No soy un ladrón:
la historia de Bastián Arriagada Publicado en COPIA O MUERTE, Giorgio Jackson Drago / Paula Espinoza Orcaistegui. octubre de 2019.
En cursiva textos de Rodrigo Fluxá. «Proceso y muerte de un vendedor pirata». Revista El Sábado (2011).
Toda historia tiene un origen. O, mejor dicho, a toda historia se le puede inventar un origen. Si nos preguntan por un pirata, imaginamos a un saqueador ilegal de barcos. Y sí, un ladrón.
El 28 de junio de 2008, Bastían Arriagada fue detenido en la calle Eyzaguirre, en San Bernardo, por venta y porte ilegal de devedés, que almacenaba en una mochila. En el informe de Carabineros, en el espacio donde se precisa quién es la víctima del delito, sale escrito "NN". Como era su primera vez se le suspendió el procedimiento, con tres condiciones: firmar cada seis meses, fijar un domicilio conocido y, durante un año, no cometer el mismo delito. Tenía diecinueve años [1]
El 29 de agosto, un patrullaje preventivo lo sorprendió vendiendo en calle Freire 670, también de San Bernardo: tenía setecientas películas pirateadas, esta vez con carátulas fotocopiadas. En un juicio simplificado recibió prisión en su grado mínimo: cuarenta y un días, con el beneficio de remisión de pena. O sea, sin internación efectiva. Se le ordenó que firmara todos los meses y no volviera a cometer el delito.
El 10 de diciembre, en la esquina de Eyzaguirre y Covadonga, lo sorprendieron otra vez. Ese mismo día lo condenaron a cuarenta y un días con el beneficio de reclusión nocturna en el centro de control preventivo de Buin. Cumplió la condena.
El 14 de enero de 2009, el Juzgado de Garantía de San Bernardo revocó la suspensión del primero de los procedimientos. El 19 de febrero, Bastían fue sentenciado a sesenta y un días de prisión remitida. Su familia dice que él no entendió ninguno de los fallos.
La denominación “pirata” que se asocia a Bastían Arriagada tiene una larga historia. Durante todo el siglo XVII y buena parte del XVIII se utilizaba este apelativo para nombrar a los imprenteros de ediciones ilegales. El uso que hoy damos a la expresión “pirata” debe su origen al periodo de expansión de la imprenta y a ese submundo que profitó de la producción y difusión de la literatura no autorizada. Al igual que en el orden de piratas y corsarios, la publicación de libros supuso dos tipos de saqueo al trabajo de los escritores: uno ilegal y otro legal. Por un lado, estaban los imprenteros y libreros autorizados por la institucionalidad —representada por la monarquía— para la publicación de libros “permitidos”, mientras que del otro lado se ubicaron los editores clandestinos, que contribuyeron a difundir las ideas que impulsaron los más importantes cambios del siglo XVIII europeo. A estos últimos —primero en Inglaterra y luego en otros países— se los apodó “piratas”.
El escritor Alejandro Zambra, en su crónica «Elogio a la fotocopia», rememora su relación con los libros fotocopiados en sus tiempos de estudiante de Literatura. El relato rescata el vínculo sentimental que junto a sus compañeros tuvo con aquellos papeles. "Es bueno recordar que aprendimos a leer con esas fotocopias que esperábamos impacientes, fumando, al otro lado de la ventanilla. Unas máquinas enormes e incansables nos daban, por pocos pesos, la literatura que queríamos. Leíamos esos tibios legajos y luego los guardábamos en las repisas como si fueran libros. Porque eso eran para nosotros: libros. Libros queridos y escasos. Libros importantes"[2]. Atribuir a Arriagada una conexión de este tipo con los devedés puede resultar exagerado e incluso frívolo. Bastían era un comerciante: compraba y vendía devedés de películas hollywoodenses. Ese era su trabajo.
Un informe socioeconómico encargado por la defensoría a la perita Sandra Maldonado detalla que en la práctica Bastían fue criado por sus abuelos, pero que estos ya no presentaban las habilidades parentales suficientes.
A los dieciséis, en segundo medio, abandonó el colegio. Había pasado por un puñado de establecimientos. La Escuela de Adultos Anselmo Urbano fue la última. Acudía regularmente, pero más que lo académico le interesaba lo comercial: vendía golosinas entre sus compañeros.
No recibía ningún tipo de ayuda monetaria de sus familiares. Ese verano comenzó a trabajar con Patricio Jiménez, un amigo de su hermano mayor, que tenía un puesto en el persa del paradero 40 de Gran Avenida.
—En su casa no lo pescaban mucho, pasaba afuera. A su mamá le daba lo mismo dónde anduviera, nunca se preocupó. En la feria conoció a los que pirateaban música y películas y comenzó a trabajar como vendedor — dice.
