Rolando Cárdenas, el poeta más profundo y trascendente que ha dado Magallanes, fue la figura central de la reciente Feria del Libro "Dinko Pavlov", organizada por el municipio de Punta Arenas.
A casi 26 años de su muerte, el 17 de octubre de 1990, el nombre de Cárdenas encabezó el programa de actividades de la feria, lo que junto con un par de reediciones de sus libros publicadas durante el presente año en Santiago, Punta Arenas y La Serena, demuestran que Cárdenas es un poeta que vence el olvido y sigue cautivando a quienes releen o conocen por primera vez su poesía.
Rolando Cárdenas Vera nació en Punta Arenas el 23 de marzo de 1933. Su padre fue ovejero y domador de caballos y murió cuando su hijo tenía siete años. Su madre también murió joven, pero alcanzó a inculcarle el amor por los libros. Vivió en Punta Arenas hasta los veintiún años, y luego viajó a Santiago a estudiar construcción civil en la Universidad Técnica del Estado, hoy Usach.
En sus años de estudio no sólo destaca por su trabajo poético, sino también por su voz que lo lleva a integrar el coro de su universidad. Sus amigos de bohemia recuerdan todavía sus interpretaciones de "Corazón de escarcha", una especie de himno de los magallánicos que en su momento fue popularizada por Héctor Pavez. En 1959, publica Tránsito breve, después que obtuviera el primer premio en el concurso literario de la Fech. Cuatro años más tarde publica En el invierno de la provincia, poemario galardonado en un concurso de la Sociedad de Escritores de Chile. Al año siguiente, 1964, publica Personajes de mi ciudad. En 1972 obtiene el premio Pedro de Oña por su libro Poemas migratorios que se publicará dos años más tarde y será el inicio de un largo silencio editorial hasta la publicación de ¿Qué, tras de esos muros? (1986). Su obra se completa con el poemario Vastos imperios, inédito al momento de su muerte e incluido en la antología Obra completa de Rolando Cárdenas, publicada en 1994 por Ediciones La Gota Pura.
MI AMIGO ROLANDO CARDENAS
Conocí a Rolando Cárdenas en 1980, en Santiago, durante un encuentro literario donde él leyó algunos poemas. Su voz pausada crecía en medio de quienes lo escuchábamos, rememorando la geografía austral, los nombres de antepasados que revivían al conjuro de las palabras. Era el poeta que develaba sus secretos, jugando con el ritmo de sus imágenes y la exacta presencia de cada uno de sus versos; un poeta al que aprendí a reconocer en cada uno de sus versos y a querer en un trato que luego se hizo familiar y cotidiano. Días después nos encontramos en la Unión Chica, bar donde Rolando Cárdenas solía reunirse con poetas y escritores de la talla de Jorge Teillier. Estaba peinado cuidadosamente, con su copete canoso y una sonrisa que parecía ampliar su rostro y la mirada vivaz de sus ojos. Su rostro tenía la seriedad de costumbre, y a la distancia, parecía un anciano pequeño, semidormido entre el bullicio de los parroquianos. Llevaba su infaltable corbata y a su alcance, sobre el mesón, un sobre con varios diarios atrasados.
UN OFICIO RELACIONADO CON EL SILENCIO
Rolando Cárdenas poseía una fuerza interior que no iba en relación con su figura ni con la impresión que de él se formaban quienes lo conocían por primera vez. Era un poeta orgulloso de su oficio, que conocía las distintas expresiones poéticas chilenas y que solía hablar de poesía con esa propiedad que sólo dan las vivencias y el saber. Su consejo más reiterado era aproximarse a la poesía con seriedad, sin precipitaciones, amparado en el conocimiento de la obra de otros poetas, cuidadoso en el decir y en asumir un oficio que se relaciona más con el silencio que con las estridencias. También poseía el orgullo del hombre que sabe lo que hace y lo que vale. Su marginalidad fue en él un gesto consciente. Una decisión adoptada cuando la existencia dejó de tener la alegría y los colores que él apreciaba, cuando muchos de sus amigos debieron marcharse del país, y sobre todo, cuando la poesía, lo que él más amaba, se convirtió en oficio de catacumbas.
El carácter reservado y aparentemente serio de Rolando Cárdenas no estaba desprovisto de humor. Sabía reír e incluso crear sus propios chistes. Pero, cuando era necesario imponía su voz, y un respeto que parecía emerger de una sabiduría milenaria, como si el saber de sus antepasados indígenas y chilotes hubiera sido parte de él, fruto de un aprendizaje de siglos. Además, como pocos, Cárdenas era un ser generoso y solidario; abierto a la amistad, a enseñar sin proponérselo. Su porte pequeño guardaba un corazón amplio, abierto a las inquietudes de los demás. En sus conversaciones siempre existía un lugar para la poesía y los poetas que amaba.
Recuerdo a Rolando Cárdenas caminando por las calles nevadas de Punta Arenas, extrañamente alegre, sintiendo «los pequeños ruidos de la nieve» de los que habla en uno de sus poemas, mostrándome cada rincón de calle o plaza donde había transcurrido su adolescencia. Creo que nunca lo vi más feliz que en esos días del retorno a su terruño, con motivo del Encuentro de Escritores Magallánicos realizado en 1982. En algún momento de ese peregrinaje magallánico le mencioné parte de uno de sus poemas: "Alguien nos reconocerá a la vuelta de una esquina / será como venir a saludar desde otra época". Me dijo que él no era un extraño, y que aquellos lugares que recorríamos estaban en su memoria, junto a los nombres de sus antepasados y un tiempo, el de su infancia, que siempre lo acompañaba.
HOMBRE Y POETA DE EXCEPCIÓN
Cárdenas enfrentó la muerte con orgullo y en silencio, sin recurrir ni siquiera a la ayuda de sus más cercanos. El crítico literario Luis Sánchez Latorre escribió que "en los funerales de Rolando Cárdenas se hicieron presentes poetas de todos los colores y de todos los estilos. Nunca conté más poetas juntos. Sabía yo, eso sí, por experiencia, que se trataba de hecho del último adiós a un hombre bueno". Por su parte, el poeta Mario Ferrero escribió en Fortín Mapocho algunas palabras que recuerdo en estas notas porque expresan cabalmente lo que muchos sentíamos por Cárdenas: "Hay escritores que concitan la admiración y el aprecio de sus colegas, ya sea por la calidad literaria de su obra, por su honestidad espiritual o la fidelidad a sus orígenes. Hay otros que despiertan simpatía por su modestia, por su solidaridad siempre despierta, por su gracia de humanidad o su grandeza íntima. Cuando estas virtudes, de por sí tan esquivas, se reúnen en una sola persona, se produce uno de esos seres de excepción que no sólo ayudan a vivir, sino que le dan contenido y significación a la azarosa convivencia artística. Es lo que ocurrió con Rolando Cárdenas, el querido Cárdenas, Poeta con mayúscula".
Cárdenas es un nombre esencial en la poesía chilena del siglo XX, y en buena hora su nombre se recuerda y su obra, que siempre circuló en ediciones pequeñas y difíciles de encontrar, vuelve a publicarse, recogiendo muchos de los elogios y valoraciones que en vida se le negaron.
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Por Ramón Díaz Eterovic
Publicado en Punto Final, julio de 2016