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          Por Willy Gómez Migliaro
         
        
          
          
           
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        Raúl Heraud viene, desde hace algún tiempo,  marcando una poética neo expresionista, por decir un término, escritura que se caracteriza por su  agresividad, sus descarnados temas, la forma en que estos son tratados y el uso  de imágenes fácilmente reconocibles como el cuerpo humano y todos sus espacios  por donde transita; pero no solo es descarnada visión del sufrimiento; hay en  las construcciones de Raúl Hearud, una preocupación por romper la trama de su  propia tragedia y la de nosotros mismos para convertir su escritura en un campo  de las prefiguraciones del nuevo ser.
        En La  piedra elemental, la ciudad es el escenario donde la voz poética se alza  desde su propio vestíbulo del infierno en la construcción de su epifanía. Nada  sino la destrucción del YO para emerger a ese amor o comunión del ser que debe  compasión a su propia muerte, pero también a su profano y espiritual acto de  libertad. La piedra es, entonces, el símbolo de la fortaleza y se constituye en  un vestigio desde donde el génesis de la destrucción da comienzo al canto que  empieza con el ritual de la sepultura:
        
          No  tengo a dónde ir, vivo en un mundo de sombras; aquí dejo mis
              huesos para que puedan darles  sagrada sepultura. 
          
        La  piedra elemental de Raúl Heraud consta de tres partes, se  abre el primer cantar con la Piedra  blanca y nos dice:
        
          Esta  mañana me senté a la mesa buscándome a mí mismo, encontré
              algo parecido a mí que flotaba  en una taza de té, ahogando sus culpas 
          
        Una expiación de nuestros modelos a seguir  y que abre su lenguaje y devela un ser que no convive sino con el dolor después  de la mirada.
          
          El tránsito hacia la desolación nos espera  mientras recorremos este canto de amor cuya existencia es un dominio de  violencia, muerte y resurrección:
        
          Muchacha  la muerte no existe, abrazada a este cadáver estás segura
                que  nadie puede quitarte el derecho de creerlo así, la muerte es una
                palabra  hueca, un animal inofensivo, un discurso Lacaniano; dos
              almas condenadas son capaces de  derrotar a dios…
          
        Y en esa búsqueda de salvación del cuerpo y  el amor como creación, los desplazamientos de un nuevo mito o encuentro de  prefigurar su propia existencia:
        
          Amor  es una palabra que jamás
              supe  pronunciar.
              yo  soy ojo de perro negro, estrella del rock and roll, lengua de fuego,
              rimackullaiki  triste.
          
        Piedra  blanca es, entonces, una condenación, el río del dolor  y la purificación que no sabemos si es redención o muerte, pero en la  construcción de su propio mito, algo-alguien sucumbe. Y mientras avanzamos en  esta desdicha épica nos adentramos a la  Piedra salvaje, un campo santo, un reposo  angustiante del cuerpo, su velatorio y su regreso al confesionario para  anunciar las deformaciones del ser, su extraña composición, y nos dice:
        
          Este lugar es un inmenso  cementerio en el que jugamos a salir vivos
          
        Pero en la Piedra salvaje se desdibuja también otro infierno, el de la duda  ante la vida misma, su negación al regreso, y es la imagen de un lázaro quien  nos envuelve en ese retorno:
        
                        porque  tú cuidaste de mí como a un resucitado
                como  a un muerto nacido otra vez
                a  la vida
                                                          El  hombre elefante 
          
              Lázaro  levántate sal del sepulcro bebe de esta agua maldita
                vístete  con el cuerpo que abandonaste esta mañana
                y  su sombra es apenas un busto que otro hombre llora
                y  que como tú, reza para que la vida deje de ser un espejismo
                un  libro sagrado de farsas
              donde  un triste hombre muere y resucita para nadie 
          
        La Piedra salvaje, es  pues, el comienzo de otra destrucción, pero  el de la fe después del regreso promisorio en el que la resurrección es un  estado de desconfianza e esquizofrenia o una alteración de los sentidos para el  soporte físico de la realidad: 
        
          Cuesta  abajo en el sendero de la calavera
            no  escucharé llantos de mujeres ni vendrán putas golpeándose el pecho
            solo  habrá una lápida sin nombre a la que vendré a llorar yo mismo.
            Muerte y decapitación de un hombre sin fe
                                                                Dead man walking
          
        En la Piedra  ensangrentada, finalmente, el drama resuelve los conflictos y contradicciones  ante la muerte y la resurrección. Una despedida a las hordas es la reafirmación  del estado de penuria en que se encuentra la voz poética, estado que transforma  el devenir de su propio fracaso para enfrentarse a lo real, desde donde un  canto de amor envuelve a los sentidos y atrae al cuerpo a su movimiento de  exaltación erótica, y por lo tanto, de satisfacción.
        La  piedra elemental de Raúl Heraud es un tránsito hacia la  construcción de la vida nueva, en ella la muerte, la resurrección y el amor  están representados por un infierno o tragedia moderna que no es sino el de las  lamentaciones de un hombre en busca de su propia fe. Raúl ha construido, pues,  los procesos de un drama que subyace en lo real y que ha sabido de-velarla.
        Centro de Lima 
          Julio de 2013.