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Tentativa de abordaje a “Adicciones y fobias”
(Editorial Bogavantes, 2021) de Ricardo Herrera Alarcón


Por Romero Mora-Caimanque Aguirre




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Adicciones y fobias del poeta Ricardo Herrera Alarcón (Temuco, 1969) es un poemario dividido en 9 secciones intituladas, de las cuales dos son poemas largos (titulados bajo el nombre de la sección a la que pertenecen) y siete reúnen una serie de poemas que se vincularán fuertemente al título de su sección respectiva. En orden las 9 secciones son: En el Jardín (12 poemas), Lada llegando al país de Bretón (1er poema largo), Arte Panfletario (24 poemas), Metapoesía para niños (16 poemas), Álbum Tributo (4 poemas), Tren Bala (14 poemas), El Inútil Premio de la Eternidad (2do poema largo), Millacura Jazz Band (15 poemas) y, finalmente, Textos autobiográficos (11 poemas). Entonces, en total encontraremos 98 poemas distribuidos en 150 páginas. Aunque un par de estas secciones seguramente puede considerarlas el lector un único poema largo, así pasa, por ejemplo, con “En el jardín” o con “Tren Bala”.

Comienzo realizando este desglose técnico del libro, porque nosotros mismos al realizar o una primera visión superficial de su índice o ya una primera lectura lineal, nos encontraremos con estas 9 secciones fuertemente marcadas, y no sólo porque sean secciones que dividen y distribuyen un libro de por sí extenso, sino porque son 9 propuestas temáticas autónomas, es decir cada una puede leerse de manera independiente a las otras. Aún más, cada una puede leerse como si fuera un libro al que le bastara el título que lo encabeza, teniendo la potencialidad de ser un objeto externo a su conjunto. Por ello, al concluir la lectura, nos percataremos que hemos leídos al menos nueve libros distintos. Y tal vez miremos con extrañeza el libro que acabamos de leer, “Adicciones y fobias”, un libro a ratos caótico e indescifrable, esencialmente abundante (por abarcar una cantidad sorprendente de temas y variables para los mismos; como Pablo de Rokha con el Universo y la chilenidad), pero también encantador y sutil, delirante, oscuro y a ratos de una honestidad brutal. Lo que señalo sobre la independencia de las secciones, por lo demás también me lo confesó Ricardo a través de un correo, que ahora parafraseo públicamente con el fin de conectar su percepción del libro con mi análisis: “cada parte puede leerse como un libro solo y cerrado. Pero al interior hay pistas que dialogan, todo se repele y se necesita, hay amor y odio, aceptación, rechazo y convivencia”.

Entonces la construcción y estructura de este libro no es para nada casual. Esto es algo a lo que ya nos tiene acostumbrados Ricardo, por ejemplo, su emblemático poemario “El cielo ideal” (LOM, 2013) comienza con un poema titulado “Estructura interna / Hilo conductor del texto”. Es decir que comienza advirtiéndonos que hay una estructura interna, conscientemente dispuesta y construida por él, pero a la vez se visualiza rápidamente esa fobia a las maneras preprogramadas de hacer libros “correctos” de poesía, por eso nos dice en el poema citado: “La tentación de hacer tema al foso/ Y hacer de la caída libre un tema de jilgueros/ Mi tema preferido es el sonido de los catres/ Alucino con los catres de huinchas que parecían hamacas/ Un tema para ti es la miel te lo regalo/ La literatura y su panal de angustia te lo regalo,/ Y hacer esos tediosos libros con el nombre de Lugares que le den una Estructura Interna/ O nombres de Personas como Hilo Conductor del Texto”, el poema deviene y cierra rápidamente citando a Huidobro: “Hoy es un día hermoso como una paloma en el cielo”. Es decir, parte hablando de la estructura temática de los libros, pero esto le causa extrañeza y rechazo, fobia, por lo que prácticamente cambia de tema, y concluye citando a Huidobro, como si lo que quisiera decirnos en verdad es que lo único que verdaderamente importa en los libros de poesía es que un verso hermoso encaje con la cruda realidad, o al revés que la realidad en su sencilla y curiosa hermosura encaje con todos los versos, y que en realidad importa un carajo la estructura del libro, porque la vida es foso y volar de las aves; es decir es constancia del abismo y promesas de cielo.

