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“PARADEROS INICIALES” DE RAÚL HERNÁNDEZ
(La Calabaza del Diablo, 2008)
Por Cristian Cruz
A pesar de la dispersión y el caos en que suele residir la poesía actual chilena, digamos la escrita por los más jóvenes, aparecen estos poemas radicados definitivamente fuera de la ciudad. Apostamos por una vuelta, una necesaria estadía, como en las clínicas de sanación, para que estos paraderos iniciales se limpiaran de todo artefacto que no fueran los elementos olvidados por la escritura actual. Y no es que estemos en presencia de un refrito de lo llamado lárico, sino que, estamos a las puertas de un poeta que necesariamente ha debido reafirmarse en su condición de forastero de una aldea. Lo paradójico es que ese pequeño satélite en donde aún reinan los elementos esenciales, como el aire, la luz y el paisaje son rastrojos de la ciudad. El último bastión de simpleza de la urbe. Poemas que se desarrollan en San José de Maipo, y que de una u otra forma dan la espalda a lo urbano. Un revés a la modernidad, al ruido. Raúl Hernández se convierte en el forastero de estos parajes precordilleranos, a la manera de los poetas que regresaron a un lar perdido, el poeta adviene su condición de observador sobre los últimos estertores de simpleza de Santiago.
De este libro calmo, nacen las plazas, el crepúsculo, los camaradas del vino, el amor, la simpleza de desplazarse con la intención de la observación y el regreso. Acción que se permite en los lugares a trasmano como el Cajón del Maipo. Se puede decir que este gesto viene a restaurar en parte la mirada literaria de la joven poesía chilena, un libro sin estridencias, sin la pirueta del auto discurso que no tiene nada que decir.
Restos de niñez, retazos de la imagen olvidada son los soportes de estos Paraderos Iniciales de Raúl Hernández para quien la poesía se encuentra en un closet de residencial cuya estadía nos regresa la esperanza y el viaje.