Un libro de Rodrigo Fresán es siempre motivo para celebrar. Por la expansión de un universo extraordinario, sí, pero también porque deja la vara muy alta para todo lo que consideramos literatura. Pocos como él hacen de la lectura una experiencia así de viva y mutante, pocos como él refractan el lenguaje en tantos colores y ecos. Se trata de una obra que desafía a sus lectores pero que también regala una galaxia. Una que se escribe, se corrige y, al hacerlo, nos descubre nuevas formas de leer.
En El estilo de los elementos, Fresán construye a un personaje entrañable, Land, quien lo único que quiere en la vida es NO ser escritor. A él lo acompañamos por una misteriosa Ciudad I, durante su infancia, con irresponsables padres editores,desvaneciéndose, y mentores como César X Drill, autor del famoso cómic de La Evanauta. Una ciudad que se va oscureciendo por la violencia hasta dejarse atrás, junto con la primera biblioteca de ese niño lector, quien viajará rumbo al exilio a Ciudad II durante su adolescencia (y a nuevos libros que terminarán en llamas). Allí se verá atrapado en una "Gran Vaina" que lo tendrá leyendo en las escaleras de un centro comercial sin que sus padres se enteren. Allí también encontrará uno de esos amores inolvidables que se mantendrá como un nuevo eco en esta particular caja de resonancias que continuará en una Ciudad III, donde ya de adulto, contemplará una epidemia que se traga los recuerdos: NOME. Una palabra que irá infectando de a poco la novela, interrumpiendo y cambiando la historia (ahora lo ves, ahora no lo ves, ahora no sabes lo que está pasando pero WOW).
El estilo de los elementos trae de vuelta lo mejor del universo fresaniano (Drácula, la revelación del misterio de la Chica que caía en la piscina, Canciones Tristes; la intensidad de un relato de infancia como en Mantra o Historia argentina junto a reflexiones sobre la paternidad como en
Jardines de Kensington y diatribas y burlas sobre la industria editorial como en Las partes) agregando giros extraordinarios: una novela que se corrige y reescribe a medida que la leemos, como con el lápiz a dos colores (y marca NOME) que aparece en la portada, y que puede congeniar en su hechizo delicioso a San Agustín y Wittgenstein con el famoso manual Los elementos del estilo y el K-pop. Todo entre las idas y vueltas de unas cintas en las que se ha grabado el pasado y que se escuchan con devoción o miedo. Una verdadera bomba de tiempo que trae, en su tercer movimiento, sus propias instrucciones para desactivarse. Pero como todo en Fresán, no es lo que parece. Ni rojo ni azul: otra cosa. Los cables y unas tijeras, sí, pero la fascinación de que leer sea dudar, y desobedecer, y maravillarse para verlo explotar todo.
Fresán ha comentado que considera ésta su novela de fantasmas y que su anterior, Melvill, fue su novela de vampiros. Y, es cierto, tenemos voces que vienen desde el pasado para volver a pasar por el corazón-...de una grabadora. Del recuerdo al REC-uerdo. Si en Mantra los muertos repasaban sus vidas en televisores marca Sonby, aquí la voz de Land sobrevuela las páginas contradiciendo lo leído y por leer. Una voz que le permite desdoblarse, ahora convertido en ghostwriter (leemos: "Así, ahora, volviendo, yo soy el fantasma que habitará a Land en esa casa embrujada que también soy yo. Ambos unidos y agitando las mismas cadenas"). Como Herman, editando a su padre, en Melvill; como todo hijo reescribiendo a todo padre. Ni autoficción, ni autobiografía: otro monstruo. Nada de magdalenas ni baldosas desajustadas de Proust haciendo tropezar con el pasado: REC y PAUSE y PLAY (y NOME).
Podría decir que Rodrigo Fresán es dueño de un universo único pero sería fácil. Decir que El estilo de los elementos es su mejor libro pero todas sus obras, a su manera, son su mejor libro. La forma
perfecta de continuar con su universo. Desde esa esquina, ese ángulo, o bien esa avalancha o prisma sorprendente que refracta a la vida en tantas versiones y variaciones. Con cada nueva novela, Rodrigo Fresán nos ofrece la posibilidad de reencontramos con toda su obra y, al explicarnos sus procesos en esas páginas finales, continúa también su ficción por otros medios, reescribiéndose. Como una locomotora alimentada por el fuego de los libros que lo consumen. Una historia escrita por un escritor fantasma hecho también de los fantasmas de otros escritores que sobrevuelan las obras de todo gran autor que es un gran lector. Y Rodrigo Fresán es el mejor de todos. Una casa embrujada que encanta y se anticipa, a la manera de un jugador de ajedrez alucinado, a sus lectores y críticos. Está todo aquí y estaba todo antes, y Fresán -se le suele llamar "desbordado", pero ¿no es desbordarse también una forma mutante de la generosidad?- ofrece nuevos instrumentos para ver junto a la melancolía de una cinta que no deja de girar. Un mensaje (re) sonando en el fin del mundo (en todos los libros de Fresán el mundo se acaba, se está acabando, se acabó) a la manera de un Beckett con su Krapp's Last Tape
En su magistral última novela, Rodrigo Fresán construye una cámara de ecos y probablemente al narrador menos confiable de la historia de la literatura, con una voz fantasma que es también una voz grabada y ventrílocua, una novela/bomba que contiene su propio manual de instrucciones, para quedar claro que, como siempre, aquí se trata de leer en toda su maravilla y potencia, dejando que esa bomba estalle de las maneras más sorprendentes. Una novela de enorme inteligencia a la que no le falta nunca el corazón, que deslumbra a la vez que conmueve y que merece un lugar, ahí en lo más alto (donde debieran soplar los vientos marca Nobel) de una tierra que el propio autor anticipó en La parte recordada: Obranuestralandia.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Rodrigo Fresán: los elementos de un genio
"El estilo de los elementos", Random House, 2024, 720 páginas
Por María José Navia
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 14 de enero 2024