Y ahora yo realizo conscientemente este retroceso al Cielo ideal, porque justamente Adicciones y fobias viene a dar cuenta de que los amores y los odios se mantienen intactos. Siguen presentes en la vida y obra de Ricardo. Donde al parecer no ha cambiado nada: Huidobro sigue siendo un Monumento de poeta que conviene admirar a ciegas, y Teillier sigue siendo otro Monumento, hecho obra, que conviene siempre admirar. Siguen los poetas de la Araucanía y de Wallmapu con sus glorias y pesares, con la lucidez cruenta y el vino, o cargando el desprecio absurdo o siguiendo a ciegas a gallinas que no pregonan corrales, y que a veces son más zorros que gallinas; pero que en fin son también voces válidas, exigiendo justicia o gloria o siquiera comprensión para sus paraísos e infiernos personales; como todos. Y sigue Carahue siendo China. Y sigue Ricardo regalándonos sabiduría de poeta con calle, de poeta viejo, de poeta maduro que sabe lo que es ser joven, y esto es un regalo a los poetas jóvenes o a los poetas que aún no se les ha cerrado el espíritu para entender que hay mil formas en la poesía: y ojalá sepamos captar a tiempo estos consejos, no para seguirlos a ciegas, sino para entender que en la poesía lo más importante es la honestidad, la humildad, la pasión y la voz propia que ojalá deseche toda teoría o corriente de moda o contramoda, y que si cobijas una moda, cobíjala de manera porfiada, sólo para mostrarla cuando llegue tu turno, porque a veces conviene ser el más porfiado del circo para terminar brillando, no a los ojos de los dueños o empleados del circo en llamas, sino a los ojos del que observa en la parte más oscura y vacía de la galería, ese que observa entre risas y encantos sinceros este espectáculo que es la poesía… y que es justamente el que más necesita de poesía. Una poesía que no debe seguir marcos de dependencia de universidades y artículos y visibilidad para respirar o existir siquiera… en paz. Esta vez creo ver más que nunca la vida familiar como presencia; aunque creo que nunca ha estado ausente en la obra del poeta. Pero también, y creo que este es el principal centro de la obra, es un Ricardo que se observa a sí mismo, que observa su observar una mancha en la alfombra, en la antesala del sueño y del descanso, y principalmente el delirio de la vida cotidiana. Un viaje en un Lada o en un Tren que nos lleva al borde de la desesperación y la locura, hace tensar como nunca la cordura propia. Y entonces todo se envuelve en la poesía a la que nos ha acostumbrado Ricardo: abundante de imágenes y metáforas. De claves literarias y contemporaneidad, y donde es clave el presente, donde es clave la autobiografía como lugar de evocación de la creación poética. Durante ese proceso se darán rituales solitarios y a ratos delirantes, fuertemente meta-literarios, surrealistas y oníricos, locos y felices, inexplicables y tan necesarios como no cuestionables; porque todos a solas realizamos rituales de amor en sed de desprolijidad.

El poeta o el humano, Ricardo, también es una presencia que estabiliza y desestabiliza a los demás, porque también somos piezas del tablero que incidimos en los otros; y continuamente es él mismo, agobiado, el que sigue desestabilizándose y estabilizándose como si golpeara un muñeco porfiado que alguien graba a cámara lenta, a 240 fotogramas por segundos. Así, a ratos como en todos los libros de Ricardo, recibiremos oleada tras oleada de imágenes de calma, travesura, romanticismo, pureza, y belleza e inocencias directamente infantiles, como también oleadas de vértigo, desazón, lujuria, dolor y repulsión brutal. Esto puede ocurrir en un solo poema, y ocurre en el conjunto de la obra cuando se revelan las uniones secretas que la componen. Quizá lo peor de todo (para quienes buscamos analizarlo) es que Ricardo sigue siendo un malabarista al que no le importa que se le caigan los malabares en pleno espectáculo, pero esta imagen no es justa, porque Ricardo con sus imágenes y metáforas abundantes y generosas nunca pierde el ritmo y el pulso en un poema, y cuando pudiera perderlo nos enseña que el surrealismo es un arma vigente y poderosa, y que entonces un segundo cuerpo hecho de fantasía e inconsciente puede aparecer para apoyarnos o lanzándonos parte de los juguetes caídos (o en vez de eso, paraguas y televisores) o este nuevo ser puede montar su propio espectáculo ante el público lector, así nos cubre mientras no-meditamos sobre el malabar caído, pasando el autor a un segundo o tercer plano (abandonando la performance que a veces nos podría sugerir la obra, especies de Zaratustras a la chilena); también el larismo generoso de imágenes vuelve a ser una herramienta frecuente a merced del poeta, haciendo un larismo a la usanza de los viejos poetas de la Unión Chica: con alturas de miras, siempre esperando hacer y captar el mejor verso, ya sea cuando estamos a punto de rendirnos, o cuando estamos en la gloria de la vida, en el amor o en el vino. También hay un humor en Ricardo, una liviandad, que yo no siempre capto, pero que sé presente; tal vez sucede lo que sucedía con Kafka, que escribía cuentos llenos de humor para los amigos, pero que a los extraños les terminaron causando escalofríos, porque en realidad Kafka en su humor revelaba las pesadillas del siglo que estaban comenzando a cargar los nuevos humanos.

