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Puentes de imaginación y palabras
Escrito en dictadura. A 50 años del golpe

Por Ramón Díaz Eterovic
Publicado en Simpson 7, Nueva época, N°10, 2023


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Como tantas otras cosas en la sociedad chilena, las condiciones para el trabajo de los escritores y la amplia difusión que tuvo la literatura durante la Unidad Popular, cambió bruscamente el 11 de septiembre de 1973. El primer anuncio de lo que venía para muchos de los que entonces éramos adolescentes y soñábamos con expresarnos a través de las palabras fue la quema de libros, la prisión o el exilio de escritores, el cierre de editoriales, la censura; el menoscabo, cuando no desaparición, de la crítica literaria y cultural; y en general la persecución de las expresiones culturales que recordaran el pensamiento del “enemigo interno” al que los golpistas se propusieron combatir. Quedamos huérfanos de vínculos inmediatos con los autores de las generaciones anteriores que más nos interesaban y tuvimos que empezar a construir los puentes que nos permitirían difundir nuestras creaciones literarias.

Entre 1973 y 1979 mis primeras búsquedas literarias fueron en el ámbito universitario y específicamente en la Carrera de Ciencias Políticas y Administrativas de la Universidad de Chile donde participé en la creación del Grupo Literario Estravagario y la publicación de la revista Luz verde para el arte, probablemente la primera o segunda revista cultural resistente a la dictadura en el ámbito universitario posterior al golpe militar. La revista fue censurada cuando se preparaba su quinto número, y de los integrantes del grupo literario hay al menos dos que persisten en sus afanes literarios: el poeta Guillermo Riedemann, autor de una decena de notables poemarios, y quien escribe estas notas.

Al inicio de los años 80’ del siglo pasado Chile sobrevive en medio de la atmósfera de horror y crímenes que impone la dictadura cívico militar. El horror ha golpeado a nuestra puerta y ha entrado a las casas de los vecinos. Han hecho desaparecer a nuestros compañeros y otros deambulan por el mundo, exiliados. El pueblo, sus cuerpos, han sido atropellados, torturados, hechos desaparecer para negar sus existencias. Los golpistas no sólo quieren eliminar las ideas de sus enemigos, también los cuerpos que anidaban esas ideas. En 1980 publico mi primer libro, “El poeta derribado” y me integro a la Sociedad de Escritores de Chile convertida por entonces en una trinchera de los escritores chilenos, en su mayoría contrarios a la dictadura. En la Casa del Escritor conozco a muchos de los escritores y escritoras de otras generaciones que la frecuentaban: Rolando Cárdenas, Jorge Teillier, Gonzalo Drago, Mario Ferrero, Roberto Araya Gallegos, Stella Díaz Varín, Martín Cerda, Walter Garib, Fernando Jerez, Teresa Hamel, Rebeca Navarro, Ramiro Rivas entre tantos otros y otras con los que estrecharía amistad mientras pasaban los años y asumía distintas funciones al interior de la SECH (director, tesorero, secretario general) hasta ser elegido en 1991 presidente de la institución.

Los 80’ también fueron los años en que conocí a muchos escritores y escritoras de mi generación, residentes tanto en Santiago como en regiones. Muchos de ellos dirigían revistas en las se reflejaban las creaciones de los jóvenes poetas y narradores de entonces. En 1981, con Leonora Vicuña y Aristóteles España creamos la revista “La gota pura” que hasta el año 1985 logró tener diez ediciones, una meta poco habitual entre las revistas literarias. Al año siguiente, con otros escritores jóvenes que frecuentaban la SECH creamos el Colectivo de Escritores Jóvenes que se involucró activamente en la lucha contra la dictadura y tuvo su momento de mayor esplendor cuando en 1984 organiza el Primer Encuentro de Escritores Jóvenes Chilenos que contó con la asistencia de muchos escritores de regiones y algunos que comenzaban a volver del exilio. Todo este trabajo y algunas cosas más respondió a la necesidad que teníamos los escritores jóvenes de integrarnos y generar los puentes que se requerían para dar a conocer nuestros cuentos y poemas. Puentes hacia los lectores fueron también las dos antologías que organizamos con Diego Muñoz Valenzuela —“Contando el cuento” y “Andar con cuentos”— que permitieron dar una visión general de la creación de los narradores de la “Generación de los 80” o “Generación del roneo” como se les llamaba en los primeros estudios que abordaron el quehacer de estos autores. Ambas antologías contienen cuentos de autores en su mayoría vigentes en la actualidad, como el reciente premio nacional de literatura Hernán Rivera Letelier.

En 1991 ya habían regresado al país algunos autores exiliados, y entre ellos Poli Délano quien jugaría un rol destacado como nexo entre muchos autores de mi generación y autores de otros países. Ese mismo año, y en mi condición de presidente de la SECH iniciamos una gestión que, entre otros logros, se destacó por la creación de la Revista Simpson 7 y la organización del Congreso Internacional de Escritores “Juntémonos en Chile” que en agosto de 1992 congregó a cerca de 200 autores chilenos y una cincuentena de autores provenientes de otros países. El último encuentro de similar envergadura organizado por la SECH había sido realizado el año 1969, lo que significó que 23 años después la SECH volvía a convocar a una importante y significativa cantidad de autores de todo el orbe.

