así proponer una reforma constitucional votada por una gran mayoría popular y, finalmente, instituir por elecciones legales al actual gobierno de izquierda e iniciar una nueva etapa democrática.
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Notas:
1.- Esta conferencia fue presentada en la jornada “Lecturas sobre literatura argentina y chilena reciente: archivo, imagen, memoria”, realizada en la Facultad de Letras UC, los días miércoles 31 de agosto y 1 de septiembre 2022. La actividad fue organizada por Fondecyt Regular N° 1220128, con la colaboración de la Vicerrectoría de Investigación PUC.
2.- Algunos conceptos de esta conferencia fueron expuestos en una ponencia presentada en la Universidad de Padova Itaiia en las Jornadas de Homenaje a la profesora Donatella PIni y publicadas en un volumen impreso en 2020 por esta Universidad.
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Por Carlos Dámaso Martínez.