Proyecto Patrimonio - 2018 | index |
Ricardo Herrera Alarcón | Autores |

 





 

Lo querido no se pronuncia.
Presentación de Nadir, de Felipe Caro

Por Ricardo Herrera Alarcón


.. .. .. .. ..

Hacia el final de Nadir (“Entre los oscuros pasajes”), aparece la imagen de un helicóptero que simboliza, creo, la ocupación territorial ¿militar? o, por lo menos, su irrupción aérea, su sonido como alteración (alteridad) de la paz que hace difícil respirar en la ciudad. Un verso del poema dice “la ciudad debía ser para ti”. Y todo el texto insiste en la idea de “una casa sin moradores, aún  no infectada de invierno […] Una casa que no quepa en la mirada ni en la palabra. / A la que lleguen de memoria quienes queremos y nos quieren”. También hacia el final: “nadie diga que hemos olvidado”. Así quiero leer Nadir (Ediciones Bogavantes, Valparaíso, 2017), como un largo poema donde la tristeza de habitar una ciudad enferma es redimida a través del recuerdo. El recuerdo como bandera de lucha, recuerdo y cuerpo como legítimos territorios de resistencia política. Cito el poema “Escena 9 o lo que dejamos en la calle”: “A la calle. / Estudiantes de cuerpo tierno y voz aguda. / Gritan, se empujan, saltan, se rozan / y yo al medio. / Dudan de mi juventud, / dudan de mi adultez, / pero estoy / gritando, empujando, saltando, rozando, / rozándome con todo cuerpo. / Ignoran que soy / el verdadero territorio de la marcha”. Pienso que estos dos poemas, más el texto final que Felipe Caro dedica a su hija Matilda, entre otros, vuelcan la intimidad que cruza todo Nadir hacia la esfera pública.

Entender hoy en día la poesía social como un símil de los grandes relatos de mediados del siglo veinte o desde el escepticismo relativo de los sesenta y setenta no sirve para entender la poesía civil del presente o de autores de esos mismos años calificados entonces como intelectuales de espaldas a la realidad, más bien preocupados de sus pequeñas miserias personales. Nadir no se enreda en la reflexión ideológica o el desencanto posmoderno. Su hablante no piensa que habita una ciudad pos, ni se ríe con seguridad de la magia ni muestra una mueca de sarcasmo frente a la utilidad del poema en el canto. No son esas sus preocupaciones. Lo suyo es trasladar su lucha personal a la calle, sabiéndose un mendigo que cita a Lihn (la única cita explícita del libro, aunque se establezcan intertextos con El mapa de Amsterdam, de Enrique Giordano, o la lírica musical de Leonard Cohen) de manera nada gratuita: condenado a escuchar la musiquilla eterna, pero ahora del discurso oficial, del amor que se desgasta apenas realizado, de las personas con las que debe obligadamente ocupar un mismo espacio, la musiquilla de los sueños que es mejor olvidar antes que contar a nadie.

Nadir es un libro que cree absolutamente en esa micropolítica de los actos cotidianos, esas subjetividades marxianas que, melancolía aparte, sabemos difícilmente crearán unas objetivas condiciones sociales de transformación. Pero las expone, sin tantas dudas, las mezcla y las mixtura, las contamina. El poeta es acá un juglar degradado que ha hecho de su casa una plaza pública o que en la plaza pública se hace el dormido mientras registra con la ansiedad controlada de un ciego al que extrañamente no se acercan las palomas. Un Teófilo Cid que todavía no dinamita los puentes que lo comunican con la realidad. Un Mauricio Barrientos que aún mantiene una casa de puertas y cielos abiertos. El antihéroe de Nadir observa con sarcasmo a una sociedad basada en el odio hacia lo diferente, el rechazo al mundo indígena, la cultura como manifestación sofisticada de la publicidad o los mass media.

Cada apartado del libro comienza con el nombre de una calle o sector de Temuco, como si la escritura quisiera ser una continuación de veredas y pasajes, de lugares que existen como recuerdo y geografía: Salida Norte, Donde Caupolicán cambia de nombre, A los pies del cerro Ñielol, Camino a Niágara, Ciclovía, Camino a la Intendencia, Población Temuco, Santos Dumont o Paradero Easy, entre otros. Pero cada uno de estos lugares se hace pura subjetividad. Lo que Nadir propone es objetivar una mirada absolutamente personal y confrontarla con la idea de espacio que puedan tener sus potenciales lectores. En el poema “Afuera las voces son frágiles horas perdidas” señala: “Sueñas un color que no se ha descubierto / y buscas el sonido perfecto para nombrarlo”. ¿No es acaso esa la búsqueda última de toda poesía, la de encontrar un nuevo lenguaje para nombrar la misma gastada realidad? Felipe crea una urbe a la medida de sus recuerdos y nos invita a habitarla.  Despliega una carta de navegación para adentrarse en ciertas escenas o espacios siempre corroídos por el instante. “Otros instantes harán nacer otros poemas”, nos dice, y otros poemas harán nacer otras ciudades, diremos nosotros. El hablante duda, pero al mismo tiempo es consciente de estar fundando un territorio en los terrenos pantanosos de la memoria, una de esas urbes del Sur, esas que enferman la imaginación, al decir de Tomás Harris. Una ciudad que reproduce sus grietas en la escritura, una metonimia del país, el fragmento de una herida larga y angosta. Pero también Nadir es un libro sobre los afectos, el amor al padre y la hija, los amigos. Un libro cuyos poemas deben ser leídos como medicina o conjuro para soportar esa noche que nos rodea, que se nos viene irremediablemente encima: leer desde el insomnio y no desde el sueño, con esa rara sensación (el esplín de Baudelaire) de que siempre se está en el lugar equivocado o que la verdadera historia, a veces, transcurre yendo de la cama al living.

Santos Dumont es una sección del libro y es también el pasaje donde vive el poeta Felipe Caro. Allí aparece un poema titulado “0505” que seguramente intuyen es el número de su casa. Es un texto que describe de manera casi objetiva el techo blanco, las habitaciones, el mueble de la abuela, el silencio que abunda en la casa, la ropa colgada en el patio. Hasta que la cámara se cansa de girar y se detiene en la habitación que alguna vez perteneció a sus padres y que más tarde ha sido refugio de distintos miembros de la familia: madre, hermanas, sobrinos, hija. “Es bueno estar en una habitación que nada personal tiene contigo, / es bueno estar con personas que nada tienen que ver contigo. / Ya está muy oscuro para seguir escribiendo”. Lo cito porque resume lo mejor de un libro extrañamente mesurado y sobrio, casi elegante hasta para hablar de un bondage o decir que “Temuco es la misma ciudad de mierda”.

La ciudad que Felipe Caro ha construido en Nadir es un espejismo y un fantasma (demasiado real) bajo una lluvia intensa. Una urbe perdida en medio de la noche, donde la letra de neón que se enciende y apaga es el poeta que escribe este libro en Santos Dumont 0505.



 

 

Proyecto Patrimonio Año 2018
A Página Principal
| A Archivo Ricardo Herrera Alarcón | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Lo querido no se pronuncia.
Presentación de Nadir, de Felipe Caro.
Por Ricardo Herrera Alarcón