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Llega a Chile “Ella y otras mujeres”, lo último de Rubem Fonseca
Los duros bailan samba
Por Franco Fasola
La Nación Domingo.
Domingo 19 de octubre de 2008
Amado en Europa y todavía semidesconocido en Hispanoamérica, la más alta cumbre de la literatura brasileña contemporánea sigue dando cátedra con sus historias de sexo, locura y muerte. ¿Quién es este policía retirado que escribe como los dioses con una cachaça y un revólver sobre la mesa?
"Lo mejor de la obra de Rubem Fonseca es no saber adónde nos va a llevar. Siempre que comienzo un libro suyo es como si sonara el teléfono a medianoche: ‘Hola, soy yo. No vas a creer lo que está sucediendo’.
Su escritura hace milagros, es misteriosa. Cada libro suyo es un viaje que vale la pena: es un viaje de algún modo necesario". La presentación viene de un eterno candidato al Nobel, el norteamericano Thomas Pynchon.
A gente como él, o a la importante cantidad de lectores que tiene en países como Alemania, el nombre Rubem Fonseca no es novedad. Pero en Hispanoamérica, incluso tras ganar en 2003 el Premio Juan Rulfo, el escritor brasileño no pasa de ser un autor semidesconocido.
Si se quiere hablar con él sobre su último compilado de cuentos publicado acá ("Ella y otras mujeres"), responde personalmente: "Lamento muito, mas nunca dou entrevistas. Conto com a sua compreens o e indulgência para essa minha idiossincrasia. Muito obrigado, forte abraço, Rubem".
La idiosincrasia de Fonseca tiene 83 años. Además de llevarlo porfiadamente a esquivar olímpicamente a la prensa, lo ha convertido en ganador de todos los premios habidos en lengua portuguesa y, junto a Machado de Assis, Guimar es Rosa, Jorge Amado y Clarice Lispector, en convertirse en una de las lumbreras de la narrativa brasileña contemporánea.
Para quienes quieran saber por dónde va la mano, piense en la mejor cara policíaca de la prosa de Raymond Chandler revuelta en una juguera con personajes e historias de Charles Bukowski. Agregue limón de Pica, cachaça y sirva en una favela de Rio de Janeiro.
MATA O MUERE
Aunque la crítica ubica su trabajo dentro la novela policial, lo cierto es que la pluma de Fonseca no hace más que aprovecharse del género para repasar con una ráfaga de balas al sistema capitalista y sacar a luz sus trágicamente comunes consecuencias: hombres y mujeres enajenados, solitarios e incomprensiblemente violentos, atrapados en Río de Janeiro, que puede bien ser la capital de cualquier lado.
Su currículo está más cerca del inspector Vallejo de "Morandé con compañía" que al de un escritor. No dejan de sorprender sus pasos por Derecho y Sicología en la Academia de Policía en Brasil. En los años cincuenta fue comisario de las calles del distrito de Sao Cristovao, en Río.
Ese contacto directo con el hampa lo hizo entender las motivaciones y ritmos de un asesino pedestre. Tiempo después fue becado para perfeccionarse en el arte policíaco en Nueva York, donde aparte de soñar tomarse un trago con Dylan Thomas en el Village, se graduó como Licenciado en Administración de Empresas.
Menos raro es su consistente paso como guionista y crítico de cine, mundo donde se mueve con ligereza, incluso inspirando la serie "Mandrake", transmitida por HBO.
Protagonizada por Paulo Mandrake, un abogado criminalista especializado en resolver casos de chantaje y extorsión en los cuales están involucrados personajes de la alta sociedad carioca.
La serie, basada en sus libros "El gran arte" (1983) y "Mandrake, la Bíblia y el bastón" (2005) fueron llevados a la pantalla por su hijo, José Henrique Fonseca.
En el mundo de Fonseca caben asesinos amables, mujeres histéricas u hombres que se cortan la oreja por amor, pero que rehúsan escribir un poema porque eso "es más difícil". El prólogo de "Los mejores relatos" (Alfaguara) es más preciso al respecto: "En Rubem Fonseca, los valores éticos, no pasan de ser ingredientes ambiguos de la existencia".
En ese mundo, y tal como dice una de sus creaciones en la novela "El caso Morel", todos somos asesinos.
* * *
Cómo escribe “Ella”
En la cama no se habla de filosofía.
Tomé su mano, la puse sobre mi corazón, dije, mi corazón es tuyo, después puse su mano sobre mi cabeza y dije, mis pensamientos son tuyos, las moléculas de mi cuerpo están impregnadas de las moléculas del tuyo.
Después puse su mano en mi verga, que estaba dura, dije, es tuya esta verga.
Ella no dijo nada, me chupo, después chupé su vagina, ella se montó sobre mí, tiramos, ella se puso de rodillas, el rostro en la almohada, la penetré por detrás, tiramos.
Me tendí en el lecho y ella dándome la espalda se sentó sobre mi pubis, introdujo mi verga en su vagina. Yo veía mi verga entrando y saliendo, veía su culo rosado, que después lamí. Tiramos, tiramos, tiramos. Gocé como un animal agonizando.
Ella dijo, te amo, vivamos juntos.
Pregunté, ¿no está bien así? Cada uno en su rincón, nos encontramos para ir al cine, pasear por el Jardín Botánico, comer ensalada con salmón, leernos poesías el uno al otro, ver películas, tirar. Despertar todos los días, todos los días, todos los días juntos en la misma cama es mortal.
Ella respondió que Nietzsche dijo que la misma palabra, amor, significa dos cosas diferentes para el hombre y para la mujer.
Para la mujer, amor expresa renuncia, dádiva. El hombre a su vez quiere poseer a la mujer, tomarla, a fin de enriquecerse y reforzar su poder de existir.
Respondí que Nietzsche era un chiflado.
Pero aquella conversación fue el comienzo del fin.
En la cama no se habla de filosofía.
(De “Ella y otras mujeres”, Editorial Norma, 2008)