Pero, volvamos a la estructura del texto.

1. En el jardín. Aquí Ricardo es un jardinero desnudo y celoso del jardín que le han encargado cuidar. Un jardín con plantas que dan flores y rosas aparentemente bañadas en cloro u oxidadas, pero también con plantas espectaculares, que son tan hermosas que conviene reservarlas a las camas de los amantes, a la mesa de una tarde en familia o a las tumbas de los amigos y de los extraños. A su espalda el viento seca la ropa. Una mujer siempre está presente. Lo observa, lo ama. A la vez que vive y siente la vida de manera autónoma, aunque siempre lo llamará, lo invita al hogar que lo espera. Probablemente es ella la que posee las claves precisas de la vida. Ricardo sabe que atrás está su casa y también está el mundo, con fantasmas y amigos y amores; a veces los amigos y los amores son los fantasmas. Pero creo aquí una de las cosas más importante es la presencia del hogar. Arriba el cielo inmenso. Abajo él tiembla. E insisto: las flores (que él trabaja en el jardín) decoran mesas y camas, pero también decoran tumbas. Tumba y cama: muerte y vida. Extractos de profunda belleza y corrientes y ríos de lágrimas, y sangre. En el patio un ángel se entierra a sí mismo, y reposa oxidándose con una tijera sobre el pecho (pág. 9). También nos dice: “Me nutre la oscuridad no el sol (…) me cansé de ser árbol, me cansé de ser escarabajo y panal/ Me aburrí de triunfar y ser capaz de pudrirme primero que cualquier hoja/ Y ahora me dedico al fracaso/ (…) No he sido un guerrillero, no he sido un dios, no he sido un ciruelo y menos he sido un libro/ Pero merezco este vaso de vino que me ofrecen.” (pág. 15). Como siempre va revelando series de imágenes inquietantes: “Antes de regar quiebro a propósito mis manos/ Apurando la oxidación de un violín./ Tapo mis ojos y voy a tientas podando con el olfato/ Imitando al rocío antes que el frío parta mi cara” (pág. 16). Así, con las manos rotas, destinando a los instrumentos a oxidarse, declara su destino: abordar una casa, tomarla por asalto. Entonces la mujer abre la puerta, la mesa está servida, ella le lava las manos. Finalmente, Ricardo instala su escritorio dentro de un árbol, sigue temblando, la naturaleza y los escarabajos lo observan dentro del árbol. Este último poema que cierra la sección revela su temor, no es el hogar, es el exterior: “Lo de afuera es todo lo que me preocupa/ (…) Socavar mi paz por respirar el aliento envenenado de las ninfas y las hienas.” (pág. 18)

2. La siguiente sección Lada llegando al país Bretón, es para mí uno de los poemas más interesantes del conjunto. Esta vez Ricardo deja fluir la escritura. Parece ser una escritura automática, pero es demasiada extensa y compleja para ser solamente eso. Una mujer rubia, apolítica, acaso La rubia tarada de Sumo, es la que maneja nuestro Lada. A los costados dos ríos: El Quepe y el Puello. Aquí todo es un rezo o una canción descontrolada donde los gestos y acciones de él como protagonista no tienen sentido, pero son siempre de vital importancia. Comprender la muerte de una oveja a garras de un puma. El compromiso inentendible de entregar cartas ajenas. Una mucama lo observa, luego él es la mucama que se refleja en un río que separa a Rusia y China. De fondo o tal vez las protagonistas verdaderas de esta sección son Yasna y Fernanda. Su esposa y su hija. Ambas son el Puello y sus extremos. El resto parece ser el cotidiano que intenta devorarlo. O mantenerlo encerrado en su habitación, pegado en la cama. O derrumbarlo cuando esté poniéndose de pie. Pero Ricardo también está reclamando la Vida, por eso escribe: “Propongo detener la marcha y bajar el volumen de la radio para escuchar el viento y sentir la consagración del silencio. Si aquí nos quedamos que sea para algo más que reclamar lo inabarcable del laberinto cuando sus paredes son espejos y no habita en su centro una bestia sino una mujer que amas a favor del rocío. En contra de la eternidad.” (pág. 24). Observa en silencio un árbol quemado: una araucaria, un maqui, un notro. Dice también en clave: “Hacia la salida del mapa me dirijo. Hacia allá me llevan” (pág. 25). Es que este viaje significa haber dejado atrás una manera anterior de vivir la vida: “Eso buscaba: los efectos alucinógenos de una ideología barata, un río que se confundiera con un hilo de baba para remontar la corriente y llegar a tu boca” (p. 26). A la vez nos invita a saber escribir desde la umbra, desde el eclipse absoluto del único sol que nos pertenece, desde la pieza 2 veces oscura de Lihn. Nos llama a tomar posesión del viaje. El viaje es el pensamiento. Finalmente, el autor descansa, se duerme. La rubia, en el auto, también se duerme. El camino se acaba, pero el auto no frena.

