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“El arte vendrá después/ Si es que es necesario que venga”
Sobre Carahue es China, de Ricardo Herrera Alarcón
Editorial Bogavantes 2016.
Por Felipe Caro Pérez
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Leer a Ricardo Herrera Alarcón es esperar recibir el primer golpe en una pelea donde se reconoce la destreza del contrincante. Importa seguir el juego de pies, la danza de quien trae a cuestas todas sus verdades o incertidumbres, que vienen a ser lo mismo.
A cada paso, con cada palabra, se irrumpe en lugares inimaginables de donde no hay regreso, sólo la terquedad de avanzar. Queda la esperanza de confundirse con otro habitante de la ciudad, aunque sea inútil la tarea. No importa que achinemos nuestros ojos en los bares, que seamos otro trabajador cansado, el familiar de alguien o a quien se ubica de vista; nada de eso importa cuando el camino es distinto: “Creo que nadie más siente el color como yo / Pero me demoro tanto / Ese es mi problema“.
Carahue es China es un libro que pone como centro a la literatura, porque hay temas que “No resisten (no permiten) / Cantos o poemas sin sentido”. Es un llamado de alerta sobre lo que la literatura es, el lugar del poeta y su vida, como en ese hermoso poema dedicado a John Berger y Guillermo Riedemann que finaliza con los versos: “Y se trataba / también / De esa promesa formulada hace treinta años / La promesa de escribir y escribir todos los días / Y de no pensar en otra cosa / Hasta el día de tu muerte”. Bien lo sabe Ricardo: la vida de un escritor es alejarse del resto para escribir, no llamar la atención, pulir el verso y pulirlo otra vez. No importa mucho quién escribe un poema, puede ser el viento. Lo que se agradece es que sea un buen poema cuando no se encuentran las palabras, porque al final “un poema se escribe solo”: “Lo que verdaderamente importa / —A esta altura del partido— / Es cuanto a nuestro alrededor / Se hace faro o se hace lámpara”.
También en el texto se halla una crítica al canon literario, un desdén por la clasificación, categorización y valorización de escritores o tipos de poesía. Son los mismos escritores que dan forma a la revolución cultural o al comité que traza las directrices de lo permitido y a perseguir: “Ahí yacen los cráneos de miles, millones de comunistas chinos /Que traicionaron al partido y la revolución / Por el gusto del arte sin sentido / Por escribir, esculpir, pintar, hacer música / De sus pequeñas miserias personales”.
Otro elemento que me llamó la atención son los discursos políticos (“Cómo resistí no lo sé / Pero aquí estoy / Con mi remera de mao desteñida / Y la ventana abierta / Mirando la luna”) llevados a un lugar pre-ideológico donde nos muestra los deseos o sueños de una lucha social enfrentada al panorama triste de movimientos sociales revolucionarios ligados a partidos en la actualidad: “Eso era yo dentro de la gran construcción / Un remolino de papel, un molino de viento a escala que se prendía para secar tu pelo / Y se apagaba para poder abrazarte con todas mis aspas“.
Herrera nos entrega un hablante frágil, con un dejo de derrota a nivel mayor: “Y la botella en mi chaqueta no lleva dentro ideología alguna / Para esta noche“. Pero aguanta todo este abandono ideológico con un discurso cínico que hace frente al sistema, utilizando al personaje del borracho como agente transformador de la realidad, la subversión de la locura: “El infierno artificial del alcohol crea una ciudad paralela, una ciudad subterránea o subacuática, donde Carahue es China, Barcelona, Alejandría, París o Namur.”
El humor es otra de las claves de este discurso poético, con el que juega descendiendo idolatrías, describiendo el ambiente literario o enfrentando su vida: “La gente que no lee me parece sospechosa / Pero la que lee me parece más sospechosa aún / La gente que anda con libros bajo el brazo / En trenes subterráneos o buses / Y habla citando a Ka a Ce a Eme”.
El libro posee un poema, “Descarto por ahora moverme de la silla”, que destaca esta habilidad de Ricardo de entender cómo se construye un proyecto poético, elaborando un discurso metapoético aún mayor al que venía trabajando: “Te cuento algo de mi vida? / Yo escribía poemas sociales (…)/ Dejé la cosa social y me volqué al paisaje / Dejé la idea de una patria. De un lugar que habitar. / Y escribí Carahue es China. / Un libro que sale volando y que ahora entra a un túnel / Ahora pasa por afuera de un bosque / Debo saltar, debo usar zancos, debo subir una duna, un cerro para escribir mi libro / O sujetarlo al hilo curado: El libro volantín pastoreando allá arriba / Junto a unas ovejas recién creadas”.
Carahue es China es un libro que piensa la poesía desde sí misma y la propone como una estética discursiva que se ha venido fundando hace tiempo en el proyecto del autor. Si algo he de decir luego de su lectura, es que la poesía no es funcional ni para un Estado ni un grupo ni siquiera para quien la lee. Es una trinchera de resistencia para quien la escribe, de su fragilidad enfrentando el mundo: “Soñar que alguien me abraza / Pensar que lo escribe el viento”.