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La piedra elemental de Raul Heraud
Róger Santiváñez
Ruta 309. Philaldelfia, USA.
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Lo que encuentro en La piedra elemental de Raúl Heraud (Lima, 1970) es una gran honestidad intelectual, aunada a una praxis poética que cuestiona el orden establecido y también las supuestas vanguardias que desean transformarlo. Podría decirse que su propuesta es de corte anarquista y –en este sentido- Heraud es fiel a la base ideológica de toda verdadera ars poeticae. Su cuestionamiento es radical, incluso contra sí mismo; y es –simultáneamente- un testimonio de la situación histórico-social que vivió la juventud en el Perú de los terribles años 90. Porque entre la confusión, la muerte y la desidentidad psíquica se alza la vocación de este poeta cuya única salvación parece ser el amor, aunque sea “una palabra que jamás supe pronunciar” –como leemos en una de las prosas poéticas o poemas en prosa (más vallejiano) que conforman buena parte del volumen. Killa wañuy, rock & roll, Amaru enemigo de su propio rumor –tal quiso Lezama Lima- . Poseso sin remedio, dueño del enfermo edén, falso autor de sus versos, Raúl Heraud se juega el todo por el todo en La piedra elemental y sale airoso, como los ángeles que asesina y la muerte a la que le hace el amor. Es decir: Pura vida.
Cuesta abajo en el sendero de la calavera
donde la vida es una maldición que los hombres soportan
un ángel apareció entre la mierda
besó los esperpentos a pesar de estar condenados
los amó aun sabiendo que el amor nada podia
el ángel lavó con vinagre mis heridas
posó sus alas y su viejo cuerno
sobre mis ojos de sapo disecado
nos habló sobre hombres que destejen sus vidas
abandonándolas como trapos inservibles
como raídos envoltorios huecos
todos guardamos silencio por vergüenza
lloramos en vano ante las entrañas de Sísifo
nada de lo que hicimos valió nuestra salvación
fuimos lanceados y apedreados
expulsados de la vida por hombres de fe
ante la llegada de la muerte
dios fue una piedra que tuve que cargar inútilmente
mañana después de mi decapitación
mi cuerpo será incendiado y arrojado a los perros
no escucharé llantos de mujeres ni vendrán putas golpeándose el
pecho
solo habrá una lapida sin nombre a la que vendré a llorar yo mismo..