Pero no sólo de generar iniciativas literarias nos preocupamos en esos tiempos. Desde el inicio de la dictadura hubo muchas cosas de las que fue necesario escribir y desde luego había muchos libros periodísticos y testimoniales que daban cuenta de la realidad social y política que vivíamos. Y en esa situación y con dos libros de poemas y otros dos de cuentos publicados, me pregunté si era posible hablar de esa realidad desde otra perspectiva, empleando formas narrativas que no fueran las más frecuentadas por los narradores chilenos. ¿No vivíamos acaso en esa atmósfera de injusticias e inseguridad que propone la novela negra desde sus orígenes? Estas preguntas u otras semejantes, coincidieron con la lectura de varios autores emblemáticos del género policial. Con ese impulso contribuí a escribir las primeras novelas negras chilenas. Con ellas la narrativa chilena se puebla de antihéroes que investigan lo que la policía real deja de lado; que impone justicia en situaciones donde el poder judicial fue ciego y mudo. La novela negra llega para sentarse en un lugar destacado de la mesa, y como escribe el profesor de la Universidad Católica de Chile, Rodrigo Cánovas, en su libro “Novela chilena, nuevas generaciones. El abordaje de los huérfanos”, una de las expresiones destacadas en la narrativa chilena de los últimos años, es la policiaca, por cuanto: “el formato de la investigación privada permite una mirada inquisitiva sobre instituciones e ideologías, a la vez que logra aprehender un ímpetu de rebelión individual, amén de rescatar discursos marginales sobre la condición alienante del poder”.

Mi acercamiento a la novela negra o al neopolicial latinoamericano nació de mi afición por un género donde siempre encontré historias atractivas y vitales que leer, por mi apego a sus protagonistas que tantas veces alimentaron mis deseos de aventuras y de justicia; y de la búsqueda de una forma de expresión que me permitiera mostrar el sentir de una sociedad bajo vigilancia, como lo era la chilena durante la dictadura pinochetista. Mi novela La ciudad está triste, escrita en 1985 y publicada dos años más tarde, marcó el nacimiento de Heredia, el detective que hasta la fecha me ha acompañado en veinte novelas y un puñado de relatos. También fue el inicio de una apuesta desde una doble marginalidad. Primero, escribir a partir de los códigos de una forma literaria poco transitada y menospreciada en la narrativa chilena; y segundo, el abordaje de temas que en su momento eran difíciles de exponer en voz alta: la represión política, la realidad de los detenidos desaparecidos, los negociados al amparo del poder público. Temas que más tarde dieron paso a otros, como el racismo existente en la sociedad chilena, el desamparo de los ancianos, el tráfico de armas, el femicidio, el narcotráfico, los atentados ecológicos.

Con las novelas protagonizadas por Heredia he trazado una cronología de la historia chilena de las últimos cincuenta años. En todas ellas hay un contrapunto evidente entre literatura e historia, a partir de temas fácilmente reconocibles en el acontecer chileno. Mi pretensión no ha sido otra que escribir desde los códigos de una forma literaria que me apasiona y tratar que mis palabras provoquen en sus lectores una mirada más atenta, menos complaciente con el pasado y con la época en que vivimos. Las novelas negras, propias y de otros autores latinoamericanos, están protagonizadas por sobrevivientes de la historia política de las últimas décadas y por resistentes o víctimas del nuevo orden impuesto. No es una literatura complaciente y los autores que la desarrollamos somos unos eternos sospechosos, porque permanentemente estamos hablando de tres temas que siempre van a ser incómodos para los que detentan el poder: las desigualdades, la verdad y la justicia.

Por eso también tenemos lectores que siguen las historias que les contamos y se identifican con los personajes que creamos cada vez que asumimos el desafío de llenar una página en blanco. Se suele decir que la novela negra o criminal es la novela social de nuestro tiempo. Una idea que suscribo porque entiendo que esta forma literaria, que por años fue marginal y menospreciada, ha sido una de las más eficaces para abordar la relación existente entre el poder, la criminalidad y la verdad. En Chile, al igual que en otros países del continente, vivimos dentro de una permanente novela negra en la que se refleja claramente la relación del poder con el crimen y la delincuencia. A cincuenta años del golpe militar, sigo escribiendo sobre los brillos y miserias de una época donde los valores son ambiguos y la violencia se expresa sobre las personas de múltiples maneras. Escribo desde los códigos de una forma literaria que en circunstancias históricas, geográficas y culturales diferentes a las que se originó, es eficaz en Chile y otros países para explorar lo que está en el fondo de toda expresión literaria: la condición humana.


 

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