Entonces esta sección puede ser interpretada como el pensamiento del autor. El peso y el delirio del cotidiano. Sin embargo, al finalizar el texto, todo pareciera estar bajo control. La escritura sigue siendo un camino de equilibro. Él único que a veces poseen algunos escritores. Ricardo sabe eso, sabe que él posee en su hogar tesoros sólidos. Pero otros no. Le sigue escribiendo a esos otros. La escritura sigue siendo un gesto de amor a otros.

3. La 3era sección, El arte panfletario, es un esfuerzo del autor por hacer de la política, tema para la poesía. Al principio es un acercamiento tímido pero inevitable, el primer poema cierra con estos dos versos: “La confianza absoluta de que esto es un modo/ de transformarse a sí mismo y al mundo.” (p. 31). Pero siempre está la ironía que atraviesa la historia de Chile: el mes de la patria es el mes del bombardeo a la Moneda, del suicido de Allende, de la traición contaminada con el nombre santificado de la patria: “Septiembre mes de la patria o la ironía como tema del arte panfletario: epistemología de la chuc ha su ma dre./ La bandera chilena usada para limpiar las mesas.” (p. 37).

Y aquí tal vez se encuentra uno de los centros del poemario, una de las claves de la poesía de Ricardo: la poesía en verdad es una medicina personal. Lo demás: la mítica y el misticismo de la literatura en verdad no importa nada, es fugaz. Lo importante es que esto es, ha sido y será una medicina personal. Dice: “Adicciones y fobias/ es un libro de medicina que leo como ficción” (p. 39).

Tímidamente se acerca al centro de lo que busca comunicar, el centro y rostro de una revolución que lo cambiaría todo de una vez: Salvador Allende. La utopía hecha Chile. Todos los símbolos son puestos en la mesa por Ricardo: desde las armas al transformismo. Y entonces La Batalla de Chile, monumento ineludible para llorar toda una vida. Y es cierto, después de ver esas 3 horas de un Chile que existió, uno no sabe qué hacer ni con la vida ni con la tarde. Al mismo tiempo surgen las figuras paralelas de la revolución: destinos sedientos de amor, y llenos de pesadillas que fueron parte de la revolución, pero que en realidad parece sólo anhelaban poder amar en calma, sin cuestionarlo todo. ¿Qué hubiera hecho yo? Se pregunta Ricardo. Y por cierto es que hoy seríamos todos viejos comunistas, como dice Manuel García, recordando canciones y conversaciones que tuvimos con muchachos hasta el alba. Pero Ricardo es continuamente un viajero en el tiempo, sigue preparándose para una batalla que no se dará, ve a su general, Allende, en la pieza de su hija. No le pregunta a su hija ni a su esposa, ¿Qué hace ahí Allende? Sólo dice que no va a renunciar a este nuevo trance histórico que ahora transcurre en su hogar, y declara simple pero transcendente: “Las amo/ y no voy a renunciar” (p. 53).

Lo que nos tocó luego es pesadilla. El cotidiano es pesadilla. Lo que pudo ser el 73 es hoy pesadilla. Una pesadilla hermosa cuando se le analiza con justicia. De todos modos, esta sección vuelve a terminar con un sueño enigmático: vamos en trenes rumbo a paraísos, que en realidad son infiernos. Porque en la memoria del poeta habita la muerte. El suicidio, el desentrañar las personalidades y motivos de los amigos muertos, que continuamente son fantasmas presentes en esta y en otras obras del autor.

4. Metapoesía para niños. Tal como señala el título en esta sección nos encontraremos con una serie de artes poéticas. Consejos para niños. Niños lectores. Niños todos frente al poema. Para quienes escriben, esta sección sea probablemente una de las más entrañable del conjunto.

