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Marta Fembuena (Foto: Mishad Orlandini)
La vitalidad imperceptible de la experiencia en La iniciación de los muros
de Marta Fuembuena (Poeta de Zaragoza)
Por Rafael Ignacio Farías Becerra
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Una de los principios “modernos” de la literatura y que la relaciona con lo social [1], es que su palabra va circular por los espacios de la ciudad ya “sin amo, ni destino”. La palabra literaria como si rodara de manera anárquica, va a circular por distintos espacios, con su lenguaje va seducir a los seres, pervirtiendo muchas veces el rumbo obligado que parecían tener algunas vidas. Este desborde de la literatura, es el que el reciente libro La Iniciación de los muros “de” Marta Fuembuena comienza a experimentar. Su esparcimiento es incierto. Nadie sabrá ante que ojos terminarán sus libros y he aquí su primer “desorden” de lo social.
Pero al preguntarnos sobre qué puede decirnos esta poesía sobre el mundo social, quizás debamos dejar atrás aquellos prejuicios acerca de si su obra “se refiere o no a determinados conflictos sociales” o si su obra “refleja bien o mal” el mundo actual, anterior, etc., para preguntarnos ¿cómo se une la palabra poética con lo social?, ¿cómo o dónde se conectan? Quizás encontremos que gracias a la intensidad y vitalidad con que se habla de las experiencias, el poemario la Iniciación de los muros nos diga mucho más del mundo que aquella literatura que se pretende social.
En este sentido, ya de entrada este libro se abre (¿o cierra?) con la aparición del “Muro” (título del primer poema). Levantamiento de la imaginación o bloque suicida donde “los pájaros un poco más viejos” vienen a estrellarse para “sentirse más aliviados”. Muro que ya de entrada parece anunciarnos que “Seremos, /con el tiempo, / esta misma ausencia embestida”. Primera valla de contención también, que nos desafía como lectores a salvarlo si es que queremos saber si detrás esta primera página/muro volveremos a encontrar o no, repetidamente, la experiencia de un vacío de la existencia, y por qué no, de un vacío de la literatura. Pero la respuesta de la poesía de Marta Fuembuena se emparenta mucho a aquel gesto filosófico en que del retorno a lo Mismo se extraen y comprenden más bien Diferencias. De este modo, las páginas siguientes vuelven una y otra vez al momento de La iniciación de los muros, pero esta vez para mostrarnos cómo es que éstos se han erigido y así, con ese mismo gesto, intentar desnaturizarlos, hacerles sacar otras tantas experiencias que sin saber estaban allí, apuntando hacia otros matices y brillos en distintas direcciones, mientras permanecían ocultos bajo los sedimentos de la costumbre o la escamazón del agotamiento cotidiano. En este sentido, es como si el ejercicio de la memoria y la escritura en su intento de reencontrar o sorprender el momento en que se erigen los muros de la propia existencia, tuviera la posibilidad de desarmarlos en un gesto también deconstructivo de la propia memoria, que le permitiera también, como pronto veremos, configurar una nueva experiencia, generar fugas y escapes.
“Ese alguien llamado a ser costumbre
Se ha enterrado en su abundancia.
¿Sabremos devolverle el minuto que alimenta?
Ha desordenado el despacho de su mente corredora,
Fondo aplastado,
Largo y tendido,
Que sólo en su casa se siente habitado,
Como ocurría en las noches del vaho sin digerir,
Inaugurando un burdel de escamas acolchadas,
Cerrajas crujiendo como dedos colgantes
Después,
Con el sonido de un puño cerrado,
Agita la veleta domesticada,
Mosca adormecida cayendo torpe, remota,
En su carro de aire desvanecido”
Gran parte de los poemas que aparecen en este libro, nos hablan de momentos de intensidad de la existencia, de la importancia de cualquiera sea el instante por minúsculo que éste se comprenda. Momento aquí ligeramente sonoro, donde las cerrajas crujen y se siente aquello que es apenas audible (“el sonido de un puño cerrado”, las “escamas acolchadas”, el “aire desvanecido” que deja una mosca). Así, parece decirnos se construye la “abundancia” de la costumbre: lenta e imperceptiblemente o con la monotonía de un “blanco sobre blanco” título de este poema (“¿Sabremos devolverle el minuto que alimenta?”). Pero este “blanco sobre blanco” es también la nieve que cae en otros de sus textos, sólo que en el imaginario y la vitalidad de esta poesía, la nieve es mucho más que nieve:
La nieve cae en copos
En cada copo hay un poro
Blanco sobre blanco
Gran fortuna
La costumbre, lo cotidiano no del todo desdeñable para la experiencia, ofrece también los espacios de un cuerpo que puede respirar (“En cada copo hay un poro”) y ésta es la gran fortuna:
Pasearé por las calles que no vi
Me rendiré ante su insomnio
Me desvelará su verdad
(Yo no la dije)
Moriré despacio
Con gusto moriré
Entregando mi cuerpo
Algo sobrevivirá
Lo llamaré esqueleto
Acabaré fundiéndome
Entonces habrá dos seres
En uno de ellos estaré yo
En el otro
Quién sabe
Estos espacios de respiro y fuga no sólo nos hablan de una vitalidad que se arriesga a ir por las calles de lo incierto o lo que estaba allí, pero desconocido y que de pronto ahora nos puede seducir. Nos hablan también de una “entrega” a la muerte “con gusto” como otra forma de experimentarla, como otra forma de vivir que ya comprende a la muerte, en definitiva, como otra vitalidad dónde “algo” también “sobrevivirá”. Cierta trascendencia, pero no religiosa, sino más bien estética.