Su primera empleadora, la que le pasaba las copias, le pagaba dos mil pesos por toda una jornada de ventas. Los hermanos Manuel y Ariel Peña lo encontraron llorando una tarde por la falta de plata. Le propusieron que vendiera para ellos. Trabajaron juntos hasta su detención final. Partieron en San Bernardo, se ampliaron a Buin y llegaron hasta San Fernando los últimos meses.
Cuando hacían ese viaje dormían en una casa abandonada. Bastían se despertaba cada vez que pasaba el tren.
En la madrugada del 8 de diciembre de 2010, la cárcel de San Miguel se incendió, lo cual, sin duda, se inscribe como una de las peores tragedias carcelarias de la historia de Chile. Bastían Arriagada fue parte de ese fatal suceso y falleció junto a otros ochenta reos. ¿Cómo llegó Bastían hasta ahí? La crónica del periodista Rodrigo Fluxá lo resume como una cadena de hechos sin sentido, tecnicismos legales y criterios dispares, que pusieron a un joven de 22 años con un casi inexistente prontuario en un recinto que albergaba delincuentes experimentados. Por eso, no fue extraño que, tras el siniestro, Bastián se convirtiera en un símbolo del absurdo sistema penitenciario chileno. Un sistema desbordado por donde se le mire, que coloca a un vendedor ambulante en una cárcel hacinada. Entonces, ¿Bastián era un pirata o un vendedor ambulante? ¿Era un ladrón o un trabajador?
La madre de Bastián pidió específicamente no ser parte de la demanda colectiva que llevan adelante las familias del resto de los reos fallecidos:
—No quiero mezclarme con esa gente. No tiene nada malo, pero mi hijo estaba preso por otra cosa. No era un delincuente.
Ella y sus tres hijos han sufrido episodios depresivos: trastornos del sueño, desbalances psicológicos. Le va a dejar dulces y chocolates a su tumba y despierta, en medio de la noche, angustiada por la humedad y el frío que, dice, Bastián debe estar sintiendo bajo tierra.
Como relató Fluxá, Bastián Arriagada fue detenido en junio del 2008, cuando guardaba unos cuantos devedés en su mochila, lo cual es considerado como porte ilegal. Fue su primer arresto. La misma crónica incluye detalles sobre su empeño como comerciante. Así como vendía una película de acción también podía vender calcetines y carteras. Más allá de los peligros que supone el trabajo de vendedor ambulante, Bastián se consideraba un hombre honrado y esforzado, afectado, eso sí, por un problema de sobrepeso, lo que lo hacía pensar que difícilmente encontraría un empleo formal. Una condición que, además, mermaba en su trabajo de vendedor, pues estar en la calle exige arrancar de la fuerza pública en más de una ocasión.
En el léxico de jueces, abogados y gendarmes, la vida de una persona se puede resumir en una carpeta de documentos legales. Para Bastián, el documento definitivo es el oficio 10107 de Gendarmería, en el cual se revoca la remisión condicional y se reemplaza por el ingreso del “rematado” a la cárcel de San Miguel. En otras palabras, el documento que da cuenta respecto de la trayectoria “criminal” de un individuo es solamente una enumeración de hechos, sin contexto y sin una historia; desconoce la pertinencia, la proporcionalidad y las consecuencias que involucran sus palabras. Nadie pareciera situar la discusión en el lugar donde hay que hacerlo; nadie trata de comprender si hay justicia en el destino que hemos dispuesto para los reos; y nadie, ni por asomo, se pregunta si consideramos realmente ilícito aquello que está determinado como “ilegal”.
En el estudio jurídico de Winston Montes y Jaime Gatica, que representan a la familia en la demanda contra el Estado, concuerdan.
—El caso tiene un grado de discriminación muy grande. ¿Cuántas empresas en Chile se manejan con software copiado? ¿Cuánta gente vende en internet o en el barrio alto? ¿Son perseguidos ellos? Más allá de las claras y establecidas responsabilidades de Gendarmería en el incendio, hay un tema de fondo. ¿Qué alternativa, qué camino le entregaba el Estado a Bastián? Era un comerciante. Si hubiese nacido en otra comuna, probablemente estaría estudiando Ingeniería Comercial —dice Gatica.
El sistema jurídico sugiere que los dictámenes judiciales están disponibles para la revisión y la crítica de las personas. El juez Rodrigo Hormazábal Montecino, a cargo de la audiencia que condujo a Bastián hasta la cárcel de San Miguel, enfatiza precisamente este punto al ser requerido por la investigación de Fluxá. Sin embargo, si las personas se sienten distantes o ajenas al sistema legal, ¿es posible cuestionarlo o siquiera comprenderlo? Tanto en Chile, como en los países que han firmado Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos son comunes las legislaciones que establecen como un delito la venta de copias de películas producidas por una empresa como Columbia Pictures. Esto, que pareciera nunca haber sido comprendido por Bastián, hoy tampoco nos parece comprensible.
