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Borges y Nabokov: Padres estériles

Por Rafael Gumucio
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 18 de Noviembre de 2005


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En cualquier biblioteca de un escritor medianamente culto latinoamericano están sus retratos. Son, sin lugar a dudas, dos de los más grandes escritores del siglo pasado. Dos de los más lúcidos, dos de los más placenteros. Lejos de cualquier utopía, ilusión o mentira marxista, freudiana, estructuralista, surrealista o existencialista, son escritores extremadamente cultos, pero también extremadamente populares. Nabokov se hizo famoso por un best seller semi pornográfico, Lolita, que es al mismo tiempo un juego literario de alto refinamento. Borges se expresó en ensayos cortos y cuentos breves extremadamente amenos, aunque invariablemente profundos.

Ambos son los guardianes de sus respectivas tradiciones, escritores serios, si los hay, que no tuvieron miedo —sino más bien una cierta fascinación— por los medios de prensa y la farandulización. Bajo toneladas de falsa modestia o de fingida severidad, Borges y Nabokov se entregaron por entero a la creación de su propio personaje. El ciego que lo ha leído todo, el entomólogo despatriado que juega tenis mientras traduce a Pushkín.

Bestias de espectáculos, Borges se prodigó en toda suerte de entrevistas y conferencias, complementando éstas su obra. Nabokov haría algo, a ojos de los puristas, aun más grave, editar un libro (corregido y anotado por él mismo) con sus propias entrevistas. La nostalgia por una literatura épica, despersonalizada, el amor por las máscaras y el odio por el freudianismo no impedirá que ambos escritores se pusieran a sí mismos, y a todas las versiones de sí mismos que les fue posible inventar, al centro de su obra.

Sus obras son grandes, su influencia, pienso algunas noches, es por eso mismo siniestra. Nadie en su sano juicio podría querer ser guiado por un ciego, y tener como patria a un despatriado. Borges y Nabokov son grandes por sus ausencias. Últimos naúfragos de sus respectivas clases sociales, nostálgicos de un Occidente que nunca existió (la Rusa zarista, la Argentina sarmentina), escriben con dulzura, con aparente sabiduría para vengarse y ser vengado.

Borges no ve, pero nos guía hacia su abismo de citas falsas y su ateísmo que tiene por dios la mayor de las simpatías y la más completa de las indiferencias. Nabokov nos guía hacia la moral del juego y el teatro de títeres. Ambos se aseguran que es imposible conocer las reglas del mundo, ni entrar en el alma de nadie, ni cambiar la sociedad, ni conservarla igual. Hijos de grandes burgueses liberales, han visto los horrores de la revolución carcomer a esos padres y a ellos mismos. Descreen y dudan para salvarse, con pasión. Intentan una y otra vez ser el Noé de sus respectivas arcas, pero descubren que todas las especies que han embarcado son imágenes de ellos mismos repetidas hasta el infinito.

Han hecho de su literatura respectivas fiestas para que los disparos parezcan petardos. Nos invitan todos a entrar a esta verdadera subasta de antiguallas, restos de muebles y estatuas, nuevas ruinas y antiguas novedades mezcladas, que ellos y sólo ellos saben vender y regalar.

Eternos hijos, escasos padres, no hay a su sombra nada más que frío y tiniebla y un poco de esnobismo. Porque Borges y Vladimir Nabokov limpian al lector, y más aun al discípulo, de la suciedad de la calle. Blanquean al mestizo, ayudan a hacer perdonar la pedantería.

De Borges y Nabokov sus actuales epígonos extraen las manías, escapándoseles la esencia. La cita metaliteraria, el amor a las máscaras irónicas. La ironía, la maldita ironía que descalifica lo que no conoce, las pinzas con que permiten tomar los objetos sin tocarlos. Hemos hecho de los pudores de Jorge Luis Borges un puritanismo al uso que nos permite no desnudarnos jamás. Hemos hecho de las mentiras de Nabokov nuestras verdades.

Largas novelas escritas bajo la peregrina idea borgiana de que la novela larga es una imposibilidad y una descortesía. Descreídas, decepcionadas por lo que no han experimentado. Ignorando poderosamente a Dostoievski, Freud o Marx, porque se equivocaron y nosotros, nosotros, gracias a Borges y Nabokov, ya no podemos, ya no sabemos equivocarnos.

Tanto acierto, sin certeza, tanto juego sin diversión por momento me marea y me asusta. Porque, aunque hemos conspirado todos para negarlo, la tierra gira, y seguimos detrás de los juegos literarios y de las bravuconadas escépticas teniendo hambre, sed.



 

 

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Borges y Nabokov: Padres estériles
Por Rafael Gumucio
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 18 de Noviembre de 2005