FUERA DE JUEGO. UNA NOVELA SIN ESPERANZA Ramón Díaz Eterovic.
Colección Lengua Negra. Cormorán Editores.
Santiago, 2024. 122 págs. Por Luis Valenzuela. Escritor y profesor de literatura Universidad Andrés Bello.
Resulta extraño leer una novela de Ramón Díaz Eterovic sin que esta tenga como protagonista a Heredia. Resulta extraño no enfrentarse a un problema o caso policial por resolver. Resulta extraño no leer los tránsitos citadinos de nuestro querido personaje ni sus diálogos y discusiones con el gato Simenon. La novela Fuera de juego nos saca de ese territorio negro, policial o neo policial y lo lleva a uno más oscuro y menos interesado por una problemática social. No obstante, sigue siendo coherente con la literatura de Ramón Díaz Eterovic, porque abre un trazo y posibilidades críticas de los márgenes de la ciudad.
Fuera de juego es, primero, una novela de amor, de amor bohemio, corporal, sexual, no romántico, incluso violento; segundo, una novela que permite narrar y leer la ciudad, sobre todo los tránsitos de Jaime Cortés ―Jimy Caluga, el protagonista― y Teresa ―su enamorada―; tercero, una novela que reflexiona tenue pero de modo certero sobre el acto de escribir, incluso, podríamos pensarla, como una narración que antecede al ciclo protagonizado por Heredia; y cuarto, como sostengo en una lectura global de las novelas de Díaz Eterovic, Fuera de juego se sitúa en una tradición que oscila entre el realismo social utópico de Manuel Rojas y Nicomedes Guzmán, con otro escéptico o definitivamente no utópico, como el de Armando Méndez Carrasco.
Al inicio de la novela, el narrador dice: “Nunca tuve la oportunidad de hacer nada mejor”, mientras cierra la puerta de su habitación, “como quien grita en la noche o pone entre paréntesis después de escribir algunas palabras inútiles acerca de la esperanza” (7). La narración también es expresada como grito, en los “murmullos nocturnos” (8) de la pensión en donde vive Jimmy, los que alimentan su imaginación: “Ruido y más ruido” (8). El grito y la narración entran en tensión, sobre todo al momento de escribir palabras inútiles acerca de la esperanza, la cual encuentra eco en la utopía social de Nicomedes Guzmán, y su La sangre y la esperanza, y a contrapelo, en la desesperanza utópica de los escritores de los bajos fondos que muy bien lee Díaz Eterovic, personajes que viven la juerga y la farra como ética, como forma de vida. Pienso en Heredia, la ciudad está triste, sigue triste, y escenifica una ciudad oscura en la que los cuerpos conviven con los cadáveres, en una forma de habitar que oscila entre la esperanza y la desesperanza: “Usted es nuestra última esperanza. En casa ya no sabemos qué hacer” (Díaz Eterovic 13), dice un personaje a Heredia, a lo que este responde sin otorgar garantías: “No deberías esperar tanto de un sujeto como yo. Mis espacios de movimiento son limitados y la esperanza no es bueno dejarla en manos ajenas” (13). La esperanza en Heredia es restringida y se desplaza entre la posibilidad y la imposibilidad, en medio de una ciudad donde la dictadura imponía su violencia que condiciona el accionar del detective: “Estaba solo, en medio de una ciudad triste y hostil” (51). Sin embargo, a pesar del discurso desesperanzado de Heredia, este, en su afán de investigar, sí cree en un proyecto de Justicia, propia, no institucional, pero justicia, al fin y al cabo. Teresa también reflexiona en torno a la esperanza: “deseo descubrir, entender el mundo que me rodea, participar de sus cosas…” (51). Sin querer anunciar el final de la novela, la esperanza se escabulle en forma de ruido y sueño, a pesar de ciertos indicios de apertura.