Aquí muchos de los poemas como Escribir es una máquina del tiempo (pág. 71), Se ha extendido una idea (pág. 63), el breve Me parece que todo lo que hablan (p. 62), el club de viejas pelambreras y borrachas (p. 65; un gran texto), no hables con la boca llena (p. 67), juego a ser escritor por las mañanas (p. 70), Escribir es meterse en una máquina del tiempo (p. 71), resultan ser artes poéticas. O en realidad como el título de la sección lo señala, simplemente: metapoesía para niños.

Uno de los textos Baño químico azul (p. 72) deja ver la ingratitud que carga este oficio para quienes lo ejercen. Las inseguridades y fantasmas que habitan en la mente del escritor. Los destinos que no fueron. El destino que continuamente se piensa. Quizá nunca debí ser antropólogo, debí ser ingeniero en algo, estudiar en Santiago, hacer raíces no tan lejos de casa.  

Otro de los textos Mi poesía política estremece las raíces de un futuro-pasado aterrador (Ricardo viaja por el tiempo): “Mi poesía política se entretiene mirando a unos niños que serán torturados en 10 años más/ y que ahora juegan en los columpios de una villa proletaria” (p. 74). Ricardo, como en los otros textos políticos de este libro, exige llenar de imágenes y verdades la vida. Por eso es extraño que ponga como ejemplos a las antítesis de lo que es ideal en una época revolucionaria (porque las cosas ilógicas, siempre existen en la realidad): “Si Allende decía (en su último discurso) que le hablaba por sobre todo a la mujer que había creído en él/ o al obrero o a los estudiantes/ yo imaginaba que le hablaba (…)/ a todos los que no creyeron o se arrepintieron en el camino/ o se hicieron a la causa por estar cerca de alguien que les gustaba” (p. 40).

En otro de los textos, uno de los más hermosos del libro, se revindica la autonomía de creación poética. Se revela la necesidad de escuchar y respetar a los anteriores, pero también se aconseja, arrasar si es necesario: “Escucha a tus mayores y espera el turno/ De la palabra/ Pero si te cansa su monserga/ No escuches más/ Atropella y déjalos/ Botando espuma/ Y salivando” (p. 67). Se apela al alma de niño que carga toda generación: “Eres un oso de peluche/ Que abraza el silencio/ De las almohadas” (p. 67) “Que para ti el logos nunca deje de ser como el lego/ Ese juego de piezas de plástico que armas con paciencia/ Y del que nacen aviones que parecen caligramas” (p. 71). Pero también a nuestra valentía: “Eres una araña/ A la que no molesta salir/ A tejer de día” (p. 67).

Luego, aparecen las amistades literarias. También esto es metapoesía. El continuo literario, a veces amargo y lleno de desventura. Porque aquí los que aman la poesía deben repartir su arte confiando o desconfiando que una mano divina guiará sus obras a otros ojos. Porque toca hacer “Ediciones baratas y desechables/ Que no valen un peso” (p.76). El único delito nuestro fue amar la poesía.

El cierre: Ejercicios de estilo, parece ser una clase maestra de lo que puede hacerse con una imagen inicial, en este caso una imagen clásica: el conejo dentro del sombrero. Se juega con la sintaxis y se multiplican las imágenes, con la ingeniosidad y laboriosidad de la poesía moderna. Con la ingeniosidad y creatividad de Ricardo Herrera Alarcón. Enseñanzas y demostraciones de las potencialidades de los versos.

5. Álbum tributo se compone de 4 poemas. Aquí se destacan las figuras de Huidobro, Teillier, Lihn, Pablo de Rokha, Neruda, y los amigos escritores más cercanos entre los que reconozco a: Jota Nahuel, Hurón Magma, Luis Riffo, Cristian Cruz. No es casual el cruce con el boxeo en El arte de fistiana (p. 88) que es uno de los poemas claves del libro.

Sin Huidobro, nos dice: “Andaría viendo el mundo como es el mundo: plano, chato, sin relieve ni forma/ Y no como esta esfera luminosa que sostengo entre las manos” (p. 85).

