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          “Estética de la  lluvia” de Raúl Hernández
        Por Elvira Hernández
         
         
         
 
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        Este libro (que se está presentando) busca también su  rincón; lo busca entre todo aquello que se escribe en poesía hoy y que presenta  una variedad ampliamente desplegada. No en vano la posmodernidad es una señora  gorda, escribió en un poema, hace 25 años atrás, Susana Villalba. En estas  sobreabundancias que nos enmarcan no hay ya restricciones ni hegemonías en lo  que pudiera tocarse poéticamente; al contrario, la proliferación de opciones  que tiene quien escribe para sumergirse es tanto un abismo como un cajón de  sastre, pero sea lo que sea lo que está marcando estos poemas y que los vendedores  de época quisieran etiquetar de mercancía, no es posible pasar por alto que es  un tiempo omniabarcador el que tiró sus redes y que ahora cree poder cosechar.
        Inserto en este panorama, Raúl Hernández no intentó  bucear por ese lado. Cualesquiera que hayan sido sus experiencias con la teoría  globalizada, me parece que ha ido en otra dirección que no fue la cantada  posmoderna sino la que él amalgamó. Lo digo por el destilado de melancolía con  que impregna sus páginas, rumbo que no le habrá sido fácil de seguir, aun  cuando este haya sido el mismo perseguido; pues, estas direcciones genuinas son  las más elusivas, sobre todo si permiten a los poetas emitir sus más seguras -  e inseguras por lo propias – señales. No obstante, son las únicas que se pueden  considerar legítimas. 
        Raúl Hernández ha tomado, entonces, el riesgo de volver  sobre sus pasos pero no por involución sino por avance. Es un trayecto en el  que se reconoce, se fortalece, se corrige y en el que ya habrá visto su camino  de perfección. Ahí también lo reconocemos nosotros, emergiendo del legado que  le entrega la poesía chilena, aquella más apegada al suelo. Las voces de  Teillier, Rolando Cárdenas, Omar Lara, Efraín Barquero y Gonzalo Millán me  parece que lo han rozado con el desarraigo humano y la destrucción de los  espacios, que Raúl recoge en un pedazo de ciudad, donde las vidas pasan y caen  como cae en silencio la llovizna.
        “Estética de la lluvia”, su libro, abre su espacio en ese  pedazo de ciudad que llamamos barrio, que a penas sobrevive y que es opuesto a  la urbe que con su maquinaria, sus torres y mecanismos llamados “inteligentes”  lo bordean e interprenden. El barrio, aquel al que se refiere, es todavía un  lugar apegado a la tierra, al barro, a la esquina, al bandejón, al pie; a una  traslación afín a la extremidad humana, al trashumar de los cuerpos y sus  objetos empapados de vida, lluvia y alcohol, tal es la dureza de aquello que  hospeda. El mapa de sus calles se extienden en los poemas, las cascarillas de  sus nombres revelan por un momento lo que son: la orfandad en Huérfanos, por  ejemplo, o un paraguas degradado a escoba barrendera para una vía – Almirante  Barroso - que ha perdido su almirantazgo, o bien, la confesión de una  subjetividad remecida: “soy una espera frágil”, en el poema titulado Libertad. 
        Me detengo por último para acentuar la expresión  “estética de la lluvia” – prisma para el que lee, pincelada para el que escribe  – pues me parece que es algo más que un buen título. Creo que es expresión  clave y señuelo de estos poemas que nos permiten identificar marcas, énfasis,  apropiaciones y localizaciones subrayadas con las imágenes de esa agua que  viene de arriba y que cubre con su pátina líquida, lo de abajo, ese paisaje  siempre en tránsito, cambiante, pasajero. Porque como dice Joubert “los lugares  mueren como los hombres aunque parezca que subsisten”. Algo de eso, si no su  piedra angular son estos poemas, memoria de un momento.