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Soy otro de los que dicen Bolaño decía
(Texto leído en la presentación de «Resquemores», de Diego Rosas Wellmann)

Por Ricardo Herrera Alarcón



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Bolaño decía que los escritores están condenados al fracaso y que su virtud radica en que aun sabiendo esto de antemano salen a dar la batalla. Eso más o menos dice. Voy a reflexionar en estas breves líneas sobre algunos aspectos que me parecen relevantes en este libro de Diego Rosas, en general sobre la noche que cae sobre todos nosotros al tratar de saltar sobre la hoja en blanco, el fracaso y también sobre la forma y la escritura o la manera en que dialogan en el proceso de creación.

Ya se sabe que muchas veces la forma surge de un contenido, así como cada libro reclama o crea su método de escritura. Digo que la forma te sorprende muchas veces escribiendo, así como supongo también nace la amistad o el amor a medida que dos personas van hablando.

Eso no significa que no podamos elegir temas o formas a priori. Un proyecto literario implica una profunda reflexión sobre forma y contenido, su resolución a grandes trazos, el imaginario de una arquitectura posible. “Pensé que, si podía ponerlo todo por escrito, esa sería una forma. Y luego se me ocurrió que dejarlo fuera sería otra forma, aún más verdadera”, dice Ashbery al inicio de Tres poemas. La primera idea (meter todo adentro) es Pablo De Rokha: acumulación y no poda. La segunda (dejar todo afuera) es Arteche, según el cual un poema debía estar en el hueso y que decía de De Rokha que era un despilfarro, que no sabía cuándo parar. Habría que preguntar a quién leen hoy en día los jóvenes poetas.

El lugar de Diego Rosas, el espacio donde decide entrar es el de la sospecha, ese es su contenido y desde allí la forma es su consecuencia directa y lógica. Los textos son, en algunas ocasiones, fobias o burlas al establishment literario, a las maneras de escribir bien o correctamente, a las ideas impuestas o autoimpuestas al momento de la enunciación. En el límite entre la sospecha y la vendimia escritural, existe una dársena donde algunos barcos llegan con escritores fracasados a quienes les molesta el silencio y saben que ya empiezan a convertirse en estatuas de sal. Yo soy uno de esos escritores, todos lo somos, aunque nos queramos convencer de lo contrario: mierda, mierda, mierda, eso somos, según Karl Ove Knausgard, en Un hombre enamorado, el segundo tomo de Mi lucha.

Ese lugar donde Diego se solaza en las mieles del desprecio, usando la expresión de Luis Marín, es también el espacio del sarcasmo y la risa. En Resquemores existe humor negro, rimas abusivas, aliteraciones y cacofonías, música nada de ligera sino a todo volumen. La ventana desde donde nos invita a mirar da hacia un muro manchado de consignas, frases para el bronce, epitafios y toda esa lengua muerta y coprolálica, esa zona muda de la que hablaba Lihn, donde todas las palabras con que nombramos el mundo ya no nos sirven. Es también ese límite del lenguaje donde Lira se cansaba, hastiado de sí mismo y de sus semejantes. 

Me parece ver en Resquemores la influencia directa de estos dos autores. La poesía desde siempre ha querido dar cuenta de ese límite, esa derrota frente al logos. Yo soy como el fracaso total del mundo, decía De Rokha, en la inaugural Selva Lírica, de 1917. Es el inicio de su poema “Genio y figura”, que en la antología de Molina y Araya se titula simplemente “Apuntes”. Es uno de los autores citados al inicio de Resquemores, junto a Leonard Cohen. Elegir ser escritor es difícil, familiar y socialmente. Pero elegir ser poeta es elegir la enfermedad como forma de vida. Yo creía, hace un tiempo, que la poesía era un oficio de cobardes, los valientes eran alpinistas, boxeadores, pescadores.  Ahora opino lo contrario. Serán nuestras verdades de hoy verdaderas el día de mañana, como reza el epígrafe de De Rokha? No lo sé. Lo mejor es no tener certezas, pienso, ahora que la revolución ya no es clandestina y los guerrilleros de antaño se fotografían en las barricadas. La poesía es un oficio de sobrevivientes, de náufragos, en el decir de Luis Riffo. Y aunque no llevemos tatuada una brújula en el brazo o en la frente y menos una lágrima debajo del ojo, es lo que hacemos y a esto, orgullosamente, nos dedicamos.

Los sismógrafos señalan mi paso por el mundo, decía Huidobro, homologando el trabajo poético a su yo insuflado. Huidobro y Lira son dos grandes ejemplos de los poetas del ego. Y Parra. Y esto lo digo con mucho respeto. Pero la palabra es la que nos hace temblar por estos lados, es la palabra la que hace que la tierra tiemble y se estremezcan los seres humanos hasta caerse. No pensé nunca estar diciendo esto, yo que me reía de la alquimia del verbo. Me estoy poniendo viejo y cae nieve sobre mi pelo.

No añoro el tiempo en que los poetas fueron juglares, profetas, alquimistas o candidatos a la presidencia. No añoro tampoco el tiempo en que se recluyeron en sus piezas y dejaron de ver la sangre por las calles. Me siento bien en este lugar y este espacio donde escritores jóvenes, entre ellos Diego Rosas Wellmann, nos invitan a observar y escuchar desde la falla geológica del lenguaje.

 

 



 

 

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