Creo que también es importante destacar la convivencia vigente con el paisaje natal y poético de Teillier, Ricardo nos sigue alumbrando lo que creo un camino a seguir a quienes habitamos ese, este paisaje. Es que nos conviene observar tan atentamente como observó Teillier lo que ocurre a nuestro alrededor cercano y próximo, como hace años Ricardo en su escritura. Aquí hay una ética escritural y hay también un asumir el paisaje, en vez de decir árbol, decir maqui, en vez de decir ají, decir merkén. Cuestionar y dialogar con el mundo mapuche. Dar cuenta sin dar cuenta de los vínculos del mundo mapuche con la tradición propia en los hogares del sur. Darle dos vueltas de tuerca (hacia atrás) a eso que los cientistas sociales llamamos identidad. Cito una parte del poema de Teillier:

“Los que viajamos alejados de la bandada no exigimos ruego o redención en la Estación de los Desamparados/ Ni volvemos a reclamar el abrazo de una extraña en los muros de un cementerio/ Para otros se abrirán esas puertas que no deseamos cruzar./ Aquí nos dejen/ Ayudando a sacar las crías del vientre a una leona/ Hirviendo la chicha en bronce y carbón de piedra/ Atenazando las tortillas en la ceniza para que el hambre de nuestros hijos/ Se transforme en el corazón de la harina./ Pido me abandonen en un pueblo donde se pueda alcanzar la santidad sacando truchas del estero (…) El aromo que mueve lentamente sus brazos para no despertar a los gorriones,/ el ángel al que persiguen los gansos por los eternos caminos del verano” (p. 87).

También continua la invitación a leer y amar a los amigos. A rescatar y valorar sus palabras. A tropezarse con y en la vida de los cercanos.

6. Tren bala. El tren o los trenes reaparecen en escena, y con ellos la velocidad y el viaje. Y otra vez la mujer de la mano del amor y la lujuria. Similar a la segunda sección de este libro, nos encontramos en un viaje en que el autor salta de la pieza matrimonial, de una mancha en la alfombra, de una mujer con la que ve películas, a un tren que es parte de su divagar poético, de su imaginación, o -de ninguna manera incompatible con lo anterior- un viaje de liberación y alivio y búsqueda ante el caos del cotidiano. El autor se convierte en el maquinista. El autor nos invita a despreocuparnos, a recorrer estaciones olvidadas. Estaciones hermosas llenas de gatos y música, donde su esposa y su hija están también presentes. Ricardo siempre está pintando con miles de detalles los paisajes que aborda. Es un pintor, que capa por capa va poblando y transformando las escenas que formula. Un texto ejemplar en este sentido se encontrará en la última sección: “Calipso intenso, casi azul” (p. 137). Ricardo mira todos los planos. Los desarma y vuelve a armar. Quiebra la lógica temporal, la lógica espacial. Ningún personaje parece tener un guion predecible o posible. Y sin embargo se mantiene una lógica, todos hacen lo que les corresponde lógicamente, pero también trayendo a colación los anhelos del inconsciente sin pudor a compartirlo con los demás. Pero aquí también hay realidad, autobiografía, como señala el epígrafe de la segunda sección: “Al menos en poesía, la imaginación no debe desligarse de la realidad” (W. Stevens). También está la vida propia, por todas partes.

7. El Inútil Premio de la Eternidad, abre con un epígrafe: “Sin embargo, no tengáis prisa, mis libritos: si la fama viene con la muerte, no me apresuro” Marcial. El Inútil Premio de la Eternidad es una conversación con alguien que ha muerto. Quien ha muerto habla desde los recuerdos compartidos y la confianza mutua que comporte el fantasma de un escritor amado con un escritor viviendo apenas el transcurrir inevitable y efímero del tiempo: “Tienes la cara de quien (…) ha consagrado sus últimos días a limpiar un acuario en su cerebro.” (p. 112). ¿Y quién? ¿el vivo o el muerto? Uno de ellos pregunta: “Hace tiempo quería hablar contigo/ De tus adicciones y fobias y de esos amigos/ Que de seguro te llevarán a la tumba” (p. 112). Ambos se observan, se tocan con versos. Se invitan a madurar la idea de aceptar la muerte y la gloria efímera o post mortem de la vida y la poesía. Uno de sus versos nos invita a la siguiente sección: “No les creí su melomanía/ La cursilería de su nombre (Millacura jazz band)” (p. 114). Pero como siempre el autor tampoco cree en él, en ellos. “Esa misma duda la tenía de nosotros/ Que inventábamos los obituarios del diario/ Y trabajábamos horas extras en las marmolerías/ Tanta palabra, tanta cita/ Me parece que era miedo/ A bosquejar la silueta de una mujer con los ojos vendados frente al mar” (p. 115). Me pregunto con qué poeta o escritor habla Ricardo en esta sección. ¿Quién es el fantasma escritor con el que todos dialogamos?