—Bastián Camilo Arriagada Arriagada, mi carné es diecisiete millones ciento sesenta y siete mil trescientos noventa y nueve raya dos. Vivo en Sergio Fuentes 136. Población Ernesto Merino Segura. —Dijo nervioso, pronunciando mal.
— ¿Qué? No se le entiende nada, respondió el juez.
Bastían trató de nuevo. Le leyeron los detalles de sus tres causas agrupadas, las de 2010. La fiscalía pidió tres condenas de 541 días de prisión y 150 UTM en multas, pero ofreció, acto seguido, reducirlas a tres condenas de 61 días y 30 UTM si aceptaba sus culpas y un procedimiento abreviado.
—¿Sabe lo que es un procedimiento abreviado?, le preguntó el juez Hormazábal.
—No.
—¿No tiene idea lo que es?
—No.
—Yo creo que sí sabe, su abogada tiene que haberle conversado algo.
—Algo me dijo.
—La decisión es suya. Si sigue el juicio normal puede ser absuelto o culpable. (...) Saque la cuenta, 150 UTM son, a ver, la UTM vale 37.500 pesos. Estamos hablando de cinco millones de multa.
Bastían aceptó el abreviado. Tuvo la rebaja de la multa a 30 UTM y tres condenas de 61 días con reclusión nocturna. La estrategia de la defensora había funcionado.
Pero a las 14:03 el juez Hormazábal habló de nuevo. Recordó la revocación de la primera detención, de la que habían pasado ya veintinueve meses, de cuando tenía diecinueve años: ahora tenía veintidós.
La defensora Podlech tomó la palabra. Aludió al informe socioeconómico de Bastían, a su familia disfuncional, a que ejercía el comercio por necesidades económicas, a que ganaba $ 5.000 pesos por jornada, a que debía $ 57.000 en una casa comercial, a que no tiene sentido aplicar multas como esas para alguien en su posición, a que en ese momento estaba dedicado al comercio de maquillaje, no de películas copiadas, a que ya estaba inscrito para cursar el tercero medio el año siguiente y a que llevaba meses en la lista de empleos del municipio, pero nunca lo habían llamado.
El juez insistió en las audiencias fallidas y en las firmas pendientes.
—Tuve un problema personal. —No se le entiende nada, oiga, respondió el juez. —Tuve un problema personal. —¿Y por eso no se presentó dos veces a firmar? — No, en la segunda vine, pero se quedó en pana la micro. Llegué veinte para la una y era a las doce y media. —Darían lo mismo estas justificaciones suyas si hubiese cumplido en un comienzo. —Es que no pude ir a esa. — ¿Porqué? —Por un problema personal. — ¿Cuál? —Naaaaa.
Casi no se le escuchaba la voz. La sala permaneció en silencio por cinco segundos.
— ¿Cuál, pues?, levantó la voz el juez. —Me intoxiqué con unas pastillas. Estuve enfermo como tres días, por eso, poh. De ahí perdí el beneficio y no pude ir al otro. —¿Porque la micro se quedó en pana? — Sí, poh. —¿Y la otra orden de detención? —Es que tenía que trabajar en la feria. — Veo que usted a este tribunal lo tiene en gran consideración.
Por increíble que parezca, antes de que se declarara la “guerra” contra la piratería, países como Chile y otras excolonias, que bien entrado el siglo XIX no registraba ninguna librería en su capital, accedieron a buena parte de la cultura occidental a través de personas como Bastían. Eran momentos en los cuales la copia fue considerado un procedimiento legítimo para acceder al conocimiento. Para llegar al actual orden de las cosas, donde algunos cuentan con el permiso para el uso del conocimiento y otros aún enfrentan problemas incluso para su acceso, se ha desarrollado un régimen legal, la propiedad intelectual, que si bien se presenta como un intento de compensación a los creadores, en la práctica ha contribuido a perpetuar las desigualdades entre las personas y entre las naciones. No obstante, y en pos de nuestro desarrollo y sobrevivencia, junto a ese sistema ha convivido un circuito alternativo, dedicado a generar un montón de copias y formas de transmisión que esquivan lo legal. Porque la piratería existe, y emerge donde hay desigualdad.
Es cierto, toda historia tiene un origen. O, mejor dicho, a toda historia se le puede inventar un origen. La de Bastían comienza como la de un joven trabajador que buscaba terminar su educación media. Un joven que, sin lugar a duda, no fue un ladrón.
NOTAS
[1]. Rodrigo Fluxá. «Proceso y muerte de un vendedor pirata». Revista El Sábado (2011).
[2]. Alejandro Zambra. «Elogio de la fotocopia», en No Leer. (Santiago de Chile: Ediciones Universidad Diego Portales, 2010), p. 19.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com No soy un ladrón: La historia de Bastián Arriagada.
En COPIA O MUERTE, Giorgio Jackson Drago / Paula Espinoza Orcaistegui. octubre de 2019
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