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Blanca de negro, de Bartolomé Leal: el regreso de Tim Tutts
Por Ramón Diaz Eterovic
Publicado en Revista Punto Final, mayo de 2016
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Bartolomé Leal es un caso especial en nuestra literatura. Ha publicado una extensa obra narrativa, con su nombre y seudónimos, en la que destacan sus novelas policiacas y sus cuentos breves.
A su oficio de escritor ha sumado en distintas épocas los trabajos de librero, comentarista de cine y crítico de cervezas. Trabajó muchos años como funcionario internacional, lo que le permitió conocer los ambientes y las realidades de los países en los que ha ambientado varias de sus novelas: Haití, Kenia, Bolivia y Perú, entre otros. Las mayorías de las novelas de Leal se pueden analizar desde lo que se conoce como novela policial étnica, la que al decir del mismo autor, se trataría de "un tipo de narración donde los tópicos de las etnias, las razas, las culturas primitivas, la brujería, los conflictos colonialistas y similares, aparecen en el corazón mismo de la obra. Argumentos, tramas, personajes y locaciones responden a un deseo de testimoniar sobre los conflictos mayores, explícitos o escondidos, que existen en muchas sociedades marcadas por la diversidad racial, cultural y religiosa".
En 1994, Leal publicó Linchamiento de negro, novela en la que dio a conocer a Tim Tutts, detective privado que ejerce su oficio en Nairobi, capital de Kenia. Tutts es un sujeto algo cínico, con pasado diplomático y buen conocedor de los laberintos que recorre la serpiente venenosa del poder económico. Tutts es protagonista de otros tres relatos de Leal: El caso del rinoceronte deprimido, Muerte de un escritor y Un askari en mi patio; los dos últimos Incluidos en el volumen Pequeñas muertes negras (Editorial Mosquito).
Blanca de negro (Editorial Espora, 2015) trae de vuelta a Tim Tutts, quien es contratado por Halley Canary, una chilena-norteamericana que reside en Kenia, víctima de una brutal violación mientras recorre un parque de Nairobi. Canary es funcionaria de una organización internacional dedicada a la defensa de la ecología africana, y a pesar de la brutalidad del ataque recibido no recibe mucho apoyo en un medio donde la violencia contra la mujer parece ser pan de cada día. Dispuesta a desenmascarar a sus agresores, recurre a Tim Tutts y juntos comienzan a vivir una inquietante pesquisa que tiene como fondo distintas localidades de Kenia, con sus particularidades culturales y personajes que remiten a la vida cotidiana en África, a conflictos raciales y económicos; y al trabajo de algunas organizaciones internacionales que son un fiasco a la hora de solucionar problemas.
De especial interés son sus descripciones de personajes y lugares. Retratos y cuadros de gran vitalidad que Instalan al lector en una realidad que nos pareció tan desconocida como cautivadora. Como en todo relato policial, las pistas del caso que se Investiga sostienen la trama y le imponen su ritmo, sin perjuicio de que muchas veces el entorno en el que se desarrollan los hechos pasa a tener más importancia que el misterio, cosa que por lo demás es una suerte de sello de las novelas policiacas o negras que se escriben en la actualidad. Leal es un avezado constructor de tramas ingeniosas y atractivas. Sabe plantear un enigma y armar una historia convincente a su alrededor. Blanca de negro es un buen ejemplo de lo dicho. Una buena novela que se suma a otras anteriores de Leal, como En el Cusco el Rey, Morir en La Paz y Ángeles en el Kosovo.
Eugenio Díaz, escritor que prologa la novela, señala que "en toda la literatura de Leal hay un interés en mostrar mundos y culturas en los que el autor ha vivido y que ha estudiado ampliamente (...) En Blanca de negro hay una historia de aventuras, una crónica de viajes inteligente que no cae en el lugar común de la guía turística, y por sobre todo, una novela negra distinta, que manteniéndose dentro de las claves del género sorprende con sus giros irónicos, su matiz de irreverencia y su prescindencia de juicios morales”. A eso podemos agregar que Leal maneja muy bien sus recursos narrativos para crear una historia que permite dar una mirada a ciertos aspectos de la realidad africana de nuestros días, marcada por el racismo, el tráfico de drogas y desigualdades de todo tipo. Una situación que a la protagonista de la novela le permite decir: “Lo más lamentable es que esto ha sido aportado por lo que llamaría de escoria del colonialismo, la hez de los que llegaron al África a expoliarla y contaminarla; más las nuevas y elegantes hordas encargadas de mantener la presencia del viejo poder imperial en el continente negro. Muchos de ellos refugiados en los organismos internacionales de cooperación'. Sin duda, los casos de Tim Tutts siempre ocultan un as bajo la manga.
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Blanca de Negro, de Bartolomé Leal
Espora ediciones, 2016
(selección)
Mi ser entero proclamaba la desesperación, la depresión, la pena. No había venido a buscar exotismo pero sí un universo más rico que el mío; y todo lo que había encontrado era mugre y vulgaridad. Lloraba a solas en la oficina, pero testaruda como soy, no dejaba el lugar y seguía aferrada a él, imaginando que algún día lograría sacar algo favorable de todo eso. Me sentía responsable porque consideraba que el dinero que entregaba era necesario a la familia. Sin darme cuenta, era víctima de una forma de chantaje. Y sentía también miedo por las consecuencias que podría acarrearme tal deserción. Aunque esto último no lo confesaba y mi angustia permanecía anclado en el subconsciente.
Un día me desmayé en la calle al bajar de un taxi colectivo, de los llamados matatu. Caí sobre el barro dejado por las eternas lluvias nairobianas. Nadie se acercó a recogerme. Los ciudadanos, en su mayoría, tienen miedo del blanco, asimilado al turista intocable que el régimen pretende atraer por cualquier medio. Estaba tan debilitada que permanecí largo rato de espaldas en un charco, sin ser capaz de reaccionar; oía pasar los vehículos por el costado mientras contemplaba un trozo de cielo azul, indiferente, lejano, inútil. Experimenté una sensación de ardor en la cara. Era sangre que corría por mi mejilla a raíz de haberme herido en la frente al caer. También sentí en la boca el gusto de la sangre por el labio superior roto. Un dolor en la barbilla: más sangre.
Noté que unas caras morenas se ponían de repente dentro de mi campo visual, mientras parloteaban en swahili. Creí entender dos o tres cosas: mujer blanca,matatu, dinero, muerte. Las voces se integraban a los ruidos habituales de la temporada de lluvias: truenos, las gotas cayendo sobre los techos metálicos de las casas, el croar de las ranas, la euforia de los pájaros amantes del agua.
Me hallaba consciente, me sabía viva, pero no me podía mover. Pensaba en ese momento en zombies y encantamientos, en magia negra, en licantropía. Pero me daba cuenta que mi inmovilidad no se debía a los golpes recibidos, sino a la fatiga. En un momento cerré los ojos y creí no estar más en la calle, sino en el sofá de la casa africana donde vivía. Volví a escuchar los ruidos de la lluvia, a la que se sumó el tamborileo de los goterones cayendo sobre baldes y palanganas. Pero también eran gotas de sangre las que resonaban sobre el plástico del sofá. Sentí un ardor en la cara y mucho frío.
Publicado en Lector.cl