8. Millacura Jazz Band. Luego de una breve introducción en que el autor se confiesa como el verdadero creador de Millacura Jazz Band, y donde nos revela su amor por la música y la indiferencia por los instrumentos que se utilicen para hacer música (o poesía), entramos a una sección de free jazz en verso, donde claramente no importan las metáforas que se utilicen para tocar música. Es una sección ácida, llena de pus, y umbra, eclipses forzados para las luces artificiales. Así, serán continuas las sentencias e imágenes oscuras y cruentas: “La cabeza degollada de un conejo que sirve como pelota de futbol/ Para los niños proletarios de la villa/ Futuros poetas, delincuentes o putas” (p. 120), “Ese olor quiero que sea la letra de la canción que improviso/ En mi guitarra que tiene hilo curado en vez de cuerdas” (p. 120), “Mi trabajo es destruir, echar abajo” (p. 121), “Las lámparas destrozadas son mi carne, tatuar la piel desollada una parte del trabajo” (p. 132), “Y todo es artificial, anémico, con ausencia total de sepulcro que es lo fascinante/ De unir voluntades para interrumpir la quietud de la mañana y reventar los tímpanos/ Con un taladro y completar la tarea/ Recibiendo la sangre en una caracola” (p. 123). Aparece, de sopetón, “El gato Baudelaire, así le digo, un gato arrogante, limpio, lampiño, cariñoso a su modo,/ Me dice que toda letra es letra muerta/ Toda palabra un asesinato/ Toda canción un sepulcro que limpian/ Unas gemelas alcohólicas que luego se acercan a tocar mi cara/ Como si tocaran el pasto de una tumba” (p. 125).

Aquí el gato Baudelaire tomará protagonismo. Esta vez el autor es nuevamente otro, se transforma nuevamente, es el felino Baudelaire: “No puedo sentarme a escribir las letras de unas pobres canciones porque debo/ Seguirte por los techos, resbalar contigo por las tejuelas de alerce/ Comer pescado podrido, reír entre la basura, aspirar contigo el aliento de las alcantarillas/ Auscultar rabioso y con hambre la madriguera, sospechar eternamente del brillo/ Del pelaje humano” (p. 127). En otro gesto de meta poesía el autor le habla a su fanaticada: “Mi deber con la fanaticada es la abyección/ Mi deber con la muchedumbre es la transustanciación/ Mi único deber es la inmortalidad./ No quiero compromisos./ Voy a tocar de nuevo esa canción que te gusta./ Mira hacia arriba/ Las estrellas brillan/ Como nunca esta noche” (p. 128).

9. Textos autobiográficos. Creo que la última sección es la más humana y hermosa del libro. Es la más humana porque el acercamiento esta vez es tierna, dulce y también dolorosamente personal. Es cuando ya no sirve de nada temblar: hay que entrar a casa. Hay que recorrer las habitaciones de la vida, hay que mirar a quienes la habitan, y hay que llegar al cuarto donde están los espejos en que mirarnos (otra vez serán espejos que viajen en el tiempo). Es momento de abrirse y cantarle a los más cercanos, a los más amados, los poemas que ellos y el autor mismo necesita para descifrar el presente, para justificar el presente, para revelar que nada y todo tiene sentido. Y por lo mismo se convierte en la más hermosa del conjunto, aunque no se abandona nunca el tono de oscuridad que transita la obra de Ricardo. De igual forma, los sucesos que aquí ocurren son tan reales que resultaría insensato preguntarle al autor por el amor y delicadeza que profesan algunos versos: “Así se sirve una cerveza sin dejar espuma: inclinando el corazón, no el vaso” (p. 133), “así me hicieron, supongo, en la oscuridad hace ya tantos años/ imagino a mis viejos, tan jóvenes, tan bellos, buscándose en una cama/ de fierro, con huinchas/ sin tv en la pieza/ solo en la oscuridad y el paraíso de amarse” (p. 133), “Mientras se bañaba en un mar de llamas con tres mujeres que eran tres peces de colores” (p. 134), “Dejé de escribir cuando me di cuenta de que cualquier cosa era un poema” (p. 139), “Como quisiera haber sido un anillo/ Que una mujer pierde en un río/ Imagino (cuando cierro los ojos)/ Que mi corazón es una lámpara/ Que mi dios es una luciérnaga de oro/ Que mis padres no son ciegos” (p. 140), “levántese hijo, es hora de envejecer (…) Arriba hijo, levántese, no se puede dormir siempre.// Mire hacia afuera que los aromos estallan” (p. 147). Resultaría absurdo preguntarle “Ricardo ¿Es verdad que fuiste joven y sentiste un amor inconmensurable por todos y todo? ¿Es verdad que la muerte de una amada, que la muerte de un par de amigos, te marcó y te hizo envejecer prematuramente? ¿Es verdad que bebías tres días y tres noches junto al mar? ¿Es verdad que eres virgen y que estos son los primeros poemas que escribes? ¿Es verdad que volviste a ser un muchacho porque una amiga muy querida te lo exigió a cambio de que te devolviera la llave de tu segundo poema?

