
         
        UNA VOZ EN  LA INTEMPERIE
            Restos, poesía de Raúl Heraud
        Por Willy  Gómez Migliaro
        
        La expresión ata y de-sata un campo real, y las cosas no  son las que creemos, aunque corramos el velo de otro misterio al acto y todo  vuelva a su pretendida oscuridad; o ¿debo decir que las impresiones rayan en  verdad porque hay desquicia y golpe? Se trate de nombres o actos que descarnen,  se trate de las vociferas detrás de un cerebro o una espalda de noche como  lámparas, lo cierto es, creo, que la expresión reclama y la impresión nos  delata. Entonces, ya hipócritas o paganos; estúpidos o reacios; paranoicos o  empepados; alcohólicos o cocainómanos, lo cierto es que las repulsiones son  actos y visiones de quien ha hecho, también, de sus cortes o brazo estirado, el  mapa de nuestro infierno y el diagnóstico de nuestra enfermedad. 
          
          Y ya no tratamos con malditos, ni santos, y menos, con  iluminados; tratamos con voces que no dicen sino de esta agua no he de beber; tratamos la claridad real. 
        Así se lee Restos de Raúl Heraud, así he sentido la construcción de sus cantos, por momentos, de  rabia y alucinación; de calles y prisiones; de palabras y otros signos  descompuestos, pero sobre todo, de espasmos físicos y nuevos cortes que  permiten entender escrituras tensas en una intersección de avenidas y rincones;  en suma, una obra como barco ebrio.
        Pero veamos algunas aclaraciones. La obra se abre con una  cita del rabioso Artaud, signo de alberca en las calles o mente de las  asociaciones: “Crear es una agonía y una espantosa  sofocación, un martirio y un deber sin ninguna alegría para uno mismo excepto  las gracias y eso es todo” Es clara la insatisfacción del peso de palabras al  saber que no eres el que escribe o eres el que sigue en la intemperie porque el  acto de la escritura, digámoslo ya, de la creación se torna doloroso y  desconocido. No soy el rompimiento de este mundo, sino del otro pareciera  decirnos una voz histérica, y cuánta razón; he ahí el Tercer Mundo como una expropiación de aquí dentro y de lo real allá  fuera de lo imaginario. 
        Los  espacios o campos se abren paso a la renunciación de una vida que fue estampa y  pesadilla. Vuelta a la otra margen, al suicide  Streep de restos limpios para saciar el hambre de muerte donde una voz nos  dice: “En suicide street nadie cree en milagros / Solo en un ave negra que  vuela melancólica / Sobre estas estatuas de sal” Gran paseo por la ciudad  creada que paraliza por sus edificaciones inútiles. Entonces, de nuevo la voz  sumergida: “Donde agonizo a las doce / Única manera de hacerme eterno esta  noche” Y las preguntas serían: ¿Para qué? ¿Para buscar las contrastes de  identidad y reconocimiento del otro? ¿Para seguir los procesos de  transformación de uno que no es sino poseído? ¿Para sabernos marcas  registradas? La huida del monstruo “Envuelto en ese aire culpable con sello made in Perú / cruza la acera por temor a ser alcanzado” Y es tocado profundamente  “Por los ojos de aquella vanidad ultra moderna”. 
          
          Luego  el amor, otra creación insurrecta donde cree vencer a la muerte ya fantasma  lloroso, ya cuerpo en otro cuerpo en ruinas. El amor de un libre desgraciado en  la profanación de su cuerpo enamorado en otro cuerpo enamorado. 
          
          El  poema vuelve, entonces como un campo de acción   específico al dolor. El poema es la materia y su cuerpo irresistible no  solo en el sueño, sino en la posesión, hasta que alguien o él mismo a  través de sus cantos constantes apacigüe su  propia desesperación. 
        Giros  aberrantes al estilo del chico patético Leopoldo Panero, pero visión particular  la de plantearse la negación y el cuestionamiento. Lenguaje de nervios y  vísceras, lenguaje como golpes cuando des-hace el hogar de la familia y,  finalmente, la escena prima que limpia o exorciza. 
        Raúl  Heraud logra develar pesadilla tras pesadilla en un acto político. Restos se  nos presenta como una performance, como un teatro descarnado de nuestro  tránsito, y hay fe y movimiento cuando somos llevados por el paroxismo de voces  distintas a conocer nuestros desengaños. 
        Bar  Queirolo, agosto 2011