No obstante, es necesario que volquemos nuestra mirada al momento en el que se inician los muros. Pues esta poesía tiene también sus obsesiones, sus insomnios, su “nocturnidad convocada” y nos va a hablar de una frágil y movediza frontera en que el despertar aún no se destila de las imágenes del sueño:
Son las mañanas actos eróticos travestidos,
Cunas saltando como tigres falsos hacia la cara,
Trapecistas borrachos buscando vientres esponjosos
Los primeros instantes del día no son segundos,
Son pérdidas de serpientes
Que nos empujan hacia una brecha
Sin saber muy bien cómo, dónde o porqué
Poco importa lo que cada una de estas imágenes (recurso surrealista) del sueño nos quieran decir (Eso se le reprochaba también a Freud). Ellas en la profusión de elementos que se encadenan, en el gesto de la escritura que las relaciona nos dicen que el despertar, no es un despertar es un momento o movimiento de travestismo onírico.
Y es el asedio de estas imágenes las que nos empujan hacia una brecha, a este comienzo de los muros como si nos quisiéramos escapar de ellas: ¿Cómo es que nos atrevemos a dormir y exponernos al sueño?, nos decía Bachelard.
Y nos ocurre que por un instante
Aunque sólo sea por un instante
Que al otro lado, quizá, estemos del revés
Esperándonos a nosotros mismos
Recién nacidos
Del otro lado de la vigilia, del otro lado de los muros de lo cotidiano, puede ser que “estemos del revés”, mucho más desnudos, como en el comienzo de nuestra experiencia vital. Pero sería un error pensar que esta poesía se queda en el anhelo de un mundo prístino e inocente que estuviera del otro lado de la existencia como anterior a la vida o a la vigilia. Si en estos poemas existe una “mente corredora” y escurridiza como “los sueños y otras ratas” es porque ellos se filtran por los pliegues de la experiencia siendo también sus residuos. En este sentido, La iniciación de los muros más que la instancia de un muro levantado o un bloque imaginario erigido es un momento de expectación. Ella nos dice “Está usted en el punto rojo”, donde se empieza a construir cierta apariencia de la vida:
Empecé a fingir un día como hoy
Con las manos abiertas y suaves
Pero volver a este punto de la memoria significa también retornar, para generar allí una dislocación de la vida misma:
Adentrarme en mi misma
Para comenzar a imaginarme
Las razones se evaporan en los ojos secos;
Congelo las estancias con un muro en la garganta
Quedan días como hoy
Donde olvidar el tono
De una memoria derivada
Sobran días como este
Para rescatar el pulmón
De una vida ahogada
En este sentido, la poesía de Marta Fuembuena nos dice que siempre es posible respirar. Esta es una de sus emancipaciones. La intensidad del mundo aquí, es la intensidad con que se construye (y deconstruye) también la experiencia. Es la duración de esta expectación: “(Hacen falta más gritos)”, nos dice entre paréntesis.
Así, en el deseo de otra vida se entremezclan palabras e imágenes, gracias a que se multiplicado la mirada:
Yo quiero otros ojos de insecto,
No la sábana cubriéndome de asombro, blanca,
No una boca sin manos
(Hacen falta más gritos)
Yo quiero la explicación de una frente silbada
No el sonido arrugado que aviva la muerte
De este modo, cada poema pareciera que escudriña, profundiza y emancipa lo imperceptible de la experiencia. Oye la vida de un cualquiera para decirnos cómo se construyen e inician los muros de la costumbre, pero esta vez para que los pensamientos y los deseos comiencen a “silbar”. También en ellos se nos dice que, para dar paso a una nueva experiencia vital es necesario retornar con la altivez y la decisión de la mirada a aquellos espacios donde la memoria se comienza a tejer:
Yo quisiera un rodeo completo,
La inspección del deseo añadido
Manteniendo a flote la mirada
Como el movimiento primero
De la lava que tumba.
Barcelona, 24 de enero de 2015.
[1] Este texto fue presentado Diálogos sobre la literatura y sociedad, organizado por Club Cronopios, Barcelona, a propósito también de la poesía de Marta Fuembuena y Daniel Busquets.