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        Por Raúl  Heraud
          
        
        La poesía muchas veces se convierte para quien  lo escribe en gracia divina y otras en una incurable maldición, un laberinto  sin salida desde donde el poeta vive elucubrando toda clase de estrategias y  artimañas intentando vencer el terror a la página en blanco. Vencer o ser  vencido, lo mismo da, el hecho es sobrevivir al poema o morir en él. Así lo  entiende César Pineda Quilca quien a través de “EL ARRIBO DE UN ÉXTASIS VIOLENTO” hace su aparición en el parnaso literario peruano. Sabe que le ha tomado muchas  lunas llegar hasta aquí, se ha extraviado tantas noches en el empeño de dar luz  a estos versos, ha claudicado en el intento y   maldecido a todos los dioses por llevar en la piel el fuego de la  poesía, sin embargo, el poeta persiste en la palabra, se aferra a su creación  como a la vida misma.
        El libro está dividido en tres partes. En el  primer apartado, UN ABISMO DE LUZ, los poemas corresponden a una etapa donde  César explora en el amor y en la poesía visual. El objeto imaginario del poeta  se proyecta aquí como un fetiche, como un acto carnal no concluido. Se presenta  en forma de mujer, como un dolor existente o irreal. ¿Es acaso este amor  imaginado el primer intento de acercarse al texto, de habitarlo, de hacerse dueño  de una voz poética?
        
        
          
            Amo la blanca  piel de una mujer hecha pedazos
              Amo el hálito apretado de su sombra en un rincón cariñoso de esta ciudad
              Amo el amor puro y destrozado de su ojo llanto lastimado
            
          
        
        En CANTO FUGITIVO DE UNA SOMBRA  LUMINOSA encontramos a un poeta que dialoga con él mismo, de manera coloquial y  sin pretensiones lingüísticas. Más bien nos muestra a un sujeto poético que se  acerca más a la realidad que a la ficción, a la confesión sincera, como si  fuera un reo. El poeta de rodillas ante el lector muestra con la más absoluta  naturalidad sus constantes desengaños ante un amor no correspondido. ¿Será  acaso este mal amor una representación simbólica de sus derrotas literarias?  Las dudas y temores que lo arrojan a escribir estos versos dan la sensación del  salto al vacío. Frente a esto Pineda no cede ante las dificultades que plantea  el ejercicio de la escritura. Pergeñar un buen poema es como enfrentarse a  un  monstruo de siete cabezas. Eso lo  tiene claro el poeta quien escribe con la madurez y el desparpajo de quien  tiene en su haber varios libros encima. Entonces planteamos aquí nuestra  pregunta ¿Es a una mujer o a la poesía misma a quien César le dedica estas  páginas llenas de desengaño, de tristeza, de amor, de cansancio y  desesperación?
        
        
          
            Todo poema
              No es más que una sombra
              Que nos per/sigue a todas partes.
            Una
                  Puerta oculta.
            A veces
                  Nuestra única salida.
            
          
        
        La lucha del poeta se encuentra en  el intento por sacudirse del miedo al fracaso, del horror a no ser, de la  muerte literaria. Por eso los poemas (si bien son breves, dicen lo que otros no  dijeron en extensos textos) hablan de su a veces díscola relación con la  poesía. Queriéndolo o no, el libro se vuelve en él una obsesión. El poema es  aquí una montaña a la que hay que conquistar a cómo de lugar. Por eso, con la  desfachatez de su juventud, a César le basta y le sobra apenas unas cuantas  estrofas para hacernos sentir su voz donde la simplicidad y contundencia de los  textos impresionan. Sin embargo, como diría Leopoldo María Panero, es duro el trabajo  de la poesía, esto, como en todo acto que involucre jugarse la vida, afecta al  escritor, le produce pérdidas, bajas que está dispuesto a lamentar siempre.
        
        
          
            Ya es hora 
              De quitarme la máscara
              De ser 
              Aquel loco moribundo 
              Que persigue 
              A todas luces y a toda costa tu belleza
              De no vivir tranquilamente 
              Como cualquier hombre 
              Soñando 
              En qué momento 
              Escribo este poema.
            
          
        
        Los poemas poseen también ese toque  irónico, ese sabor personal de un habitante de las noches limeñas, saben a  criollada, a esquina, a barrio, a chifa de Ate, a música vernacular, a  trasnochada, a jirón. Por eso César sabe reírse de sí mismo, de su desgracia,  de su suerte muchas veces algo torcida, porque a punta de calle aprendió a  transformar lo trágico en una simple anécdota. El poeta además tiene que ser  ladino y estos poemas poseen también este ingrediente, esta hierba que no se  vende en la bodega y que no se encuentra en todos los escritores.
        
        
          
            Solo 
              He venido a ver 
              En qué situación se encuentra mi tragedia.
            
          
        Y
        
          
            Leo un poema 
              Y estiro 
              Mi mano 
              Como un mendigo.
            
            
        
        En RESCATANDO LA LUMBRE el discurso es el  mismo: la encarnizada batalla entre él (ser humano, hombre, profesor, poeta) y  el texto (léase poema). Las dificultades y peripecias que tiene que vivir el  transeúnte, el sujeto social, el animal pensante se estrellan frente a los  reclamos dentro un mundo hostil que convierte al hombre en un número. El poeta  es para el mundo real una ecuación que da como resultado 0 (cero), apenas un  triste nombre, una gris figura que no corresponde a estos tiempos modernos, una  palabra que hoy no significa nada. Los poetas somos semidioses diría, alguna  vez, Enrique Verástegui e inmediatamente acotaría desencantado, pero solo entre  nosotros.
        
        
          
            Ya no pienso 
                                       escribir.
            Por escribir 
                                          uno se enferma.
            
          
        
        Ezra Pound decía que el poema  comienza a morir cuando se aleja de su música. Los poemas de César Pineda  poseen una música especial que proviene del alma. Suenan como una música nueva  de tambores, de arpas y guitarras eléctricas, suenan como el tráfico cerca al  grifo Tokio, como la estridente chicha que sale de una mototaxi y que recoge un  pasajero a media cuadra del paradero Tagore, como los violentos latidos de su  buen corazón no esconden nada, solo dicen, y muchas veces en poesía, y sobre  todo, en la vida, decir, es suficiente.
        
        
          
            Alguien 
              Ha dejado regado 
              Su tristeza sobre mi puerta.
            
          
        
        No sé si César Pineda pueda superar el debut  auspicioso de este muy buen poemario, no sé si tampoco vuelva a escribir un  libro fugazmente como lo hizo con la mayoría de estos textos, casi de manera  demoníaca, solo en una semana y media, en una especie de trance. Lo cierto es  que todos los que conocemos al poeta sabemos la importancia que tiene para él  publicar por primera vez su poesía y entregar al lector sus textos como quien  entrega parte de su alma. Esperamos que quien lea estas páginas pueda entender  que tras la palabra poesía se esconde un significado aún mayor que involucra:  años, vida, corazón, pasión, sentimiento, creación, y sobre todo, amor por ese  “extraño oficio” que le otorga sentido a las palabras.
                                           La Molina, 22 de junio 2011