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“Por favor, no me dejen solo entre personas llenas de certezas. Esa gente es terrible”:
La breve epifanía del arquero, de Williams Vilches Flores
Ediciones Casa de Barro


Por Ricardo Herrera Alarcón

 




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Como si existir fuera un partido de fútbol donde nos jugamos la vida en una hora y media o en los minutos de descuento que nos permite el amor, la amistad, la poesía (como si fueran, como si también pudieran ser como esos diez años de propina de los que habla Carver) y aun sabiendo que lo nuestro es la derrota, como dice Bolaño, en una actitud kamikaze salir a escribir, a jugar. Porque la metáfora del balón pie es el trasfondo de un libro que en realidad nos habla del amor y su fracaso, de los estados de soledad, de los senderos que se bifurcan de la escritura, del triunfo y el polvo mordido como hermanos siameses.

“Con el tiempo me acordaré de esto:/de noche paseo por mi casa/con un gato acurrucado en mis brazos” dice Williams Vilches en el poema “De noche paseo por mi casa”. Y es ese minimalismo, esa epifanía del despojo, esa mirada sobre lo esencial, porque “los detalles pueden olvidarse” y no pueden, porque son la vida misma: esa duda entre lo esencial y lo accesorio: “Parado en el dintel de la puerta dudo/ y ya no sé si podré partir en paz” (“Duda”). De qué se aleja el sujeto de estos poemas? Del fracaso amoroso, de la muerte temida, de las palabras que no sirven?: “No sirven estas palabras/ para devolver al padre o al hijo muerto./ Tampoco para curar la tristeza” (“No sirven estas palabras”) Así la supuesta inutilidad de los vocablos, tan cara a la antipoesía y la metapoesía lihniana, tampoco es ajena a Vilches. Todo parece despojo en este mundo creado, pero también hay calma, tranquilidad, contemplación. La brevedad de los poemas es un anuncio de aquello; no quiere extenderse el poeta en palabras vanas, en el amor que ya fue, la jugada está perdida, la fe y la poesía (o la fe en la poesía): “Desde temprano suenan las campanas/ los evangélicos cantan en las esquinas/ los Testigos de Jehová tocan a la puerta/ dejo el libro sobre la mesa/ corro las cortinas y me recuesto en el sofá/ vuelvo a pensar que ni la poesía salva” (“Vuelvo a pensar que ni la poesía salva”). Esa actitud contemplativa, casi zen, del que observa con o sin desgano, simplemente observa, como muchos hemos actuado más de alguna vez: escuchar que tocan a nuestra puerta los portadores de las revistas Atalaya o Despertar, y quedarnos quietos esperando que se alejen.

La virtud de descubrir esos momentos de nuestra cotidianidad es una de las fortalezas de este libro, como si en ese desaliento, en esa falta de confianza en todo, en ese vacío brillara el oro de la poesía. Leyendo estos poemas he recordado una frase encontrada en un libro de Francisco Mouat, una bella crónica titulada “Frases para el bronce”, donde cita una frase de un libro de Pitol, que parafrasea a Tabucchi, que a su vez parafrasea a Pessoa: “Por favor, no me dejen solo entre personas llenas de certezas. Esa gente es terrible” (Tabucchi, que sabía que el tiempo envejece de prisa y que se está haciendo cada vez más tarde). Es terrible esa gente y son terribles también esos poetas. Williams Vilches no es de esa estirpe y abriendo las ventanas de sus poemas uno respira esa suave brisa del que no se sabe portador de dogma o doxa, pero del que también sabe tener sus pequeñas verdades, frágiles, tímidas, pero no menos hermosas.

Es así como vivir puede significar que te “arrojen desde un precipicio”, pero eso no va a significar que salgamos corriendo a matarnos. El pesimismo de Vilches, la oscuridad de su humor, la relación que establece entre juego/poesía/muerte/fracaso/amor, la realiza desde la lucidez de quien no cree en fuegos de artificio, de quien ya aprendió “el arte de perder” (Bishop) y ha hecho de ese arte la marca impresa que lleva en su camiseta cada vez que debe salir a jugar con las palabras.

Porque “la felicidad es un pájaro que vuela perdido”, nos dice otro poema, así como la compañía humana puede ser un tesoro o una condena, como en el texto “Marcador” (“A tu casa llegaron visitas indeseadas/el marcador en contra/se burló de ti durante el partido”). También lo religioso como trasfondo, el fracaso como arco, la poesía como un balón de fútbol que puede quemarte las manos. Sobre esto un bello poema titulado “Parábola del arquero”: “Evitad los goles del adversario que solo busca herirte/ si te abofetea en un poste no le des el otro/ atrapad alguna vez la luz que brilla en los ángulos/ ella habrá de sostenerte cuando sobrevenga la derrota/ dejad de lado los guantes para sentir el balón/ será el único oro que podrás alcanzar”.

Williams Vilches parece decirnos que es necesario dejar todo lo accesorio en la vida, en las relaciones humanas, en el amor, para alcanzar el oro verdadero que en Vilches es la poesía, la literatura, cuando se despoja de su falsedad, “su crueldad innecesaria”. Porque este es también un libro en que  asistimos a la celebración de los lugares y gestos ignorados, como el poema de Jamís “Problemas del oficio” donde el poeta cubano señala que se escapa el poema de tanto buscarlo, pero ahí “está en el fondo de una olla y no lo ves”. Vilches también, como Jamís, nos ayuda a nosotros, sus hermanos “a edificar la gran casa/ en que no parirá la crueldad”. Porque en este libro hay un reposado dolor, pasado por el cedazo (iba a decir tamizado, pero ya no, tamizado ya no) supongo, de los años, las lecturas, las separaciones, las noches en que las palabras se van con otros de fiesta. Pero es cierto: nos sentimos redimidos al leer “La breve epifanía del arquero”. Suenan los grillos en mi pequeña casa, mi depo/bonsai y yo creo que esos grillos son los poemas de este libro, poemas que me han acompañado durante meses, con su canto persistente, que a ratos da miedo y a ratos a asombra. Porque “La breve epifanía del arquero” no se pretende “el libro total”, pero cada poema es (casi digo una artesanía) un aro de lana que dejó olvidado nuestra hija al visitarnos, un juguete de madera que nos trajo un viejo pascuero invisible al que los gansos espantan cuando quiere subir a colgarse al árbol de pascua que dejamos al fondo del patio (donde hay un tipo sentado que piensa en el futuro).

Con “La breve epifanía del arquero” Williams Vilches da un salto tremendo en su poesía con respecto a sus dos libros anteriores, “El almirante de pájaros ebrios” (2008) y “Los poemas olvidados una tarde” (2011), un salto de arquero desolado en una cancha vacía, donde sus compañeros de ruta observamos desde las graderías, agradecidos, esperando el tercer tiempo, para beber y celebrar sonriendo. Y abrazarlo.


Temuco, noviembre de 2014.



 



 

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