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Dripping
Santa Victoria, de Ricardo Herrera. Ediciones Inubicalistas, Valparaíso, 2017

Por Jaime Pinos


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Dripping. Action painting. Expresionismo abstracto. Jackson Pollock chorreando pintura sobre un lienzo blanco dispuesto sobre el piso. Moviéndose a su alrededor con palos, cuchillos y el propio bote de pintura cuyo contenido derrama sobre el lienzo. Moviéndose alrededor de la forma que va apareciendo, poco a poco, con la superposición de los colores, las manchas, los trazos como estallidos. Poner la pintura en el piso para entrar, para estar dentro del cuadro, decía Pollock. No frente, dentro. 

Dripping es la palabra que abre  Santa Victoria. A continuación se lee el poema “La idea es trabajar la estética del chorreo”Sus primeros versos son estos: “La idea es trabajar los campos y animales con la estética del chorreo / sin cosa social o reflejo / si todo se apuna, bien / si algo reconocible sale a flote, mejor / contornos definidos pierden memoria / agua olvida sus orillas / pulmones se desentienden del aire”. Trabajar los campos y animales, el territorio, el paisaje, practicando el  dripping. Esa es la idea aquí. Un texto que se articula con la sintaxis azarosa del chorreo. Palabras e imágenes que caen sobre la superficie de este libro y decantan su estética y su poética. Que trabajan como se describe en el poema “Instantánea”: “Un paisaje se superpone a otro no necesariamente siguiendo una lógica de género o especie / un árbol aparece por debajo de la piel de un puma / toda la sangre de un notro es doblegada por un enjambre / a ratos un pez es un hacha”. 

Creo que este libro de Ricardo Herrera podría leerse desde ese ángulo. Su poesía intenta la reconstrucción de un espacio real e imaginario. El sur chileno. Galvarino, Chol Chol, Llolletúe. Un espacio no sólo geográfico sino también vital y poético. Un trabajo de reconstrucción a través del lenguaje que quiere nombrar ese espacio de una forma distinta al retrato criollista o el realismo postal. Que quiere hacer del lenguaje, de la poesía, una experiencia que nos permita acceder a su complejidad. Que lee este paisaje como un sistema de relaciones. Como una trama que involucra la naturaleza y la política, la biografía y la historia, en un solo dinamismo. 

Esto me parece importante. Pienso en la poesía de Jorge Teillier o Rolando Cárdenas. En aquella poesía que se comprendió a sí misma como una tarea de exploración del territorio. De indagación en eso que Teillier llamó  el mundo donde realmente habito. Pienso en ciertas lecturas reductivas y empobrecedoras de estas y otras poesías fundamentales y complejas que han hecho del llamado larismo un cliché, una convención desgastada. Por el contrario, Santa Victoria indaga en la posibilidad de nuevas formas de comprensión y representación. Investiga y ensaya otros ángulos de cámara. “Se había prohibido reproducir este mundo chato, la palabra orilla, naufragio / y miraba hacia atrás y sentía nauseas / no sabía qué hacer / pensaba o sentía que respirar, que andar de un lado a otro / presentía que algo iba a nacer fuera de foco / que no era ese el exacto lugar de la cámara”. Este libro asume el riego de ese desenfoque. El riesgo de mover la cámara para filmar algo distinto a la película conocida del bucolismo y su idealización del paisaje. 

Del poema “Veneno para ratas”, texto que me parece central dentro del libro: “Había existido poco y le daba con esa idea que había un abismo entre pensar y sentir / eso pensaba o sentía, que todo mayo había sido el hombre o la mujer invisible / arrastrando un nido de pájaros en los párpados”. Esta poesía intenta, justamente, saltar sobre ese abismo. La distancia, supuestamente insalvable, entre el pensar y el sentir. Apropiarse de un territorio es aquí aprender a escuchar con los sentidos sus señales. Asimilar esas señales. Proyectarlas. A la manera del  action painting, donde es el cuerpo y no el intelecto el punto de partida. El cuerpo como origen de la energía, del gesto que se plasmará en el lienzo. La realidad del paisaje sólo será aprehensible para una poesía que aprenda a tocarla: “Para nosotros la literatura nunca dejó de tener que ver, oler, tocar la realidad”, escribe Herrera en el poema “Nosotros”

Sin embargo, a diferencia del expresionismo abstracto, tantas veces criticado por su apoliticismo, el  dripping  de esta poesía se practica con plena conciencia de la situación: “nada de poemas en la medida de lo posible / nada de palabras hermosas para los oídos de las señoritas / nada de andar inhabilitándose por contradicciones insalvables entre el fondo y la forma / desde la frontera entre Galvarino y Temuco y en plena zona del conflicto étnico / entre el estado mapuche y el estado usurpador chileno”Es importante atender a esa confluencia entre estética y política para leer este libro. Me parece que allí radica en gran medida la fuerza de sus versos. 

Termino estas líneas a pocos días de una escena real donde quedó en evidencia, una vez más, el dripping  violento que practica el poder chileno. La policía dejando caer una lluvia de bombas lacrimógenas sobre los niños de una escuela rural en Temucuicui. El  dripping  de la poesía, el que este libro practica, hace todo lo contrario. Sentir el territorio, percibir sus señales. Escribir para estar dentro. Para reconstruirlo desde el lugar en que se cruzan, como en un trabajo de Pollock, lenguaje y realidad.


 

 

 

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