También le canta a su madre que se cuela con una chomba en su vida juvenil, es Penélope ante el frío de los hijos: “Tengo nítido el recuerdo/ Mi chaleco cubriendo/ El cuerpo desnudo de una amiga/ Que baila con mi chaleco puesto/ O se tapa las rodillas con mi chaleco/ Mientras fuma/ Y me pide un cenicero/ Que era un plato pequeño de té/ (…) Mi amiga con mi chaleco gris iluminando mi cuarto de estudiante/ Mi madre mirando a través de mis ojos como la miro tejer eternamente/ Mi chaleco gris.” (p. 136).

En el crudo primer poema de la sección, Mi padre enfermo, escribe: “Has hecho un mal trabajo con este hijo/ Ser escritor es ser frío y calculador/ Al menos con las palabras./ Soy un tipo frío/ Que no sabe o no puede/ Expresar cariño (…) No tuve tu fe y aquí estoy escuchándote./ Tus quejidos son mis palabras./ Tu olor a orina son mis palabras./ ¿Quieres que te limpie el culo con este poema?/ No deberías confiar en este hijo que te cuida/ Y presiento que no confías” (p. 131).

En “Calipso intenso, casi azul”, “Textos autobiográficos” (nuevamente un texto que explica o aborda el intento de explicar la sección) y de forma especial en el poema Yo, se nos da cuenta de un Ricardo que se busca y encuentra en el amor, y en la extrañeza ante los otros. Que se refugia en el recuerdo, y que a la vez celebra con rosas y echa tierra (a veces tierra de cementerio) a los recuerdos: “fui joven aunque no lo creas ni lo parezca fui sumamente jovencísimo y tenía la costumbre de nunca subir a los techos ni arriesgar mi cuerpo, solo en las palabras me sabía temerario hasta que subí a un techo un invierno en Temuco y conocí a Señorita Gata” (p. 146)

Hija da el primer paso para que hable Fernanda: “Yo, tiñéndome el pelo rojo, azul, rosado, amarillo, una y otra y otra y otra vez/ Yo, agazapada, atenta, con un ojo cerrado y otro abierto/ Esperando que la vida pase para darle un zarpazo/ Tomarla entre mis garras/ No soltarla ya nunca más.” (p. 144). Este no es el primer poema de Ricardo a su hija, y como todos sus poemas íntimos, es siempre de los mejores del conjunto.

Palabras finales
Aunque abundantes, las conexiones al interior del libro no son necesariamente el mecanismo predilecto para la comprensión de las partes. Porque cada una tiene una fuerza propia. Así como cada poema lo tiene. Evidentemente hay una invitación a leer el libro de manera lineal. De principio a fin. Disfrutar esta lectura como si se leyera una buena novela, o una nueva manera de hacer novelas, donde estas se constituyen de poemas que cuentan apenas una historia y donde lo importante es tal vez encantarse de lo versos/momentos más casuales. En este caso con los libros de Ricardo no nos defraudaremos nunca y nuestro esfuerzo jamás será vano.

Finalmente decir que Ricardo es un sujeto que vivió los ochenta, que vivió los noventa, que vive las primeras 3 décadas del siglo, pero tiene una capacidad innegable de retornar a otras épocas. En este libro donde importa la antesala al Monstruo de Chile: el año 1973, qué importante es que el viajero recuerde y detalle un pasado que no se debe olvidar (y que muchas veces es la herencia -sistemática- violenta que vivimos los nacidos en los noventa). Uno se lo puede imaginar en cualquiera de estas épocas amando, odiando, sonriendo o llorando. Observando el más mínimo detalle, y escribiéndolo cegado por el espíritu o fuerza indetenible de la poesía, todo para legarlo a quién sabe qué eternidad.

“está de moda olvidar/ pero ese no es mi trabajo/ lo que yo hago por las tardes es archivar recuerdos sin importancia/ todo aquello que desechas apenas sucedido yo lo guardo/ lo encapsulo inyectándolo a esta gelatina que es un simulador de cerebros pequeños/ y que luego congelo en este frío Fensa hecho para durar (…) todo eso lo guardo/ para cuando creas que te has quedado sin amor/ sin cosas importantes para sonreír”.





 



 

 

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Tentativa de abordaje a “Adicciones y fobias” (Editorial Bogavantes, 2021) de Ricardo Herrera Alarcón.
Por Romero Mora-Caimanque Aguirre