Presentación de Caligari (Ripio Ediciones, 2010)
de Raúl Hernández
Por Felipe Cussen
(La Chascona, 10 de noviembre de 2010)
No sé de qué se trata esto. No sé de qué se trata este libro. No sé qué estoy haciendo aquí. No sé quién soy. Soy un sonámbulo. Los sonámbulos no leemos libros, y menos, libros de poesía, y menos, libros de poesía sobre sonámbulos, y menos libros de poesía sobre sonámbulos que aparecen en películas. Un libro de poesía no puede tratarse sobre un sonámbulo que aparece en una película.
Sí sé de qué se trata esto. No sé bien qué estoy haciendo aquí, pero creo que no soy un sonámbulo. Parece que soy un presentador. Si fuera un presentador, debería saber de qué estoy hablando. Sí sé de qué se trata este libro de poesía. Este libro de poesía se trata sobre un sonámbulo que aparece en una película. Se trata de Césare, el sonámbulo que protagoniza El gabinete del Doctor Caligari, de Robert Wiene. Pero se trata y no se trata de esta película. No se trata de la trama resumida. No se trata de una descripción de las escenas. No se trata de las impresiones de un espectador frente a la película. Se trata, más o menos, de la voz de Césare.
¿Cómo se escribe la voz de un sonámbulo? Se escribe de manera cortada, como un telegrama. Se evitan los artículos, se enumeran los objetos, los conectores no conectan. Las pausas se alargan, las frases no consiguen armarse. "Perdí la noción", dice el sonámbulo. ¿De qué? No responde. Dice "más buena" en vez de "mejor". Ocupa mal las palabras. "No quedan palabras", dice el sonámbulo, "Algo niega mi habla". Su habla se niega a sí misma, su voz sólo puede emerger como el fantasma de una voz.
¿Cómo suena la voz de un sonámbulo? Suena innecesariamente reiterativa, como si debiera convencerse a sí mismo: "Yo no mato/ no mato" También puede parecerse a un estribillo, pero no el de una canción de moda, sino una canción de muerte: "miras sin mirar/ hacia dentro/ sin latir// monstruo// miras sin mirar/ hacia afuera/ sin latir". En algunos momentos se producen sonoridades poco gratas al oído: "cosas/ cocidas con piel". "Cosas" es una muy mala elección de vocablo, hay tantas palabras mejores para reemplazar "cosas". Esta imprecisión es el resultado de un lenguaje que se ha empobrecido hasta convertirse en un murmullo. Un murmullo que quisiera explotar: "sólo soy/ ESTRUENDO" ¿Cómo se traduce este estruendo? Se traduce mal, como los subtítulos de una película falsificada. Su voz es la de una película muda. Un estruendo mudo.
¿Qué expresa este estruendo mudo?: "La verdad hecha trizas casas/ deformes". La deformidad de los decorados originales, sus dimensiones desbordadas, sus reflejos abismales, la iluminación tenebrosa, los enfoques exagerados, no son dibujados, no son explicados en estos versos. Estos versos representan esa deformidad en su sintaxis quebrada, en su imposible causalidad. ¿Qué expresa, entonces?: "mi voz/ hecha trizas". Su voz hecha trizas.
Este presentador, que parece sonámbulo, pero no lo es, valora especialmente cuando un autor toma un desvío, cuando desconfía de sus hallazgos, cuando renuncia a las herramientas que le han resultado útiles, cuando trabaja contra sí mismo. Cuando se enrolla, cuando se complica solo, cuando se le va la olla, cuando se va al chancho. Al autor de Caligari le ha ocurrido. Se ha despegado de aquel sujeto que había inventado para que escribiera poemas situados desde su propia perspectiva, que contara lo que él vivía y quería contar. Ha renunciado a escribir aquellos poemas breves, contenidos, muy bien construidos, y ha preferido experimentar con frases rotas. Ha preferido inventar algo distinto. Ha operado como un doctor loco que manipula las palabras hasta convertirlas en una legión de sonámbulos, que caminan sin dirección, que parecen vivos pero están muertos, que sólo entregan malas noticias.
Cuando a Raúl Hernández le preguntaron, en una entrevista, a qué le tenía miedo, respondió: "A que me despierten cuando estoy sonámbulo". Yo no soy un sonámbulo, soy un presentador. No soy un presentador, soy un robot.
* * *
Caligari de Raúl Hernández
(Ripio Ediciones, 2010)
Texto contratapa del libro
Andrés Anwandter
Holstenwall puede ser otro paradero inicial de Raúl Hernández. Un lugar con sus bares, clínicas y plazas, pero ajeno a la ciudad. El poeta, sin embargo, no asume esta vez la mirada del forastero, sino la de un par de enigmáticos personajes locales, Cesare y Caligari. Aunque es más bien poco lo que éstos perciben de sí mismos, ambos en un continuo estado crepuscular: sonámbulos o títeres, cada cual da sus propios palos de ciego, a través de escenarios grotescos, deformados, comparables a aquellos del expresionismo alemán. Sus voces buscan la complicidad del lector con crímenes que ellos mismos no se han visto cometer. O quizás sea solo el delirio de unos internos, inspirado en la famosa película de Robert Wiene. No es posible saberlo con certeza: Caligari es un libro en penumbras, que avanza a tanteos y ofrece, no obstante, un retrato lúcido de la lucha contra las propias sombras.