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Presentación de “El cielo ideal”, de Ricardo Herrera Alarcón
Feria del libro Neuquén 2014 (2/11/14)

Por Tomás Watkins


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Ricardo Herrera Alarcón nació en Temuco, Chile, en 1969. Estudió Castellano en la Universidad Austral de Valdivia y Ciencias de la comunicación en la Universidad de la Frontera de su ciudad natal. Entre los libros que ha publicado se encuentran: Delirium Tremens (2001), Bar: Antología poética chilena (en coautoría con Cristián Cruz, 2005) y Sendas perdidas y encontradas (2007). Este último texto fue galardonado en 2008 con el premio Mejores Obras Literarias, categoría Poesía. También ha recibido en dos ocasiones (2007 y 2011) la beca de creación literaria que entrega el Consejo del Libro y la Lectura de nuestro vecino país trasandino.

“El cielo ideal”, su tercera obra y la razón que nos convoca, fue publicado por la prestigiosa editorial chilena LOM en 2013. El derrotero comienza con una cita de la obra “Auto de fe” del escritor alemán y premio nobel de literatura Elías Canetti, cita que de varias formas propone estructura a lo que está por venir. El cielo ideal, de acuerdo con las palabras de Canetti pero atendiendo a lo dispuesto por Herrera, es gris, de nubes sucias y turbias, como el techo de cierto bar galáctico y terrenal que a pesar de todo deja entrever colillas de estrellas muertas hace mucho. La luz de las estrellas es agridulce y nostálgica como todo buen recuerdo. De las mesas del bar asciende humo de distintos tipos que encanece aun más el ambiente, y de a poco una voz comienza a imponerse con abundante claridad, menos para entretener a los parroquianos que para manifestar existencia, tampoco para seducir a damas de cuerpo presente o, por defecto, a sus fantasmas. Sin fantasmas, uno es nada.

La voz de “El cielo ideal” se deja ver en logrados poemas construidos en verso libre, en gran parte de arte mayor y musicales, cuya lectura propone dar un salto alto y con garrocha. Autónomos pero vinculados por relaciones de estilo y de sentido, los textos traen al oído reverberaciones del viejo automatismo surrealista, aunque lejos están de anquilosarse en el terreno de una discusión sobre formas o apuestas compositivas. Van más allá: a mis oídos la voz se manifiesta de a ratos con la rebelde libertad del italiano Dino Campana, de a ratos con las letanías y nostalgias del cordobés (de Argentina, no de Andalucía) Alberto Mazzocchi. En efecto, Herrera posee la capacidad de utilizar registros disímiles incluso en un mismo poema (tanto en el “Cielo ideal” como en sus obras anteriores), y el poeta puede jactarse de salir ileso de tal ordalía. En este concierto plural y emotivo también se da cita la cámara rápida de Cendrars oteando horizontes de agua y de vegetación, confiando en la duda y en que todo va dejando marcas, ojo clínicamente subjetivo también al servicio de la cinematografía: la imagen, sabemos, es común a todas las artes. Y la lluvia siempre, porque cae o porque deja de caer sobre las dimensiones de una antipoesía tan poética como desencantada, pura e impura a la vez.

De “El cielo ideal” se han escrito ya varias reseñas pletóricas de admiración y de análisis, ante todo para despabilar a los desprevenidos, advertirles que no pasen de largo en esta curvatura celestial, que no se pierdan de leer las impresiones oleaginosas y certeras, oníricas y tangibles dispuestas por Ricardo Herrera.

En tal sentido, quiero leerles algunas notas que he tomado de dos trabajos realizados en Chile sobre la obra. El escritor Cristián Cruz, en su estudio publicado en la página chilena de poesía letras.mysite.com y que lleva como título el título del libro de Herrera, afirma que “estamos en presencia de uno de los mejores libros de poesía de los últimos 10 años en Chile”. Cruz fundamenta tan jugada afirmación atendiendo a las características del estilo y al tratamiento temático en “El cielo ideal”, con el conocimiento de quien pudo haber seguido de cerca tanto el proceso creativo de la obra como la firme evolución en el oficio literario de su autor. Cito a Cruz: “Este tercer libro de poesía de Ricardo Herrera continúa los temas esenciales que recorren  su obra: la metapoesía, el suicidio, los “vasos comunicantes” entre alcohol y literatura, el poder y la política, entre otros. Más adelante, Cruz dejará bien en claro qué se puede esperar del libro. Nos dice, de manera contundente: “Esto no es para niñitas, es para (como lo patenta el autor) putas, revolucionarios, utópicos, suicidas, amigos, dipsómanos. Pero que el lector no se pierda, porque a pesar de lo asustadizo que parezca el asunto, Herrera rescata temas y términos cargados de ternura y amor: pareja, mujer, madre, padre, hija, etc. Creo que estamos en presencia de un astuto e inteligente libro que se encarga de problematizar y filtrar en su propia voz  a la poesía  chilena y sus autores […]".

Por su parte, en su trabajo titulado “Una nostalgia que reclama un nuevo nombre” (línea final del poema “En el mundo que hice nacer anoche”, incluido en el presente volumen), el escritor Cristian Gómez también reconoce las condiciones de madurez del oficio de Ricardo Herrera. Gómez afirma: “Ricardo Herrera Alarcón nos presenta ahora su tercer libro, de la mano de una escritura cada vez más segura y que viene a cobrar su lugar como una de las voces imprescindibles de ese grupo heterogéneo que por convención se dio en llamar generación poética de los noventa."

Un poco más adelante en su estudio, Gómez enfatiza: El cielo ideal reúne […] las vicisitudes de una voz que quiere abrirse un espacio por contraste con el que pudieran ocupar otras voces, previas o coetáneas a ella. El sombrío humor que puebla este libro, agónico y por sobre todo hiperconsciente de sí mismo, es el camino que le permite contemplar el panorama (el panorama literario, fundamentalmente) y tomar una posición crítica respecto de él y sus habitantes. […]

Respecto de los tópicos y temas desarrollados, Gómez refiere que “El cielo ideal” “[…] recoge y reformula algunas de las preocupaciones favoritas […] de los libros anteriores de Ricardo Herrera: la connivencia entre alcohol, literatura y vida, la familia y los afectos, el suicidio, la poesía”.

El autor sugiere (folksonomía, claro) palabras clave con las cuales ingresar su obra en una base de datos: puta, poesía, revolución, madre, utopía, hombre nuevo, vacío, Enrique Lihn. Hay muchos más para agregar, incluso los señalados por los estudios antes citados; queda al arbitrio de sus lectores.

Es un enorme placer y una celebración compartir con ustedes los versos de Ricardo Herrera Alarcón, este pariente cercano de Teillier, de Parra, de Huidobro, del enorme Lihn, de de Rokha, de Rojas, del querido y muy echado de menos Gonzalo Rojas, de toda, en suma, la gran tradición poética chilena (tradición hecha con buen gusto, no con el material estéril de los cánones –cánon es sinónimo de “impuesto”), a la que, probablemente, Herrera rechazaría de plano con el buen pudor de los poetas auténticos. Que sean otros los que saquen las cuentas.

Muchas gracias.





 

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