Abrir los ojos del sonámbulo
Presentación de Caligari (Ripio Ediciones, 2010) de Raúl Hernández
Por Jaime Pinos
(La Chascona, 10 de noviembre de 2010)
Holstenwall. La historia del Doctor y el sonámbulo; el circo; los crímenes. La realidad y el delirio, sus fronteras difusas. Pienso en el sentido de la cita. En cómo y porqué Caligari de Raúl Hernández propone releer una película convertida, a estas alturas, en relato mítico de la vanguardia y la modernidad.
Desde luego, la atmósfera expresionista de este texto me parece tremendamente actual, contemporánea. Todos vivimos en Holstenwall. Todos vivimos en una ciudad de sombras y perfiles cortantes como navajas. La escena de los crímenes que rodean o impactan, es mera cuestión de probabilidades, nuestras vidas cotidianas: Aún en este circo / mi obscena ciudad se asoma / como escarabajo dice Césare en el texto.
Caligari leído como remake expresionista. Una recreación poética de esa sensibilidad y esa estética, hoy. Este ángulo de lectura me parece interesante. Creo que, en el mismo sentido del expresionismo de inicios del siglo XX, este texto alegoriza el espíritu enfermo de la época. La alienación, el sinsentido de la existencia, la profunda soledad del individuo: He visto dormido / la verdad hecha trizas / casas / deformes / mi voz / hecha trizas dice el sonámbulo Césare.
La realidad que vivimos es presentada aquí como una película de terror o como una pesadilla. Las palabras del Doctor Caligari, sus impresiones al cerrar el libro, son elocuentes: De esta forma, he dejado de cavilar ante las escenas de pánico. He caminado por escaleras escindiendo de guantes y bastones. He rememorado las nubes y las calaveras, encontrado en lo profundo del terror, la escapada musical a la suciedad de los rincones. Fustigando al azar, al camaleón secreto de las pesadillas. El camaleón secreto de las pesadillas. Una imagen poderosa para nombrar la diversidad de formas que puede revestir el mal en una cultura donde, como dice Debord, lo verdadero ha llegado a ser tan sólo un momento de lo falso.
Otra coordenada de interpretación es la mirada. Una dimensión abordada en los trabajos anteriores de Raúl Hernández. Sin ir más lejos, su último libro se titula Polaroid y recientemente, animó un taller explorando las vinculaciones entre escritura y fotografía. El influjo de la poesía de Gonzalo Millán es evidente a este respecto. La mirada en vez de la voz. Una mirada que busca el distanciamiento como ejercicio para aguzar la vista. Una poesía que busca observar y observarse, algo nada trivial tratándose del más engañoso de los sentidos: una mirada neutral, no importa quien mira, importa la visión (...) Me atrae esto, me esfuerzo conscientemente para alcanzar este tipo de mirada acerca de mí, de los demás, del mundo dice Millán en una entrevista.
En Caligari, quien mira es el sonámbulo. Las referencias a lo que ven los ojos de Césare cruzan todo el texto: mira mis ojos / son desértica estrella / nauseabunda razón / en equívoco. Y en otro poema, la pregunta: Qué te dicen mis ojos. La respuesta es nada. La respuesta es el vacío: No veo / estoy ciego de perfil / de muralla / de bares vengativos / no veo / caigo de espaldas / como un caballo / del barranco / caigo / como un idiota sonámbulo. Respecto a esto, a la mirada vacía de Césare y su valor metafórico, se me vienen a la mente estos versos de Enrique Lihn en A partir de Manhattan : En eso de mirar hay un peligro inútil. / Fuera de que no hay nada que ver en la mirada. En algún sentido, Caligari nos enfrenta a nuestra propia condición sonambulezca. Habitantes de un mundo saturado de imágenes, donde la apariencia suplanta cada día a la experiencia. Donde hemos sido convertidos en sonámbulos ciegos como Césare. Pay per view, nos dice la sociedad espectacular, siempre dispuesta a sumergirnos en el flujo torrentoso de sus imágenes vacías. Fotogramas inconexos sucediéndose unos a otros a tal velocidad que se hace imposible la verdadera observación, que algo se fije en la retina.
Finalmente, me gustaría señalar el trabajo con el silencio que caracteriza la escritura de Raúl Hernández. A este respecto, me parece indicativo que el material de base para este texto sea una película muda. Ya todos se han ido a sus casas / en las alcantarillas sucumbo / las estrellas también sucumben / en el sarcófago tieso / de palos / ya vengo / la delicia también sucumbe / y no quedan palabras dice Césare. Comparto la impresión del progresivo agotamiento de las palabras en el contexto actual. La necesidad de hacer silencio para ver más claramente. Claridad en el sentido de silencio, como quería George Oppen.
Celebro la aparición de Caligari como un momento interesante y sugestivo en la evolución literaria de Raúl Hernández cuya trayectoria sigo desde Poemas Cesantes. Libros como este nos recuerdan que la poesía está para despertarnos del sonambulismo individual y colectivo que se pretende imponernos. Que la poesía se escribe para abrir los ojos. Aún en medio de toda esta oscuridad. Como escribió Millán en los versos finales de La Ciudad: Y después de ir con los ojos cerrados / Por la oscuridad que nos lleva. / Abrir los ojos y ver la oscuridad que nos lleva.
Valparaíso. Noviembre de 2010