El tránsito por la ciudad, en tanto, evoca esa literatura de los bajos fondos de Méndez Carrasco: San Diego, Parque Almagro, Avenida Matta, el río Mapocho, Bellavista, Recoleta a los pies del Cerro blanco donde sucede la fiesta de Puelche, este sujeto excéntrico, bohemio y bien vestido, que organiza fiestas desbordadas. La fiesta nos muestra la fauna nocturna de una ciudad, oscura, under: punk encadenados y con manchones amarillos en sus cabelleras, un oficial de carabineros en tenida de gala, empleados públicos jubilados, feministas vestidas de negro, soplones de ojos pálidos, marineros, buitres de hospitales, el Mago de la Polla Gol, el Anticristo, María Nadie, angurrientos, los poetas de la Unión Chica, Madame Bovary, el Poeta Molina, humoristas bajoneados, Eladio Rojas con un tipo disfrazado de Batman, Heredia. El mismo Heredia en un cameo que lo muestra en segundo plano. Se trata de una enumeración de personajes raros o freaks que pone énfasis en el gesto de contar como forma de enumerar, y contar en tanto relato. El lector asiste a una fiesta que desborda la representación en sí. “¡Que fiesta!”, exclama Teresa. “¡Hermosa y loca! La locura es lo único bello que queda en este país” (69), responde Jimmy. Luego, post fiesta, retorna el tránsito nocturno, de madrugada, por la ciudad. “Huele a mugre”, dice ella. “Huele a verdad”, replica él. Ese olor retorna, en forma de descomposición de lo social-citadino, en la percepción de Jimy, quien reconoce el “olor rancio” (103) y “el lado gris de la luna” (106).
Fuera de juego retorna a la soledad que reconocemos en Heredia y que Teresa le recuerda: “Te gusta jugar conmigo y con toda la gente. Un día vas a perder y estarás solo” (13). A la vez, le enfatiza el naufragio de sus protagonistas, como sello de la generación en la que se enmarca el trabajo de Díaz Eterovic.
La novela es intervenida por fotografías del barrio Carrascal del fotógrafo Mauricio Valenzuela. Vemos una ciudad abandonada en dictadura. El blanco y negro exacerba el tiempo pasado y su oscuridad, que oscila entre 1980 y 1983. Como sostengo al inicio, pareciera que estamos hablando de los años previos al ciclo herediano, que comienza a mediados de los ochenta, aunque el final de la novela indique que se trata de los años noventa. Los tiempos son difusos y la masculinidad de Jimy, la del “muchachito rudo” (107) ―o como los “muchacho duros” (21)―, como se autodenomina con ironía, pareciera ser, también, de otro tiempo, en tanto muestra fastidio y celos por el trabajo de bailarina de ella e incluso violencia física explícita diferente a la de Heredia, quien es más contenido en su forma de actuar con sus enamoradas. Heredia es un héroe de nuestros tiempos, escéptico, pero con ciertos anhelos. Jimy, en cambio, no, va en otra línea, es un “muchachito rudo” y antihéroe en la línea de los bajos fondos y clásicos de la miseria. Su masculinidad de otro tiempo muestra ecos de una época que permite explorar una violencia que no tiene cabida en la actualidad, de seguro, está “fuera de juego”. El mejor ejemplo es la duda de Teresa frente a las palabras de Jimy, porque no le cree, tu/su eterno juego de palabras” (106).
La novela, su mundo, sus personajes y su ciudad no son perfectos. Se trata de un mundo arrojado a la intemperie: “La ciudad seguía siendo la bofetada gris que mi padre me daba cada vez que transgredía los límites de su precaria vida familiar, o el rincón oculto al cual recurría cuando en el colegio los profesores me indicaban con sus dedos manchados de tiza. Nadie explicaba nada en la ciudad. Todos se empujaban, y el sentimiento de estar al margen de una gran fiesta era similar después de cada fracaso. Pero yo no era el culpable de la oscuridad” (18). Fuera de juego erige una escena violenta alejada de toda estela nostálgica. Es una novela áspera, de un muchachito rudo que está fuera de juego, con amores y desamores, sin esperanza ni utopías en su horizonte, una novela cuyos personajes están fuera de juego.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com "FUERA DE JUEGO". UNA NOVELA SIN ESPERANZA.
Autor: Ramón Díaz Eterovic.
Colección Lengua Negra. Cormorán Editores. Santiago, 2024. 122 págs.
Por Luis Valenzuela.
Escritor y profesor de literatura Universidad Andrés Bello.