Con el paso del tiempo
"El leve aliento de la verdad", de Ramón Díaz Eterovic
Lom, Santiago, 2012. 297 páginas
Por José Promis
Revista de Letras de El Mercurio, Domingo 18 de Noviembre de 2012
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Hace dos años, Heredia se vio envuelto en las confusas circunstancias que rodearon la muerte del jinete Romerito, hijo no reconocido de su viejo y leal amigo, el quiosquero Anselmo. Ahora se reencuentra con sus lectores para informarlos acerca de su última pesquisa: resolver la desaparición de Julio Segovia, un periodista que preparaba un reportaje sobre el tráfico de drogas en Santiago (como sabemos, Heredia cuenta sus pesquisas a un Escriba que las archiva para posteriormente transformarlas en novelas, conservando, eso sí, a Heredia como narrador de las peripecias).
Pero, al igual que en todas sus investigaciones anteriores, el misterio inmediato resultará ser sólo el umbral desde donde Heredia, a través de su mirada, nos permitirá avizorar las auténticas fuerzas, oscuras y distorsionadas, que han sostenido y siguen conduciendo a la sociedad chilena desde 1987, año si mal no recuerdo de la publicación de La ciudad está triste, la primera historia que Heredia relató al Escriba llevado por la urgencia de entregarnos su amargo testimonio.
Desde entonces, el escepticismo, el desaliento, la pesadumbre y también la indignación de Heredia ante lo que contempla a su alrededor se han intensificado considerablemente: "Su dios y otros que andan por ahí, hace tiempo que dejaron de preocuparse por el destino de los hombres", dice a un participante de su reciente investigación. Durante el último cuarto de siglo, Santiago no ha dejado de ser la ciudad triste de los años ochenta, pero ha adquirido además la fisonomía de un monstruo ávido de dinero frente al que claudican las ilusiones y cuyos habitantes se han transformado en insaciables consumidores. La cólera de Heredia va dirigida ahora a todos los que han caído en esta vorágine del lucro y las apariencias. Resumiendo sus palabras, a quienes se debilitaron, a los que renunciaron para acomodarse, a los que engañaron con falsas promesas para apropiarse del poder, y a los que traicionaron sus convicciones para ganarse la simpatía de quienes "los habían exiliado o puesto precio a sus cabezas". Tal como se manifiesta en las trece novelas anteriores de la serie, es Santiago el espacio que concentra y refleja de manera inmisericorde los cambios radicales que ha experimentado la sociedad urbana. Las viejas edificaciones y los barrios que le otorgaban a la ciudad su fisonomía característica, guardianes también de los valores tradicionales que conservaba, van desapareciendo sistemáticamente, destruidos por edificaciones que responden a diseños de vida farandulescos que Heredia jamás aceptará. Uno de los que más le duele, por supuesto, es el bar del Hotel City, hoy cerrado, donde se juntaba a veces con el Escriba.
El gran mérito de Ramón Díaz Eterovic ha sido la creación de un personaje que a pesar del paso del tiempo no pierde su poder de seducción sobre los lectores. Ha ido envejeciendo. En esta novela ha cruzado la cincuentena y sufre de un dolor a la espalda que lo golpea en los momentos más imprevistos. Aunque reconoce que "siempre tropezamos con las huellas del pasado", las circunstancias puntuales que antes justificaban sus solitarias pesquisas han sido reemplazadas por otras que a pesar de sus diferencias siempre apuntan a denunciar una sociedad que comenzó a caer años atrás y que no ha logrado detenerse. Como personaje imaginario, Heredia sigue siendo una de las mejores representaciones que ofrece nuestra novela nacional del individuo arrojado en un espacio ajeno, hostil y amenazante, pero que pese a todo ama entrañablemente. La mirada crítica y sin concesiones que proyecta sobre la urbe y sus habitantes lo mantiene condenado a la marginalidad y a la soledad: sus pocos amigos también envejecen y se deterioran, como Anselmo; Griseta le ha anunciado desde Madrid que no volverá a Chile, y Heredia no logra tomar decisiones definitivas en su relación sentimental con la comisaria Doris Fabra. Lo que conserva inalterable es la lealtad de sus lectores.