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"Poemas
Cesantes" de Raúl Hernández
(La
Calabaza del Diablo, 2005)
POSTALES
DE UN AFÁSICO
Por
David Bustos
www.lanzallamas.com
Septiembre, 2006
Joaquín
Giannuzzi dice en su poética: No agregue. No distorsione./ No cambie/ la
música de lugar./ Poesía/ es lo que se está viendo.
Raúl
Hernández (1980) es gianuzziano, sin duda, sus Poemas Cesantes
( La Calabaza del Diablo, 2005) lo certifican, una escritura del que observa,
anota y borra, sobretodo borra, el resultado, poesía epigramática,
apuntes a medio terminar, postales de un sujeto que vagabundea por
un Santiago Centro que inunda de curriculum.
Este primer libro de Raúl
es de frecuencias breves, de escenas irresueltas, pero que concentran el vigor
de las instantáneas. Una poesía que desconfía de la abundancia
y el exceso y que se siente a sus anchas en la enunciación o el comentario.
¿Cuál es la gracia de este libro? Esa, creo, encontrar momentos
cotidianos de iluminación, poesía sin mediaciones, breve, balbuceante,
que nos acerca a un primer gesto, es como si asistiéramos junto al sujeto
poético a la reconstrucción de una vida citadina reuniendo uno a
uno esos fragmentos esparcidos en éstas páginas.
La literatura
fragmentaria ha tenido variadas formas: aforismos, máximas, apotegmas,
adagios, etc. El ejercicio es la rigurosa concentración.
Desde el
primer poema cuando a Hernández se le viene a la mente la idea de escribir
un texto, nuevo y original, pero no lo anota, asistimos a la invitación
de participar de ese fracaso cesante, cesar, retirarse, ceder. Luego pasan uno
a uno los poemas donde el olvido, lo tardío se hace presente mediante ese
ceder cesante. La idea de tomar apuntes, de subrayar fragmentos de una realidad
que parece siempre estar en otra parte: Tomas el lápiz/ y subrayas uno.
/ Es un trabajo sucio/ pero alguien tiene que hacerlo.
Hernández
sabe que escribir es también subrayar, que no es necesario hacer muchas
piruetas para avanzar en algo, porque en realidad no hay nada que alcanzar. Así
de pronto, con esa actitud de croquista que pasea, nos encontramos con este poema:
En el paradero 12 de Santa Rosa/ hay un perro muerto en la calle. / Sus ojos reflejan/
el anuncio de Copec. Iluminación, buen pulso para la fotografía,
hábil apuntador, todo eso lo acercan de alguna manera al credo de William
Carlos Williams: "No enfocar las ideas, sino las cosas".
Poemas
Cesantes marca una saludable diferencia entre los poemarios que se están
escribiendo hoy (me refiero a los llamados novísimos) y esa diferencia
es la sencillez, la lectura de la ciudad, no impostando una voz marginal, sino
más bien una escritura beat como la de un monje vagabundo con su cámara
el hombro, algo así como Richard Brautigan chileno, quizás más
afásico, pero no con menos talento.